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lunes, 17 de octubre de 2016

Creo que todavía soy peronista / por Rolando Hanglin

Hoy día, con 70 años, veo que aquella grieta terrible ha sido reemplazada por otra, sin la menor maduración
Recuerdo con dolor la vergüenza de ser peronista cuando tenía 7 años. El 17 de octubre, en las calles de Ramos Mejía reinaba un silencio absoluto. Ninguna celebración.
En aquellos tiempos, se nacía peronista como se nace negro, chino o sueco. Estaba en los genes y se robustecía de a poco, mediante gestos o palabras sueltas, porque a los chicos no se nos hablaba de política. Pero, de todos modos, resultábamos fanáticos de las mismas consignas que inflamaban a nuestros padres.
Padres. ¿A ver? Mi papá, Roddy, era hijo de ingleses y peronista desde la juventud. "¿Hijo de ingleses? ¡Qué raro!". Bueno, en realidad también estaban John William Cooke y Guillermo Patricio Kelly. Muchos años después, ya derrocado el General, mi padre —que era empresario de los que invitaron a Vance Packard a la Argentina— simpatizó con Arturo Frondizi. Y hoy día, si viviera, creo que sería partidario de Mauricio Macri. Es lo más parecido a Frondizi que yo haya visto.
Mi madre era profesora de Historia y simpatizaba silenciosamente con la línea San Martín-Rosas-Perón.
Atención: en aquellos tiempos no se hablaba de estas cosas. Nosotros vivíamos en un barrio que era la Perla del Oeste, donde el cien por cien de los vecinos era fervoroso gorila. Cantaban la marcha de los "Muchachos Peronistas" cambiando la letra, de modo que el estribillo resultaba "Viva Balbín, viva Balbín". El club Discobolo, donde me crié jugando al tenis y nadando en la pileta, era también netamente gorila. De modo que un niñito peronista escuchaba todos los días chistes y los rumores ofensivos contra Juan Domingo Perón y Evita.
Porque las simpatías políticas se transmitían mediante bromas y canciones. He escuchado mil veces, por ejemplo, que Perón era novio de Archie Moore, o que se hacía toquetear por las chicas de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que la jefa del peronismo femenino trabajaba en el Bajo, y otras mil historias que ya olvidé, como los apellidos de Tessaire, Satanowsky y Borlenghi. Se contaban, entre grandes carcajadas, los chistes de Carlos Aloé, el gobernador de la provincia, a quien se tildaba de bruto impresentable. Años después lo conocí personalmente; era un hombre ilustrado.
Cuando por fin me tocó —gracias al empuje de mis padres y una tradición familiar— ir al Colegio Nacional Buenos Aires, el cuadro volvió a repetirse. Todos gorilas. En el lenguaje elemental de los chiquilines —el mismo que manejaba yo—, pero con fisuras.
Por eso hablo de vergüenza. Recuerdo también que a media cuadra de casa, entre lindos jardines con rosas, dalias y malvones, había una herrería. Es decir, allí se cambiaban las herraduras de los matungos que arrastraban el carro del lechero, el botellero y otros. Para nosotros, los chicos del barrio, el trabajo del herrero era fascinante. Nos apostábamos en el portón de chapa para ver cómo el hombre calentaba al rojo vivo unas tenazas en el horno de ladrillos, y luego recortaba los vasos de los caballos. Fabuloso. Con un rico olor a cuero quemado. Pero el herrero había pintado en las chapas del techo "Viva Perón", y esto no le fue perdonado. Después de 1955 —nunca antes— circuló entre los vecinos un petitorio para que firmaran todos: se trataba de expulsar del barrio a la herrería de la calle Belgrano, porque despedía malos olores y atraía moscas. Mi padre se negó a firmar. "En realidad, lo quieren sacar porque es peronista", decía mi pobre viejo.
Había llegado, pues, la Revolución Libertadora. Nunca olvidaré que ese gobierno libertador prohibió pronunciar el nombre de Perón. ¿En nombre de la libertad? ¿No es algo raro? Los diarios tradicionales aludían a él como "el tirano prófugo" o el régimen depuesto. Mientras, se ocultaba el cadáver de Evita. ¿Para qué?
Ya no me importaba. En el colegio me había picado el bichito del marxismo, que era todavía peor que ser peronista: era la subversión, la militancia, la rebelión de los pobres heroicos contra los ricos egoístas. ¡No advertíamos que estos últimos éramos justamente nosotros! Y si alguien lo insinuaba, le decían: "Son las contradicciones del sistema".
Hoy día, con 70 años, veo que aquella grieta terrible ha sido reemplazada por otra, sin la menor maduración. Para colmo, veo a mi alrededor que muchas personas que antes hubieran sido gorilas —se nota en su cara y sus modales— se titulan orgullosamente de peronistas. ¡Pero si Perón murió! Está en la historia, como Juan Manuel de Rosas y el Che Guevara. Los últimos peronistas que conocí fueron Carlos Menem y Eduardo Duhalde. ¡Ah, perdón! Y el señor Lorenzo Pepe, que me extendió el carné honorario del Partido Justicialista, que conservo con amor.
Los argentinos tenemos un problema: no permitimos que las personas y los hechos entren en la historia. Simplemente entran en la amnesia. Entonces, Rosas contra Sarmiento, Lavalle contra Dorrego, Perón contra el almirante Rojas, Videla y Firmenich, las pasteras del Uruguay (?), las Malvinas, el 17 de octubre, todo es irrenunciable e imprescriptible. No se negocia.
Estas cosas merecerían una mirada adulta. Por ejemplo, dice Viriato Unía (mi abuelo, socialista pero católico) en sus Memorias, que el 17 de octubre se volcaron a la calle los desharrapados, los hambrientos, los postergados de la tierra. Hojeo los archivos de los diarios y veo en las fotos que los que "se lavaban las patas en la Plaza de Mayo" estaban de saco y corbata, aunque se refrescaban en las fuentes de la vía pública. ¡Los desharrapados somos nosotros!
Por lo menos ya no siento vergüenza. Pero es que los peronistas que veo alrededor son en realidad otra cosa, otra gente. Y es lógico, pertenecen a otra época. Yo seguiré porque ya es tarde. Nací en un hogar peronista. ¿Qué iba a salir? ¿Demoprogresista como Horacio Thedy?
Pertenezco al partido de las personas decentes, que estudian, trabajan y ahorran. Si al lector le parece demasiado simple, le propongo que lo piense un poquito más. Escuchemos lo que dicen "los que saben", pero no nos apuremos a creerles, porque estamos un poco grandes.

lunes, 19 de septiembre de 2016

¿Fue Roca el malo de la película de la historia argentina? **



Dos veces presidente constitucional, fue uno de los protagonistas principales de la generación que edificó el Estado argentino y consolidó nuestras fronteras. ¿Genocida o estadista? En todo caso, mucho más que una cara en el billete de 100 pesos
 
 "Hace poco más de un siglo, el 12 de octubre de 1904, el general Roca entregó al doctor Manuel Quintana los atributos de la presidencia de la República. Había cumplido su segundo mandato, pero su influencia política desde 1880 había transformado el país. La Argentina era una potencia respetada. El general Mitre, ya anciano y verdadero patriarca de la argentinidad, fue a su casa ese mismo día para felicitarlo por su gestión: 'Ha cumplido', le dijo parcamente, porque el juramento de su asunción, en 1898 lo había hecho ante Mitre." (Juan José Cresto, presidente de la Academia Nacional de Historia, 2004)

Puede decirse que el malo de la película, en la Historia Argentina, hoy es Julio Roca. Por el momento, se le han concedido unas merecidas vacaciones a Don Juan Manuel de Rosas, que en sus tiempos realizó, junto a Facundo Quiroga y el fraile José Félix Aldao, una expedición punitiva a los indios pampas y ranqueles (1833), y ahora está de turno Julio Roca, también perseguidor de indios indefensos, a la vez que  aliado del Imperio Británico. Lo mismo que Rosas, quien tras su caída en Caseros vivió como "farmer" durante veinticinco años en Swaythling, cerca de Southampton y de su admirado Lord Palmerston, ex canciller inglés.

Algunos críticos de Roca, sus contemporáneos (1879-1880), exclamaron: "¡El general Roca ha descubierto que en la Patagonia no hay Indios!"(Sarmiento) o señalaron que la expedición al Río Negro había sido un mero paseo  en calesa, en el que no se registraron combates ni escaramuzas, ni siquiera una discusión acalorada. Nada. Un desfile de mascaritas. Algún autor ha señalado que, durante la campaña, Roca montó a caballo cuatro veces en total, una para la foto. Nos cuesta comprender cómo un hombre tan insignificante, del que no se sabe si fue guerrero feroz o farolero impar, logró figurar en el billete de 100 pesos y en miles de calles, avenidas, pueblos, ciudades y monumentos de la República Argentina. Y, a la vez, hacerse de la negra fama de genocida que hoy rodea al general tucumano.

En 1810 ya había comenzado la ‘araucanización de la pampa’

Vale apuntar que, en 1810, año del inicio del proceso de independencia de Argentina y de muchas otras naciones, había comenzado ya lo que se conoce como "araucanización de la pampa". Grandes poblaciones aborígenes chilenas, perseguidas por haber apoyado a los españoles en la guerra de la emancipación, o bien buscando un espacio más amplio para su desempeño económico, basado en la caza y la recolección, cruzaron los Andes buscando en las llanuras de la falda oriental sus presas de caza (el venado, el guanaco, el peludo, la vizcacha, la misma yegua) y disputaron estos territorios a los pampas argentinos y a los propios cristianos, que instalaban sus estancias fronterizas y desarrollaban sus sangrientas vaquerías. Los araucanos, raza militar de fuerte carácter, dotada de un lenguaje práctico, dominaron paulatinamente a las indiadas argentinas (tehuelches, querandíes y puelches) cuyas lenguas se consideran hoy desaparecidas. En el crisol de las llanuras y serranías se formaron nuevas agrupaciones, habitualmente con predominio araucano (la palabra "mapuche" empezó a usarse mucho más tarde) y potenciadas por nuevos recursos, todos provenientes de la conquista española: el caballo, la vaca, la oveja, el hierro (la moharra metálica, el cuchillo) más tarde el rémington.

La década de 1870 había sido tremenda en materia de malones indios

Conviene recordar que la Campaña al Desierto le valió a Roca un enorme prestigio en el campo argentino entre 1879 y 1880, gracias al cual llegó con facilidad a la presidencia de la nación. La década de 1870 había sido tremenda en materia de malones indios. El problema de las indiadas se había acentuado desde 1820 en adelante: las ciudades cristianas (Buenos Aires, Córdoba, Salta, Carmen de Patagones) eran islas en medio de un mar de lanzas. Tras la muerte del ministro de guerra Adolfo Alsina, en 1877, Roca se presentó ante el Senado de la Nación y expuso su plan de batalla con gran simpleza: "Necesito un año para planearlo y otro para realizarlo, dos años en total, a cuyo término los indios habrán sido absorbidos y asimilados por la civilización, pero para ello es necesario salir de la actitud defensiva de Alsina e ir a buscarlos a sus tolderías, hasta someterlos".

Conviene recordar algunos hechos, aunque sea investigándolos en Google, para no aburrirnos con largos libros. ¿Por qué pensar hoy en Roca? Porque en 2014 se cumplieron 130 años de la sanción de la Ley 1420 (conocida como de enseñanza laica, gratuita y obligatoria) y el primer centenario de la muerte de Roca, al que nosotros consideramos, modestamente, el gran estadista de nuestra historia.
Pero la fecha no obtuvo el recuerdo que se merecía. Efectivamente, fue Roca quien promulgó la gran ley de enseñanza laica, junto a su ministro de Justicia e Instrucción Pública, don Eduardo Wilde. Domingo F. Sarmiento militó, por así decirlo, como fogoso propagandista de la enseñanza pública. Algunos números: al comenzar el primer mandato de Roca, había 1214 escuelas públicas. Seis años después eran 1804. Las escuelas normales, en las que se formaban los maestros, pasaron de 10 a 17. Los alumnos, de 86.927 a 180.768. Docentes: de 1.915 a 5.348 en seis años. Con fuerte influencia de Sarmiento, en su segundo mandato propone un sesgo laboral en los estudios, al modo estadounidense: se crean escuelas de Artes y Oficios, de Agronomía y Veterinaria, de Ingenieros en Minería para San Juan, de Agricultura vinícola en Mendoza.

Roca fue el único presidente argentino que cumplió dos mandatos constitucionales (1880-1886 y 1898-1904) con doce años de intermedio. No intentó amañar la reelección mediante cadenas de amigos y socios para perdurar indefinidamente en el poder y los negocios.

Con Roca termina la guerra entre unitarios y federales: la ciudad de Buenos Aires queda federalizada y las rentas de la Aduana del Puerto (que eran el principal ingreso de aquel tiempo) se convierten en propiedad nacional, terminando así un conflicto de 70 años entre Capital e Interior.
Roca defendió el orden constitucional, incluso con las armas, pero buscando siempre la pacificación y la amnistía.

Roca reconoció lo obvio: la primera potencia del mundo no era otra que Inglaterra, y superaría por largos años a los Estados Unidos, España, Francia y Rusia. Se considera que el Reino Unido empezó a perder su preeminencia recién al fin de la Primera Guerra Mundial, con la construcción del Canal de Panamá. Esta novedad dejó fuera de juego a Buenos Aires, aliada de Gran Bretaña, como puerto de paso obligado en el cruce del Atlántico al Pacífico y viceversa. Los Estados Unidos se adueñaron de los mares.
 En el inolvidable 1880, Roca impulsó una útil asociación comercial con Londres, con una visión realista muy similar a la de Rosas en su tiempo. Por otra parte, el gobierno inglés había sido un discreto pero eficaz aliado de la Argentina, sobre todo desde enero de 1825, cuando Jorge IV reconoció nuestra independencia. El crecimiento logrado por el país en tiempos de Roca sólo puede compararse con el que hoy ostentan los Tigres asiáticos o la propia China.

Obra de Roca: a partir de 1881, no se discutieron ya territorios con Chile, sino sólo líneas divisorias. Cabe recordar que habíamos librado una guerra con el Brasil, cincuenta años antes de Roca: éste promueve un acercamiento que diluye los conflictos.

En su segunda presidencia, Roca crea el servicio militar obligatorio, para unir en la civilización a todos los jóvenes, criollos, indios y gringos, pues estos últimos empezaban a llegar. En este período se incorpora al Congreso el primer diputado socialista de América, don Alfredo Palacios.
Roca sostuvo un concepto estratégico del territorio nacional: ocupar la Patagonia hasta la Tierra del Fuego anulando de raíz cualquier reclamo territorial de Chile, integrar el país mediante una red ferroviaria -hoy destartalada-, resolver todo conflicto de límites y modernizar a la Nación para insertarla en el mundo.

 Roca sostuvo un concepto estratégico del territorio nacional 

El ex ministro del Interior de Roca, Joaquín V. González, presenta al Congreso el primer Código de Trabajo, muchas  de cuyas iniciativas serían plasmadas recién en la década de 1940 por el General Perón. Lo mismo puede decirse de las políticas de protección  industrial que Roca esbozó, y continuó su antiguo aliado, el presidente Carlos Pellegrini.

Todos los hombres de la Generación del 80 fueron aliados y adversarios en distintos tiempos
Una aclaración: todos los hombres de la Generación del 80, que convierten a la Argentina en la décima potencia mundial, quinta exportadora del globo y más alfabetizada que la mayoría de las naciones de Europa, fueron aliados y adversarios en distintos tiempos. Esto incluye al propio Roca,  y a Sarmiento, Mitre, Avellaneda, Alsina, Pellegrini.

Sobre la derrota militar y cultural de los indios araucanos, cabe señalar que la debacle había comenzado en tiempos de la Zanja de Alsina. Este foso, que cruzaba la provincia de Buenos Aires, dificultaba los grandes malones ya en 1877, y en especial trababa la retirada de los indios con su inmenso arreo de cautivas, caballos, ovejas y sobre todo ganado vacuno. La carne de yegua era el alimento favorito para la gente de las tolderías, mientras que las vacas (robadas por cientos de miles) permitían un fabuloso comercio de carnes en Chile, cruzando la cordillera tras una prudente invernada en Neuquén o en Choele-Choel. Volviendo a la zanja: en ella los malones se atascaban, pugnando por arrear océanos de cabezas de ganado. Esto daba tiempo a las tropas argentinas para alcanzarlos y sablearlos, recuperando lo robado. En tiempos de la Zanja de Alsina, diseñada por el ingeniero francés Alfred Ebelot (autor de Adolfo Alsina y la Ocupación del Desierto), los indios tuvieron que desplazarse hacia el sur y el oeste. Los productores agrarios ganaron vastas extensiones.

Ya se había librado, el 8 de marzo de 1872, la batalla de San Carlos (hoy Bolívar) donde el Ggeneral Ignacio Rivas vence al chileno Calfucurá, considerado el Napoleón de las Pampas, que muere al año siguiente: 4 de junio de 1873, en Chilihué. El nombre de este asentamiento significa "Pequeño Chile" y recordaba la querencia originaria de Piedra Azul y su gente. Durante aquel combate se movilizaron 3.600 lanceros argentinos y chilenos encabezados por Calfucurá, Reuquecurá, Mariano Rosas, Catricurá y Pincén. La muy cuestionada zanja, de 300 kilómetros, cavada en 1877 (aún se hallan algunos tramos en nuestro campo) dificultó los malones y, a la larga, generó escasez y hambruna en las tolderías.

Pampas y araucanos consideraban que la riqueza y los alimentos debían adquirirse virilmente, mediante la guerra y el pillaje, despreciando todo trabajo "de a pie", por ejemplo, la siembra. En San Carlos chocaron 3.600 lanceros indios contra otros tantos soldados argentinos, reforzados por la indiada amiga de Catriel. En aquel entonces comenzaba a manifestarse claramente, entre los indios, la separación de  argentinos  y chilenos. Se disolvía la gran Confederación Indígena de Salinas Grandes encabezada por Calfucurá, con perfiles de auténtico imperio, de allí que Piedra (Curá) Azul (Calfú) fuera conocido como el Napoleón de las Pampas.

En fin, no cabe duda de que aquello fue una guerra a muerte entre dos civilizaciones irreconciliables. No se trata de exculpar a Roca por una matanza. Más bien, la victoria fue el tramo final de una guerra de 300 años,  facilitada  por el hecho de que los indios se encontraban ya  desmoralizados… y con hambre. Enfrentaron al Ejército Argentino en un combate frontal, que no era su fuerte. Fueron derrotados y comenzó su declinación. Puede decirse que, cuando Roca realizó su famosa expedición al Río Negro, ya los encontró dispersos.

Roca tuvo un lema: "Paz y Administración".  Válido para todos los tiempos, incluso el actual.


** Por Rolando Hanglin



domingo, 11 de septiembre de 2016

Sarmiento en la Argentina bárbara / por Rolando Hanglin

 
Insultó y fue insultado. Dijo en su vida infinidad de cosas. Pero comparémoslo, en todo caso, con tantos políticos que han dicho cosas moderadas y amables, pero que nunca sirvieron ni para espiar
Sarmiento fue sobre todo un periodista polémico, y dijo en su vida infinidad de cosas. Insultó y fue insultado.

Nacido en 1811 (en San Juan), fallecido en 1888 (en Paraguay), Domingo Faustino Sarmiento fue uno de los personajes más discutidos de la historia argentina. Algunos lo declaran "padre del aula", otros lo proclaman autor exclusivo de la Ley 1420 de educación obligatoria, gratuita y laica (que, en realidad, fue promulgada por el presidente Julio Roca), otros lo consideran un escritor genial por el "Facundo"; y están quienes lo bautizaron, sencillamente, "el Loco Sarmiento", por sus opiniones apasionadas, siempre políticamente incorrectas.

Dijo, por ejemplo, sobre los estancieros argentinos: "Nuestros hacendados no entienden ni jota de este asunto, y prefieren hacerse un palacio en la Avenida Alvear antes que meterse en negocios que los llenarían de preocupaciones. Quieren que el gobierno, quieren que nosotros, que no tenemos una sola vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luro, a los Duggan, a los Cano, a los Leloir y a todos los millonarios que pasan su vida mirando cómo paren las vacas. En este estado está la cuestión, y como las cámaras (del Congreso) están también formadas por ganaderos, veremos mañana la canción de siempre, el payar de la guitarra a la sombra del ombú de la Pampa y a la puerta del rancho de paja".

Dijo del General Julio A. Roca, al regreso de la Campaña al Desierto de 1879: "¡Roca ha descubierto que en la Patagonia no hay indios!".

Dijo de los judíos: "El pueblo judío, esparcido por toda la tierra, acumulando millones, rechazando la patria en que nace y muere… Ahora mismo, en la bárbara Rusia, como en la ilustrada Prusia, se levanta el grito de repulsión contra este pueblo que se cree escogido y carece del sentimiento humano, de amor al prójimo, de amor a la tierra, del culto del heroísmo, de la virtud, de los grandes hechos, donde quiera que se produzcan… ¡Fuera esa raza semítica! ¿O es que no tenemos derecho, como los alemanes y los polacos, a hacer salir a estos gitanos bohemios que han hecho del mundo su patria?". (Enero de 1888, Diario El Nacional de Buenos Aires)

Dijo de nuestros paisanos, los indios: "Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos, sin poderlo remediar, una invencible repugnancia".
Sobre los gauchos, en una carta a Mitre (textual): "…no trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono necesario, útil al país. La sangre es lo único que esos salvajes tienen de  humanos".

Sobre Ángel Vicente Peñaloza, el mítico "Chacho", lugarteniente de Facundo Quiroga, último caudillo federal: "No sé qué pensaran de la ejecución del Chacho; yo, inspirado en los hombres pacíficos y honrados, he aplaudido la medida, precisamente, por su forma. Sin cortarle la cabeza a este inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".
Cabe recordar que Peñaloza, vencido en los llanos riojanos, durante una de tantas contiendas civiles, se rindió al comandante Vera, pero fue acribillado, después decapitado, y su cabeza, clavada en una pica, exhibida en la plaza de Olta.

Estando en Francia, en 1846, visitó al General San Martín en su casa de Grand Bourg. Mantuvo una larga entrevista con el Libertador. Sin duda le habló pestes de Rosas, pero, por lo visto, no lo convenció. San Martín siguió admirando al Restaurador.

Durante la presidencia de Roca, ejerció el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Por aquel entonces se verificaba en el país un alto índice de analfabetismo. En el campo había muy pocas escuelas. Sarmiento predicaba así: "Para que haya paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales… para eso necesitamos que toda la república sea una escuela."

Recién en 1884 se logró la sanción de su viejo proyecto de ley de educación gratuita, laica y obligatoria, que llevó el número 1420. Según Mario Vargas Llosa, es por este triunfo de Roca y Sarmiento que Argentina resolvió el problema del analfabetismo antes que Europa y los Estados Unidos. 

      Sarmiento fue también un destacado masón: pidió licencia en la Logia Unión del Plata No 1 para asumir sin compromisos la presidencia de la Nación, en 1868.
La idea de la Educación como causa superior del progreso de los países es relativamente nueva, aunque hoy está consagrada por el mundo entero. Vivimos en la Era del Conocimiento. Y Sarmiento fue precursor de este tiempo: por su obra, millones de hijos de inmigrantes que venían hambreados de Europa y Asia conocieron la ciudadanía y la lectura.

Lo que pasa es que Sarmiento vivió en la Argentina Bárbara: un ciclo que se inicia en 1806, con las Invasiones Inglesas, y culmina en 1880 con la Conquista del Desierto. En ese período de apasionada violencia, la Junta de Mayo fusiló a Santiago Liniers y Martín de Alzaga, héroes de la Reconquista; Lavalle fusiló a Dorrego; Rosas a Camila O´Gorman; los vencedores de Caseros incautaron toda la fortuna de Rosas (incluyendo Palermo entero) construida a fuerza de trabajo desde los 17 años, y no se la devolvieron nunca. En fin: fue un ciclo revulsivo donde no sólo se dijeron sino que se hicieron cosas tremendas.

En este contexto, se ven como detalles pintorescos los arranques racistas de un escritor deslenguado, apodado "el Loco", que como presidente dio un impulso fantástico a la Educación Pública y convirtió a la Argentina en un país ejemplar. Comparémoslo, en todo caso, con tantos políticos que han dicho cosas moderadas y amables, pero que nunca sirvieron ni para espiar.