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miércoles, 28 de marzo de 2012

Libreros en paz con Taringa


Llegaron a un acuerdo que establece mecanismos de protección de los derechos de propiedad intelectual.
El portal argentino Taringa! y la Cámara Argentina del Libro (CAL) llegaron finalmente a un acuerdo que establece mecanismos de protección de los derechos de propiedad intelectual a cambio de que los editores desistan de la demanda judicial por la cual los responsables del sitio fueron procesados en octubre de 2011.

Así, Taringa proporcionará a la CAL una herramienta para que ellos mismos desactiven aquellos enlaces subidos al sitio que ofrezcan descargas de material protegido por derechos de autor. A su vez, la entidad que nuclea a los editores se comprometió a liberar aquellas obras que ya no requieren del pago de derechos y libros de autores o editoriales pequeñas para los cuales Internet es un medio de publicación y difusión en sí mismo.

El convenio, firmado este martes, tiene como fin la creación de un modelo de circulación de obras protegidas en el entorno digital que permita la confluencia de los intereses de los titulares de los derechos y los desarrolladores de sitios de Internet.

En octubre del año pasado, la Sala VI de la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional había confirmado el procesamiento de los propietarios de Taringa!, Alberto Nakayama, Matías y Hernán Botbol por haber incurrido en delitos que atentan contra la ley 11.723 de propiedad intelectual. La denuncia fue presentada por la Cámara del Libro y las Editorial Astrea, Ediciones de la Flor SRL, Ediciones La Rocca, Editorial Universidad SRL, Gradi SA, La Ley y Rubinzal y Asociados.

"La idea es avanzar en una instancia superadora y de colaboración, porque a diferencia de otras cámaras de la industria, nosotros no queremos que cierren el sitio; por eso a través de este acuerdo decidimos no judicializar más", explicaron desde la CAL y aclararon que aunque se abandonará la demanda, será la Justicia la que determinará si finalmente la causa por delito de acción pública termina archivándose.

"El acuerdo marco alcanzado entre las partes constituye un hecho inédito en la industria editorial argentina, en el sector digital y en las redes sociales locales, y permitirá sentar las bases para futuros entendimientos entre los actores involucrados en referencia a publicaciones de dominio público, autores noveles y ediciones descatalogadas", sostuvo la entidad de editores.

Fuente: RedUsers


martes, 17 de enero de 2012

Librerías y libreros digitales






Aunque el porcentaje de ventas de ebooks frente al de libros en papel se mantiene todavía muy distante en el mercado español, no pasa de la misma forma en el estadounidense, donde este año las ediciones electrónicas han pasado por encima de las tradicionales. Está claro que el dominio de Amazon es apabullante gracias a su sistema automatizado de recomendaciones, todavía en pañales en España debido a la falta de usuarios necesarios para alcanzar una masa crítica.

Lo cierto es que ese sistema de recomendaciones funciona bastante bien, lo he comprobado en varias ocasiones al comprar en las tiendas americana e inglesa, pero, de todas formas, no deja de ser una recomendación generada por un algoritmo en base a las compras y opiniones de otros usuarios. El otro día comentábamos si la crítica debía ser necesaria, ya que el nacimiento de estos sistemas podía ser suficiente para nuestras necesidades de prescripción. Esto me lleva a plantearme una cuestión sobre el futuro de las librerías y, sobre todo, de aquellas que acepten -o puedan sobrellevar- la dualidad del libro que se nos presenta en un futuro relativamente cercano.

Entiendo que es una costumbre que se va perdiendo, la del librero que aconseja por motu propio, o bien la del que conoce perfectamente el mercado editorial y puede dar respuesta a las preguntas de cualquier cliente. Es cierto que hay gente que no quiere consejo alguno y ya sabe perfectamente qué le gusta, pero nunca está de más saber qué es lo que se lleva y lo que puede interesar a cierto grupo de clientes. Tras un rápido vistazo a la mayoría de tiendas virtuales de ebooks es fácil comprobar que no hay detrás una fuerte voluntad prescriptora, más allá de recomendar lo último deReverte, Rothfuss o la novedad Davinciana de turno. De vez en cuando aparece algo más sutil, más definido, pero lo que no encontramos es la razón o el motivo de esa selección.

Dentro de nada las tiendas virtuales se van a tener que enfrentar a Amazon y su sistema de recomendaciones, que te bombardea cada semana con productos que podrían gustarte… y con los que normalmente acierta. Pienso que las librerías virtuales deberían volverse más sociales y prescriptoras, más literarias y menos supermercado, con mayor cuidado por los libros que destacan y con la capacidad de argumentar una recomendación, aunque sea genérica. A casi todos nos gusta que nos enseñen libros curiosos, diferentes o interesantes. Si los editores digitales no se prestan a ejercer de filtro -casi no lo hacían cuando eran editores sólo de papel-, puede que el papel de los libreros se recupere a partir de compartir su pasión por los libros, por la literatura y el placer de que la gente disfrute leyendo un buen libro.

Fuente: http://www.lecturalia.com/blog/2012/01/17/librerias-y-libreros-digitales/


sábado, 30 de abril de 2011

La bibliópolis oculta

www.gadelargentina.blogspot.com
En Buenos Aires, librerías consagradas a volúmenes antiguos o raros y libreros apasionados dan testimonio del amor que despierta el libro como objeto de colección
La bibliofilia, el amor por el libro como objeto de colección, tuvo su auge en Buenos Aires entre los siglos XIX y XX, merced al interés de una elite ilustrada que adquirió en Europa bibliotecas enteras y formó colecciones notables (Arata, Cárcano, Bunge, Gallardo, Llobet, Zorraquín Becú, Vogelius, Mayer). Muestra de ello son los 40.000 ejemplares reunidos por Jorge M. Furt, que se conservan en la estancia Los Talas, a unos 20 kilómetros de Luján. O los 60.000 títulos de la colección Quesada, hoy en Berlín. Un glorioso pasado que alcanzó su cenit a mediados del siglo XX.
Aquella "bibliópolis" de rango mundial (según Rubén Darío y Paul Groussac), famosa por sus escritores, editores, libreros y bibliófilos, mantiene su crédito como la plaza del libro antiguo más importante de Latinoamérica. Mario Vargas Llosa ha dicho que una de las razones por las que le gustaría vivir un tiempo en Buenos Aires son sus librerías. La Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (Alada), fundada en los años 50, reúne a cincuenta libreros. Su presidente, Alberto Casares, afirma que la asociación, que desde 2004 organiza la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires -única en el continente y must de la agenda porteña-, vive su mejor momento.
Librerías, libreros y bibliófilos
Una minoría sofisticada de librerías anticuarias ofrece libros antiguos (previos a los siglos XVIII o XIX) y de lujo. La mayoría, en cambio, se ocupa de libros raros, agotados, de colección, decorativos o preciosos, que atraviesan cronologías. Luego están las librerías de viejo, ocasión o lance, con libros descatalogados o usados. En rigor, la mayoría cuenta con un poco de todo y se define por lo que predomina. A los libros se suele sumar una vasta iconografía antigua en soporte papel (mapas, fotos, documentos, etcétera).
Las temáticas comunes son argentinas e hispanoamericanas y las especiales, fotografía (Poema 20); correos, gráfica, tabú (El Faro del Fin del Mundo); alemán, latín (Henschel); franceses ilustrados (Víctor Aizenman, El Incunable); idiomas (Glyptodon); teatro (Ávila; La Teatral); derecho (Platero). El gusto del coleccionismo fue nacional y americanista (siglo XIX), europeizante (inicios del XX), nacional (XX) y desde el año 2000 parece inclinarse por las vanguardias literarias.
En los fascinantes locales de estos libreros se accede a otros tiempos y espacios: atmósferas londinenses (Antique, Poema 20, Casares), gabinetes nobles del siglo XVIII (Aizenman), escenografías históricas (Ávila, donde en 1785 funcionó la primera librería del país). Algunos locales se ubican en sótanos (El Incunable, Cueva Libros, Platero), trastiendas (Fernández Blanco, Glyptodon), departamentos (Henschel), edificios históricos (El Faro), galerías (Pampeana, Lord Byron, Mireya), hogares (Manos Artesanas; Del Plata) y laberintos (Huemul).
Los buenos libreros apuestan al vínculo personal con sus clientes ("No vendo a quien no veo", confiesa Llobet), asesorando, cuidando el trato y ofreciendo servicios como catalogar y reparar libros, permutar o canjearlos. Organizan lecturas con café y hasta "chocolates de los jueves" para atraer viudas. Al cabo, el librero es un bibliófilo al que le cuesta deshacerse de sus mejores libros. Sosa y Lara, de Lord Byron, define su oficio como "un ida y vuelta entre un cliente especializado y un librero que se nutre de ese conocimiento y lo devuelve".
"El librero es un psicólogo -explica Gustavo Breitfeld, que tiene ambos títulos- y esto es como un vicio, una droga, la adrenalina del buscador de tesoros. El psicoanálisis trata de descubrir en el inconsciente lo reprimido, mientras que en el libro busco lo que no me dice para ponerlo en valor."
Entre libreros y compradores, el médium es el catálogo, libro sobre libros, quintaesencia de la bibliofilia, motivo de coleccionismo y fuente de criterios para valorar un ejemplar. Esos criterios son múltiples: la proyección cultural de la obra, la edición (pirata, príncipe, revisada, rara, numerada); el estado del libro (lomo fatigado, tiros de polilla; los cantos desparejos revelan agregados y el olor a goma, restauraciones); la estética (encuadernación lujosa o firmada, medio marroquí o florones en el tejuelo, ilustraciones, papel, tipología); partes (hojas de respeto, guarda, pestaña); provenance y marginalia ; la demanda y existencia; si figura en bibliografías (Suárez, Palau).
"El que compra con pasión hace negocio", explica Breitfeld. Casares, por su parte, agrega que eso requiere "intuición, buen gusto, mirada abarcadora y rápida, olfato, sensualidad en la mano, paciencia y saber escuchar a dos grandes maestros: el libro que nos habla y el cliente que nos enseña su especialidad". No obstante, pese a tener tantas cosas en común, señala Ana María Lacueva, "jamás nos pondríamos de acuerdo sobre un precio".
El rematador que vendía libros antiguos entre vajillas y carruajes (Bullrich ha sido pionero en esto) cuenta hoy con especialistas en tasar y catalogar ejemplares únicos que subastan ante agentes de grandes coleccionistas locales (Porcel y Blaquier) y extranjeros.
La fama hosca de los libreros se desmiente con la cohesión de Alada. El prejuicio de métier masculino cede ante la abundancia de damas libreras como Elena Padin Olinik, de Helena de Buenos Aires, rematadoras (María Saráchaga), coleccionistas (Larguía), encuadernadoras y artistas de ex libris. Los bibliófilos, por su parte, revelan su espiritualidad (Navia define su pasión "como un pianissimo de Rubinstein") y sociabilidad. Un centenar se reúne en la prestigiosa Sociedad de Bibliófilos Argentinos (1928), explica Padorno, su vicepresidente. Renacen las tertulias, las donaciones en vida y la idea de que "los particulares prolongan la vida del libro antiguo mejor que una biblioteca, pues le dan más cariño y cuidado" (Aquilanti). A la leyenda de un duelo atávico entre codiciosos libreros y pícaros bibliófilos, Almeida responde: "Todos amamos los libros y estamos del mismo lado".
Artesanías y cuidados
Los restauradores y encuadernadores son los artistas del libro. Algunas librerías, por ejemplo Antique, tienen los propios (Carlos Guerrero), aunque la mayoría es independiente, como la multipremiada María Sol Rébora; Andrés Casares, que aprendió técnicas secretas de maestros franceses; o Graciela de la Guardia, dama de vasta cultura, formada en Japón y Francia, con lista de espera mundial y un taller encantador. La encuadernación puede ser una obra de arte, firmada y coleccionable, pero no siempre beneficiosa. Antes se estilaba encuadernar todo a la francesa (agregando tapas y guillotinando hojas), arruinando ediciones originales. Hoy se prefiere respetar lo que el libro trae, dejar primeras ediciones en rústica y en rama (sin abrir), y encuadernar lo previo al siglo XVIII con pergamino y rama abierta (borde desparejo), aunque, observa Aizenman,"hay cierto fetichismo en nunca encuadernar; la encuadernación puede alterar o jerarquizar el libro".
Un socio fiel del libro antiguo es el ex libris ("Este libro es de", en latín), viñeta con emblema y leyenda alusivas al coleccionista o su tema. La grabadora Eva Farji, interesada en sus alegorías, refiere su origen noble y heráldico, que se remonta al Renacimiento, y su etapa burguesa, profesional y artística, con el auge del libro y el diseño, a fines del siglo XIX. A principios del XX, los amigos de los ex libris comenzaron a reunirse. En nuestro país, María Magdalena Otamendi de Olaciregui (cuya colección se conserva en la Biblioteca Nacional) fundó la Asociación Argentina de Ex Libristas. El ex libris atrajo a artistas como Norah Borges y Pío Collivadino. Hoy tiene estupendos artistas (Grupo de Amigos del Ex Libris/Gadel, Luis Mc Garrell Gallo) que crean por encargo (¡Carlos Menem se hizo uno!) y fieles coleccionistas (Vast y Dellepianne Cálcena).
La fragilidad del libro exige recaudos. Contra el polvo aconsejan leerlo (se airea solo), guardarlo en bibliotecas Thompson o cajas, y para curarlo de plagas (dermétidos, xilófagos o "taladros" y gorgojos), envolverlo con celofán en el freezer o agregarle cantos dorados que ahuyentan insectos además de adornar. Conviene cuidarlo de la humedad, sol, calor, animales y fumadores, exhibirlo y catalogarlo desde los 3000 ejemplares, cuando falla la memoria y se puede soñar con dar nombre a la colección.
El futuro de los libros del pasado
El libro antiguo circula entre decesos, divorcios, viajes, apremios, donaciones, estancias, porteros asociados a libreros o cartoneros que los liquidan como papel. "Se tiran millones", dice López Medus. "Veinticinco años después de haber prestado un libro, lo reencontré en una librería de usados", cuenta Vega Andersen.
El futuro del libro antiguo reniega de sus clichés. Si bien cierran librerías (L'Amateur), son más las que abren (La Teatral, El Vellocino de Oro, Gotcha's Books, Los Siete Pilares), en un proceso de renovación generacional, cambio de perfil profesional y sofisticación de la plaza, con jóvenes libreros y perspectivas modernas (Sirinian, Breitfeld, Koch, Aquilanti, Lüchter Bunge). Cada vez más especializados y menos diletantes, parece no obstante inmortal la imagen del librero bohemio, "devoto del libro como fenómeno en la vida del hombre y del sentido misional de una librería", acota Llobet.
De a poco, el libro antiguo vuelve a interesar a la dirigencia, se reconoce su aporte al acervo cultural y su falso elitismo. "Un ejemplar interesante cuesta igual que un par de zapatillas", afirma Fullone, de la Librería Del Plata. Basta escoger un buen tema, dejarse asesorar y adquirir poco y bueno.
Los stocks libreros (el mayor es el de Fernández Blanco, con más de 200.000 ejemplares), los tesoros públicos y las colecciones privadas demuestran que queda mucho en Buenos Aires. Los extranjeros no se han llevado todo; los libros tienen su destino (dijo el poeta Horacio), que es circular, yendo y viniendo del exterior, pues también los argentinos adquieren afuera. Un mundo integrado -dicen- promueve este circuito del cual nuestra ciudad forma parte vendiendo, comprando, visitando ferias, actualizándose e integrando organizaciones internacionales, como Breitfeld, Aizenman y García Cambeiro.
También los remates, Internet y el Estado expanden el sistema: la Biblioteca Nacional adquiere y cuida donaciones, el Gobierno porteño promueve librerías de valor patrimonial, la Feria del Libro Antiguo y, este año, las actividades derivadas del nombramiento de Buenos Aires como Capital Mundial del Libro (Unesco).
Pero ¿qué explica el placer del bibliófilo ante el vértigo de saber que no bastará su vida para leer lo que posee? Acaso lo mismo que aqueja a todos los hombres: la conciencia de la finitud y el anhelo de asirse a un objeto que supere el tiempo, pues los hombres pasan, los libros quedan y en esa inmortalidad radica, según Llobet, "la fuerza invencible del libro antiguo".
Si los libros, como afirma Whipple, son "faros erigidos en el vasto mar del tiempo", Buenos Aires es una costa resplandeciente para cualquier náufrago existencial.
EXQUISITOS, EFICACES Y LEGENDARIOS
Casi tan variados como los volúmenes que se agolpan en sus estanterías son los perfiles de los libreros. Los hay exquisitos (Aizenman, Diran Sirinian), eficaces (Lacueva, Casares, los Breitfeld), conversadores (López Medus, Miguel Ávila), tradicionales (Mireya Pardo, Rodolfo Luchter Bunge, Lucio Aquilanti). No faltan ni el apostólico (Jorge Llobet), ni el legendario (Antonio Rago), ni el detectivesco (Roberto Di Giorgio), ni el cordial (Raúl Almeida), ni el sistemático (Vega Andersen). Pero, en cualquier caso, como señala Alberto Casares, "el ideal reúne cualidades de bibliófilo (colecciona), bibliotecario (cataloga), estudioso (trabaja el material) y comerciante (compra y vende)"
BUSCADORES DE PERLAS
Entre "el refinado sensualismo intelectual y las múltiples emociones que proporcionan al espíritu las andanzas en pos de los libros" (Buonocore), circulan compradores por metro (decoran bibliotecas y lámparas), deportistas (pescan ocasiones), fetichistas (los dejan intonsos), profanos (buscan " El principito de Maquiavelo"), estetas (gozan con el tacto del pergamino y el perfume del cuero), excéntricos (adquieren ejemplares del mismo título para cada hijo), desesperados (esconden lo que no pueden adquirir) y bibliófilos consumados, como Eduardo Sadous, que, cual cazadores, relatan sus hazañas, muestran sus trofeos y sueñan con la suerte de quien en 1910 adquirió una Biblia de Gutenberg por 80 pesos en Lavalle y la vendió por una fortuna al Museo Británico.
BIBLIOFILOS Y FAMILIAS
La bibliofilia es una manía menor que, sin recaudos, puede conducir a perversiones como el fetichismo, la cleptomanía y la bibliopatía, y convertirse en "agente de mortificación familiar", dice Guillermo Gasió. Están quienes comprometen las finanzas (ocultan sus compras o se privan de comer), el espacio (algunos requieren departamentos enteros para sus bibliotecas), la higiene del hogar o la atención de las señoras. Circulan anécdotas escalofriantes sobre vengativas viudas que venden bibliotecas "con los pétalos de las flores del velorio todavía en el piso" y "falsas viudas" que liquidan libros de un supuesto "difunto" infiel. "El libro es la peor amante pues junta tierra y bichos, es caro, ocupa lugar y roba el tiempo de los maridos", concluye Ávila.
DIRECCIONES DE LIBRERIAS ANTICUARIAS
Víctor Aizenman
The Antique Book Shop:
Alberto Casares:
Librería Fernández Blanco:
Poema 20:
El Incunable:
Librería Platero:
El Faro del Fin del Mundo:
La Librería de Avila:
Librería-Editorial Histórica Emilio J. Perrot:
Manos Artesanas:
El Glyptodón:
Librería del Plata:
Henschel:
Pampeana y Lord Byron:
Mireya y otras librerías:
Huemul:
Tupy:
Graciela de la Guardia
Grupo de Artistas de Ex Libris:

Por Maximiliano Gregorio-Cernadas para La Naciòn


(restauradora y encuadernadora):
Montevideo 1621 PB "A"

Paraguay 1268
Avenida Santa Fe 2237
Galería Buenos Aires, Florida 835
Galería Las Victorias, Libertad 948
Reconquista 533 1° "C"
Guido 1927 PB "A"
Ayacucho 734
Uruguay 1368
Azcuénaga 1846
Alsina 500
Galería Libertad, Libertad 1240
Talcahuano 485
Montevideo 1519
Esmeralda 869
Tucumán 712
Suipacha 521
Libertad 1236
Las Heras 2153 PB "A"

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Libreros de viejo, viejos libreros

Libro antiguo. Luis Andújar, Abelardo Linares, Ignacio Sánchez Meléndez, José Luis del Corral. Cuatro historias de libros en torno a un pregón con rollos y papiros

DOS libreros de viejo y dos viejos libreros. Los cuatro asistieron al pregón de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que pronunció en el Círculo Mercantil Andrés Trapiello. Siendo antiguos y de ocasión, empezó hablando del Jueves de la calle Feria. El día del pregón era Jueves. Todos los libros, hasta los no escritos por Chesterton, son jueves, ese día en este zoco tan añejo que le da nombre a la propia calle. El primer Jueves hábil del año que faltó a su cita con sus libros de viejo Luis Andújar, uno de los libreros que estuvo en el Mercantil. Trasladó su material a la Feria de la Plaza Nueva, bajo la estatua ecuestre de San Fernando. Sus compañeros bromeaban con el polvo que tenía su librería El Desván. Andújar usaba un cultismo zoológico. "En mi librería había arácnidos". Y manzanilla.

El otro librero de viejo tiene su tienda en la plaza de los Terceros, junto al Rinconcillo. Se llama Ignacio Sánchez Meléndez, tiene una risa contagiosa y una cultura impresionante. Un librero de viejo de Montesión (Jueves Santo en los dominios del santo Jueves), y otro de Santa Catalina. Hace varias ediciones, Ignacio fue el que más dinero ganó en la Feria del Libro Antiguo. No debió tan pingües beneficios a Pérez-Reverte, Ken Follett o Stieg Larsson. Le quedaba un saldo entero del libro El doncel de don Enrique el Doliente de Mariano José de Larra. Fue el libro que Letizia Ortiz le regaló en el protocolo prenupcial a su prometido Felipe de Borbón.

Este librero a quien el heredero de la Corona le trajo tan buena fortuna tiene una bonita historia republicana. En su librería hay una placa de recuerdo a Salvador Valverde, el sevillano que compuso Ojos Verdes, un clásico de las tonadillas. En la guerra civil, Valverde se exilió a Argentina. El destino de tantos intelectuales, de Alberti a Falla. Sus hijos volvieron por Sevilla y les ofrecieron para su padre una calle en un remoto confín del callejero. Lo interpretaron como otra forma de exiliarlo. El librero les ofreció una suerte de asilo diplomático. El que pase por la puerta de la librería se entera de que en esta ciudad nació un compositor cabal que murió en Argentina en 1975. "Todos los flamencos que iban por Argentina a actuar, siempre pasaban por su casa", dice Ignacio, "y sin embargo en España se olvidaron de él, el único que lo mencionaba en tiempos de Franco era Bobby Deglané".

Los viejos libreros no lo son en edad, sino porque le echaron el cerrojo a sus respectivas librerías. Renacimiento era el nombre de la librería de Abelardo Linares, el nombre que tuvo la revista literaria y que mantiene la editorial que representa. Se trajo de América una fortuna en incunables, piezas únicas que forman un patrimonio particular sin parangón en el coleccionismo de este país de iletrados tan contumaces como los letrados que no pueden vivir sin publicar. José Luis del Corral cerró la librería La Roldana el mismo año que ganó la última edición del premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical.

Las cuatro librerías, las viejas y las de viejo, la permanente y la itinerante, las ha frecuentado Juan Bonilla, autor del diseño del librito que contiene el pregón de su amigo Trapiello. Todos se conocen a todos en este gremio. El autor de Nadie conoce a nadie reproduce en la portada una librería de Alejandría con estanterías llenas de volúmenes y un excusado en el centro. La taza con el rollo de papel higiénico en el país de los papiros. Un viaje con los libros de Linares (Abelardo) a Andújar (Luis), de La Roldana a Los Terceros. Un joven estudiante de Historia de 22 años se acercó a Trapiello para que le dedicara un ejemplar de El gato encerrado y le dijo al autor de Los amigos del crimen perfecto que se ha leído toda su obra y que uno de sus libros tuvo que conseguirlo por Internet en una librería de Hamburgo.

Acudieron autores como Juan Lamillar, Ismael Yebra o Fernando Iwasaki. A Bonilla le gusta más hablar de fútbol que de literatura. Ha participado en un libro de sonetos dedicados a Andrés Iniesta, autor del gol que nos hizo campeones del mundo. El suyo se titula Jarque mate.


El que no lee es porque no quiere from Joly Digital on Vimeo.



Fuente:  http://www.diariodesevilla.es/article/sevilla/842445/

domingo, 13 de junio de 2010

Libreros: el oficio de leer y formar lectores


Los libreros no se sienten vendedores de ejemplares, sino guías para las inquietudes literarias de sus clientes
"Quien entra en una librería no es sólo un cliente: es una persona con inquietudes. Y tiene que haber mucha responsabilidad del librero de saber qué aconsejar para leer." Estas reflexiones, expresadas con gran convicción, pertenecen a Miguel Fochesatto, quien ejerce el trabajo de librero desde hace más de 30 años.

Sostiene que un librero debe incentivar la lectura; que debe aprender a escuchar al otro y no imponerle un libro; que tiene que haber leído textos clásicos como Crimen y castigo, de Dostoievski, y Madame Bovary, de Flaubert; la poesía de Pushkin y Edgard Allan Poe, entre una larga lista que enuncia.

"Inculcar el amor al saber es una tarea del librero, y lo hago de todo corazón", expresó  este hombre de 53 años, quien considera que "ser librero es una profesión integral".
Con la idea de recuperar la importancia del librero en la formación de lectores, en agosto abrirá la primera escuela de libreros del país, organizada por la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines (Capla), la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y el apoyo de la Secretaría de Cultura y del Ministerio de Trabajo nacionales.

Un nexo indispensable

"Se ha debilitado el nexo entre el libro y el lector, que es el librero de raza. Buscamos recuperar la idea de librero como formador de lectores", comentó Rodolfo Hamawi, director de Industrias Culturales de la Secretaría de Cultura de la Nación. La propuesta está dirigida a personas con experiencia laboral o sin ella, y con secundario completo.

Durante un cuatrimestre, los alumnos cursarán ocho materias, con una frecuencia de dos veces por semana y de cuatro horas por día. Habrá asignaturas de cultura general, como Historia de la Cultura e Historia de la Producción Bibliográfica , y otras específicas, como Gestión de la Librería , Comunicación y Atención al Público y Composición de las Librerías Especializadas.
El curso es gratuito y ya hay más de 200 inscriptos, mientras que por el momento sólo hay 40 lugares. "Estamos enviando un cuestionario para hacer la selección de los 40 primeros. Se valorará la experiencia previa en trabajo de librería y tendremos en cuenta un porcentaje de jóvenes que estén sin trabajo en este momento", explicó Hamawi.

Este primer curso se dictará en el Centro Cultural Borges, que es la sede porteña de la Untref , y se está evaluando la posibilidad de abrir un segundo curso en la sede universitaria de Caseros.
Asimismo, en estos días se acaba de acordar la apertura de una escuela de libreros en la ciudad de Córdoba. "Cerramos un acuerdo con la Cámara de Librerías, Papelerías y Afines del Centro de la República (Calipacer), para que funcione la escuela de libreros en la ciudad de Córdoba a partir de marzo, y estamos en tratativas con libreros de Rosario", contó Hamawi.

Buenos Aires, con sus más de 350 librerías, es la ciudad con mayor número de locales de la región.

Grandes amistades

Miguel Avila comenzó a los 14 años a trabajar en una librería. Hoy, a los 64 años, tiene su propio negocio en la esquina de Alsina y Bolívar, en lo que alguna vez se conoció como la Librería del Colegio, que fue la primera de Buenos Aires.
"El libro me acompañó siempre y tuve la suerte de haber conocido a grandes libreros que eran de una enorme cultura. Primero, eran grandes lectores, y luego se habían convertido en libreros", contó Avila , en una conversación durante la cual se sucedieron las anécdotas y conocimientos cosechados en todos estos años de profesión.

"La librería es un comercio, pero la intención es poder formar un lector, asesorarlo, guiarlo. El librero es un formador, no un despachante", sostuvo Avila. Por eso, consideró: "No se puede tener un vendedor que no tenga una formación cultural básica y que no sea lector".
Asimismo, señaló que en la actualidad hay tanta producción de libros que no se puede pretender que los vendedores conozcan todo lo que se publica.

Avila se refirió también a las amistades que se generan entre los lectores y los libreros, y entre estos y los escritores. Por ejemplo, recordó sus conversaciones, entre otros, con Adolfo Bioy Casares, quien le enseñó a descubrir el humor en Jorge Luis Borges.
De hecho, hay escritores que coinciden no sólo en la importancia de los libreros como vínculo entre sus lectores y sus libros, sino como consejeros para guiar sus propias lecturas (de lo que se informa por separado).
Fochesatto también sabe de amistades. "Me gusta la diversidad de gente que entra a una librería. Uno se hace amigo de los lectores", contó. Luego de haber trabajado en varios locales, en la actualidad a este librero de alma se lo encuentra en el local de la editorial y librería Eterna Cadencia, de Palermo, dispuesto a conversar y a seguir haciendo su tarea con un entusiasmo y una responsabilidad contagiosos.
Avila y Fochesatto son dos personas que agradecen la presencia del libro en sus vidas, la posibilidad de haber aprendido de grandes libreros, y el poder habitar ese universo de lectores, libros y autores.

Por Laura Casanovas.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1274513


Daniel Diaz
Bibliotecario Argentino

jueves, 24 de diciembre de 2009

Por un Libro universal


Los textos en soporte digital plantean a editores y libreros el problema de cómo impedir que, al igual que ocurre ya con la música y el cine, el público los consiga gratis. Lectores y autores pueden salir beneficiados
Asistimos estos días a la enésima versión de un enfrentamiento clásico: por un lado, la orientación democrática de la mayoría de innovaciones en el terreno de la comunicación digital. Por otro, el inevitable movimiento de actores empresariales y políticos para restringir el alcance de las nuevas tecnologías y ponerlas a rendir beneficios. Este antagonismo, que se ha instalado en el centro del debate de la cultura al convertirse Internet en uno de los principales medios de transmisión cultural, ya ha zarandeado violentamente el cine y la música y ahora alcanza al libro.
Todos los sistemas para evitar la copia que se han usado masivamente han sido derrotados
La autoedición digital, sea comercial o gratuita, es una de las opciones más interesantes
El presente artículo defiende que el actual sistema de implantación del libro electrónico no es solamente una transición del papel al soporte digital, sino básicamente una extensión del modelo tradicional de edición. Una extensión insostenible y en última instancia perjudicial para el autor y el lector. La meta para la nueva década, en mi opinión, debe ser la distribución gratuita del libro por Internet. Y por una vez, lo ideal es también lo que tiene más números de ir a suceder.
¿Cuál es el modelo actual de implantación del libro electrónico? En Estados Unidos, el primer país donde se han comercializado de forma masiva los libros electrónicos, las grandes editoriales dan la opción de comprar sus novedades y parte de su catálogo en formato digital a través de tiendas online (principalmente, Amazon y Barnes & Noble). Existen dos aparatos lectores (el Kindle de Amazon y el Reader de Sony) que se están vendiendo bien. Aunque todo el mundo se guarda bastante sus cifras, Amazon anunció que en 2009, de todos sus libros que se comercializaban simultáneamente en papel y en formato electrónico, el libro electrónico ya alcanzaba el 10% de las ventas y este porcentaje estaba subiendo muy deprisa. Para quienes ya usamos lectores de e-books, es evidente por qué. El libro electrónico es mucho más barato, gratuito en el caso de las obras libres de derechos (que abarcan todo el canon literario previo al siglo XX); permite la adquisición inmediata, elimina problemas de espacio y, pese a que alguno vaya a levantar la ceja, es más cómodo y manejable que un libro.
Ahora bien: como es obvio, todo este montaje, del que se benefician principalmente tiendas online y editoriales, depende de que la gente no pueda conseguir el libro gratis. El mismo dilema que afrontan la música y el cine. Para evitar que el usuario obtenga el libro sin pagar existe la llamada Gestión de Derechos Digitales (DRM, por las siglas inglesas) destinada a restringir la circulación de la obra en formato digital y a evitar que ésta pueda ser copiada, impresa o compartida. El mecanismo de DRM que se usa en la actualidad para el libro electrónico es el algoritmo anticopia, que permite que un libro comprado solamente pueda ser usado por un número restringido de usuarios (de uno a cinco, dependiendo del título).
Este mecanismo ya está desfasado, y han aparecido varios métodos para eludirlo, desde localizar el algoritmo de protección y anularlo hasta otros más pedestres como pasar el e-book por un escáner fotográfico y generar una copia digital-físico-digital. El próximo sistema de DRM que se investiga es la llamada huella digital, que consiste en insertar en los contenidos del libro un conjunto de bits (marca de agua digital) que contienen información del comprador, lo cual permite detectar al responsable de la copia ilegal. No hay duda de que el nuevo sistema se mostrará eficaz durante unos meses, pero en la práctica todos los sistemas de DRM que se han usado ampliamente han sido derrotados cuando se los ha desplegado a bastantes consumidores.
No hay duda de que esa insostenibilidad "estructural" del modelo editorial tradicional aplicado al e-book es una mala noticia para editoriales y grandes librerías, que ya deben de estar temblando al pensar en el dinero que perderán cuando la gente se descargue gratis el nuevo Dan Brown. Su gran preocupación no son los "derechos de autor", obviamente: la gratuidad favorece el consumo y eso interesa al autor. Son los beneficios de sus accionistas lo que peligra. Los empresarios tienen tanto miedo a que la gente acceda a los libros gratis que están generando situaciones grotescas: varios grupos editoriales americanos, por ejemplo, ya han declarado una guerra contra las bibliotecas públicas para que éstas limiten al máximo el préstamo de e-books, presionando, por ejemplo, para impedir las lecturas simultáneas. Una idiotez diametralmente opuesta a la idea de biblioteca pública.
A quien realmente beneficia la insostenibilidad del modelo editorial es a los lectores y a los autores: la extensión natural de la piratería tiene que favorecer un modelo alternativo al que ofrecen las editoriales actuales. Sin las cortapisas que imponen el DRM y su legislación asociada, autor y lector tienen la oportunidad de adentrarse en una nueva era delimitada por los horizontes ideales de la distribución universal y el acceso universal. (Algo que, como he mencionado, ya es una posibilidad efectiva en el caso de los "clásicos" libres de derechos). La auto-edición digital, ya sea comercial o gratuita, es una de las opciones más atractivas.
En su página web, el escritor José Antonio Millán calculaba recientemente que un autor que editara y comercializara él mismo sus libros electrónicos desde su sitio web obtendría algo más del 75% de lo que pagara el comprador, tras asumir los costes del alojamiento, el ancho de banda y la pasarela de pago y pagar al proveedor de formatos. (La autoedición, claro, implica renunciar al célebre anticipo). Por el contrario, una obra electrónica de las que se comercializan hoy bajo formato protegido reparte un 10% de beneficios para el editor, 10% para el agente, 10% para el proveedor del formato y 40% para la tienda online.
Por supuesto, construir un sitio web que permita descargar e-books no es sencillo: hacen falta una pasarela de pago seguro y una recomposición completa del dominio en https que asocien pasarela de pago y descargas, además del coste del alojamiento y del ancho de banda. En caso de considerarse la autoedición comercial, esto obligaría a los autores a asociarse para constituir pequeñas tiendas online. Dichas tiendas, en última instancia, estarían expuestas al mismo riesgo de copia por parte del usuario que las grandes librerías, lo cual, si se buscara la sostenibilidad económica, obligaría a ofrecer la descarga gratuita y obtener ingresos por otras vías: desde la publicidad en el sitio web o dentro del contenido del libro hasta el evento en directo.
Siguiendo el modelo del músico, el evento en directo (lectura o performance, a menudo en el marco de un festival) se presenta como alternativa viable al descenso de ingresos por ventas. Aun así, este nuevo modelo no se libra de otros dos problemas tradicionales de la auto-edición, que a los editores tradicionales les encanta señalar como infranqueables: la promoción y el marketing. El horizonte que propongo pasaría por combinar conceptos como la gira promocional, el uso de agencias de relaciones públicas especializadas y las distintas técnicas de marketing viral, obligando al escritor que quiera darse a conocer a asumir varias funciones del empresario.
Ya hay muchas organizaciones, algunas tan grandes como Electronic Fronter Foundation o Free Software Foundation, que combaten el DRM y abogan por el nuevo modelo de comunicación cultural libre. Pero tenemos que ser los creadores quienes empecemos a mover ficha. No vamos a cambiar el mundo de la noche a la mañana, pero no hay duda de que un panorama donde los lectores tengan acceso libre y gratuito a los libros es el modelo deseable, y vale la pena trabajar en esa dirección. La tecnología lo permite, en el marco de una serie de prácticas que devuelven cierto control al artista y que ya están teniendo precedentes apasionantes en experiencias de autogestión en el mundo audiovisual.
Javier Calvo es escritor. Su última novela publicada es Mundo maravilloso (Mondadori
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