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sábado, 8 de junio de 2013

El Estado Argentino invierte 200 mil pesos por año en cada graduado universitario



En Argentina los pobres financian el estudio de los ricos. Mientras el grueso de los que se reciben son de sectores medios y altos, no hay becas para que los de clase baja puedan dedicarse sólo a estudiar

"En la mayoría de las carreras al estado le saldría más barato dar a los estudiantes una beca durante cinco años en Alemania o en Estados Unidos, cumpliendo el programa, que sostener sus carreras en Argentina. Estamos en ese absurdo desde el punto de vista de la inversión por graduado", afirma a Infobae Augusto Pérez Lindo, doctor en Filosofía y director de la Maestría en Gestión y Políticas Universitarias del Mercosur, en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
La causa de este sinsentido no es que el gobierno argentino invierta cifras siderales en educación superior, sino la bajísima proporción de graduados sobre el total de estudiantes de las universidades nacionales.

Según un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA), que depende de la Universidad de Belgrano, en el trienio 2003-2005 ingresaron a las distintas universidades públicas del país 885.100 personas, pero en el trienio 2008-2010 sólo se graduaron 205.890. Esto significa que apenas se reciben 23 de cada 100 estudiantes. El número sube a 27 si se considera el total de las universidades del país, porque las privadas tienen un porcentaje mayor de graduados.

Considerando que el presupuesto anual de las universidades nacionales es de 13.756.724.301 pesos, el gasto por graduado asciende a 201.292 pesos, ya que entre 1.316.119 alumnos, cada año se reciben 68.342 (los datos corresponden a 2010, último año con información oficial disponible). El caso extremo es el de la Universidad Patagonia Austral, de la provincia de Santa Cruz, que por cada egresado invierte 1.459.561. Gradúa sólo 3 alumnos por cada 100 ingresantes.

Estos datos ubican a Argentina entre los países con menores tasas de graduación en relación con la cantidad de ingresantes, no sólo en la región, sino también en el mundo. En Brasil se gradúan en promedio 50 de cada 100 ingresantes, en Chile 59, y en Francia 67.
Y si bien influye la particularidad argentina del ingreso gratuito e irrestricto a las universidades públicas, que facilita que haya un número mayor de ingresantes que en otros países, esto no posibilitó que se gradúen más alumnos. Mientras que en Brasil se reciben más de 4 personas cada mil habitantes, aquí son sólo 2,5 cada mil.

Pero el dato más alarmante no es el gasto en sí mismo, sino el destino que tiene. A pesar de ser gratuito, el sistema público universitario argentino no consigue promover la graduación de los sectores populares. Las estadísticas de todas las universidades muestran que la mayor parte de los graduados provienen de los sectores medios, una pequeña parte de los medios bajos, y un resto casi insignificante de los más vulnerables.
Por citar un ejemplo, un estudio realizado por el profesor Víctor Sigal sobre la estratificación social de los estudiantes de la Universidad Nacional de Mar del Plata demuestra que, entre los ingresantes, un 12,9 por ciento pertenece a estratos altos, un 70,2 a medios y un 14,8 a bajos (1,4 por ciento queda sin especificar). La tendencia elitista se acentúa mucho más si se consideran los graduados: un 11,5 por ciento pertenece a sectores altos, un 85,7 a medios, y apenas un 0,3 a bajos (2 por ciento, sin especificar).

"Un genocidio pedagógico"

"El fenómeno del bajo rendimiento académico en términos de graduación es una constante en los últimos 50 años -dice Pérez Lindo-. En toda la educación superior argentina, que incluye a universidades y a institutos no universitarios, hay unos 2 millones de alumnos, de los cuales cerca de un 80 por ciento fracasa. Es una especie de genocidio pedagógico: hay una gran inclusión en el ingreso a la educación superior, pero que termina con una gran exclusión. Es rarísimo, somos socialistas para el acceso, pero aristocráticos para el egreso".

"El 90 por ciento de los estudios afirma que la principal causa del fenómeno es que hay una base muy endeble del secundario -continúa-. La capacidad para pensar y reflexionar es muy baja. En el Ciclo Básico Común (CBC) de la UBA calculamos que la media de jóvenes ingresante utiliza un repertorio de no más de 300 palabras".
"Además, en la universidad pública rige un sistema curricular atomístico, se puede ir cursando primero una materia, después otra, dos por año, tres, etc. Desde el punto de vista pedagógico, eso conspira con la idea de atravesar un ciclo normalmente. En Europa el sistema de evaluación es global, se aprueba por año o por ciclos, no por materias", agrega.
Por su parte, Adolfo Stubrin, miembro de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau), y ex secretario de Educación de la Nación entre 1987 y 1989, destaca que si bien la baja proporción de graduados es un problema histórico innegable, en los últimos años creció tanto la matrícula como los que concluyeron sus estudios.

"Las condiciones de ingreso son muy liberales, lo cual es algo deseable por la tradición institucional de la democracia argentina, pero permite que los estudiantes se inscriban a más de una carrera al mismo tiempo, es decir que muchos de ellos deciden su opción vocacional luego de formalizar la inscripción. Además, el proceso de iniciación es todo lo riguroso que tiene que ser para la calidad deseada de cada disciplina, lo que produce la deserción temprana, que tiene tasas muy altas", explica Stubrin en diálogo con Infobae.
"También hay problemas estadísticos, porque algunas universidades se ven estimuladas para que los estudiantes figuren en sus registros, en tanto una mayor matriculación genera señales favorables hacia el presupuesto. Por otro lado, el movimiento estudiantil es muy fuerte y hay una tendencia a evitar la baja de los estudiantes, porque es vista como la posibilidad de algún tipo de interrupción del derecho a seguir estudiando", agrega.
A esto se suma que en muchas universidades la educación a distancia está computada junto con la presencial, y es universal que la primera tenga tasas de graduación y de retención de una cuarta parte de la segunda. Eso aumenta el número agregado de ingresantes y hace descender el de graduados.

"Además la política de gestión curricular que implica el seguimiento del proceso de formación, el análisis del itinerario de los estudiantes, y el modo en el que van progresando en la secuencia de aprendizaje no tiene mucho desarrollo técnico en general -dice Stubrin-. No somos un país que destaque por aplicar técnicas y estrategias de seguimiento curricular que se centren en el estudiante y en el proceso formativo, permitiendo monitorear su desempeño y reforzarlo cuando está en crisis o a punto de desertar".

Por eso, una alternativa posible para evitar se queden sin ninguna certificación quienes aprobaron muchas materias, pero debieron abandonar en el camino, es la creación de títulos intermedios.

"Una persona que pasó tres o cuatro años en la universidad, pero no se recibió, tal vez llegó a transformarse como sujeto, pero no tiene ninguna constancia que lo valide y que enriquezca su perfil para el mercado laboral", explica Mariana Foutel, especialista en Management Estratégico y profesora de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

¿Una inclusión que excluye?

"Tenemos un gran problema de retraso escolar en el sistema educativo argentino. En la primaria, en la secundaria y en la universidad, donde la media se gradúa cerca de los 30 años, cuando en Europa y Estados Unidos a esa edad ya están doctorados. Por ejemplo, la duración de la carrera promedio en la Universidad de Córdoba es de 10 a 12 años", cuenta Pérez Lindo.

"La hipótesis es que esto obedece al origen socioeconómico de los estudiantes -dice Foutel-. En general los planes de estudio están pensados para alumnos de tiempo completo, pero la mayoría no tienen esta condición, porque trabaja. El problema no es que ingresen, sino que permanezcan. El debate es qué estrategias implementar desde la gestión académica para conseguirlo, ya sea a través de tutorías o de planes más flexibles, que sean compatibles con la realidad del alumno".

"Está comprobado que es un régimen de becas el que permite realmente que los chicos de sectores populares puedan dedicarse full time a realizar sus estudios y tener éxito en el mismo nivel que los provenientes de otros niveles socioeconómicos. Esto sucede en Francia, en Alemania, en Estados Unidos, etc. Contra el mito de que la mayor parte del presupuesto de las universidades estadounidenses se invierte en investigación, las estadísticas muestran que de los 120 mil millones de dólares que gasta el país en educación superior, la mitad se destina a becas", sostiene Pérez Lindo.

Según el ex secretario de Educación, la inversión en becas representa en Argentina el uno o dos por ciento del presupuesto, lo que dificulta seriamente a los alumnos la posibilidad de dedicarse full time a estudiar.

"Aún así, el contingente de estudiantes que no trabajan es mayoritario -afirma Stubrin-. Pero nosotros no tenemos regímenes de becas que permitan a los de estratos bajos sostener el estudio de manera profesional durante varios años. Contamos con becas de apoyo, no integrales, entonces, el alumno que se ve forzado a asistir tempranamente al mercado de trabajo no puede rehusarlo y tiene dificultades para seguir estudiando".
Esto hace que muchos, como Foutel, sostengan que la insistencia en la necesidad de reforzar la retención de los estudiantes termina quedándose en algo abstracto, puramente discursivo, ya que no se plasma en políticas y recursos concretos.

Por eso parece necesario rediscutir una gratuidad aparentemente inclusiva que también se queda en algo discursivo si, a medida que se avanza en la carrera, sólo continúan los estudiantes de estratos más favorecidos. Pero teniendo en cuenta que, como sostiene Foutel, "la gratuidad es vista como un rasgo de identidad de la universidad pública argentina", parece un debate muy difícil de plantear.

"Pienso que la gratuidad ha generado un perfil de democratización de la universidad que es bastante sostenida. Si bien el perfil de estratificación social de la universidad no incluye a sectores vulnerables, o de más bajos recursos, sí a los de clase media baja y a los quintiles de ingreso intermedios, y eso probablemente se deba a la gratuidad. Los resultados de las becas integrales que recién en los últimos dos o tres años se implementaron, que son las del Bicentenario, todavía no fueron evaluados, pero su estipendio es bastante satisfactorio", dice Stubrin.

¿Pero es imaginable un aumento presupuestario tan importante que permita mantener la gratuidad y agregue un masivo sistema de becas que posibilite a los alumnos de menores recursos dedicarse sólo a estudiar?

Mientras tanto, siguen siendo los más necesitados los que financian la educación de los que menos lo necesitan.