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sábado, 25 de agosto de 2012

Detente, respira y escoge. La cortísima vida del lector


Muchos de los que leemos tenemos la costumbre determinar todos los libros que empezamos, por muy malos, aburridos o densos que sean. Este puede ser un hábito muy positivo: si hubiera abandonado La Regenta en ese primer capítulo descriptivo de Vetusta que se me antojaba insufrible, nunca habría leído una obra magistral que con el tiempo se convirtió en uno de mis libros favoritos. Muchas obras exigen un esfuerzo, y no merecen ser abandonadas a la primera de cambio. Puede ocurrir (y no pocas veces) que la obra que tengamos entre manos mejore de forma espectacular a partir de la segunda mitad del libro, y de habernos rendido nos habríamos perdido horas y horas de disfrute literario. También nos encontramos con libros que nos resultan muy difíciles y lentos, pero que al terminar nos hacen sentirnos recompensados, conforme revaluamos la lectura y descubrimos todo un mundo subterráneo de sentido y belleza que nos ofrece muchísimo más que una obra más rápida y sencilla.

Dicho esto, es importante tener en cuenta que como lectores (y humanos) somos finitos. Tenemos un límite muy real de libros que podemos leer. ¿Cuánto lees al día, y a la semana, y al año? Si eres un lector ávido, tal vez leas un libro por semana. Unos 52 libros al año. Supón que eres un lector joven y saludable, de unos veinte años. Tu esperanza de vida podría ser, siendo muy optimistas, de 70 años más (y eso dando por sentado que con 90 años tu lucidez sea la misma que ahora). Eso significa que en tu vida podrías leer 3640 libros, en el mejor de los casos. Realmente no son tantos. Solo con los considerados “clásicos” podríamos hacer una lista de mil libros (de hecho ya hay algún libro publicado con listas de este tipo, entre ellos el 1001 libros que hay que leer antes de morir editado por Grijalbo). Muchos aficionados a la lectura no llegan al libro por semana, así que imaginaos cómo se reduce la cantidad. En conclusión, tenemos poco tiempo y muchos libros por leer.

A no ser que seas Sarah Weinman, que en 2008 batió su récord personal al leer 462 libros en 12 meses, ni más ni menos. Weinman tiene una habilidad innata que le permite leer a velocidades supersónicas, sin utilizar ningún tipo de técnica (en Lecturalia os hemos hablado del speed reading, pero lo de Weinman es distinto. Asegura que la narrativa, el ritmo y sonido que se proyecta en su cabeza al leer va a una frecuencia diferente al texto que pasa delante de sus ojos, un caso muy curioso). Weinman corrige libros de 350 páginas en menos de 4 horas y lee un mínimo de un libro al día. Esto es muy útil para su trabajo, ya que es crítica y columnista para el periódico estadounidense Los Angeles Times. Puede permitirse leer, entender y tomar notas de un libro en poco más de una hora: lo que demuestra que comprende y asimila realmente lo que lee.

En cuanto a nosotros, meros mortales con velocidades de lectura media, tal vez deberíamos plantearnos en serio que tenemos un cupo relativamente pequeño de libros. A lo mejor va siendo hora de ser más exigentes con las obras que escogemos, a lo mejor deberíamos prescindir de aquello que no nos aporta nada o que no disfrutamos como querríamos. Además, hay que tener en cuenta la famosa Revelación de Sturgeon: El 90% de todo es mierda. Aprovechemos con conciencia ese 10% restante





domingo, 20 de mayo de 2012

Derechos de los lectores en la era del libro electrónico


Shiyali Ramamrita Ranganathan (1892-1972) fue un matemático que se ganó el título del Padre de la Biblioteconomía en la India, su país natal, por su contribución a los sistemas de clasificación al desarrollar el sistema de clasificación facetada; sin embargo, lo que le valió el reconocimiento a nivel internacional fue la elaboración en 1931 de sus famosas Cinco Leyes de la Bibliotecología:

1. Los libros son para usarse
2. A cada lector su libro
3. A cada libro su lector
4. Hay que ahorrar tiempo al lector
5. La biblioteca es un organismo en crecimiento

Quizá Ranganathan nunca imaginó la repercusión de estas 5 máximas para el mundo de la bibliotecología que a más de ocho décadas de distancia siguen teniendo un gran valor. Lo que definitivamente nunca pudo predecir fue la “revolución” y evolución que estaría viviendo el mundo del libro con el auge del libro electrónico y donde estas leyes siguen tan vigentes aunque el formato cambie.
A pesar de la vigencia de las 5 Leyes de la Bibliotecología, la naturaleza del libro electrónico y los retos que debe de enfrentar hacen necesaria una reformulación y adaptación a los nuevos tiempos, al nuevo formato y a las amenazas que se ciernen sobre él, por ejemplo, los DRMs, la baja calidad en el diseño editorial y en la corrección de estilo, a quién pertenece el libro realmente, entre otras.
Ante estos tiempos que corren y los retos tanto de lectores como del libro electrónicos, muchos expertos en la materia se han aventurado a formular nuevas leyes y máximas que se adapten y satisfagan las necesidades actuales tanto de los lectores como de los contenidos, veamos algunas de ellas:

Los derechos del lector de acuerdo con Mike Cane:

1. El derecho a una portada digna.
2. El derecho a un índice (con enlaces a cada capítulo).
3. El derecho a una maquetación correcta.
4. El derecho a la posibilidad de subrayar pasajes en el libro.
5. El derecho a marcar páginas.
6. El derecho a copiar.
7. El derecho a ilustraciones legibles.
8. El derecho a la corrección tipográfica.
9. El derecho a una pantalla libre de anuncios.

Del lado de nuestro idioma, encontramos a Javier Celaya y José Antonio Vázquez que en mayo de 2010 formularon un dodecálogo del lector digital en donde sobresalen temas como la privacidad del lector, la propiedad del libro y la posibilidad de leerlo en la plataforma que mejor convenga al lector (e-reader, computadora, teléfono inteligente, en la nube, etc.), la portabilidad de los datos y otros que también se mencionan en los derechos de Cane.
La bibliotecaria Alicia Sellie, de la mano de Matthew Goins, ambos preocupados por las barreras que representan los DRM elaboró también su Declaración de Derechos de los Libros Digitales, mismos que han quedado asentados en la web 
ReadersBillofRights.Info:

1. Capacidad para retener, almacenar y transferir los libros adquiridos
2. Capacidad de crear una copia en papel del libro electrónico.
3. Los libros electrónicos deben estar en un formato abierto (para que pueda leerse por ejemplo en una computadora y no en un solo dispositivo)
4. Capacidad para elección del hardware para acceder a los libros (por ejemplo, en 3 años, cuando el dispositivo ya no sirva, que todavía se pueda leer en otro hardware)
5. La información del lector debe ser privada (los datos sobre cómo, cuándo y qué leemos no serán almacenados, vendidos o comercializados).

En el blog de Kobo hace tiempo se publicó también un listado sobre derechos del lector(actualmente el link no está disponible):
1. Derecho a bajar los libros al dispositivo.
2. Derecho a subir libros en el dispositivo.
3. Derecho a conservar su biblioteca.
4. Derecho a la libertad de movimiento.
5. DRM solo cuando es necesario, pero no innecesarios DRM.

No deja de ser curioso que Kobo al ser un distribuidor de libros electrónicos y no un lector, no sea tan contundente en el tema del DRM, no se cuáles serían los casos específicos en los que un libro requiere de DRM y mucho menos queda claro a lo que ellos llamen DRM innecesarios. En fin, queda claro que son unos derechos de los lectores pensados por alguien que vende y no el que consume.
Como podemos notar, las principales preocupaciones se centran en la privacidad del lector y la comercialización de su comportamiento lector, otro tema no menos importante tiene que ver con el DRM y las barreras que éste representa y el reto que puede representar el constante cambio de formatos y dispositivos. Los derechos del lector es un tema que preocupa y debe seguir ocupando tanto a los lectores como a escritores, editores y distribuidores de contenido si se pretende que la lectura en pantalla satisfaga las necesidades de todos y se convierta en una verdadera opción al momento de leer.


Fuente: http://leerenpantalla.com/derechos-de-los-lectores-en-la-era-del-libro-electronico/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=derechos-de-los-lectores-en-la-era-del-libro-


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Alonso Tudela, el hombre del millón de libros


Lo primero que llama la atención cuando llegas a la finca de los
Tudela, cerca de Albarracín, es su lejanía. No tanto física, apenas a
veinte kilómetros del pueblo más cercano, sino espiritual. Con cada
kilómetro que nos acercamos a su casa menos parecemos habitar en el
mundo ruidoso, artificial y tecnológico que tan bien conocemos y tan
bien nos domina. Allí, entre campos de trigo, álamos solitarios y
pequeños riachuelos, el tiempo parece haber adoptado una actitud
diferente.
La casa de Alonso Tudela es grande. Algunos la calificarían de
mansión, pero le falta visión señorial para eso; está construida a
grandes bloques, creciendo de manera desigual a medida que a la
familia le hacía falta espacio. Hoy en día sólo vive en esta casa
Alonso Tudela, de noventa y cuatro años, y su cuidadora. Además,
claro, entre esos muros de piedra gris y bajo la techada roja les
acompaña ese millón de libros por el que Tudela ha ocupado numerosas
notas en diarios aragoneses.
La cuidadora, Marta, nos abre las puertas de la casa. Ya en el
recibidor se levantan dos o tres filas de libros todavía envueltos en
plástico protector. El señor todavía no ha tenido tiempo de clasificar
estos ejemplares -nos comenta- a veces se le acumula el trabajo, sobre
todo en navidades o en las fechas de la feria del libro. Lanzo un
vistazo rápido antes de continuar, Reverte, Zafón, Eco… al parecer
Tudela tiene un gusto ecléctico.
El señor de la casa nos espera, como no podía ser de otra manera, en
la biblioteca. Nos quedamos sin aliento en medio de una sala no apta
para claustrofóbicos. Cientos, miles, de volúmenes se apilan en
estanterías que ocupan hasta el último rincón de una habitación que en
otro tiempo había servido para apilar enormes cubas de vino. Tudela se
da cuenta de nuestro asombro y sonríe tras las gafas redondas que le
dan un cierto aire a intelectual de los años 20. Sentado en un enorme
sillón orejero, lucha contra el frío aragonés con una estufa de gas y
una manta sobre las piernas. El rostro lo tiene surcado de arrugas y
viste una chaqueta gris de paño. A su lado se levanta una pila de
libros que, mientras nos esperaba, ha ido despojando de sus
envoltorios.
La entrevista se desarrolla más deprisa de lo que esperamos en un
principio. Tudela nos confirma el número exacto de los volúmenes de su
colección: un millón de ejemplares que ocupan esa sala y casi en su
totalidad el resto de la casa. A la pregunta de cuándo nació su
afición por los libros contesta mientras etiqueta la última novela de
Lucía Etxebarría. Los libros son cultura -afirma-, eso decía mi padre.
Así que en casa siempre había libros, lo único que hice yo fue coger
la costumbre de ir comprando. Primero poco a poco, siempre que bajaba
a la capital, y luego ya, con el Círculo, por catálogo. Ahora compro
por Internet todas las novedades y me las traen a casa gratis.
Así que hasta aquella casa abandonada han llegado las ventajas de la
red. Tudela deja a un lado el libro y continúa. También he comprado
varias bibliotecas completas de saldo, tengo un librero de viejo que
me visita un par de veces al año y que viene con un camión lleno de
libros en perfecto estado.
Mientras Joan, el fotógrafo, sale a la caza de unas buenas fotos, no
puedo hacer la pregunta inevitable: ¿Cuántos de esos libros se ha
leído? A lo que yo creo que es una pregunta divertida y que,
normalmente, hace que el entrevistado se suelte, el señor Tudela
parece algo incómodo. ¿Leídos? -repite- Bueno, la verdad es que nunca
he leído un libro en mi vida. Entiéndame, sí que he leído los de
estudiar en la escuela, y en su día el Código de circulación, pero de
estos, de mis libros, todavía no me ha dado tiempo a empezar ninguno.
Si casi no puedo ni ordenarlos, imagínese si tuviera que leerme
alguno.
No acabo de creerme la historia del señor Tudela, pero su ceño
fruncido y la cara de la cuidadora acaban por convencerme. Parece algo
irreal, un millón de libros comprados y ninguno leído… así que le
pregunto si piensa donar sus libros en algún momento.
Tudela sonríe con un cierto brillo de orgullo en los ojos. Se quita
las gafas y las pliega. Por supuesto -anuncia-, ya estoy preparando mi
legado. A mi edad estas cosas hay que dejarlas claras. Cuando muera he
dejado las instrucciones pertinentes para que mis libros sean donados
a un museo y puedan ser contemplados.
¿A un museo? -le interrumpo- Será a una biblioteca. No -contesta-, a
un museo. Esta no es una biblioteca para leer, es una biblioteca para
mirar. Con lo que me ha costado. Lo dice de manera tajante, tanto que
prefiero no seguir discutiendo. Llamo a Joan, que parece entusiasmado
con sus fotos, y nos despedimos del señor Tudela, el cual pierde
rápidamente el interés en nosotros mientras sigue catalogando sus
libros pendientes.
Nos montamos en el coche y abandonamos, entre campos de trigo y
caminos sin asfaltar, ese cementerio literario en que se ha convertido
la biblioteca del hombre de un millón de libros.
Etiquetas: bibliotecas, lectores, Récords literarios

Fuente:http://www.lecturalia.com/blog/2011/12/28/alonso-tudela-el-hombre-del-millon-de-libros/