Mostrando entradas con la etiqueta Alberto Manguel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alberto Manguel. Mostrar todas las entradas

martes, 1 de mayo de 2018

MANGUEL : Un director egolatra e ignorante del sentir popular

 Manguel criticó duramente el pabellón argentino en la Feria de Bogotá

Vergonzoso", "un absurdo gesto de populismo", así consideró Alberto Manguel al pabellón argentino en la Feria del Libro de Bogotá (FIlbo), Colombia, en el que el fútbol tiene un lugar preponderante. Ayer, durante una charla que dio en ese mismo espacio, el escritor y director de la Biblioteca Nacional ,
 dijo: "Pido disculpas en nombre de todos los argentinos por el vergonzoso escenario de un estadio de fútbol montado en una fiesta del libro; celebramos seguramente esos notables futbolistas Borges, Bioy Casares, Alejandra Pizarnik, Cortázar, desde el Martín Fierro en adelante. pero les pido de nuevo disculpas por ese gesto tan absurdo de populismo".


sábado, 23 de abril de 2016

Manguel: El Citizen del mundo, inaugró la Feria Del Libro de Buenos Aires





Ayer (21/04) se inauguró oficialmente la 42° Feria del Libro de Buenos Aires, en el predio de la sociedad rural en el porteño barrio de Palermo.Le cupo en esta oportunidad hacer el discurso inaugural al designado (asumirá el 1 de junio próximo) Director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel.
Hace un mes, las autoridades del área de Cultura cesantearon 240 trabajadores de la Biblioteca Nacional y en este contexto era de esperar algún conato de manifestación.
Al poco de tiempo del inicio del discurso, un grupo de personas (así lo reflejaron los medios de prensa en el lugar) Se expresaron con carteles contrarios a las políticas que está llevando a cabo la BN
“…Pero pocos minutos después de iniciado el discurso, comenzaron los aplausos y la exhibición de los carteles en la parte posterior de la sala” “Un grupo de alrededor de 30 personas escrachó hoy al ensayista Alberto Manguel, mientras brindaba el discurso inaugural de la 42 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires”. “Mientras Manguel daba su discurso, varias personas levantaron sus carteles contra las políticas implementadas en la institución. "¿Quién dirige la Biblioteca Nacional'", "la Biblioteca no es un negocio" y "no a la Biblioteca offshore” “Un grupo de manifestantes aplaudió durante los 5 primeros minutos de las palabras alusivas del escritor. También, mostraron carteles que cuestionaban las bajas y criticaban la nueva administración de la Biblioteca”.

Una despedida escribió “Los empleados y los despedidos de la Biblioteca Nacional (BN), fuimos presionados por los gremios [ATE- UPCN] para no tomar medidas de protesta, con el argumento de que si esto ocurriera "se caería la negociación para lograr reincorporaciones". Ante un clima de cuasi espionaje, "topos", "ratas" y demás cuestiones que plantean un escenario de persecución ideológica, política, laboral y sindical; NOS VIMOS FORZADOS A NO ACTUAR, PROTESTAR Y DENUNCIAR COMO MUCHOS DE NOSOTROS HUBIÉSEMOS QUERIDO”
Es decir los trabajadores cesanteados No pudieron manifestarse libremente en la Feria del Libro!

De todos modos, guardar las formas para invitar a un dialogo con alguien que todavía No asumió, no es un dato menor. La idea en la feria, además, pareciera ser un escrache a Macri… y si; la situación es de un pre-conflicto latente…pero éste no surgió de un repollo, sino del desquicio recibido
Tendrán respuestas estos interrogantes: porque no hay una explicación oficial a esas cesantías…? porque los gremios ATE-UPCN muy poco aportan para esclarecerlos: Porque Elsa Barber no salió a fundamentar las medias adoptadas, las que pareciera fueron con su consentimiento y el de los gremios mencionados…

La situación allí está lejos de aclararse y estos escraches son una fórmula reiterada y poco efectiva de generar alternativas razonables entre las partes.

Recordamos que en la mismísima BN se gesto y funcionó un "espacio" que utilizó la innecesaria descalificación del adversario para justificarse con el poder de turno; intelectuales cuya presbicia militante les impedía ver la impunidad que como el apetito, venia comiendo…Un error producto del fragor del momento que eligió el lugar inapropiado para sus fines; y en estos ocho años no vimos ningún estandarte objetando el uso indebido e irrespetuoso de nuestra biblioteca nacional...

En cuanto al futuro, es de suponer que el Sr. Manguel no desate los demonios del pasado,  con su peculiar visión ultraliberal de la historia, para dividir una vez más a los argentinos. Su indisimulada demonizacion del legatario del sable del libertador de la patria y paralela y subliminalmente la elevación a la categoría  de numen a los adláteres de un ex presidente que aliado al imperio lusitano ( con la aquiescencia de la pérfida Albión) destruyeron y generaron el primer genocidio en un país hermano en la mitad del siglo XIX…son indicios de previsibles turbulencias.

Y en ese supuesto...vamos a extrañar y mucho a HORACIO, con el que se puede tener alguna opinión disidente, pero que estaba y esta en el campo nacional e integrador de todos los actores de la historia….que no es poco…

Esperemos que el Citizen del mundo lo comprenda….

viernes, 22 de abril de 2016

Se INAUGURÓ la 42* FERIA INTERNACIONAL del LIBRO de Buenos Aires

El escritor y director designado de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel, se valió hoy de una analogía con el Quijote y de un repaso por la historia del libro para abogar por lectores “más tolerantes” y un “mundo con honestidad moral e intelectual”, durante el acto de inauguración de la 42da Feria del Libro de Buenos Aires, el cual incluyó demandas de trabajadores (escrache incluido).




jueves, 21 de abril de 2016

"La Biblioteca debe funcionar como una biblioteca" / Alberto Manguel


En su vuelta al país como funcionario de Cultura, el reconocido ensayista dará hoy el discurso inaugural de la Feria del Libro
Como pasa con quien vive afuera, primero se habla de los amigos. Los cercanos y los que viven en el exterior, con residencias móviles, en un nomadismo más bien civilizado, lejos de toda barbarie. Alberto Manguel volvió al país con varias excusas: la salida, ante todo, de su libro Una historia natural de la curiosidad (Siglo XXI); el discurso inaugural que dará hoy en la apertura de la Feria del Libro, y, desde luego, el cargo de director de la Biblioteca Nacional, que asumirá en julio. Ya busca departamento en Buenos Aires, que para él, como está prefigurado en su novela El regreso, es una ciudad de fantasmas.
La llegada marcará otra peripecia de su errancia. "Mi modelo del mundo es el campo de mi experiencia", escribe en su nuevo libro. ¿Y cómo se vive en una patria imaginaria? "Ah, si lo supiera? Me encontré en distintas situaciones que ahora son mi vida." Lo espera, dice, una nueva batalla: "Hacer que la Biblioteca funcione como una biblioteca".
Manguel, que llega desde Nueva York, no pensó nunca que tendría una vida de extramuros, y si no lo hizo fue porque esa vida de extramuros quedó para él naturalizada ya desde la infancia. "No me propuse viajar tanto, no me propuse vivir en varios lugares, no me propuse aprender varios idiomas. Sucedió. Pero yo considero que la generosidad de este mundo, que nos da tantas cosas al mismo tiempo, es más frecuente de lo que pensamos. Y yo creo que eso justifica una visión universalista de la patria. Ya dijo Borges que tenemos la elección de ser estrechamente nacionalistas o de ser universales. Y que no estamos obligados a mirarnos el ombligo."
-Como argentinos tenemos entonces identidades múltiples.
-Sí, tenemos identidades múltiples, pero curiosamente nos cuesta aceptar esa multiplicidad. Constantemente veo que volvemos a ideas estrechas, casi caricaturescas del argentino, en lugar de decir que podemos ser todos. Creo que la literatura nos ofrece siempre ese ejemplo de multiplicidad y de riqueza.
-Anota en el libro sobre la curiosidad que su biblioteca es como "el caparazón de un crustáceo". Ahora bien, ¿eso que se lleva con uno es material o más bien pertenece a la memoria, como era el caso de Erich Auerbach cuando escribió Mímesis?
-Las dos cosas. Yo diría que mi biblioteca es mi exoesqueleto. Y durante un tiempo, quince años, cuando vivía en Francia, tuve una experiencia extraordinaria, porque podía estar dentro de ese caparazón. Hace poco más de un año dejé Francia, vendí la casa y los libros están en depósito esperando su resurrección. Me di cuenta de que la biblioteca me dio una suerte de biblioteca de la sombra que llevo en la memoria, que no es exactamente la biblioteca que yo tenía armada. Pero tampoco eran los textos de ciertos libros, sino una suerte de collage.
-Hablamos de Borges varias veces, ¿qué implica para usted ocupar el lugar que él ocupó en la Biblioteca Nacional? ¿Qué modelo de Biblioteca tiene en mente?
-Yo escribí mucho sobre lecturas, bibliotecas y libros, y acepté este cargo porque me dije: escribí todas estas cosas, hay que poner manos a la obra y ver si funcionan las cosas que pensé. Modelo de la biblioteca, no. No hay arquetipos de instituciones. No existe el arquetipo de una escuela, un banco, una familia. Hay ideas en torno que se formalizan en la acción. Uno tiene que concebir la institución de una manera elástica, según lo que se necesite. No es lo mismo la biblioteca para niños que se armó en el campo de concentración de Birkenau que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Tienen otros límites y otros requerimientos. De todas maneras, hay una cosa general: una biblioteca tiene que ser un instrumento para sus lectores. No puede ser un monumento que se baste a sí mismo o una institución que adopte matices más atrayentes para ser más popular. Si usted reparte caramelos en un hospital, va a venir más gente con sonrisas, pero ése no es el propósito del hospital. Entonces, pienso que la Biblioteca Nacional tendrá que funcionar como una biblioteca. Tener un catálogo, por ejemplo?
-¿No lo tiene?
-No. Y es obvio que tiene que tenerlo. Que tenga buena parte de su documentación digitalizada, porque somos una Biblioteca Nacional, no una biblioteca porteña. Usted puede ir mañana, pero una persona que está en Misiones tendrá dificultades para acceder al fondo. Esas cosas me parecen esenciales.
-Volviendo a Una historia natural de la curiosidad, Dante parece ser un personaje vivo. Tan vivo es que en un sistema de relevos usted lo elige a Dante para su propio viaje. ¿Dante es su Virgilio?
-Qué impertinencia, dirá usted? Bueno... desde hace casi veinte años leo a Dante todas las mañanas. Lo que me sorprende es que siempre es distinto. Ya lo recorrí una cantidad de veces y sigo encontrando cosas nuevas. Conozco al personaje, sé que esto es una ficción. Y sin embargo creo en ese personaje que me va a contar ese recorrido. Y que lo cuente como si lo estuviese haciendo. Hay una verdad muy profunda en ese personaje.
-Un poco como con el Quijote?
-Sobre eso voy a hablar en la inauguración de la Feria: el Quijote como lector. No es una elección inocente. Sin decirlo explícitamente, creo que me sirve para hacer algunos comentarios sobre la Argentina. Algunos que me escuchen van a entender.
-¿Se refiere al Quijote como lector crédulo?
-Eso es lo que nos dice Cervantes. No hay por qué creerle. Cuando Cervantes empieza a escribir no sabe exactamente qué va a hacer. Al final, cuando Don Quijote se muere, vuelve a la idea de las novelas de caballería. El Quijote es el lector que encuentra una ética particular en los libros que lee y decide a aplicarla en el mundo.
-¿Una razón práctica?
-Sí, pero también una especie de fe poética muy profunda. Nosotros estamos acostumbrados a leer sin darle importancia a lo que leemos, ya sea la Ilíada o las Coplas a la muerte de su padre. Lo leemos: ah, sí, muy bueno. Y después seguimos siendo los mismos infames corruptos de siempre. Alonso Quijano dice: No, yo voy a seguir la ética de caballería y cuando vea algo injusto voy a tratar de remediarlo a pesar de que la consecuencia sea peor de lo que había al principio. Si no, ¿de qué sirve la literatura?

lunes, 18 de abril de 2016

"Se pondrá un fuerte acento en bibliotecología" / Ezequiel Martínez - Director de Cultura de la BN

Ezequiel Martínez, flamante director de Cultura de la Biblioteca Nacional, anticipa los pasos que Manguel dará a partir de julio
El viernes pasado, Ezequiel Martínez asumió formalmente como director de Cultura de la Biblioteca Nacional en reemplazo de Ezequiel Grimson, cuya renuncia fue un pedido del ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, a pesar de que su cargo era uno de los pocos concursados de la institución. Periodista cultural de larga trayectoria, Martínez asume su puesto en medio de una situación crítica, ya que los gremios de empleados estatales todavía negocian con las autoridades la reincorporación de los despedidos el mes pesado.
.....por el momento fueron anulados alrededor de 50 telegramas de los 240 firmados por la dirección actual de la Biblioteca, a cargo de Elsa Barber hasta el 30 de junio próximo, cuando se concrete el desembarco de Alberto Manguel. "Está muy comprometido con la gestión y trabajando mucho a distancia. Tiene una red de contactos importante y me llama con frecuencia para comentarme ideas y proyectos", cuenta Martínez sobre Manguel. Entre ellos, exposiciones permanentes vinculadas a temas como memoria y exilio (de la época de Rosas a la última dictadura), novela policial y un espacio especial dedicado a la historieta argentina.
-¿Qué modelo de biblioteca cree que impondrá la nueva gestión a cargo de Manguel, a partir de lo que han conversado en estos días?
-Pondrá un fuerte acento en el área bibliotecológica, en algunas cuestiones en las que hace falta poner un mayor dinamismo, como la digitalización del catálogo, algo que dependerá directamente del director. No es que no se haya hecho, sino que hay tareas pendientes en ese rubro para que el material de la Biblioteca esté a disposición del público y de los investigadores. También se va a continuar con las actividades que son la razón de ser de la Biblioteca, como las investigaciones que se vienen haciendo sobre los materiales de Borges encontrados en los últimos años. Un proyecto interesante que tiene Manguel para el anexo de la Biblioteca de la calle México: quiere crear el Centro Jorge Luis Borges, un lugar de residencia para investigadores, con muestras dedicadas a su obra, con primeras ediciones, manuscritos, objetos, donde se dicten charlas y conferencias. Quiere organizar un ciclo de cine a partir de una lista con 15 películas preferidas de Borges que encontraron los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez. También, homenajes a Cervantes y Shakespeare, que se preparan a gran velocidad porque no estaban planeados. Continuarán las presentaciones de libros, las conferencias y los debates de ideas.
-¿Cómo encontró el área de Cultura después de los despidos? Fuentes de la Biblioteca Nacional dicen que fue una de las más afectadas.
-Acabo de asumir y me estoy poniendo al tanto de la situación. Hoy mismo (por el viernes 15) recorrí los departamentos a cargo de la Dirección de Cultura y en todos encontré gente trabajando. Es cierto que en cada sector los empleados me dijeron que habían echado a cuatro, cinco, seis personas. Pero todos funcionan. Estuve reunido con varios jefes y estoy viendo de qué se ocupa cada área.
-¿Qué perfil le dará al Museo del Libro y de la Lengua, a cargo a partir de ahora de su dirección?
-El Museo se incorpora a la Dirección de Cultura como un espacio más de exhibición. La idea es que allí haya muestras permanentes: entre ellas, una dedicada a la historia del libro y la lectura.
-¿Qué sucederá con los talleres que se dictaban en la Biblioteca Nacional y quedaron suspendidos?
-Van a continuar con otro perfil. Había una cantidad enorme de talleres; incluso uno de expresión corporal que bien se podría dictar en un teatro. Le propuse a Manguel tres líneas de cursos: de creación, de divulgación y de capacitación; todos vinculados con la lectura y la escritura, gratuitos y dictados por gente prestigiosa. No tengo nombres todavía para anunciar.

viernes, 8 de abril de 2016

BIBLIOTECA NACIONAL: Pluralista y democrática….???


La biblioteca nacional en los últimos 7 años fue un aguantadero del partido de gobierno (FPV)…con su mascaron de proa CARTA ABIERTA….intelectuales filo militantes del neo chavismo vernáculo con todo lo que ello implicaba….
Reitero estos términos ya publicados en otros sitios y para manifestar una opinión distinta al RELATO de la resolución del consejo directivo de la facultad de Filosofía y Letras, la que en un párrafo de sus considerandos se lee Que ha sido la gestión (H.G.) más pluralista de las que se tenga memoria en la Biblioteca Nacional desde su fundación… y de la solicitada de intelectuales del mundo, en esta última se menciona textualmente

La Biblioteca Nacional, caracterizada por su pluralismo y amplitud de criterio, abierta a todo tipo de expresiones culturales, ha sido gravemente castigada por el actual gobierno argentino con el despido de 240 trabajadores, una cuarta parte de su planta, lo que pone en duda su futuro. Sectores enteros de la institución han quedado comprometidos en su funcionamiento y gran cantidad de sus servicios no podrán ser brindados a los lectores y a la comunidad. Esta medida, además del daño causado a los trabajadores despedidos y a sus familias, constituye un golpe a la Biblioteca Nacional como espacio democrático de expresión y sitio de articulación con saberes universitarios, manifestaciones artísticas, editoriales, producción literaria e intelectual..”
El consejo de FFyl-UBA tiene un relato ideológico coherente con la política del gobierno saliente y defiende los trapos, en cambio la solicitada internacional está impregnada con una distorsión parcial de la realidad de la BN, insuflada por los argumentos de los militantes argentos…


Más allá de los ponderaciones  que amerite o no el designado Director Alberto Manguel, a quien como es habitual en sus procederes descalifican por si las moscas ,  ha propuesto "Quiero una Biblioteca que sea para todos…" con lo cual estaba marcando una SUSTANCIAL DIFERENCIACIÓN con la administración saliente el 10/12/2015

domingo, 21 de febrero de 2016

Quiero una Biblioteca que sea para todos… / Alberto Manguel






El nuevo director de la Biblioteca Nacional ALBERTO MANGUEL   tuvo un paso fugaz por el país y dialogó con PERFIL –único medio– sobre los desafíos de su futura gestión y las versiones sobre despidos masivos.
Estamos en el lobby del hotel Meliá de la calle Reconquista. Acordamos la entrevista
para las 18.30, pero son 18.45 y Manguel no baja. A las 19 tiene que partir hacia el
aeropuerto: vuelve a Nueva York, a continuar expandiendo el evangelio borgeano.


Mientras esperamos, barajamos la posibilidad de hacerle la entrevista de un modo
casi delirante: en el auto, durante el viaje, como nos había sugerido la encargada de
prensa luego de acusar un “imprevisto” en el horario original de las 15.
Por suerte no es necesario: Manguel aparece en el ascensor diez minutos antes de su
partida (partida que nosotros, por cierto, retrasamos; la charla duró cuarenta y cinco
minutos). Nos echa un vistazo furtivo y se dirige al mostrador. Por un momento, la
barba blanca más ese carácter irascible del que acaba de hablar su chofer (“No se
acerquen; esperen que venga: es un poco cascarrabias”, ha dicho) lo asemejan a ese
Hemingway furibundo de la década del cincuenta.


Cuando empiece a hablar, sin embargo, el que aparecerá será Borges: ahí estará su
cadencia, sus mismas pausas, incluso la misma forma de eludir algunas cuestiones
políticas, es decir alegando ignorancia. Aunque también, por momentos, nos recordará a Hudson: habrá interpolaciones de giros y estructuras del inglés, idioma que, por cierto, ha frecuentado mucho más que la lengua de Castilla.


Después de una sesión de fotos exprés, y mientras se acomoda en el sillón, nos
cuenta que llegó a la Argentina el jueves 11, y que entró a la Biblioteca Nacional por
primera vez en casi treinta años.  


—¿Vino a ver las instalaciones o a ponerse al corriente de la situación real?
Vine a ver el espacio y vine, sobre todo, a conocer a algunas personas. Son mil
empleados en este momento. Entonces quise conocer a los directores, subdirectores,
para saber qué hacían, que querían hacer, qué ideas tenían.


—¿Lo conoce a Horacio González?
—No, no lo conozco, nunca nos encontramos…


—Pero sí estará al tanto de su gestión. ¿Qué opinión le merece?
—Miren, como toda gestión, tiene cosas buenas y cosas malas. Ha hecho una obra
notable, traer gente a la Biblioteca, ha hecho unas ediciones lindísimas... con su
equipo, claro.


—¿Y qué cosas le parece que no fueron buenas?
No, es que no son cosas que no son buenas, sino que cada persona tiene una idea
de lo que debe ser o podría ser la institución. En Alejandría a medida que cambiaban
los bibliotecarios cambiaba lo que tenía que ser la biblioteca. En algún momento un
bibliotecario dice: “No, los lectores no pueden acceder a los libros porque no saben
dónde están”, y crea, Calímaco, el primer catálogo anotado, que es una revolución…


De pronto Manguel ríe, lanza una pequeña carcajada: parece distenderse un poco. La
palabra “revolución”, aplicada a su gestión, le parece excesiva, cómica.
—Yo no voy a hacer ninguna revolución, pero por ejemplo me interesa mucho
completar el catálogo. Es una Biblioteca Nacional que no tiene el catálogo completo:
NO SABEMOS CUÁNTOS LIBROS TENEMOS. Si me preguntan, tengo que decir entre tres y cinco millones.


—Entonces, ¿no hay inventario?
—No. Una de mis prioridades absolutas es apoyar a la subdirectora, Elsa Barber, que
es extraordinaria, y que desde hace años quiere crear ese catálogo de la Biblioteca y
también la puesta en digital de los textos. Es un trabajo muy intenso que va a llevar
cuatro años. Pero ésa es la prioridad absoluta: saber qué contiene la Biblioteca para
saber qué es la Biblioteca
.


—Y la digitalización del acervo cultural, ¿la hará gente de la institución, o ustedes
tienen la idea de darle la potestad a Google, que está trabajando mucho con
bibliotecas nacionales?
—Bueno, esto lo puedo decir categóricamente: se hará en la Biblioteca. Hay gente
muy capacitada, muy entrenada. Y si tuviera que elegir en el mundo entero, que no lo
haría, una empresa exterior a la Biblioteca, después de la última estaría Google.
Porque, vamos a ver, la digitalización de textos no es simplemente copiar un texto, o
escanearlo: hay todo un trabajo editorial que se acompaña
.  
En relación a eventuales despidos, algunas fuentes gremiales nos dijeron, off the
record, que, desde el ministerio de Cultura le habrían pedido rescindir el contrato a un
buen porcentaje de los trabajadores de la Biblioteca, tal como sucedió un mes atrás
en ese ministerio. Algunos hablan, incluso, de casi cuatrocientas personas. Pero Manguel lo niega: “Es una mentira”, dice, mientras su chofer le alcanza un pañuelo para que se seque el sudor de la frente.


Cuando me pidieron que fuese el director de la Biblioteca me tomé diez días, dos
semanas para pensarlo, porque toda mi vida estaba ya armada de otra manera. Voy a
cumplir setenta años; no estoy para bailes nuevos. Pero sería de una arrogancia
extrema decir “no acepto” a la Biblioteca Nacional.
Al mismo tiempo soy muy
consciente del cambio político, de las propuestas, las exigencias de esta nueva
administración. Pero, ante todo, yo no soy un político, en el sentido de actividad
política. Yo pienso que todo ciudadano es un político y que todas las acciones son
políticas, porque pertenecen a la polis. Pero no me han pedido de ninguna manera
convertirme en una especie de decididor de quién sí y quién no. No lo haría. ¿Cómo
podría hacerlo yo, que ni siquiera conozco la Biblioteca, y mucho menos a las mil
personas que hay ahí? Entonces, como lo sabe todo el mundo, hay un plan de… No
sé cómo llamarlo.


—De recorte…
—Sí, los eufemismos son muchos. Pero no sé cómo se va a hacer. Elsa Barber y yo
hemos dicho que nuestra misión es tener la mejor biblioteca posible, y cuando yo
asuma en julio ahí sí puedo ver qué es lo que pasa.
Pero no puedo hacerlo antes,
porque me han propuesto el cargo, se supone que soy el director, pero al mismo
tiempo no asumo el cargo…
 


—Quisiéramos profundizar en algo interesante que acaba de esbozar. Nadie duda de
su trayectoria, su erudición digamos, pero una cosa es eso y otra es estar al frente de
una institución donde va a tener que lidiar con mil empleados y tres gremios…
Soy muy consciente de eso.


—¿Y no le parece un riesgo asumir esa responsabilidad?  
Sí, por supuesto. Mira, que una cosa parezca imposible de hacer no tiene que
impedirnos intentarlo; si no, no haríamos nada. De todas maneras, no hay gestiones
perfectas, como no hay creaciones perfectas: la naturaleza implica la imperfección y el
fracaso. Stevenson decía que nuestro deseo en la vida no es triunfar, sino fracasar
con una sonrisa en los labios. Yo pienso que eso es lo que podemos hacer. Por supuesto, queremos hacer más. Ahora, las circunstancias, nuestra energía, nuestra inteligencia, son todos obstáculos a las mejores intenciones.


—¿Se juntó en estos días con gente de los gremios?
—Sí, obviamente no podía hablar con mil personas en cuatro días. Entonces quise
hablar al menos con las personas que dan la cara en su sección, y por supuesto los
gremios.


—En el Ministerio de Cultura despidieron a mucha gente. Hay mucho temor en la
Biblioteca de que suceda lo mismo...
—A mí me preocupa mucho eso. Ese temor de la gente, no saber si tenés tu empleo
mañana. Pero no puedo hacer nada por eso, primero porque no estoy en una posición
ejecutiva.


—¿El ministro no le dijo que al asumir va a tener que echar a determinada cantidad de
gente?
Absolutamente no. Y no hubiese aceptado porque no soy capaz de eso. Lo que me
dijo el ministro es que quería proponerme la dirección de la Biblioteca Nacional. Punto
final. Yo le pregunté si había exigencias. “Libertad absoluta, podés imaginar la
biblioteca que quieras
”, me dijo. Y después de haber escrito durante treinta o
cuarenta años sobre la lectura, la biblioteca, los libros, finalmente era como… “hablás, hablás, hablás”, y después te dicen: “Bueno, ahora andá a la cocina y prepará un sándwich”.


—Una cocina difícil…

No hay cocinas fáciles. Cualquiera que haya intentado lo que sea en la vida lo sabe.
Entonces yo pienso que estamos acostumbrados a la idea de que merecemos un
lugar protegido. Y no hay lugares protegidos. O sí los hay: la cárcel y el sanatorio. Pero la vida activa no está protegida. Las circunstancias son siempre difíciles, y son las que nos alientan a encontrar ideas mejores.


En concreto, una de las circunstancias difíciles que deberá afrontar cuando asuma es
el destino de la vieja sede de la biblioteca de la calle México, donde actualmente
funcionan varias compañías de música y danza. Horacio González, en los últimos
años, había trabajado en su restauración, con el objetivo de reabrirla como biblioteca.
Sin embargo, el actual Ministro de Cultura, Pablo Avelluto, en una entrevista reciente
—publicada en la sección Cultura de Clarín, el pasado 26 de enero— dijo que se trata
de un “bellísimo edificio hueco”, y que “no sirve como biblioteca”, aunque todo indica
que frente a Manguel parece haber reculado.
—No, ahí le puedo decir que el ministro no piensa eso. Porque estamos hablando de
dar de nuevo al anexo de la calle México la importancia de una biblioteca. No
sabemos todavía cómo se va a armar. Hay dos personas magníficas trabajando allí, que son las que investigaron los libros de Borges, y que son de una calidad como pocas veces yo he encontrado en mi vida: no tengo suficientes palabras de elogios para ellos. Y ellos tienen algunas ideas, y vamos a empezar a hablar en julio cuando yo venga. Pero decididamente es un lugar importante. Además está la sombra de Borges, que es tan emblemática para la Biblioteca.


—Retomando el tema anterior, la cartera donde más gente se despidió es Cultura.
Algunos argumentos son válidos. Por ejemplo en el caso del Centro Cultural Kirchner
se hicieron muchas contrataciones irregulares. La gente de La Cámpora estaba
poniendo mucha gente…
Pero eso es una tradición argentina, que viene desde la época de Rosas.


—Pero, ¿por qué se apuntala, justamente, en Cultura? ¿No cree que hay algo
simbólico en todo esto?
Yo no conozco la política del Gobierno, no te lo puedo decir…


—Pero usted ya es funcionario del Gobierno…  
Voy a ser funcionario, porque el Gobierno tiene la potestad de nombrar al director
de la Biblioteca Nacional. Eso no quiere decir que yo voy a ser político, y eso no quiere decir, sobre todo, que yo adhiera a cualquier idea política que se me presente.


—La gestión de González fue, digamos, bastante dinámica: le otorgó a la Biblioteca
un rol parecido al de un centro cultural, a través de festivales, conciertos, lecturas, etc.
Pero por otro lado también le otorgó espacio a Carta Abierta, con lo cual también
había una impronta kirchnerista. ¿En su caso la idea es, como dijeron desde el
Gobierno, desideologizar la Biblioteca?


—Una biblioteca es muchas cosas. Cualquier biblioteca es la identidad de sus
gestores. Pero una biblioteca nacional es más que eso: es la identidad o la memoria
del país que representa
. Entonces tiene que ser ecléctica, generosa. No tiene que
rechazar nada: si me traen una primera edición de Mein Kampf la biblioteca lo tiene
que tener porque es una biblioteca donde cualquiera tiene que ir a buscar la
información que sea y encontrarla.
AHORA, LO QUE YO NO VOY A HACER ES IMPONER MIS IDEAS ESTÉTICAS, LITERARIAS, POLÍTICAS, MUSICALES. En mi biblioteca personal no tengo la obra de Bret Easton Ellis porque me parece un pornógrafo inmundo. Pero la Biblioteca Nacional tiene que tenerla. ¿Qué quiero decir? No sé si la Biblioteca estaba o no ideologizada, pero en todo caso la Biblioteca que yo imagino es una Biblioteca que sea un poco como decía San Pablo: algo para todos. Y esto lo digo porque uno de los aspectos que más me interesa es formar lectores. La biblioteca está allí, tiene los
libros, uno puede ir a escuchar música, o leer un libro, a buscar un periódico, ver
alguna foto, pero hay que saber cómo acceder a eso.


—¿Está conformando un equipo propio o se va a acoplar a la gente que ya hay en la
Biblioteca trabajando?
Las dos cosas. Es decir, yo quiero trabajar en equipo.


—Con gente que ya está y con gente que traiga…
—¿Con gente que traiga? ¡Estoy trayendo una sola persona!


—Pero no parece descabellado que quiera conformar su propio equipo de trabajo, de
confianza.
—Si la gente que está allí quiere trabajar conmigo, es capaz y nos entendemos, ¿para
qué buscar otras personas? Si por el contrario tenés alguien que te dice: “No, yo no
pienso como usted”, entonces no.


—¿Qué opinión tiene sobre los avatares políticos de estos últimos doce años?
Uno siempre tiene una opinión a la mañana cuando lee unas noticias, y la cambia a
la noche cuando lee otras noticias. Entonces, por supuesto, algo provoca una opinión.
Pero el conjunto de esas opiniones no forma una opinión informada. Nosotros
tenemos una forma muy perezosa de pensar. Damos opiniones sobre la energía nuclear, el espionaje o la reproducción artificial. ¿Cuántos somos especialistas? Hay una cierta
visión del mundo que tiene cualquier lector. Pero yo, de la misma manera que no
confío en mi vecina cuando me da consejos para hacer una cirugía de cerebro, no
confío en mis opiniones políticas cuando se trata de juzgar un sistema
.—


Por Alejandro Bellotti / Gonzalo Santos | 20/02/2016 | 21:25

lunes, 28 de diciembre de 2015

La sombra de Alejandría / Alberto Manguel

El próximo director de la Biblioteca Nacional reflexiona en este texto sobre la relación del hombre con el hábito de leer y narra con exquisita erudición la evolución de las bibliotecas a través de los siglos.
Uno de los sitios urbanos más antiguos de la Tierra es el de Çatalhöyük en Turquía. Çatalhöyük es una ciudad subterránea construida hace más de nueve milenios. Las habitaciones fueron excavadas en la tierra calcárea de Anatolia, y comunican no por portales sino por una suerte de red de puentes aéreos que cruzan de techo en techo. Los arqueólogos que excavaron la ciudad determinaron que en cada habitación había un sitio para cada actividad: un rincón para la cocina, otro para dormir, otro para los conciliábulos o tertulias de nuestros lejanos abuelos. La escritura no se había aún inventado: cuatro milenios faltarían para que en un pueblo lejano, al este de Anatolia, alguien imaginara una tarde cómo representar sonidos por medio de signos trazados en un trozo de arcilla. Por eso no hay en esta primera ciudad una biblioteca. Pero sí pueden verse remotos precursores del lenguaje escrito: en algunos de los antiquísimos muros hay diseños estilizados de animales o de dioses cuyos terribles nombres hemos olvidado pero cuyas hazañas perduran hasta hoy en nuestros cuentos. En este sentido, esos muros fueron, como nuestras futuras bibliotecas, valientes archivos de nuestra voluntad de memoria. Esos muros contenían la promesa de que un día seríamos lectores.
No sé si todos recuerdan el momento en que se convirtieron en lectores. Yo sí. Tenía tres o cuatro años y desde la ventana de un coche vi un cartel publicitario, y en el cartel unos signos que de pronto se convirtieron en palabras. No sé que decían esas palabras mágicas, pero en ese instante supe que, sin la ayuda de nadie, sin tener que pedirle a alguien el préstamo de los ojos y de la voz, yo me había convertido en lector. De pronto, como por milagro, yo sabía leer.
Sin embargo, hoy, después de unos sesenta años de lectura cotidiana, todavía no sé en qué consiste exactamente este extraño oficio de lector, ni cómo definir el recinto en el que la lectura se ejerce. ¿Qué es un lector? ¿Qué es una biblioteca?
A pesar de que los índices de analfabetismo son todavía alarmantes en el mundo entero, podemos definir a la mayor parte de nuestras sociedades como sociedades del libro, porque sus raíces míticas parten de un texto fundador, sea la Biblia o el Corán, los Anales de Confucio o las enseñanzas del Buda, la Declaración de los Derechos del Hombre o el Manifiesto Comunista. Pero eso no quiere decir que en todas estas sociedades la lectura sea considerada esencial.
Toda sociedad del libro requiere que sus ciudadanos sepan leer por lo menos algunas palabras esenciales, como "Beba Coca-Cola" o "Gire a la derecha", pero son pocas las sociedades que exigen un conocimiento íntimo del Quijote o de Edipo Rey . Saber leer, para las burocracias oficiales, significa poder entender algunas instrucciones rudimentarias, reconocer nuestro nombre por escrito, descifrar algunos carteles publicitarios.
Pero saber leer no significa ser lector.
Ser lector implica asumir poderes extraordinarios: el poder de definir el texto que estamos leyendo según las circunstancias de nuestra lectura y de nuestro pasado común, el poder de elegir cuáles serán los libros que perdurarán y cuáles merecen ser relegados al olvido. Y por sobre todo, el poder mágico que nos permite descubrir en la biblioteca universal palabras para nombrar nuestra propia experiencia.
Por lo general, nuestras sociedades no alientan este grado de lectura profunda. Tanto las sociedades de consumo como las sociedades totalitarias no quieren que sus miembros sean verdaderamente lectores. Para las primeras, un lector, un verdadero lector, es un mal consumidor, porque puede reflexionar sobre lo que lee, y quien reflexiona no compra las imbecilidades que el mercado nos ofrece. Para las segundas, el lector es un mal ciudadano, porque un verdadero lector puede cuestionar la autoridad narrativa, puesto que la literatura es esencialmente lo contrario del dogma, político o religioso, y consiste en preguntas, no en respuestas.
Sin embargo, puesto que las sociedades del libro dependen, para su buen funcionamiento, de la escritura y de la lectura, estas sociedades permiten que sus ciudadanos adopten frente a la palabra escrita dos actitudes opuestas que definen a su vez nuestras diversas bibliotecas.
Salman Rushdie cuenta que en su casa, en la casa de una familia musulmana moderada, tenían la costumbre de besar cualquier pedazo de pan que cayese al suelo, y también tenían la costumbre de besar cualquier libro que cayese al suelo. El respeto por la palabra escrita era tal que poco importaba cuál fuese el contenido del libro, fuese el Corán o la guía telefónica –una actitud que puede resultar peligrosa, como el propio Rushdie descubrió cuando su novela, Los versos satánicos , fue condenada sin ser leída, es decir, por lo que supuestamente decía. En los años sesenta, en la España de Franco, un taxista madrileño me preguntó si conocía el Quijote , que era según él un libro tan importante que abarcaba cientos de volúmenes y que por lo tanto nadie había leído hasta la última página. Este es el extremo del escrito venerado como objeto sagrado, como contenedor, no como contenido, archivado en bibliotecas que tienen algo de mausoleos.
En el otro extremo están aquellas sociedades en las que el libro como tal ha perdido su prestigio, pero en las que la palabra escrita es esencial. Así son la mayor parte de las sociedades actuales, donde priman los mensajes Twitter y las novelas-fórmula, las hagiografías políticas y los manuales de auto-consolación.
Entre estos dos extremos, el libro ha sobrevivido, a través de sus muchas encarnaciones, unos cinco mil años. Desde las primeras tablillas de arcilla a las últimas tabletas electrónicas, desde el rollo de Grecia y Roma al rollo de la página web, desde los primeros signos manuscritos a la tipografía de la imprenta y al texto virtual, el libro, diga lo que digan los profetas del apocalipsis, sigue omnipresente. Y la biblioteca, digan lo que digan esos mismos tétricos profetas, también. A pesar de todo, no nos resignamos a perder aquello que nuestra memoria ha tan laboriosamente atesorado.
Pero decir que una biblioteca es el repositorio de la memoria de una sociedad parece argüir que esa memoria es algo de allá lejos y hace tiempo, contemporánea de Alejandría y de Babel. La noción de que aquello que preservamos del olvido pueda ser tan reciente como nuestra propia infancia nos escapa: preferimos pensar en toda historia como historia antigua, vieja como las noches de Çatalhöyük. Sin embargo, una biblioteca es, por sobre todo, repositorio de nuestra propia historia, la crónica de lo que nos hace y nos define, y presta una suerte de modesta inmortalidad a aquello que el olvido quiere convertir en cenizas.
Las bibliotecas vuelven lo antiguo, contemporáneo. El lugar en el que vivimos, la gente que vemos todos los días, tienen historias documentadas, intencional o involuntariamente, en toneladas de papel y tinta, en retratos y fotografías, en voces grabadas, en rollos de papiros y de cera, y en formatos electrónicos. De una biblioteca, puede decirse que no tiene pasado: todo es presente o, si preferimos, todo, incluso este momento y este lugar en el que nos encontramos, pertenece a un pasado en el que seguimos existiendo. Ese pasado es el de cada uno de nosotros pero, sobre todo, el de nosotros en conjunto. Una biblioteca siempre lleva consigo, implícitamente, la noción de una cierta identidad colectiva. Pero ¿qué elemento, qué característica precisa define esa identidad?
Obviamente, una biblioteca regional o nacional debe aducir la preocupación de albergar bajo su techo la mayoría de las obras que esa región o nación ha producido, y permitir a los ciudadanos de ese lugar acceso a todos sus fondos. Y para encarnar plenamente la identidad colectiva –para ser, en cierto sentido, su imagen emblemática– debe sin embargo poseer algo más, algo que permita a sus lectores reconocer en ella una duplicidad esclarecedora: ser una institución conservadora pero estar siempre en crecimiento, sentirse arraigada en el pasado pero traducir constantemente ese pasado en presente, proponerse como un centro a la vez local y deslocalizado, como un archivo concentrado y ecléctico, como un microcosmo y como un macrocosmo, todo esto reunido bajo un único techo.
Quizá porque la historia es un género literario, los grandes eventos de la humanidad obedecen a leyes de estilo y reglas de sintaxis. Nuestros eventos históricos tienen sus héroes y villanos, sus réplicas memorables y sus actos simbólicos. Con esmero artístico, aunque no siempre logrado, construimos la crónica de nuestras sociedades y nuestras instituciones, y a lo largo del tiempo, como ocurre en nuestra memoria de las obras literarias, nuestras acciones se resumen a unos pocos notables párrafos. Así sucede con todas nuestras ambiciones y empresas, nuestras fundaciones y destrucciones, nuestras derrotas y nuevos comienzos. Nuestras ciudades, como nuestros libros y obras de arte, atesoran significados que sus autores no podían conocer y símbolos que, sin ser conscientes de ello, son arcanos y universales.
En este sentido, la arquitectura de una ciudad emblematiza su historia, y toda sociedad puede reclamar como suyo ese epitafio que el arquitecto Wren compuso para su tumba en la catedral de Westminster: "Si monumentum requeris, circumspice", "Si necesitas un monumento, mira en torno." Censores y políticos saben que esto es cierto y en nuestra época tratan empedernidamente de reemplazar la biblioteca, centro simbólico de una sociedad letrada, con el banco, centro simbólico de una sociedad usurera.
Desde sus principios, las bibliotecas han crecido a la sombra de censores y políticos. Los primeros creen, a pesar de los incontables ejemplos de lo contrario, que es posible anular el pasado, enceguecer el presente, desvalijar el futuro, aniquilar una idea una vez expresada y literalmente borrar las palabras de la memoria común. Los segundos piensan que, deformando o empobreciendo el acto de lectura, pueden transformar a los lectores en meros consumidores, debilitando su poder de reflexión y su juicio, condición necesaria para consumir a ciegas; durante un tiempo, pueden lograr sus propósitos, pero no para siempre. Ambos esfuerzos son, al fin y al cabo, inútiles y demuestran la extraordinaria fe que las autoridades tienen en los poderes del lector: poder de elegir, de razonar, de cuestionar, de transformar, de recordar, de imaginar mundos mejores.
En las sociedades del libro, la biblioteca, si bien reside en un lugar determinado, asume para sus lectores una geografía universal, puesto que la palabra escrita elimina las fronteras del tiempo y del espacio. "Bulattal me ha traído tu mensaje", dice una carta escrita en Mesopotamia a principios del decimoséptimo siglo a. C. y enviada desde los montes de Zagros a un lector en la aldea de Shemshara. "Tus palabras me han llenado de placer. Tuve la impresión que tú y yo nos habíamos encontrado y nos habíamos abrazado." Las palabras leídas convirtieron a este antiguo lector en un viajero mágico, transportado como por encanto al lugar donde se encontraba su amigo ausente.
Esa geografía sin fronteras que la palabra escrita crea, elige como centro el espacio de la biblioteca. Nuestro universo está definido por nuestro punto de vista: a pesar de Copérnico, seguimos imaginando que las galaxias giran en torno a esta perdida esquinita del cosmos en la que por casualidad nos encontramos. Así también nuestras bibliotecas, fortuitos centros de nuestro universo. Los siete mares y los seis continentes confluyen en los anaqueles de estos emblemáticos edificios, como también las constelaciones, los soles y las tinieblas, inmensidad que para cada lector converge en su mesa de trabajo y se resume a unas cuantas líneas del texto que está leyendo. La biblioteca universal no existe, a menos que toda biblioteca sea universal.
Durante largos siglos, la costumbre de crear bibliotecas se concentró en el Cercano Oriente y en los países del Mediterráneo. En el Imperio Romano, la biblioteca de la Villa de los Papiros de Pompeya, objeto de una magnífica exposición reciente en la Casa del Lector de Madrid, fue contemporánea de la colección de escritos reunida por la comunidad Qumran en la Palestina antigua, y Filodemo, primer lector de la biblioteca pompeyana, nació en Gadara en Jordania, a poca distancia de donde se encontraron los manuscritos del Mar Muerto. La biblioteca más antigua del mundo judío, o el primer conjunto de volúmenes al que podemos dar el nombre de biblioteca, es mencionada en el segundo Libro de Macabeos, donde se habla de un "tesoro" de libros establecido por Nehemías, que contenía libros sobre los monarcas y profetas, los salmos de David y diversas cartas atribuidas a los reyes de Israel.
En el mundo islámico, la idea de biblioteca nace con el Corán. Antes de la revelación hecha a Mahoma, la exquisita poesía amorosa y los textos filosóficos de los árabes, las crónicas históricas y los cuentos populares, no fueron recogidos ni archivados salvo en la memoria de los recitadores. La tradición dice que el califa Muavia, gobernador de Siria en el siglo séptimo, fue quien primero fundó un centro de estudios, y por ende una biblioteca, llenándola de libros que ordenó traducir del griego. Las grandes bibliotecas de Bagdad, Cairo y después Córdoba, fueron las herederas de la legendaria biblioteca del califa Muavia.
Una tal ambición bibliófila hace que toda biblioteca tenga algo de enciclopedia, y que comparta con éstas una antigua paradoja: mientras más sabemos menos podemos saber. A través de los milenios, hemos acumulado conocimientos a un ritmo espeluznante. Mientras que en el siglo I, Plinio el Viejo se jactaba de poder redactar una Historia Natural con todo lo conocido hasta entonces, a partir del Siglo de las Luces la empresa ya no estaba al alcance de una sola persona, y si bien Diderot concibió el proyecto de una enciclopedia total, requirió para llevarla a cabo la contribución de docenas de amigos y expertos, y la asistencia de innombrables bibliotecas. Desde el siglo XV en adelante, no existió nadie quien osase afirmar, como Pico de la Mirándola, que lo sabía todo.
Entonces ¿son nuestras bibliotecas un remedio para nuestra limitada inteligencia? A medida que los libros van acumulándose sobre los casi infinitos anaqueles de la biblioteca universal, material y virtual, ¿logramos realmente ser dueños de ese saber que, como el caldo encantado en el caldero del aprendiz del mago, aumenta de manera monstruosa sin que nada pueda detenerlo?
Mi generación fue quizá la última que se crió entre bibliotecas y enciclopedias. Las primeras existían, modestas, en las escuelas, o a veces en casa, y aún si uno no entraba en ellas por temor o por desinterés, sabía que allí estaban, símbolo de un poder que, al contrario del poder político o económico, parecía que podía ser nuestro. Las segundas, que para nosotros tenían algo de bibliotecas microcósmicas, eran ofrecidas por vendedores ambulantes o libreros empedernidos. Mi generación se inició al mundo de los conocimientos compartidos, primero con El Tesoro de la Juventud, con sus cubiertas sedosas y azules, donde leí por primera vez, en versiones resumidas, las aventuras de Don Quijote y de Ulises, y luego con la casi infinita Espasa Calpe que tronaba en el último anaquel de la biblioteca de mi padre, en cuyos escalofriantes artículos sobre órganos sexuales y enfermedades venéreas obtuve mi primera educación sexual. Consultábamos la enciclopedia para obtener un dato preciso para escribir nuestros deberes, pero nos demorábamos en los artículos precedentes y posteriores, pasando con voluptuosa curiosidad de las medidas cretas de los Alpes a las campañas de Aníbal y a las aventuras de los heroicos bandoleros de Albania y de Asturias. Las miles de páginas por descubrir nos fascinaban. Cuando vuelvo a ver los severos tomos en la estantería de una biblioteca, siento la nostalgia y el consuelo de alguien que reconoce en tierra extranjera un paisaje de la infancia.
Pero la nostalgia es una peligrosa seductora: tiende a hacernos creer que en el pasado hubo un jardín milagroso que no hubiéramos debido perder. El hecho de que tal jardín no existió jamás no nos convence, por que creemos recordar que allí fuimos felices, y que pasábamos tardes tranquilas rodeados de cientos de volúmenes generosos. Lo cierto es que en muy pocos casos fue así. Mis compañeros preferían pasar esas tardes jugando al fútbol, y yo mismo no frecuentaba a menudo las bibliotecas porque prefería leer a solas, en la intimidad de mi cuarto. Sin embargo, todos sabíamos que la biblioteca estaba a nuestra disposición, que existía, y el solo hecho de saberlo creaba la ilusión de que allí, al alcance de la mano y en orden alfabético, yacía todo lo que uno quisiera y pudiera preguntar, sin por lo tanto llegar a saber todo.
Los que aún frecuentamos los libros impresos –y somos muchos– sabemos que recorrer un tomo cualquiera, perdernos en los anaqueles y detenernos donde sea, no es igual a teclear una pregunta y recibir la respuesta inmediata. La biblioteca virtual es sin duda más veloz, más al día, más confiable (un intrépido explorador de la Red afirmó que la Wikipedia contiene diez veces menos errores que la venerada Britannica.) Sin embargo, sabemos que hay en la lectura demorada, en la curiosidad sin prisa, en la visión material de las riquezas que la vasta biblioteca de papel y tinta aún promete, algo que no puede reemplazarse con mera eficiencia electrónica.
Estas claves sugieren que una biblioteca –virtual o de papel y tinta– no es la simple acumulación de libros, fueran cuales fuesen, como quisieron los reyes de Alejandría. Toda biblioteca es emblema de la sociedad que la construye, y de los juicios y prejuicios de esa sociedad, de sus códigos culturales y de sus ambiciones intelectuales. Al mismo tiempo que una biblioteca demuestra los límites y condiciones de la cultura de sus lectores, una biblioteca ofrece también posibilidades para enmendar, extender y enriquecer esas mismos límites y condiciones.
Quizá la biblioteca no deba definirse como el lugar de todos nuestros conocimientos. Quizá la biblioteca de hoy en día simbolice la nostalgia de cuando éramos conscientes de no poder saber todo, y la promesa de que, en el futuro, sabremos un poco más.
© Alberto Manguel

viernes, 18 de diciembre de 2015

Alberto Manguel es el nuevo director de la Biblioteca Nacional

El escritor argentino, que vive en el exterior desde los años 70, reemplazará a partir de julio a Horacio González; su obra, entre la que se destaca Una historia de la lectura, fue traducida a 30 idiomas
El escritor Alberto Manguel será el director de la Biblioteca Nacional en reemplazo de Horacio González, anunció el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, en un comunicado oficial. Nacido en Buenos Aires, en 1948, Manguel reside actualmente en Nueva York. Por compromisos profesionales asumirá el cargo en julio próximo. Al frente de la Biblioteca Nacional, Manguel encabezará una nueva gestión "marcada por la inclusión, la innovación y la federalización de las políticas de la entidad".
"Me siento profundamente honrado por este cargo: la lista de directores previos me intimida y me desafía", afirma el flamante funcionario en el texto que acompaña su designación.
"Alberto Manguel es uno de los intelectuales argentinos con mayor reconocimiento en el exterior y, además, una de las personas que más sabe en el mundo sobre bibliotecas -afirmó Avelluto-. También, tiene dos virtudes que rara vez se encuentra en la misma persona: es un eximio escritor y, al mismo tiempo, un gestor cultural experto en el campo de la bibliotecología. Por último, hay que mencionar que se trata de una persona que dejó el país en la década del setenta y consideramos que la Argentina todavía no le ha brindado todo el reconocimiento que se merece, siendo esta designación la mejor oportunidad para hacerlo".
Criado en Tel Aviv, donde su padre fue el primer embajador argentino en Israel, Manguel es un hombre de letras en sentido amplio y descuella en todas sus facetas: el ensayo, la novela, la crítica literaria, la antología, la traducción. Su ingente obra, entre la que destacan Una historia de la lectura o Guía de lugares imaginarios, se ha traducido a más de 30 idiomas y ha merecido premios como el Médicis o el McKitterick y distinciones como la beca Guggenheim o la Ordre des Arts et des Lettres.
"No puedo imaginar un futuro sin libros, así como tampoco puedo imaginar un futuro sin transporte o sin ropa, a menos que nos transformemos en una sociedad oral -explicó en una entrevista con LA NACION en abril último-. Cosa a la que no le veo posibilidades porque estamos perdiendo la memoria, no recuperándola. El libro ha adquirido muchas formas a lo largo de los siglos y el del futuro será una variación del presente. Una tecnología reemplazará a otra y hasta el soporte digital nos parecerá perimido, pero no creo que el libro del futuro sea muy distinto".