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miércoles, 3 de junio de 2020

Philobiblon: el tratado más antiguo sobre el amor a los libros y la gestión de las bibliotecas






Philobiblon: el tratado más antiguo sobre el amor a los libros y la gestión de las bibliotecas

por Julio Alonso Arévalo

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El "Philobiblon" es una colección de ensayos sobre la adquisición, preservación y organización de libros escritos por el bibliófilo medieval #RicharddeBury poco antes de su muerte en 1345. Escrito en latín, como era la costumbre del día, se divide en veinte capítulos. , cada uno cubriendo un tema diferente relacionado con la recolección de libros.
Según el erudito P. Martin, el Philobiblon es "uno de los textos medievales más antiguos sobre el tema de la gestión de la biblioteca". En el capítulo 19 En primis enim libros omnes et singulos. (De la manera de prestar todos nuestros libros a los estudiantes), Bury describe las prácticas para el control de circulación entre los estudiantes de la universidad, utilizando a veces un sistema destanterías abiertas en lugar del sistema dominante de estanterías cerradas. También habla sobre innovaciones como un catálogo, términos de préstamo y préstamos abiertos en el caso de que haya libros duplicados.

FRAGMENTOS
"En los libros veo a los muertos como si fuesen vivos; en los libros preveo el porvenir; en los libros se reglamentan las cosas de la guerra y surgen los derechos de la paz. Todo se corrompe y destruye con el tiempo […] Quien por lo tanto afirma ser celoso de la verdad, de la felicidad, de la sabiduría o el conocimiento, incluso de la fe, debe convertirse en un amante de los libros. […] toda la gloria del mundo se desvanecería en el olvido si, como remedio, no hubiese dado Dios a los mortales el libro" […]. "Las riquezas, de cualquier especie que sean, están por debajo de los libros, incluso la clase de riqueza más estimable: la constituida por los amigos, como lo confirma Boecio en su II libro de "De Consolatione" […] "Una biblioteca repleta de sabiduría es más preciada que todas las riquezas, y nada, por muy apetecible que sea, puede comparársele" […]. . En los libros escalamos montañas y exploramos los abismos más profundos del abismo.

Ricardo de Bury

Lista de capítulos
Prólogo
  1. Que el tesoro de la sabiduría está contenido principalmente en los libros
  2. El grado de afecto que se debe correctamente al libro
  3. Lo que debemos pensar del precio en la compra de libros.
  4. La denuncia de libros contra el clero
  5. La queja de los libros contra los poseedores
  6. La queja de los libros contra los mendicantes
  7. La queja de los libros contra las guerras
  8. De las numerosas oportunidades que hemos tenido de coleccionar una tienda de libros
  9. Cómo, aunque preferimos las obras de los antiguos, no hemos condenado los estudios de los modernos
  10. Del perfeccionamiento gradual de los libros
  11. Por qué hemos preferido los libros de aprendizaje liberal a los libros de derecho
  12. Por qué hemos hecho que los Libros de gramática estén tan diligentemente preparados
  13. ¿Por qué no hemos descuidado por completo las fábulas de los poetas?
  14. ¿Quiénes deberían ser amantes especiales de los libros?
  15. De las ventajas del amor de los libros.
  16. Que es meritorio escribir nuevos libros y renovar los viejos
  17. Demostrar la debida propiedad en la custodia de libros
  18. Demuestra que hemos recopilado una gran tienda de libros para el beneficio común de los académicos y no solo para nuestro propio placer.
  19. De la manera de prestar todos nuestros libros a los estudiantes
  20. Una exhortación a los eruditos para que nos retribuyan con oraciones piadosas


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jueves, 16 de mayo de 2013

Felipe II, bibliófilo



En el año 1998 se celebró el cuarto centenario del fallecimiento del rey Felipe II. Como conmemoración de ello se llevaron a cabo infinidad de actos, exposiciones y publicación de libros.


Felipe II (Valladolid 1527-El Escorial 1598) fue rey de las Españas desde 1556 hasta 1598.


Felipe II mandó construir el Monasterio de San Lorenzo el Real, conocido desde sus principios como El Escorial, a partir de 1563, para conmemorar la batalla de San Quintín. Con la ejecución de este admirable proyecto, quería perpetuar la gloria de la Monarquía Hispánica, representada en la figura de su padre, el Emperador Carlos I, y de él mismo, como continuador de la grandeza de la Casa de Austria.


En la Carta de Fundación del Monasterio de San Lorenzo se incluye la creación de una biblioteca encaminada a ser el primer edificio de estas características en España. Esta decisión real fue la respuesta a un mportante problema presentado al Soberano por un grupo de humanistas e intelectuales españoles, quienes plantearon la necesidad de ver reunido en un único edificio, los más importantes manuscritos e impresos que se encontraban dispersos en multitud de monasterios y bibliotecas privadas. La nueva biblioteca se emplazó dentro del Monasterio como una de sus partes fundamentales.

La dotación de fondos comenzó con la biblioteca privada del rey, compuesta por más de mil doscientos volúmenes, a la que siguieron también las de otros muchos personajes del momento. También ingresaron bibliotecas completas de otras fundaciones reales, como la de los Monasterios de Guadalupe y la Capilla Real de Granada. A todo ello hemos de añadir las inumerables compras realizadas por toda Europa, para las que no se escatimaron ni los medios ni el dinero.


Entre todos los lamentables sucesos que han mermado el número de volúmenes allí guardados, hay que destacar el voraz incendio de 1671, que destruyó más de cuatro mil manuscritos. En la actualidad contiene unos cuarenta y cinco mil impresos, la mayoría de los siglos XV y XVI; y una colección de más de cinco mil manuscritos que se distribuyen en las siguientes lenguas según su importancia numérica: árabe, latín, castellano, griego, italiano, hebreo, catalán, francés, chino, persa, portugués, turco, armenio, alemán y nahualt.


Felipe II fue un promotor de las artes y más coleccionista de libros que lector y, aunque en los años de formación se compraron para él numerosas obras representativas del esplandor renacentista, a su muerte le rodeaban, sobre todo, libros piadosos, de magia y astrología.


Felipe II, en escritos que mandaba a los libreros, corredores y tratantes de libros de la época, les pedía que hicieran inventario de todos los libros que poseían, y que escribieran el nombre y apellidos de todos los autores y los entregaran a la Inquisición. Si se negaba a ello, un comisario les detendría para ser juzgados. Los libros que estuvieran en el Índice serían retirados inmediatamente y sus dueños detenidos. Los inquisidores serían los encargados de poner la pena según la gravedad del delito.


En la corte de Felipe II se tomaban medidas aislacionistas y contrarias a la libertad de creación. Las duras medidas adoptadas desde las reales pragmáticas de septiembre de 1558, contra la entrada y distribución de libros constituyeron una rémora para el desarrollo cultural.


Felipe II fue un monarca que tuvo una relación estrecha con los libros y su entorno. Su actitud fue decisiva en la evolución del país y dejó un gran legado cultural.

Etiquetas: Bibliofilia, Biblioteca, El Escorial, Felipe II, Humanismo, Lector, Libros, Manuscritos,

http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=_L7C4DZydBM#at=72



martes, 7 de mayo de 2013

Pinochet atesoró la biblioteca privada más importante de Latinoamérica


 

"Pinochet fue un bibliófilo, un coleccionista al que le hacían exposiciones privadas de libros en el palacio presidencial de La Moneda"

Santiago de Chile, Chile.- El general chileno Augusto Pinochet atesoró durante su gobierno de facto (1973-1990) la biblioteca privada más importante de América latina con 55,000 libros, varios de ellos impresos en la Colonia, dijo a DPA el periodista Juan Cristóbal Peña.

"Curiosamente, debió tener la mejor colección de marxismo de Chile", agregó el profesional, quien esta semana publicó "La secreta vida literaria de Augusto Pinochet" con Random House Mondadori.

Peña, cuya casa fue asaltada en diciembre por desconocidos junto a la de otros dos periodistas que investigaban la dictadura, agregó que el valor de la bibilioteca supera con creces los cuatro millones de dólares, según peritajes judiciales.

La tesis del impreso, que exigió cinco años de investigación, es que la afición del general por libros, cartas y mapas surgió de "un complejo de inferioridad intelectual", que además también derivó en asesinatos. Para Peña el más elocuente es el homicidio en 1974 en Buenos Aires del antecesor de Pinochet en la comandancia del Ejército, el general Carlos Prats, opositor al golpe de Estado de 1973. "Ese fue un crimen político y pasional", aseveró Peña. A su juicio, Pinochet no toleró el mayor respeto intelectual de la tropa hacia su antiguo jefe, temiendo además que encabezara la resistencia. Durante años, los servicios secretos buscaron las memorias que Prats escribió antes de morir y que fueron publicadas en 1985.

Peña, autor de libros también sobre el marxista Frente Patriótico Manuel Rodríguez, recordó a dpa que Pinochet jamás fue un soldado destacado y que combatió "a quienes le hacían sombra".
"Su carrera militar fue una guerra, plagada de dificultades", sintetizó. De hecho, el general fallecido en 2006 debió postular tres veces a la Escuela Militar y egresó con la undécima antigüedad de la Academia de Guerra, entre 14 alumnos. Curiosamente las mayores influencias formativas e intelectuales de Pinochet fueron dispares, añadió Peña.

El dictador recogió en su ascenso el influjo del general Ramón Cañas, impulsor de la geopolítica en Chile y de la estrategia de colonización antártica, además de fungir como ayudante del general Gregorio Rodríguez, de pasado anarquista.

"Su libro preferido por otra parte era `'El arte de la guerra' de Sun Tzu", un texto sobre estrategia que recomienda sobre todo la simulación. "Parecer quieto cuando se avanza", explicó Peña. Para el periodista, Pinochet siguió al pie de la letra los consejos del estratega y filósofo de los Reinos Combatientes en China, época que se extendió entre los años 476 y 221 antes de Cristo.
"Creo que a Pinochet se le ha subvalorado, pues fue capaz de incorporar muchas cosas que le enseñaron", sostuvo Peña.

En este punto, Peña observó una ambigüedad. Por un lado, Pinochet mostró alardes intelectuales escribiendo libros, finalmente llenos de plagios, pero por otro ocultó su gigantesca biblioteca. "Ese era un lugar secreto, al que muy pocos podían acceder", explicó Peña.

Los libros, comprados con fondos públicos mal habidos, constituyeron un negocio colosal para los comerciantes. "Casi no hubo librero en Chile que no tuviera tratos con Pinochet", reveló.
La biblioteca, la mitad de la cual Pinochet donó al Ejército en 1989, fue mínimamente inventariada por la Justicia, durante las investigaciones por la fortuna de la familia Pinochet. "La biblioteca quedó embargada, pero permaneció en las propiedades de la familia Pinochet. Hoy existen versiones de que los libros de Pinochet, sin vigilancia sobre ellos, comenzaron a circular en ferias y librerías como objetos de colección", dijo Peña.

"¿Cómo los reconocen? Pinochet timbraba sus libros con la imagen de una mujer alada desnuda, debajo de la cual estaba su nombre", concluyó.

Por Mauricio Weibel/DPA

martes, 30 de octubre de 2012

Protectora de los Libros



Promotora de la Feria del Libro Antiguo, tiene ejemplares históricos de Borges y Bioy. Dice que nunca se topó con un e-book.
Dicen que las cosas inútiles suelen ser imprescindibles para el alma. Si hay algo que está recontra probado es que leer no sirve para nada. Se puede ser famoso, millonario, exitoso y hasta mediático sin saber en qué consiste ese sánguche de hojas. De ser así, ¿qué razón hay para que nos llame la atención el cartel que dice VIII Feria del Libro antiguo: del 31 de octubre al 3 de noviembre? ¡¿Octava?! ¿Ya hubo siete?
Del otro lado de la puerta espera Helena Olinik. Un amor de mujer que bien podría ser dueña, como es, de la librería "Helena de Buenos Aires", en Retiro, o de una casa de tés en hebras importados de Sri Lanka. La señora tiene el don de la aristocracia. Y tiene una asistente, mano derecha, filósofa personal, sidecar humano, que hace la curaduría de sus propias palabras. Donde Helena expresa, Catalina subraya. Para agilizar la presente edición diremos que Helena es la protagonista, aunque a su acompañante habría que reconocerle un 40 % del esplendor discursivo.
Helena, quizás bibliófila, quizás anticuaria, comerciante. Ella sabrá: "Básicamente somos gente que siente un placer descomunal por los libros. El que vende antiguos y rarezas ama el objeto y creo que el libro, en tanto objeto, se ama a partir de un autor". Helena camina hasta un escritorio. Catalina camina hasta un escritorio. Helena vuelve con un libro. Catalina vuelve. "Esto es un lujo", y muestra un texto de Vicente Huidobro que tiene el tamaño de Las Meninas de Velázquez. "Lujo total. Pero el libro, el de bolsillo, empecé a sentirlo imprescindible a los 11 años, cuando mis papás compraron el Diccionario Sopena. Yo lo agarraba, lo abría en cualquier página y aprendía palabras. Mi hermana, con la que compartía el cuarto, me decía que no podía dormir y me pedía que apagara la luz. Por esos días también descubrí la importancia de la linterna. Y de la intimidad".
Libros raros, antiguos, manuscritos históricos, literarios, impresos, grabados, mapas, fotografías. La Feria del Libro antiguo tiene un poco de todo esto, pero esencialmente tiene el reflejo de llamarse Feria, abracadabra que funciona bien en cualquier viaje: a las ferias va todo el mundo, ¿o no? Helena sonríe con una mezcla de elegancia y cortesía (cuando no te reís a lo Federica País, los reflejos de la interpretación pueden fallar).
¿Libro y antiguo, así, tan juntitos, no queda medio redundante? Digo, ¿cuánto faltará para que libro y antiguo se conviertan en sinónimos? "Soy cero apocalíptica en relación al libro. Claramente hay tanta cantidad de libros y de ediciones que esto nos da una pauta insoslayable: el libro, como la rueda, es un valor fundamental. Yo soy finita, el libro es eterno, por más que cambien los paradigmas y los soportes. Algunas ediciones podrán ser más pequeñas, estarán menos cuidadas, habrá libros que se reeditarán, libros que no, pero al libro no se lo puede detener".
Ella y Catalina – en off – hablan del libro evadiendo toda suerte de Ana Frank en su arenga. Con lo que se viene, y tratándose de coleccionistas de páginas incunables, libros antiguos, tapa dura, alto gramaje, ¿no les correspondería una mueca de horror? "Los periodistas creen que el valor de un libro se relaciona con la antigüedad. No siempre es así..." Van y vuelven con una primera edición de El juguete Rabioso cotizado en dólares. "El que se lo lleve será un fanático de Arlt o un coleccionista de primeras ediciones". ¿Y por qué no pensar en un consumidor compulsivo escondido tras la ingenua máscara del hobbie? "El coleccionista quiere tener el ejemplar. Es así. Se compra el libro y lo coloca en una biblioteca. Lo cuida del hollín, de los olores, lo trata como a un bebé. Mucho más no te puedo decir porque hicimos una tesis sobre la bibliofilia y no llegamos a ninguna conclusión".
Traen una primera edición de La invención de Morel (Bioy, 1940) pero dedicado por Borges A la admirada y admirable princesa de Faucigny Lucinge con la devoción total de Jorge Luis Borges . "Borges firmó mucho y dedicó largo, pero después, cuando se fue quedando ciego, la firma cambió, se achicó: lo mismo pasó con las dedicatorias. Cada vez fueron más breves".
Tratando de volver a generar un poco de desconsuelo, mencionamos, casi que deletreamos, e-book. "¡Sabía que ibas a preguntar!". ¿Cómo reaccionás ante un e-book? a) ¿lo escupís?, b) ¿lo ignorás? "Al e-book no lo posees y a la gente le gusta poseer. Necesitamos lo material. A la fecha no me he topado nunca con un e-book".
El e-book crece y nosotros todavía sin traducción. ¿Llegarán las "ebookerías"?, con remota suerte castellana, ibukerías . Helena – el horror es nuestro –, ¿no crees que en medio siglo la Feria del Libro terminará siendo un galpón hight tech y la Biblioteca Nacional, un panteón de hojas de papel? "No, no te preocupes. Y hablando de ferias te cuento que la feria del libro antiguo casi no comparte público con la tradicional. La nuestra es un nicho pequeño que una vez por año tiene la posibilidad de abrir sus puertas al mundo. La última vez hubo dos cuadras de cola. No lo podíamos creer".


Tags: Feria del Libro antiguo, ebookerías, Helena Olinik,

viernes, 11 de noviembre de 2011

Por sus libros les conoceréis…




«La bibliofilia es una enfermedad muy común entre escritores», asegura el 'inspector de bibliotecas' Jesús Marchamalo

Nuestros libros dicen mucho de nosotros. Más de lo que quisiéramos. Bien lo sabe Jesús Marchamalo (Madrid, 1960), un hurón de bibliotecas que durante meses husmeó librerías de narradores y poetas. Algunas mastodónticas y babélicas, con decenas de miles de volúmenes, y otras recoletas y casi portátiles. Casi todas tocadas por cierto desorden. Lo que nació como una atractiva sección de un suplemento cultural es ahora un libro, 'Donde se guardan los libros' (Siruela). A su través podemos meter las narices -y los ojos mediante un centenar de fotografías del propio autor- en las bibliotecas de Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Ferrero, Clara Janés, Soledad Puértolas, Fernando Savater, Gustavo Martín Garzo, Luis Mateo Díez o Antonio Gamoneda, entre otros.

Cada uno de ellos refiere sus filias y sus fobias, sus maniáticas y variadas maneras de relacionarse con los libros, su orden y su desorden en los estantes. Sabemos por este 'inspector de bibliotecas' de los fetiches, las lecturas decisivas, recurrentes o forzadas de nuestros literatos y cómo sus bibliotecas se conformaron a golpes de azar, capricho y herencias.

¿Por sus bibliotecas les conoceréis? «Sin duda. Lo dijo Marguerite Yourcenar y lo constato. Nuestros libros son 'otro' espejo del alma. Y bastante certero. A través de las bibliotecas obtenemos una radiografía bastante cierta del dueño», asegura Marchamalo. «La bibliofilia es una enfermedad común en casi todos los escritores», agrega el también narrador y bibliófilo, que se quedó con las ganas de incluir en este libro de libros los detalles librescos de Juan Marsé y Eduardo Mendoza. La leyenda cuenta que Mendoza se libra de su libros «abandonándolos por aquí y por allá, en asientos de autobús, cafeterías, hoteles, dejando en un personalísimo 'bookcrossing' los libros que le gustan y los que no».

«Todas las bibliotecas son aparentemente diferentes -grandes, pequeñas, el tamaño no importa, anglófilas o francófilas, literarias o ensayísticas- pero todas se conectan mediante hilos comunes, que son los grandes autores y las manías y hábitos de su propietarios», explica Marchamalo. Así «vemos cómo en la biblioteca de Luis Landero se abren puertas que conectan con la de Javier Marías, y en la de Marías con la de Pérez Reverte».

Marchamalo buscó la «singularidad» de cada amante de los libros con los que compartió horas y confidencias bibliófilas. «Buscaba el rasgo definitorio y diferencial de cada personaje. Como el orden extremo y la meticulosidad de un Vargas Llosa que tiene una potente base de datos con los miles de títulos que atesora en sus bibliotecas interconectadas e informatizadas de Madrid, Londres, París, Lima o Nueva York». El Nobel se permite el lujo de contar con un equipo de colaboradores que mantiene este escrupuloso orden «batallando contra su propensión al desorden».

En el polo opuesto cabría situar a Clara Janés, «en permanente batalla con el caos y los ácaros», o a Luís Alberto de Cuenca, «propietario de 40.000 libros que le han ganado la batalla por el espacio en una de sus casas, jalonada de montañas, pilas y columnas de libros que invaden y excluyen casi al dueño». La misma cruenta batalla por el espacio se libra en la casa, no muy grande, de Enrique Vila-Matas, «que con dolor de corazón se deshizo de sus libros de Derecho cuando decidió cambiar de vida y arrojar parte de su pasado para conciliarse con su presente de escritor».

Rincón del caos

«Hasta en la biblioteca más ordenada hay un rincón del caos en el que todo se amontona pendiente de clasificar o leer», acota Marchamalo. No suele haber santuarios «pero sí objetos y libros sagrados». «José María Merino sabe en qué balda está cada uno de esos libros que marcaron su trayectoria; lecturas de infancia que han sobrevivido a mudanzas y avatares. Libros sin gran valor material pero con un impagable valor emocional».

¿Serán las librerías pronto cementerios de papel? «No creo. La guerra entre el papel y lo digital es falsa. Convivirán, como conviven las ediciones de bolsillo y las de lujo. Bites y papel no son excluyentes. Adoro la tecnología, tengo artilugios deliciosos, tableta, pagina web, blog. pero idolatro el papel y esas bibliotecas en las que un libro te lleva a otro, remueve y aviva tus recuerdos , confrontando al lector que eres con el que fuiste».
Ninguno de sus 'bibliopersonajes' se lo puso difícil. La selección se hizo de forma «casi accidental» tratando de casar admiraciones personales con calendarios y agendas de los «radiobibliografiados». A cada uno les pidió tres títulos recomendados: uno propio, otro contemporáneo y un clásico universal. «Ahí nace otra biblioteca muy recomendable».

Periodista y escritor, Jesús Marchamalo ha desarrollado gran parte de su carrera en RNE y TVE. Colaborador de muy diversos medios, ganó los premios Ícaro, Montecarlo y el Nacional de Periodismo Miguel Delibes. Es autor también de 'Las bibliotecas perdidas' (2008) y 'Tocar los libros' (2010).


Fuente: http://www.larioja.com/v/20111106/cultura/libros-conocereis-20111106.html

sábado, 30 de abril de 2011

La bibliópolis oculta

www.gadelargentina.blogspot.com
En Buenos Aires, librerías consagradas a volúmenes antiguos o raros y libreros apasionados dan testimonio del amor que despierta el libro como objeto de colección
La bibliofilia, el amor por el libro como objeto de colección, tuvo su auge en Buenos Aires entre los siglos XIX y XX, merced al interés de una elite ilustrada que adquirió en Europa bibliotecas enteras y formó colecciones notables (Arata, Cárcano, Bunge, Gallardo, Llobet, Zorraquín Becú, Vogelius, Mayer). Muestra de ello son los 40.000 ejemplares reunidos por Jorge M. Furt, que se conservan en la estancia Los Talas, a unos 20 kilómetros de Luján. O los 60.000 títulos de la colección Quesada, hoy en Berlín. Un glorioso pasado que alcanzó su cenit a mediados del siglo XX.
Aquella "bibliópolis" de rango mundial (según Rubén Darío y Paul Groussac), famosa por sus escritores, editores, libreros y bibliófilos, mantiene su crédito como la plaza del libro antiguo más importante de Latinoamérica. Mario Vargas Llosa ha dicho que una de las razones por las que le gustaría vivir un tiempo en Buenos Aires son sus librerías. La Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (Alada), fundada en los años 50, reúne a cincuenta libreros. Su presidente, Alberto Casares, afirma que la asociación, que desde 2004 organiza la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires -única en el continente y must de la agenda porteña-, vive su mejor momento.
Librerías, libreros y bibliófilos
Una minoría sofisticada de librerías anticuarias ofrece libros antiguos (previos a los siglos XVIII o XIX) y de lujo. La mayoría, en cambio, se ocupa de libros raros, agotados, de colección, decorativos o preciosos, que atraviesan cronologías. Luego están las librerías de viejo, ocasión o lance, con libros descatalogados o usados. En rigor, la mayoría cuenta con un poco de todo y se define por lo que predomina. A los libros se suele sumar una vasta iconografía antigua en soporte papel (mapas, fotos, documentos, etcétera).
Las temáticas comunes son argentinas e hispanoamericanas y las especiales, fotografía (Poema 20); correos, gráfica, tabú (El Faro del Fin del Mundo); alemán, latín (Henschel); franceses ilustrados (Víctor Aizenman, El Incunable); idiomas (Glyptodon); teatro (Ávila; La Teatral); derecho (Platero). El gusto del coleccionismo fue nacional y americanista (siglo XIX), europeizante (inicios del XX), nacional (XX) y desde el año 2000 parece inclinarse por las vanguardias literarias.
En los fascinantes locales de estos libreros se accede a otros tiempos y espacios: atmósferas londinenses (Antique, Poema 20, Casares), gabinetes nobles del siglo XVIII (Aizenman), escenografías históricas (Ávila, donde en 1785 funcionó la primera librería del país). Algunos locales se ubican en sótanos (El Incunable, Cueva Libros, Platero), trastiendas (Fernández Blanco, Glyptodon), departamentos (Henschel), edificios históricos (El Faro), galerías (Pampeana, Lord Byron, Mireya), hogares (Manos Artesanas; Del Plata) y laberintos (Huemul).
Los buenos libreros apuestan al vínculo personal con sus clientes ("No vendo a quien no veo", confiesa Llobet), asesorando, cuidando el trato y ofreciendo servicios como catalogar y reparar libros, permutar o canjearlos. Organizan lecturas con café y hasta "chocolates de los jueves" para atraer viudas. Al cabo, el librero es un bibliófilo al que le cuesta deshacerse de sus mejores libros. Sosa y Lara, de Lord Byron, define su oficio como "un ida y vuelta entre un cliente especializado y un librero que se nutre de ese conocimiento y lo devuelve".
"El librero es un psicólogo -explica Gustavo Breitfeld, que tiene ambos títulos- y esto es como un vicio, una droga, la adrenalina del buscador de tesoros. El psicoanálisis trata de descubrir en el inconsciente lo reprimido, mientras que en el libro busco lo que no me dice para ponerlo en valor."
Entre libreros y compradores, el médium es el catálogo, libro sobre libros, quintaesencia de la bibliofilia, motivo de coleccionismo y fuente de criterios para valorar un ejemplar. Esos criterios son múltiples: la proyección cultural de la obra, la edición (pirata, príncipe, revisada, rara, numerada); el estado del libro (lomo fatigado, tiros de polilla; los cantos desparejos revelan agregados y el olor a goma, restauraciones); la estética (encuadernación lujosa o firmada, medio marroquí o florones en el tejuelo, ilustraciones, papel, tipología); partes (hojas de respeto, guarda, pestaña); provenance y marginalia ; la demanda y existencia; si figura en bibliografías (Suárez, Palau).
"El que compra con pasión hace negocio", explica Breitfeld. Casares, por su parte, agrega que eso requiere "intuición, buen gusto, mirada abarcadora y rápida, olfato, sensualidad en la mano, paciencia y saber escuchar a dos grandes maestros: el libro que nos habla y el cliente que nos enseña su especialidad". No obstante, pese a tener tantas cosas en común, señala Ana María Lacueva, "jamás nos pondríamos de acuerdo sobre un precio".
El rematador que vendía libros antiguos entre vajillas y carruajes (Bullrich ha sido pionero en esto) cuenta hoy con especialistas en tasar y catalogar ejemplares únicos que subastan ante agentes de grandes coleccionistas locales (Porcel y Blaquier) y extranjeros.
La fama hosca de los libreros se desmiente con la cohesión de Alada. El prejuicio de métier masculino cede ante la abundancia de damas libreras como Elena Padin Olinik, de Helena de Buenos Aires, rematadoras (María Saráchaga), coleccionistas (Larguía), encuadernadoras y artistas de ex libris. Los bibliófilos, por su parte, revelan su espiritualidad (Navia define su pasión "como un pianissimo de Rubinstein") y sociabilidad. Un centenar se reúne en la prestigiosa Sociedad de Bibliófilos Argentinos (1928), explica Padorno, su vicepresidente. Renacen las tertulias, las donaciones en vida y la idea de que "los particulares prolongan la vida del libro antiguo mejor que una biblioteca, pues le dan más cariño y cuidado" (Aquilanti). A la leyenda de un duelo atávico entre codiciosos libreros y pícaros bibliófilos, Almeida responde: "Todos amamos los libros y estamos del mismo lado".
Artesanías y cuidados
Los restauradores y encuadernadores son los artistas del libro. Algunas librerías, por ejemplo Antique, tienen los propios (Carlos Guerrero), aunque la mayoría es independiente, como la multipremiada María Sol Rébora; Andrés Casares, que aprendió técnicas secretas de maestros franceses; o Graciela de la Guardia, dama de vasta cultura, formada en Japón y Francia, con lista de espera mundial y un taller encantador. La encuadernación puede ser una obra de arte, firmada y coleccionable, pero no siempre beneficiosa. Antes se estilaba encuadernar todo a la francesa (agregando tapas y guillotinando hojas), arruinando ediciones originales. Hoy se prefiere respetar lo que el libro trae, dejar primeras ediciones en rústica y en rama (sin abrir), y encuadernar lo previo al siglo XVIII con pergamino y rama abierta (borde desparejo), aunque, observa Aizenman,"hay cierto fetichismo en nunca encuadernar; la encuadernación puede alterar o jerarquizar el libro".
Un socio fiel del libro antiguo es el ex libris ("Este libro es de", en latín), viñeta con emblema y leyenda alusivas al coleccionista o su tema. La grabadora Eva Farji, interesada en sus alegorías, refiere su origen noble y heráldico, que se remonta al Renacimiento, y su etapa burguesa, profesional y artística, con el auge del libro y el diseño, a fines del siglo XIX. A principios del XX, los amigos de los ex libris comenzaron a reunirse. En nuestro país, María Magdalena Otamendi de Olaciregui (cuya colección se conserva en la Biblioteca Nacional) fundó la Asociación Argentina de Ex Libristas. El ex libris atrajo a artistas como Norah Borges y Pío Collivadino. Hoy tiene estupendos artistas (Grupo de Amigos del Ex Libris/Gadel, Luis Mc Garrell Gallo) que crean por encargo (¡Carlos Menem se hizo uno!) y fieles coleccionistas (Vast y Dellepianne Cálcena).
La fragilidad del libro exige recaudos. Contra el polvo aconsejan leerlo (se airea solo), guardarlo en bibliotecas Thompson o cajas, y para curarlo de plagas (dermétidos, xilófagos o "taladros" y gorgojos), envolverlo con celofán en el freezer o agregarle cantos dorados que ahuyentan insectos además de adornar. Conviene cuidarlo de la humedad, sol, calor, animales y fumadores, exhibirlo y catalogarlo desde los 3000 ejemplares, cuando falla la memoria y se puede soñar con dar nombre a la colección.
El futuro de los libros del pasado
El libro antiguo circula entre decesos, divorcios, viajes, apremios, donaciones, estancias, porteros asociados a libreros o cartoneros que los liquidan como papel. "Se tiran millones", dice López Medus. "Veinticinco años después de haber prestado un libro, lo reencontré en una librería de usados", cuenta Vega Andersen.
El futuro del libro antiguo reniega de sus clichés. Si bien cierran librerías (L'Amateur), son más las que abren (La Teatral, El Vellocino de Oro, Gotcha's Books, Los Siete Pilares), en un proceso de renovación generacional, cambio de perfil profesional y sofisticación de la plaza, con jóvenes libreros y perspectivas modernas (Sirinian, Breitfeld, Koch, Aquilanti, Lüchter Bunge). Cada vez más especializados y menos diletantes, parece no obstante inmortal la imagen del librero bohemio, "devoto del libro como fenómeno en la vida del hombre y del sentido misional de una librería", acota Llobet.
De a poco, el libro antiguo vuelve a interesar a la dirigencia, se reconoce su aporte al acervo cultural y su falso elitismo. "Un ejemplar interesante cuesta igual que un par de zapatillas", afirma Fullone, de la Librería Del Plata. Basta escoger un buen tema, dejarse asesorar y adquirir poco y bueno.
Los stocks libreros (el mayor es el de Fernández Blanco, con más de 200.000 ejemplares), los tesoros públicos y las colecciones privadas demuestran que queda mucho en Buenos Aires. Los extranjeros no se han llevado todo; los libros tienen su destino (dijo el poeta Horacio), que es circular, yendo y viniendo del exterior, pues también los argentinos adquieren afuera. Un mundo integrado -dicen- promueve este circuito del cual nuestra ciudad forma parte vendiendo, comprando, visitando ferias, actualizándose e integrando organizaciones internacionales, como Breitfeld, Aizenman y García Cambeiro.
También los remates, Internet y el Estado expanden el sistema: la Biblioteca Nacional adquiere y cuida donaciones, el Gobierno porteño promueve librerías de valor patrimonial, la Feria del Libro Antiguo y, este año, las actividades derivadas del nombramiento de Buenos Aires como Capital Mundial del Libro (Unesco).
Pero ¿qué explica el placer del bibliófilo ante el vértigo de saber que no bastará su vida para leer lo que posee? Acaso lo mismo que aqueja a todos los hombres: la conciencia de la finitud y el anhelo de asirse a un objeto que supere el tiempo, pues los hombres pasan, los libros quedan y en esa inmortalidad radica, según Llobet, "la fuerza invencible del libro antiguo".
Si los libros, como afirma Whipple, son "faros erigidos en el vasto mar del tiempo", Buenos Aires es una costa resplandeciente para cualquier náufrago existencial.
EXQUISITOS, EFICACES Y LEGENDARIOS
Casi tan variados como los volúmenes que se agolpan en sus estanterías son los perfiles de los libreros. Los hay exquisitos (Aizenman, Diran Sirinian), eficaces (Lacueva, Casares, los Breitfeld), conversadores (López Medus, Miguel Ávila), tradicionales (Mireya Pardo, Rodolfo Luchter Bunge, Lucio Aquilanti). No faltan ni el apostólico (Jorge Llobet), ni el legendario (Antonio Rago), ni el detectivesco (Roberto Di Giorgio), ni el cordial (Raúl Almeida), ni el sistemático (Vega Andersen). Pero, en cualquier caso, como señala Alberto Casares, "el ideal reúne cualidades de bibliófilo (colecciona), bibliotecario (cataloga), estudioso (trabaja el material) y comerciante (compra y vende)"
BUSCADORES DE PERLAS
Entre "el refinado sensualismo intelectual y las múltiples emociones que proporcionan al espíritu las andanzas en pos de los libros" (Buonocore), circulan compradores por metro (decoran bibliotecas y lámparas), deportistas (pescan ocasiones), fetichistas (los dejan intonsos), profanos (buscan " El principito de Maquiavelo"), estetas (gozan con el tacto del pergamino y el perfume del cuero), excéntricos (adquieren ejemplares del mismo título para cada hijo), desesperados (esconden lo que no pueden adquirir) y bibliófilos consumados, como Eduardo Sadous, que, cual cazadores, relatan sus hazañas, muestran sus trofeos y sueñan con la suerte de quien en 1910 adquirió una Biblia de Gutenberg por 80 pesos en Lavalle y la vendió por una fortuna al Museo Británico.
BIBLIOFILOS Y FAMILIAS
La bibliofilia es una manía menor que, sin recaudos, puede conducir a perversiones como el fetichismo, la cleptomanía y la bibliopatía, y convertirse en "agente de mortificación familiar", dice Guillermo Gasió. Están quienes comprometen las finanzas (ocultan sus compras o se privan de comer), el espacio (algunos requieren departamentos enteros para sus bibliotecas), la higiene del hogar o la atención de las señoras. Circulan anécdotas escalofriantes sobre vengativas viudas que venden bibliotecas "con los pétalos de las flores del velorio todavía en el piso" y "falsas viudas" que liquidan libros de un supuesto "difunto" infiel. "El libro es la peor amante pues junta tierra y bichos, es caro, ocupa lugar y roba el tiempo de los maridos", concluye Ávila.
DIRECCIONES DE LIBRERIAS ANTICUARIAS
Víctor Aizenman
The Antique Book Shop:
Alberto Casares:
Librería Fernández Blanco:
Poema 20:
El Incunable:
Librería Platero:
El Faro del Fin del Mundo:
La Librería de Avila:
Librería-Editorial Histórica Emilio J. Perrot:
Manos Artesanas:
El Glyptodón:
Librería del Plata:
Henschel:
Pampeana y Lord Byron:
Mireya y otras librerías:
Huemul:
Tupy:
Graciela de la Guardia
Grupo de Artistas de Ex Libris:

Por Maximiliano Gregorio-Cernadas para La Naciòn


(restauradora y encuadernadora):
Montevideo 1621 PB "A"

Paraguay 1268
Avenida Santa Fe 2237
Galería Buenos Aires, Florida 835
Galería Las Victorias, Libertad 948
Reconquista 533 1° "C"
Guido 1927 PB "A"
Ayacucho 734
Uruguay 1368
Azcuénaga 1846
Alsina 500
Galería Libertad, Libertad 1240
Talcahuano 485
Montevideo 1519
Esmeralda 869
Tucumán 712
Suipacha 521
Libertad 1236
Las Heras 2153 PB "A"

sábado, 8 de enero de 2011

Patologías librescas




Hay gente que se vuelve chiflada con los libros. Algunos sufren de bibliofilia, el amor desaforado por los libros. Los coleccionan, los almacenan en inmensas bibliotecas, persiguen de forma enfermiza incunables, ejemplares raros o primeras ediciones durante años en librerías de viejo escondidas por toda la faz del planeta. A la inversa, otros sufren de bibliofobia, no los pueden ver delante, hasta el extremo de caer en la biblioclastia, o destrucción de libros (en hogueras, por ejemplo, perpetrada por nazis e inquisidores). Hay muchos que caen irremisiblemente en la bibliocleptomanía, el robo de libros, tanto en librerías, grandes superficies o casas de amigos... ¿Cuántos libros prestados de buena fe no llegan a ser devueltos? Los más raros llegan hasta, literalmente, comérselos: son los terribles bibliófagos. Cuídense de ellos. De todas estas patologías librescas trata Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas (Universidad de Sevilla), del diplomático, y bibliófilo a la sazón, Miguel Albero.


Por lo detallado y exhaustivo de su tratamiento, bien podría usarse como libro de texto para una hipotética asignatura universitaria sobre bibliopatías (si no existe, desde aquí recomendamos su creación). Albero hace un recorrido por todas estas aproximaciones perversas al libro con estilo depurado, una dosis elevada de humor, ironía y muchas y ricas anécdotas. Como complemento ideal a esta especie de tratado, podría recomendarse Bibliofrenia (Melusina), de Joaquín Rodríguez, una galería que ahonda en la biografía de 25 de estos curiosos especímenes. Ejemplos: el historiador prusiano Theodor Mommsen, que escribió 1.500 obras y murió cuando, utilizando una vela para leer un libro encaramado a una escalera de su extensa biblioteca, su cabellera prendió en llamas. O Richard Heber, que recopiló una biblioteca tan fabulosa (tenía tres copias de cada libro) que necesitó ocho casas para albergarla. O Aaron Lansky, que recorrió el mundo de punta a punta hasta reunir una colección de más de 11.000 libros escritos en yídish, lo que es hoy el National Yiddish Book Center estadounidense.

Alrededor del bibliómano, los libros se reproducen silenciosamente y, como musgo, van colonizando lo que tienen alrededor, las mesas, las estanterías, el suelo, los armarios, restando espacio al resto de la vida cotidiana. En Tocar los libros (Fórcola), que nació como una conferencia, el periodista Jesús Marchamalo empieza tratando de averiguar cuántos volúmenes forman su biblioteca y acaba firmando una obra personal y sencilla, cargada de humor y de sincero amor por los libros y la literatura. Siguiendo el hilo, Jacques Bonnet continúa dándole vueltas a las bibliotecas en el ensayo Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama). En este caso, los fantasmas no son terroríficos espectros venidos del más allá, sino los huecos que quedan en una estantería cuando falta un volumen. Además de por los libros desaparecidos, Bonnet también se pregunta de dónde vienen esos libros que aparecen en sus anaqueles, qué casualidades, encuentros y vicisitudes les ha llevado a su poder. Y ahora llegan los libros electrónicos y todo cambiará o no, pero antes de ellos la lectura ya había cambiado mucho a lo largo de su larga historia.

Es lo que cuenta Román Gubern, catedrático emérito de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Metamorfosis de la lectura (Anagrama). Gubern hace un recorrido panorámico y cristalino que empieza muy por el principio: "En el principio era el Verbo", comienza el libro de los libros, el best seller eterno: la Biblia, hasta llegar a la actual escritura en las pantallas de los dispositivos electrónicos. ¿Qué opina Gubern del tema del momento? Pues que el libro tradicional y electrónico convivirán. Eso sí, aquellos que se han criado y crecido en la cultura del libro impreso mantienen una fuerte dependencia emocional con él; a juicio del autor, este reúne unas condiciones que no tiene el electrónico: capacidad de ser fetiche, objeto de diseño gráfico, valor sentimental, comodidad para ojear y hojear... y hasta se puede leer en una bañera o en una piscina. Sobre este particular trata en gran parte Nadie acabará con los libros (Lumen), una recopilación de charlas entre Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, dos bibliófilos preocupados por el futuro del libro, la llegada del soporte digital, la conservación de la memoria almacenada... aunque menos por los contenidos. Porque, como dice Eco en la cita que resume este título, "el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor".

SERGIO C. FANJUL 08/01/2011

Fuente: http://www.elpais.com/articulo/portada/Patologias/librescas/elpepuculbab/20110108elpbabpor_4/Tes





martes, 10 de agosto de 2010

La Bibliofilia

La historia de la bibliofilia se remonta a la fundación de la Biblioteca de Nínive por el rey asirio Assurbanipal (669-627 a.C.), aunque el filósofo Aristóteles (384-322 a.C.) ya poseía una colección privada que, al parecer, sirvió de modelo para la gran Biblioteca de Alejandría, fundada por el rey egipcio Tolomeo I Sóter y ampliada por su hijo, Tolomeo II Filadelfo, que llegó a contener hasta 700.000 volúmenes de papiro. En Pérgamo, Eumenes II reunió otra importante colección de libros formada por unos 200.000 pergaminos. Durante la edad media, gracias a los esfuerzos individuales y colectivos, se fundaron importantes bibliotecas en iglesias, monasterios y catedrales.
Las universidades lo hicieron a partir del siglo XII. El interés por el coleccionismo de libros se relata ya en el "Philobiblon" (1473), obra de Richard de Bury, obispo de Durham. Animados por el espíritu del humanismo, la aparición de la imprenta y el aumento general del nivel de vida, los grandes comerciantes y gobernantes de los siglos XV y XVI reunieron importantes colecciones de manuscritos y de los primeros libros impresos; así nacieron, entre otras, la Biblioteca Vaticana y la española del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Durante los siglos XVII y XVIII la bibliofilia causó auténtico furor en Europa, especialmente en Francia. Personajes como el cardenal de Richelieu, Giulio Mazarino y Jean-Baptiste Colbert figuran entre los coleccionistas más destacados. Durante esta época se crearon también importantes bibliotecas de corte, que más tarde se convertirían en bibliotecas nacionales. Hacia finales del siglo XIX el centro de la actividad bibliófila internacional se desplazó de Europa a Estados Unidos y, ya en el siglo XX, nació en Moscú la Biblioteca Lenin, la más grande del mundo en cuanto a número de ejemplares.
Los libros raros alcanzan precios muy elevados en las subastas y las transacciones privadas. En 1812 se vendió en Londres una copia de la primera edición de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, por 2.260 libras; fue probablemente el precio más alto pagado por un solo ejemplar desde que comenzaran las subastas de libros en el siglo XVII. En el siglo XIX Londres se convirtió en el centro internacional del mercado de libros raros (aquellos que por diferentes causas se convierten en una excepción). Algunos de ellos llegaron a adquirir una especial relevancia histórica, entre los que figuran la Biblia de Gutenberg (impresa en Maguncia entre 1450 y 1456), la primera edición de las obras completas de William Shakespeare (1623), de La Celestina (de origen bibliográfico desconocido), El septenario de los dolores de María Santísima de José Antonio de San Alberto (1781, considerado el primer libro impreso en Buenos Aires y del que sólo se conservan dos ejemplares) o la edición impresa en hojas de corcho de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.

sábado, 17 de abril de 2010

El último Bibliofilo


La casa de José Mindlin está en una zona residencial de São Paulo (Brasil). No es ni un famoso escritor, ni artista, ni profesor universitario, ni político. Simplemente es uno de los más grandes coleccionistas de libros o, como a él le gusta definirse: un buen lector. Sin embargo, casi todos nuestros contemporáneos que han escrito sobre libros y bibliotecas, como, por ejemplo, Jacques Bonnet, Umberto Eco o Jean-Claude Carrière, lo citan con admiración porque posee libros únicos. La puerta principal que da a la calle se abre automáticamente y da paso a un jardín en medio del cual se levanta una casa. Una sirvienta me abre otra puerta que da a un gran salón repleto de estanterías y libros. Poco después aparece el dueño.


Es una persona de mediana estatura, bastante mayor, muy amable, sonriente y de una gran agilidad para ir recogiendo de aquí y de allí volúmenes. Mindlin pertenece a una familia rusa que se estableció en Brasil a comienzos del siglo XX. Sus padres nacieron y se conocieron en Rusia. En 1905 emigraron cada uno por su lado y se encontraron casualmente cinco años después en Nueva York, donde contrajeron matrimonio y decidieron trasladarse a Brasil. Mindlin me comenta que en su familia siempre hubo interés por la pintura y tenían una razonable biblioteca. Ese discreto ambiente intelectual ayudó a su formación y a la de sus hermanos: Henrique, el mayor, un importante arquitecto amigo de Calder; Esther, una actriz que se agostó debido a la dedicación familiar; y Arnaldo, abogado como él mismo que, al final de su vida, lo dejó todo para dedicarse a la Fundación del Libro para Ciegos.

Fuente: http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=14347&num=945&sec=31

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Cuentos de Bibliófilos

Guardas en papel, jaspeado, lomos fatiados, impresos en vitela, libros intonsos, ex libris y exdonos de personajes desaparecidos se citan cada noviembre en la Plaza Nueva. Por allí vagan los bibliófilos de toda estirpe, los vivos y los muertos, los que buscan con obsesión los libros raros para su biblioteca in progress con los que quedan minúsculas huellas de sus biografías, como papeles olvidados o cabellos o recuerdos en ejemplares que fueron suyos.


Hay un soliloquio de bibliólatras -porque esta fiebre libresca puede considerarse una religión- que plantan su altar a santa Wiborada, mártir salvadora de bibliotecas, a la que se encomiendan para encontrar primeras ediciones, libros raros o intonsos de páginas aún por desvirgar. Hay también en las casetas de esta Feria del Libro Antiguo y de Ocasión libros usados, baratos y con mil historias entre sus páginas. Y adivinamos los lectores que hay dentrás de estos volúmenes, imaginamos cómo eran por las frases subrayadas, por la doblez de la página en la que interrumpieron su lectura e incluso algunos detalles de gusto como el secreto de sus exlibris y hasta el día y por qué lo compraron.

Lo más terrible es ver los ejemplares dispersos de las bibliotecas devastadas, los libros de alguien que con cuidado formó su biblioteca para que al morir los despreocupados descendientes los vendieran en almoneda. Esos lectores difuntos sufren recorriendo las casetas de la Feria y los plúteos en los que se exhiben los tesoros que con tanto mimo compraron, cuidaron y leyeron.

Después del excepcional pregón con el que José Manuel Caballero Bonald inauguró una nueva edición de la Feria, esta cita libresca ha abierto sus puertas acogiendo a bibliófilos, bibliómanos, bibliópatas y hasta bibliófagos, que todo hay en toda esta extravagante familia.

Rodriguez Moñinol, que tanto lloró con la pérdida de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, vendida al millonario norteamericano Archer Huntinngtonn, decía de esta saga de letra heridos: "¡Mundo curioso, pintoresco, sutil, éste de los libros viejos!".

Y es curioso pensar que muchos libros viejos son fruto del azar y los milagros, pues se salvaron del fuego, de los derribos y hasta de las guerras, los pogroms o las revoluciones. Ejemplo de libros salvados son los ejemplares de las bibliotecas de la Ciudad Universitaria que sirvieron como parapeto de trincheras en la Guerra Civil. Aún se ven ejemplares atravesados por balas asesinas.

En realidad, se podrían recordar insólitas historias de boras rescatadas, pero también de libros perdidos definitivamente. El bibliófilo norteamericano Harry Elkins Widenor compró una gran biblioteca en Europa, pero a su regreso se embarcó en el Titanic. También se sabe que casi todos los ejemplares de El Melopeo y Maestro, de Pedro Cerone (Nápoles, 1613) se perdieron en el hundimiento del barco que los transportaba. Y Hernando Colón, el bibliófilo sevillano e hijo del almirante, después de recorrer media Europa comprando libros decidió embarcar los ejemplares adquidos en un navió que salió de Génova con el fin de seguir viajando libremente en busca de más volúmenes. Lo malo es que el barco naufragó y se perdieron para siempre aquellos libros que una vez compró el gran bibliófilo que, sin embargo, los inventarios anotando cuidadosamente la procedencia de cada ejemplar con un titulo hermosísimo: Memorial de los Libros Natufragados.

En esta Plaza Nueva se recuerdan también otras curiosísimas historias sobre bibliopatías como la del Marqués de Sade que encuaderno un libro con la piel de mujer o de aquel inglés que reunió 365 Ovidios, uno para cada día y uno más impreso en seda blanca con el que se amortajo. Cosas de Bibliógrafos......
Fuente: http://puntodeencuentroasociativo.blogspot.com/