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lunes, 11 de noviembre de 2013

El LIBRO inédito de Cabrera Infante: cómo Cuba se volvió un infierno

El autor era diplomático cubano en Europa. Volvió a la isla en 1965 y encontró burocracia, delación y humillación.
El libro más íntimo de Guillermo Cabrera Infante se puso a la venta este último miércoles en España, ocho años después de la muerte del autor de Tres tristes tigres, y estará en la Argentina en febrero. Es Mapa dibujado por un espía, lo publica Galaxia Gutenberg y estuvo oculto desde que el escritor lo guardó, en torno a 1970, cinco años después de ocurrir lo que él cuenta en este libro desgarrador. Aquí Cabrera Infante, que escribía sus crónicas de cine con el acrónimo G. Caín, describe minuciosamente los meses que pasó en La Habana mientras aún era consejero cultural de la embajada cubana en Bruselas.
Es un libro sencillo e impresionante; los que hayan leído la prosa veloz, expresiva, calurosa e incluso ruidosa, de su libro más famoso, Tres tristes tigres, se hallarán aquí con un Cabrera Infante melancólico y circunspecto, atravesado por una herida que le duró allá donde fue, en el exilio, hasta su muerte. Él le había dicho a su mujer, Miriam Gómez, que no tocara esos papeles que había escrito poco después de salir de La Habana con sus hijas. Y ella, años después de la muerte de su esposo, tomó el sobre en el que se guardaban esas páginas y se las dio al editor Toni Munné, que las leyó sobrecogido.
Miriam Gómez decidió que este libro inédito debía formar parte de las obras de su marido. Todo lo que escribió Cabrera Infante lo tiene a él como materia. Por tanto, esta larga confesión es parte indisociable de su literatura. Ella recuerda cómo escribía Guillermo en aquellos primeros meses gélidos de Londres.
Se quitaba el saco, los zapatos, los calcetines, la camisa, toda la ropa, incluso la ropa interior, y escribía frenéticamente, ante su asombro. Ella se decía: “¿Qué estará escribiendo este hombre?” Seguramente estaba haciendo este desnudo integral que luego no quiso que ella tocara.
No es un libro en el que aquel Cabrera Infante que nos acostumbró a los juegos de palabras y a la música como vértebras de sus historias se divierta describiendo. Hay algunas bromas, con sus amigos, a los que reencuentra, ironías sobre la banalidad, y la venalidad de Fidel Castro, capaz de sospechar de Bumedián, cuando éste derribó a Ben Bella en Argelia, porque durante su viaje a La Habana no dijo ni media palabra. Cabrera recuerda que el revolucionario argelino no entendía ni palabra de español.
Las visitas de Castro a la Unión de Escritores, así como las reuniones de los autores, su miedo al caballo, como llamaban al líder máximo, alcanzan el grado de lo esperpéntico. La humillación reiterada a Nicolás Guillén, el héroe poético de la revolución, forma parte de los perfiles más logrados, y más dramáticos del libro. Entre esos episodios en los que Castro es un adelantado de la arbitrariedad que luego copiaron otros dictadores latinoamericanos del momento presente, figura uno muy destacado, cuando encierra en un calabozo improvisado a un estrecho colaborador porque había llegado involuntariamente tarde a una cita.
Desde que se inicia Mapa dibujado por un espía, Cabrera Infante se propuso narrar una a una, casi cronológicamente y con un increíble lujo de detalles, todo lo que ocurrió desde que recibió en Bruselas la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, hasta el momento en que se despide para siempre de La Habana. Lo que sucedió en medio fue un cúmulo de humillaciones que le despertaron a él al conocimiento de la deriva cubana hacia el autoritarismo burocrático y brutal, que lo tuvo a él como rehén. A él y a tantos. Como recibió ese impacto en primera persona, y en ese proceso participaron quienes habían sido amigos suyos, el trauma significó para él un trayecto infernal que sólo podía disolverse, y se disolvió, con la marcha. Y con la escritura. Es, por supuesto, el escritor de La Habana para un infante difunto y también de Tres tristes tigres, pero es en este libro el autor humano, el más rabiosamente humano que uno pueda imaginar en aquel hombre transido de cine y literatura, o de cine o sardina, como reza uno de sus más afortunados títulos.
Como había hecho en La Habana para un infante difunto, Cabrera Infante se sirvió de su memoria infinita; los detalles más nimios, como la composición de las comidas o los horarios de sus encuentros, se alternan en este libro obsesivamente minucioso con los grandes hechos que perturbaron allí su vida y luego su propia experiencia de la vida. Aquella Cuba que él había contribuido a generar, en tiempos revolucionarios, había decidido usurpar la idea misma de la revolución y ya no era, en 1965, ni la sombra de lo que él y sus amigos habían soñado.
Además, sus amigos ya eran otras personas; poco a poco aquel sueño que hubo una vez se convirtió en una pesadilla cuya estratagema era la de aburrirlo atemorizándolo. Estaba ya en su apogeo LA POLÍTICA DE DELACIÓN Y DE DENUNCIA, y él vivía en medio de la tormenta perfecta que el régimen de Castro había organizado para prevenir a los disidentes; en nombre de la revolución, disidente podía serlo cualquiera, siempre que alguien lo hubiera señalado.
Ese es el corazón del libro, la explicación de cómo se había ido inclinando Cuba hacia el infierno imprevisible que luego se haría famoso merced al caso Padilla; pero Cabrera Infante vivió estos episodios algún tiempo antes y nunca había publicado con tanto pormenor todo lo que está escrito en este libro hasta ahora inédito. Ese pormenor tan obsesivo y tan preciso le da al libro el tono de un exorcismo, como si desnudándose ante la máquina de escribir pudiera sacarse de dentro los múltiples y tremendos demonios que se quedaron en su interior en aquel deplorable periplo.
En ese relato minucioso que es este mapa, Cabrera Infante no aparece sólo enamorado o perseguido, triste o melancólico; es también un ser humano que padece el estado calamitoso de su cuerpo, y lo contempla y lo narra como si estuviera hablando de otro, sin condescendencia, con crueldad incluso; su relato de la infección que padece en un muslo es uno de los elementos narrativos más descarnados de su narración.
Para los lectores de la obra de Cabrera Infante (que viene publicando completa la citada editorial Galaxia Gutenberg) este es un testimonio escalofriante y además imprescindible. En primer lugar, explica la pavorosa experiencia de un ciudadano al que poco a poco la revolución cubana va dejando sin identidad y sin derechos y por tanto, explica la procedencia de la rabia melancólica del escritor hacia aquel período al que se refiere y que en definitiva tiñe la historia del castrismo. Y es imprescindible porque pone en perspectiva aquel famoso Tres tristes tigres; completa su obra, en realidad, nos muestra ya de cuerpo entero al autor de Cuerpos divinos.
Cuando Tres tristes tigres ganó el premio Biblioteca Breve de Carlos Barral, Guillermo Cabrera Infante aún era diplomático cubano. El libro, en un principio se iba a llamar Vista del amanecer en el trópico. Después recibió el nombre con el que se hizo tan notorio.
Ya no había que celebrar el amanecer que un día pareció que se despejaba en el trópico. Ya CUBA ERA, para el escritor, para tanta gente con quienes el se relacionó durante ese periodo, EL TRISTE INFIERNO QUE VA CRECIENDO en Mapa dibujado por un espía, esta despedida que Cabrera Infante hizo de la tierra cuya presencia se le quedó completamente pegada a la piel del alma.

POR JUAN CRUZ

 


Fuente; http://www.clarin.com/sociedad/inedito-Cabrera-Infante-Cuba-infierno_0_1027097398.html

domingo, 29 de julio de 2012

“ATRAPADO SIN SALIDA” en el mundo comunista / Por Milos Forman



Cuando me pidieron que dirigiera Atrapado sin salida, mis amigos me advirtieron que ni me acercara a esa película. La historia es tan estadounidense, decían, que yo, un inmigrante recién bajado del barco, no podía hacerle justicia.

Para mí, no era simple literatura sino la vida real, la vida que había llevado en Checoslovaquia desde mi nacimiento en 1932 hasta 1968.


El Partido Comunista era mi enfermera Ratched , que me decía lo que podía hacer y lo que no; lo que se me permitía decir y lo que no; adónde se me permitía ir y adónde no; incluso quién era o no era yo.
Hoy, años después, oigo que llevan y traen la palabra “socialista” los opositores a Obama. El presidente Obama, advierten, es socialista. Sus detractores gritan sobre la ley de reforma sanitaria: “¡El Obamacare es socialismo!” Equiparan falsamente el socialismo de estilo europeo occidental, y su seguro social y sistema de salud estatales, con el totalitarismo marxista-leninista. Eso me ofende y resta importancia a la experiencia de millones de personas que vivieron y siguen viviendo bajo formas brutales de socialismo.
Apenas un ejemplo de lo que digo. Yo trabajaba como moderador en la televisión checa y presentaba películas a comienzos de la década de 1950. El programa era en vivo, de modo que no había posibilidad de censurar las palabras políticamente indeseables.

Cada frase, aun en entrevistas supuestamente espontáneas, tenía que estar guionada, ser aprobada por los censores, aprendida de memoria y repetida literalmente al aire.


Cuando me preparaba para entrevistar a un tal camarada Homola, un poderoso comunista, le envié mis preguntas pero no recibí respuesta. Mi jefe, también un poderoso miembro del partido, me dijo: “¡Es un haragán! Escribe las respuestas por él y recuérdale que las aprenda de memoria”. Así lo hice. Homola llegó a último momento. Cuando se encendió la luz roja e hice la primera pregunta, buscó en su bolsillo, extrajo mis respuestas y empezó a leerlas, en forma torpe y obediente. Para mi consternación, continuó así durante toda la entrevista. En la cabina de control, mi jefe estaba que volaba.

Me despidieron al día siguiente por ridiculizar a un representante del Estado.
Sean cuales sean sus defectos, no veo a un socialista en Obama ni, por suerte, indicios de ese sistema en Estados Unidos.

Marx pensaba que podía hacer desaparecer las desigualdades sociales y Lenin puso a prueba esas ideas en la Unión Soviética. Soñaba con crear una sociedad sin clases.

Pero la realidad se impuso, como ocurre siempre. Y los resultados fueron devastadores.
La sangre corrió por las calles de Rusia. La elite soviética usurpó todos los privilegios; a los aduladores se les permitieron algunos y a la plebe ninguno. En todo el bloque oriental, incluida Checoslovaquia, desgraciadamente sucedió lo mismo.

No sé si los estadounidenses de hoy se dan cuenta de lo depredador que fue ese socialismo. Fue un sistema de expoliación que aniquiló todo en nombre de la “justicia social”.

Por Milos Forman Director de Cine Checo.

 Copyright The New York Times, 2012. Traducción De Elisa Carnelli.