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El alma de las bibliotecas y Centros de documentación es el bibliotecario/a. El ha sido y es, el nexo entre el saber aquilatado, conservado y organizado en las nobles arquitecturas y la comunidad. Tiene responsabilidades, objetivos y obligaciones…pero esa alma corpórea es merecedora de los derechos que como Trabajador de la Información le corresponden; Este es nuestro desafió profesional: Construír a partir de nuestra propia identidad una organización genuina para los Bibliotecarios
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miércoles, 3 de junio de 2020
jueves, 16 de mayo de 2013
Felipe II, bibliófilo
En el año 1998 se celebró el cuarto centenario del fallecimiento del rey Felipe II. Como conmemoración de ello se llevaron a cabo infinidad de actos, exposiciones y publicación de libros. Felipe II (Valladolid 1527-El Escorial 1598) fue rey de las Españas desde 1556 hasta 1598. Felipe II mandó construir el Monasterio de San Lorenzo el Real, conocido desde sus principios como El Escorial, a partir de 1563, para conmemorar la batalla de San Quintín. Con la ejecución de este admirable proyecto, quería perpetuar la gloria de la Monarquía Hispánica, representada en la figura de su padre, el Emperador Carlos I, y de él mismo, como continuador de la grandeza de la Casa de Austria. En la Carta de Fundación del Monasterio de San Lorenzo se incluye la creación de una biblioteca encaminada a ser el primer edificio de estas características en España. Esta decisión real fue la respuesta a un mportante problema presentado al Soberano por un grupo de humanistas e intelectuales españoles, quienes plantearon la necesidad de ver reunido en un único edificio, los más importantes manuscritos e impresos que se encontraban dispersos en multitud de monasterios y bibliotecas privadas. La nueva biblioteca se emplazó dentro del Monasterio como una de sus partes fundamentales. La dotación de fondos comenzó con la biblioteca privada del rey, compuesta por más de mil doscientos volúmenes, a la que siguieron también las de otros muchos personajes del momento. También ingresaron bibliotecas completas de otras fundaciones reales, como la de los Monasterios de Guadalupe y la Capilla Real de Granada. A todo ello hemos de añadir las inumerables compras realizadas por toda Europa, para las que no se escatimaron ni los medios ni el dinero. Entre todos los lamentables sucesos que han mermado el número de volúmenes allí guardados, hay que destacar el voraz incendio de 1671, que destruyó más de cuatro mil manuscritos. En la actualidad contiene unos cuarenta y cinco mil impresos, la mayoría de los siglos XV y XVI; y una colección de más de cinco mil manuscritos que se distribuyen en las siguientes lenguas según su importancia numérica: árabe, latín, castellano, griego, italiano, hebreo, catalán, francés, chino, persa, portugués, turco, armenio, alemán y nahualt. Felipe II fue un promotor de las artes y más coleccionista de libros que lector y, aunque en los años de formación se compraron para él numerosas obras representativas del esplandor renacentista, a su muerte le rodeaban, sobre todo, libros piadosos, de magia y astrología. Felipe II, en escritos que mandaba a los libreros, corredores y tratantes de libros de la época, les pedía que hicieran inventario de todos los libros que poseían, y que escribieran el nombre y apellidos de todos los autores y los entregaran a la Inquisición. Si se negaba a ello, un comisario les detendría para ser juzgados. Los libros que estuvieran en el Índice serían retirados inmediatamente y sus dueños detenidos. Los inquisidores serían los encargados de poner la pena según la gravedad del delito. En la corte de Felipe II se tomaban medidas aislacionistas y contrarias a la libertad de creación. Las duras medidas adoptadas desde las reales pragmáticas de septiembre de 1558, contra la entrada y distribución de libros constituyeron una rémora para el desarrollo cultural. Felipe II fue un monarca que tuvo una relación estrecha con los libros y su entorno. Su actitud fue decisiva en la evolución del país y dejó un gran legado cultural. Etiquetas: Bibliofilia, Biblioteca, El Escorial, Felipe II, Humanismo, Lector, Libros, Manuscritos,http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=_L7C4DZydBM#at=72 |
martes, 7 de mayo de 2013
Pinochet atesoró la biblioteca privada más importante de Latinoamérica
"Pinochet fue un bibliófilo, un coleccionista al que le hacían exposiciones privadas de libros en el palacio presidencial de La Moneda"
Santiago de Chile, Chile.- El general chileno Augusto Pinochet atesoró durante su gobierno de facto (1973-1990) la biblioteca privada más importante de América latina con 55,000 libros, varios de ellos impresos en la Colonia, dijo a DPA el periodista Juan Cristóbal Peña.
"Curiosamente, debió tener la mejor colección de marxismo de Chile", agregó el profesional, quien esta semana publicó "La secreta vida literaria de Augusto Pinochet" con Random House Mondadori.
Peña, cuya casa fue asaltada en diciembre por desconocidos junto a la de otros dos periodistas que investigaban la dictadura, agregó que el valor de la bibilioteca supera con creces los cuatro millones de dólares, según peritajes judiciales.
La tesis del impreso, que exigió cinco años de investigación, es que la afición del general por libros, cartas y mapas surgió de "un complejo de inferioridad intelectual", que además también derivó en asesinatos. Para Peña el más elocuente es el homicidio en 1974 en Buenos Aires del antecesor de Pinochet en la comandancia del Ejército, el general Carlos Prats, opositor al golpe de Estado de 1973. "Ese fue un crimen político y pasional", aseveró Peña. A su juicio, Pinochet no toleró el mayor respeto intelectual de la tropa hacia su antiguo jefe, temiendo además que encabezara la resistencia. Durante años, los servicios secretos buscaron las memorias que Prats escribió antes de morir y que fueron publicadas en 1985.
Peña, autor de libros también sobre el marxista Frente Patriótico Manuel Rodríguez, recordó a dpa que Pinochet jamás fue un soldado destacado y que combatió "a quienes le hacían sombra".
"Su carrera militar fue una guerra, plagada de dificultades", sintetizó. De hecho, el general fallecido en 2006 debió postular tres veces a la Escuela Militar y egresó con la undécima antigüedad de la Academia de Guerra, entre 14 alumnos. Curiosamente las mayores influencias formativas e intelectuales de Pinochet fueron dispares, añadió Peña.
El dictador recogió en su ascenso el influjo del general Ramón Cañas, impulsor de la geopolítica en Chile y de la estrategia de colonización antártica, además de fungir como ayudante del general Gregorio Rodríguez, de pasado anarquista.
"Su libro preferido por otra parte era `'El arte de la guerra' de Sun Tzu", un texto sobre estrategia que recomienda sobre todo la simulación. "Parecer quieto cuando se avanza", explicó Peña. Para el periodista, Pinochet siguió al pie de la letra los consejos del estratega y filósofo de los Reinos Combatientes en China, época que se extendió entre los años 476 y 221 antes de Cristo.
"Creo que a Pinochet se le ha subvalorado, pues fue capaz de incorporar muchas cosas que le enseñaron", sostuvo Peña.
En este punto, Peña observó una ambigüedad. Por un lado, Pinochet mostró alardes intelectuales escribiendo libros, finalmente llenos de plagios, pero por otro ocultó su gigantesca biblioteca. "Ese era un lugar secreto, al que muy pocos podían acceder", explicó Peña.
Los libros, comprados con fondos públicos mal habidos, constituyeron un negocio colosal para los comerciantes. "Casi no hubo librero en Chile que no tuviera tratos con Pinochet", reveló.
La biblioteca, la mitad de la cual Pinochet donó al Ejército en 1989, fue mínimamente inventariada por la Justicia, durante las investigaciones por la fortuna de la familia Pinochet. "La biblioteca quedó embargada, pero permaneció en las propiedades de la familia Pinochet. Hoy existen versiones de que los libros de Pinochet, sin vigilancia sobre ellos, comenzaron a circular en ferias y librerías como objetos de colección", dijo Peña.
"¿Cómo los reconocen? Pinochet timbraba sus libros con la imagen de una mujer alada desnuda, debajo de la cual estaba su nombre", concluyó.
Por Mauricio Weibel/DPA
martes, 30 de octubre de 2012
Protectora de los Libros
Promotora de la Feria del Libro Antiguo, tiene ejemplares históricos de Borges y Bioy. Dice que nunca se topó con un e-book.
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Dicen que las cosas inútiles suelen ser imprescindibles para el alma. Si hay algo que está recontra probado es que leer no sirve para nada. Se puede ser famoso, millonario, exitoso y hasta mediático sin saber en qué consiste ese sánguche de hojas. De ser así, ¿qué razón hay para que nos llame la atención el cartel que dice VIII Feria del Libro antiguo: del 31 de octubre al 3 de noviembre? ¡¿Octava?! ¿Ya hubo siete?
Del otro lado de la puerta espera Helena Olinik. Un amor de mujer que bien podría ser dueña, como es, de la librería "Helena de Buenos Aires", en Retiro, o de una casa de tés en hebras importados de Sri Lanka. La señora tiene el don de la aristocracia. Y tiene una asistente, mano derecha, filósofa personal, sidecar humano, que hace la curaduría de sus propias palabras. Donde Helena expresa, Catalina subraya. Para agilizar la presente edición diremos que Helena es la protagonista, aunque a su acompañante habría que reconocerle un 40 % del esplendor discursivo.
Helena, quizás bibliófila, quizás anticuaria, comerciante. Ella sabrá: "Básicamente somos gente que siente un placer descomunal por los libros. El que vende antiguos y rarezas ama el objeto y creo que el libro, en tanto objeto, se ama a partir de un autor". Helena camina hasta un escritorio. Catalina camina hasta un escritorio. Helena vuelve con un libro. Catalina vuelve. "Esto es un lujo", y muestra un texto de Vicente Huidobro que tiene el tamaño de Las Meninas de Velázquez. "Lujo total. Pero el libro, el de bolsillo, empecé a sentirlo imprescindible a los 11 años, cuando mis papás compraron el Diccionario Sopena. Yo lo agarraba, lo abría en cualquier página y aprendía palabras. Mi hermana, con la que compartía el cuarto, me decía que no podía dormir y me pedía que apagara la luz. Por esos días también descubrí la importancia de la linterna. Y de la intimidad".
Libros raros, antiguos, manuscritos históricos, literarios, impresos, grabados, mapas, fotografías. La Feria del Libro antiguo tiene un poco de todo esto, pero esencialmente tiene el reflejo de llamarse Feria, abracadabra que funciona bien en cualquier viaje: a las ferias va todo el mundo, ¿o no? Helena sonríe con una mezcla de elegancia y cortesía (cuando no te reís a lo Federica País, los reflejos de la interpretación pueden fallar).
¿Libro y antiguo, así, tan juntitos, no queda medio redundante? Digo, ¿cuánto faltará para que libro y antiguo se conviertan en sinónimos? "Soy cero apocalíptica en relación al libro. Claramente hay tanta cantidad de libros y de ediciones que esto nos da una pauta insoslayable: el libro, como la rueda, es un valor fundamental. Yo soy finita, el libro es eterno, por más que cambien los paradigmas y los soportes. Algunas ediciones podrán ser más pequeñas, estarán menos cuidadas, habrá libros que se reeditarán, libros que no, pero al libro no se lo puede detener".
Ella y Catalina – en off – hablan del libro evadiendo toda suerte de Ana Frank en su arenga. Con lo que se viene, y tratándose de coleccionistas de páginas incunables, libros antiguos, tapa dura, alto gramaje, ¿no les correspondería una mueca de horror? "Los periodistas creen que el valor de un libro se relaciona con la antigüedad. No siempre es así..." Van y vuelven con una primera edición de El juguete Rabioso cotizado en dólares. "El que se lo lleve será un fanático de Arlt o un coleccionista de primeras ediciones". ¿Y por qué no pensar en un consumidor compulsivo escondido tras la ingenua máscara del hobbie? "El coleccionista quiere tener el ejemplar. Es así. Se compra el libro y lo coloca en una biblioteca. Lo cuida del hollín, de los olores, lo trata como a un bebé. Mucho más no te puedo decir porque hicimos una tesis sobre la bibliofilia y no llegamos a ninguna conclusión".
Traen una primera edición de La invención de Morel (Bioy, 1940) pero dedicado por Borges A la admirada y admirable princesa de Faucigny Lucinge con la devoción total de Jorge Luis Borges . "Borges firmó mucho y dedicó largo, pero después, cuando se fue quedando ciego, la firma cambió, se achicó: lo mismo pasó con las dedicatorias. Cada vez fueron más breves".
Tratando de volver a generar un poco de desconsuelo, mencionamos, casi que deletreamos, e-book. "¡Sabía que ibas a preguntar!". ¿Cómo reaccionás ante un e-book? a) ¿lo escupís?, b) ¿lo ignorás? "Al e-book no lo posees y a la gente le gusta poseer. Necesitamos lo material. A la fecha no me he topado nunca con un e-book".
El e-book crece y nosotros todavía sin traducción. ¿Llegarán las "ebookerías"?, con remota suerte castellana, ibukerías . Helena – el horror es nuestro –, ¿no crees que en medio siglo la Feria del Libro terminará siendo un galpón hight tech y la Biblioteca Nacional, un panteón de hojas de papel? "No, no te preocupes. Y hablando de ferias te cuento que la feria del libro antiguo casi no comparte público con la tradicional. La nuestra es un nicho pequeño que una vez por año tiene la posibilidad de abrir sus puertas al mundo. La última vez hubo dos cuadras de cola. No lo podíamos creer".
Tags: Feria del Libro antiguo, ebookerías, Helena Olinik,
viernes, 11 de noviembre de 2011
Por sus libros les conoceréis…
«La bibliofilia es una enfermedad muy común entre escritores», asegura el 'inspector de bibliotecas' Jesús Marchamalo
Nuestros libros dicen mucho de nosotros. Más de lo que quisiéramos. Bien lo sabe Jesús Marchamalo (Madrid, 1960), un hurón de bibliotecas que durante meses husmeó librerías de narradores y poetas. Algunas mastodónticas y babélicas, con decenas de miles de volúmenes, y otras recoletas y casi portátiles. Casi todas tocadas por cierto desorden. Lo que nació como una atractiva sección de un suplemento cultural es ahora un libro, 'Donde se guardan los libros' (Siruela). A su través podemos meter las narices -y los ojos mediante un centenar de fotografías del propio autor- en las bibliotecas de Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Ferrero, Clara Janés, Soledad Puértolas, Fernando Savater, Gustavo Martín Garzo, Luis Mateo Díez o Antonio Gamoneda, entre otros.
Cada uno de ellos refiere sus filias y sus fobias, sus maniáticas y variadas maneras de relacionarse con los libros, su orden y su desorden en los estantes. Sabemos por este 'inspector de bibliotecas' de los fetiches, las lecturas decisivas, recurrentes o forzadas de nuestros literatos y cómo sus bibliotecas se conformaron a golpes de azar, capricho y herencias.
¿Por sus bibliotecas les conoceréis? «Sin duda. Lo dijo Marguerite Yourcenar y lo constato. Nuestros libros son 'otro' espejo del alma. Y bastante certero. A través de las bibliotecas obtenemos una radiografía bastante cierta del dueño», asegura Marchamalo. «La bibliofilia es una enfermedad común en casi todos los escritores», agrega el también narrador y bibliófilo, que se quedó con las ganas de incluir en este libro de libros los detalles librescos de Juan Marsé y Eduardo Mendoza. La leyenda cuenta que Mendoza se libra de su libros «abandonándolos por aquí y por allá, en asientos de autobús, cafeterías, hoteles, dejando en un personalísimo 'bookcrossing' los libros que le gustan y los que no».
«Todas las bibliotecas son aparentemente diferentes -grandes, pequeñas, el tamaño no importa, anglófilas o francófilas, literarias o ensayísticas- pero todas se conectan mediante hilos comunes, que son los grandes autores y las manías y hábitos de su propietarios», explica Marchamalo. Así «vemos cómo en la biblioteca de Luis Landero se abren puertas que conectan con la de Javier Marías, y en la de Marías con la de Pérez Reverte».
Marchamalo buscó la «singularidad» de cada amante de los libros con los que compartió horas y confidencias bibliófilas. «Buscaba el rasgo definitorio y diferencial de cada personaje. Como el orden extremo y la meticulosidad de un Vargas Llosa que tiene una potente base de datos con los miles de títulos que atesora en sus bibliotecas interconectadas e informatizadas de Madrid, Londres, París, Lima o Nueva York». El Nobel se permite el lujo de contar con un equipo de colaboradores que mantiene este escrupuloso orden «batallando contra su propensión al desorden».
En el polo opuesto cabría situar a Clara Janés, «en permanente batalla con el caos y los ácaros», o a Luís Alberto de Cuenca, «propietario de 40.000 libros que le han ganado la batalla por el espacio en una de sus casas, jalonada de montañas, pilas y columnas de libros que invaden y excluyen casi al dueño». La misma cruenta batalla por el espacio se libra en la casa, no muy grande, de Enrique Vila-Matas, «que con dolor de corazón se deshizo de sus libros de Derecho cuando decidió cambiar de vida y arrojar parte de su pasado para conciliarse con su presente de escritor».
Rincón del caos
«Hasta en la biblioteca más ordenada hay un rincón del caos en el que todo se amontona pendiente de clasificar o leer», acota Marchamalo. No suele haber santuarios «pero sí objetos y libros sagrados». «José María Merino sabe en qué balda está cada uno de esos libros que marcaron su trayectoria; lecturas de infancia que han sobrevivido a mudanzas y avatares. Libros sin gran valor material pero con un impagable valor emocional».
¿Serán las librerías pronto cementerios de papel? «No creo. La guerra entre el papel y lo digital es falsa. Convivirán, como conviven las ediciones de bolsillo y las de lujo. Bites y papel no son excluyentes. Adoro la tecnología, tengo artilugios deliciosos, tableta, pagina web, blog. pero idolatro el papel y esas bibliotecas en las que un libro te lleva a otro, remueve y aviva tus recuerdos , confrontando al lector que eres con el que fuiste».
Ninguno de sus 'bibliopersonajes' se lo puso difícil. La selección se hizo de forma «casi accidental» tratando de casar admiraciones personales con calendarios y agendas de los «radiobibliografiados». A cada uno les pidió tres títulos recomendados: uno propio, otro contemporáneo y un clásico universal. «Ahí nace otra biblioteca muy recomendable».
Periodista y escritor, Jesús Marchamalo ha desarrollado gran parte de su carrera en RNE y TVE. Colaborador de muy diversos medios, ganó los premios Ícaro, Montecarlo y el Nacional de Periodismo Miguel Delibes. Es autor también de 'Las bibliotecas perdidas' (2008) y 'Tocar los libros' (2010).
Fuente: http://www.larioja.com/v/20111106/cultura/libros-conocereis-20111106.html
sábado, 30 de abril de 2011
La bibliópolis oculta
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sábado, 8 de enero de 2011
Patologías librescas
Hay gente que se vuelve chiflada con los libros. Algunos sufren de bibliofilia, el amor desaforado por los libros. Los coleccionan, los almacenan en inmensas bibliotecas, persiguen de forma enfermiza incunables, ejemplares raros o primeras ediciones durante años en librerías de viejo escondidas por toda la faz del planeta. A la inversa, otros sufren de bibliofobia, no los pueden ver delante, hasta el extremo de caer en la biblioclastia, o destrucción de libros (en hogueras, por ejemplo, perpetrada por nazis e inquisidores). Hay muchos que caen irremisiblemente en la bibliocleptomanía, el robo de libros, tanto en librerías, grandes superficies o casas de amigos... ¿Cuántos libros prestados de buena fe no llegan a ser devueltos? Los más raros llegan hasta, literalmente, comérselos: son los terribles bibliófagos. Cuídense de ellos. De todas estas patologías librescas trata Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas (Universidad de Sevilla), del diplomático, y bibliófilo a la sazón, Miguel Albero.
Por lo detallado y exhaustivo de su tratamiento, bien podría usarse como libro de texto para una hipotética asignatura universitaria sobre bibliopatías (si no existe, desde aquí recomendamos su creación). Albero hace un recorrido por todas estas aproximaciones perversas al libro con estilo depurado, una dosis elevada de humor, ironía y muchas y ricas anécdotas. Como complemento ideal a esta especie de tratado, podría recomendarse Bibliofrenia (Melusina), de Joaquín Rodríguez, una galería que ahonda en la biografía de 25 de estos curiosos especímenes. Ejemplos: el historiador prusiano Theodor Mommsen, que escribió 1.500 obras y murió cuando, utilizando una vela para leer un libro encaramado a una escalera de su extensa biblioteca, su cabellera prendió en llamas. O Richard Heber, que recopiló una biblioteca tan fabulosa (tenía tres copias de cada libro) que necesitó ocho casas para albergarla. O Aaron Lansky, que recorrió el mundo de punta a punta hasta reunir una colección de más de 11.000 libros escritos en yídish, lo que es hoy el National Yiddish Book Center estadounidense.
Alrededor del bibliómano, los libros se reproducen silenciosamente y, como musgo, van colonizando lo que tienen alrededor, las mesas, las estanterías, el suelo, los armarios, restando espacio al resto de la vida cotidiana. En Tocar los libros (Fórcola), que nació como una conferencia, el periodista Jesús Marchamalo empieza tratando de averiguar cuántos volúmenes forman su biblioteca y acaba firmando una obra personal y sencilla, cargada de humor y de sincero amor por los libros y la literatura. Siguiendo el hilo, Jacques Bonnet continúa dándole vueltas a las bibliotecas en el ensayo Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama). En este caso, los fantasmas no son terroríficos espectros venidos del más allá, sino los huecos que quedan en una estantería cuando falta un volumen. Además de por los libros desaparecidos, Bonnet también se pregunta de dónde vienen esos libros que aparecen en sus anaqueles, qué casualidades, encuentros y vicisitudes les ha llevado a su poder. Y ahora llegan los libros electrónicos y todo cambiará o no, pero antes de ellos la lectura ya había cambiado mucho a lo largo de su larga historia.
Es lo que cuenta Román Gubern, catedrático emérito de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Metamorfosis de la lectura (Anagrama). Gubern hace un recorrido panorámico y cristalino que empieza muy por el principio: "En el principio era el Verbo", comienza el libro de los libros, el best seller eterno: la Biblia, hasta llegar a la actual escritura en las pantallas de los dispositivos electrónicos. ¿Qué opina Gubern del tema del momento? Pues que el libro tradicional y electrónico convivirán. Eso sí, aquellos que se han criado y crecido en la cultura del libro impreso mantienen una fuerte dependencia emocional con él; a juicio del autor, este reúne unas condiciones que no tiene el electrónico: capacidad de ser fetiche, objeto de diseño gráfico, valor sentimental, comodidad para ojear y hojear... y hasta se puede leer en una bañera o en una piscina. Sobre este particular trata en gran parte Nadie acabará con los libros (Lumen), una recopilación de charlas entre Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, dos bibliófilos preocupados por el futuro del libro, la llegada del soporte digital, la conservación de la memoria almacenada... aunque menos por los contenidos. Porque, como dice Eco en la cita que resume este título, "el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor".
SERGIO C. FANJUL 08/01/2011
Fuente: http://www.elpais.com/articulo/portada/Patologias/librescas/elpepuculbab/20110108elpbabpor_4/Tes
martes, 10 de agosto de 2010
La Bibliofilia
La historia de la bibliofilia se remonta a la fundación de la Biblioteca de Nínive por el rey asirio Assurbanipal (669-627 a.C.), aunque el filósofo Aristóteles (384-322 a.C.) ya poseía una colección privada que, al parecer, sirvió de modelo para la gran Biblioteca de Alejandría, fundada por el rey egipcio Tolomeo I Sóter y ampliada por su hijo, Tolomeo II Filadelfo, que llegó a contener hasta 700.000 volúmenes de papiro. En Pérgamo, Eumenes II reunió otra importante colección de libros formada por unos 200.000 pergaminos. Durante la edad media, gracias a los esfuerzos individuales y colectivos, se fundaron importantes bibliotecas en iglesias, monasterios y catedrales.
Las universidades lo hicieron a partir del siglo XII. El interés por el coleccionismo de libros se relata ya en el "Philobiblon" (1473), obra de Richard de Bury, obispo de Durham. Animados por el espíritu del humanismo, la aparición de la imprenta y el aumento general del nivel de vida, los grandes comerciantes y gobernantes de los siglos XV y XVI reunieron importantes colecciones de manuscritos y de los primeros libros impresos; así nacieron, entre otras, la Biblioteca Vaticana y la española del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Durante los siglos XVII y XVIII la bibliofilia causó auténtico furor en Europa, especialmente en Francia. Personajes como el cardenal de Richelieu, Giulio Mazarino y Jean-Baptiste Colbert figuran entre los coleccionistas más destacados. Durante esta época se crearon también importantes bibliotecas de corte, que más tarde se convertirían en bibliotecas nacionales. Hacia finales del siglo XIX el centro de la actividad bibliófila internacional se desplazó de Europa a Estados Unidos y, ya en el siglo XX, nació en Moscú la Biblioteca Lenin, la más grande del mundo en cuanto a número de ejemplares.
Los libros raros alcanzan precios muy elevados en las subastas y las transacciones privadas. En 1812 se vendió en Londres una copia de la primera edición de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, por 2.260 libras; fue probablemente el precio más alto pagado por un solo ejemplar desde que comenzaran las subastas de libros en el siglo XVII. En el siglo XIX Londres se convirtió en el centro internacional del mercado de libros raros (aquellos que por diferentes causas se convierten en una excepción). Algunos de ellos llegaron a adquirir una especial relevancia histórica, entre los que figuran la Biblia de Gutenberg (impresa en Maguncia entre 1450 y 1456), la primera edición de las obras completas de William Shakespeare (1623), de La Celestina (de origen bibliográfico desconocido), El septenario de los dolores de María Santísima de José Antonio de San Alberto (1781, considerado el primer libro impreso en Buenos Aires y del que sólo se conservan dos ejemplares) o la edición impresa en hojas de corcho de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.
sábado, 17 de abril de 2010
El último Bibliofilo
La casa de José Mindlin está en una zona residencial de São Paulo (Brasil). No es ni un famoso escritor, ni artista, ni profesor universitario, ni político. Simplemente es uno de los más grandes coleccionistas de libros o, como a él le gusta definirse: un buen lector. Sin embargo, casi todos nuestros contemporáneos que han escrito sobre libros y bibliotecas, como, por ejemplo, Jacques Bonnet, Umberto Eco o Jean-Claude Carrière, lo citan con admiración porque posee libros únicos. La puerta principal que da a la calle se abre automáticamente y da paso a un jardín en medio del cual se levanta una casa. Una sirvienta me abre otra puerta que da a un gran salón repleto de estanterías y libros. Poco después aparece el dueño.
Es una persona de mediana estatura, bastante mayor, muy amable, sonriente y de una gran agilidad para ir recogiendo de aquí y de allí volúmenes. Mindlin pertenece a una familia rusa que se estableció en Brasil a comienzos del siglo XX. Sus padres nacieron y se conocieron en Rusia. En 1905 emigraron cada uno por su lado y se encontraron casualmente cinco años después en Nueva York, donde contrajeron matrimonio y decidieron trasladarse a Brasil. Mindlin me comenta que en su familia siempre hubo interés por la pintura y tenían una razonable biblioteca. Ese discreto ambiente intelectual ayudó a su formación y a la de sus hermanos: Henrique, el mayor, un importante arquitecto amigo de Calder; Esther, una actriz que se agostó debido a la dedicación familiar; y Arnaldo, abogado como él mismo que, al final de su vida, lo dejó todo para dedicarse a la Fundación del Libro para Ciegos.
Fuente: http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=14347&num=945&sec=31
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Cuentos de Bibliófilos
Guardas en papel, jaspeado, lomos fatiados, impresos en vitela, libros intonsos, ex libris y exdonos de personajes desaparecidos se citan cada noviembre en la Plaza Nueva. Por allí vagan los bibliófilos de toda estirpe, los vivos y los muertos, los que buscan con obsesión los libros raros para su biblioteca in progress con los que quedan minúsculas huellas de sus biografías, como papeles olvidados o cabellos o recuerdos en ejemplares que fueron suyos.
Hay un soliloquio de bibliólatras -porque esta fiebre libresca puede considerarse una religión- que plantan su altar a santa Wiborada, mártir salvadora de bibliotecas, a la que se encomiendan para encontrar primeras ediciones, libros raros o intonsos de páginas aún por desvirgar. Hay también en las casetas de esta Feria del Libro Antiguo y de Ocasión libros usados, baratos y con mil historias entre sus páginas. Y adivinamos los lectores que hay dentrás de estos volúmenes, imaginamos cómo eran por las frases subrayadas, por la doblez de la página en la que interrumpieron su lectura e incluso algunos detalles de gusto como el secreto de sus exlibris y hasta el día y por qué lo compraron.
Lo más terrible es ver los ejemplares dispersos de las bibliotecas devastadas, los libros de alguien que con cuidado formó su biblioteca para que al morir los despreocupados descendientes los vendieran en almoneda. Esos lectores difuntos sufren recorriendo las casetas de la Feria y los plúteos en los que se exhiben los tesoros que con tanto mimo compraron, cuidaron y leyeron.
Después del excepcional pregón con el que José Manuel Caballero Bonald inauguró una nueva edición de la Feria, esta cita libresca ha abierto sus puertas acogiendo a bibliófilos, bibliómanos, bibliópatas y hasta bibliófagos, que todo hay en toda esta extravagante familia.
Rodriguez Moñinol, que tanto lloró con la pérdida de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, vendida al millonario norteamericano Archer Huntinngtonn, decía de esta saga de letra heridos: "¡Mundo curioso, pintoresco, sutil, éste de los libros viejos!".
Y es curioso pensar que muchos libros viejos son fruto del azar y los milagros, pues se salvaron del fuego, de los derribos y hasta de las guerras, los pogroms o las revoluciones. Ejemplo de libros salvados son los ejemplares de las bibliotecas de la Ciudad Universitaria que sirvieron como parapeto de trincheras en la Guerra Civil. Aún se ven ejemplares atravesados por balas asesinas.
En realidad, se podrían recordar insólitas historias de boras rescatadas, pero también de libros perdidos definitivamente. El bibliófilo norteamericano Harry Elkins Widenor compró una gran biblioteca en Europa, pero a su regreso se embarcó en el Titanic. También se sabe que casi todos los ejemplares de El Melopeo y Maestro, de Pedro Cerone (Nápoles, 1613) se perdieron en el hundimiento del barco que los transportaba. Y Hernando Colón, el bibliófilo sevillano e hijo del almirante, después de recorrer media Europa comprando libros decidió embarcar los ejemplares adquidos en un navió que salió de Génova con el fin de seguir viajando libremente en busca de más volúmenes. Lo malo es que el barco naufragó y se perdieron para siempre aquellos libros que una vez compró el gran bibliófilo que, sin embargo, los inventarios anotando cuidadosamente la procedencia de cada ejemplar con un titulo hermosísimo: Memorial de los Libros Natufragados.
En esta Plaza Nueva se recuerdan también otras curiosísimas historias sobre bibliopatías como la del Marqués de Sade que encuaderno un libro con la piel de mujer o de aquel inglés que reunió 365 Ovidios, uno para cada día y uno más impreso en seda blanca con el que se amortajo. Cosas de Bibliógrafos......
Fuente: http://puntodeencuentroasociativo.blogspot.com/
Hay un soliloquio de bibliólatras -porque esta fiebre libresca puede considerarse una religión- que plantan su altar a santa Wiborada, mártir salvadora de bibliotecas, a la que se encomiendan para encontrar primeras ediciones, libros raros o intonsos de páginas aún por desvirgar. Hay también en las casetas de esta Feria del Libro Antiguo y de Ocasión libros usados, baratos y con mil historias entre sus páginas. Y adivinamos los lectores que hay dentrás de estos volúmenes, imaginamos cómo eran por las frases subrayadas, por la doblez de la página en la que interrumpieron su lectura e incluso algunos detalles de gusto como el secreto de sus exlibris y hasta el día y por qué lo compraron.
Lo más terrible es ver los ejemplares dispersos de las bibliotecas devastadas, los libros de alguien que con cuidado formó su biblioteca para que al morir los despreocupados descendientes los vendieran en almoneda. Esos lectores difuntos sufren recorriendo las casetas de la Feria y los plúteos en los que se exhiben los tesoros que con tanto mimo compraron, cuidaron y leyeron.
Después del excepcional pregón con el que José Manuel Caballero Bonald inauguró una nueva edición de la Feria, esta cita libresca ha abierto sus puertas acogiendo a bibliófilos, bibliómanos, bibliópatas y hasta bibliófagos, que todo hay en toda esta extravagante familia.
Rodriguez Moñinol, que tanto lloró con la pérdida de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, vendida al millonario norteamericano Archer Huntinngtonn, decía de esta saga de letra heridos: "¡Mundo curioso, pintoresco, sutil, éste de los libros viejos!".
Y es curioso pensar que muchos libros viejos son fruto del azar y los milagros, pues se salvaron del fuego, de los derribos y hasta de las guerras, los pogroms o las revoluciones. Ejemplo de libros salvados son los ejemplares de las bibliotecas de la Ciudad Universitaria que sirvieron como parapeto de trincheras en la Guerra Civil. Aún se ven ejemplares atravesados por balas asesinas.
En realidad, se podrían recordar insólitas historias de boras rescatadas, pero también de libros perdidos definitivamente. El bibliófilo norteamericano Harry Elkins Widenor compró una gran biblioteca en Europa, pero a su regreso se embarcó en el Titanic. También se sabe que casi todos los ejemplares de El Melopeo y Maestro, de Pedro Cerone (Nápoles, 1613) se perdieron en el hundimiento del barco que los transportaba. Y Hernando Colón, el bibliófilo sevillano e hijo del almirante, después de recorrer media Europa comprando libros decidió embarcar los ejemplares adquidos en un navió que salió de Génova con el fin de seguir viajando libremente en busca de más volúmenes. Lo malo es que el barco naufragó y se perdieron para siempre aquellos libros que una vez compró el gran bibliófilo que, sin embargo, los inventarios anotando cuidadosamente la procedencia de cada ejemplar con un titulo hermosísimo: Memorial de los Libros Natufragados.
En esta Plaza Nueva se recuerdan también otras curiosísimas historias sobre bibliopatías como la del Marqués de Sade que encuaderno un libro con la piel de mujer o de aquel inglés que reunió 365 Ovidios, uno para cada día y uno más impreso en seda blanca con el que se amortajo. Cosas de Bibliógrafos......
Fuente: http://puntodeencuentroasociativo.blogspot.com/
martes, 29 de septiembre de 2009
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