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jueves, 27 de enero de 2011

Revolución en la BIBLIOTECA (Stony Stratford-Inglaterra)

 
En Inglaterra ha habido una rebelión de los lectores, ante la noticia del cierre de las bibliotecas con escaso número de usuarios. Las razones esgrimidas por la autoridad municipal para cometer tamaña felonía han sido el necesario recorte de gastos presupuestarios y los hábitos de los lectores, que están cambiando desde la aparición de Internet.

Los hechos han ocurrido en Stony Stratford, una apacible ciudad a menos de cien kilómetros de Londres. Ante la alarmante noticia del cierre de su biblioteca municipal, los vecinos se han apresurado a acudir a la llamada de una asociación cívica ("save de Stony Stratford Library") y se pusieron de acuerdo para retirar los 16.000 volúmenes de la biblioteca para demostrar que sigue siendo de una gran utilidad pública. Quieren presionar de ese modo para que la autoridad municipal renuncie a su proyecto de cerrarla. Cada uno ha retirado el número máximo de libros permitidos en préstamo. En pocos días la biblioteca municipal se ha quedado sin libros, ha sufrido una bibliofugia* repentina.

Francamente, en un mundo como el actual, no me ha sorprendido la noticia del cierre de una biblioteca pública. Hace tiempo que lamento la desaparición de las buenas librerías, de las que están dando cuenta las fuerzas implacables del mercado. Es un pasito más, pero esta vez el paso lo tiene que dar, al parecer, el poder público. El objetivo final es sumergir a la población en la subcultura que los medios audiovisuales iniciaron hace años y que ha degenerado en el culto al feísmo en el arte, al fomento del mal gusto, a la tele-basura y otras basuras análogas (comida basura, pensamiento basura, etc.). Ahora con la excusa de la expansión de Internet, que ha vuelto a obligar a la gente a leer sus contenidos, aunque sea de forma bibliopépsica*, nos cuentan que el gasto que producen obligan a los gobiernos a cerrarlas. Ya las tenían en su punto de mira, cobrando derechos de autor por sus préstamos gratuitos.

En estos tiempos de crisis, tengo el convencimiento de que los políticos están siendo empujados de manera implacable por la sinarquía, a avanzar por un camino en el que no creen, pues nos lleva a la pobreza material y espiritual, pero al que temen enfrentarse con su impotencia. Y así, haciendo malabarismos ambiguos desarrollan políticas taimadas, de desarme frente a los poderosos. Desmantelan y dañan irremediablemente todo lo que puede oponer resistencia a este estado de cosas: debilitan el propio Estado, al que dicen que hay que adelgazar, renunciando a que funcione bien; dejan degradar y contaminar la tierra y la naturaleza, que se nos muere aceleradamente sobre-explotada produciendo inútiles bienes de consumo; olvidan a los viejos y jubilados, que al parecer no consumen lo suficiente, y a los que hay que acortar la vida, reduciendo sus pensiones y su protección sanitaria; fomentan polémicas falsas sobre temas secundarios, como cortinas de humo; en fin, manipulan la historia y pretenden rebajar la cultura y la educación, pues el pensamiento puede ser germen de una nueva espiritualidad que tomase conciencia crítica de todo ello, lo que sin duda les parece peligroso.

Todo esto se hace en pro de la reducción del déficit, del crecimiento del PIB, de la viabilidad de la economía y de la libertad los mercados, como si esos fueran valores en sí mismos, cuando sólo tendrían que ser instrumentos para alcanzar mayor bienestar y riqueza, claro que no nos dicen de para quién es esa riqueza. Prueba de la falacia global, es que nadie se pregunta por qué ese libre mercado mantiene abiertas cadenas de televisión inmundas y medios de comunicación manipuladores que pierden dinero a espuertas; por qué los directivos de grandes corporaciones en quiebra reparten beneficios y bonus millonarios, etc, etc. A esos no se les piden cuentas.

Los políticos quieren ignorar, aunque los sinarcas lo saben bien, que la única manera de salir de todo esto pasa por luchar contra el consumo y el despilfarro, proteger la naturaleza, superar los egoísmos del liberalismo y la competencia despiadada; que no hay que caer en los sentimientos excluyentes de nación, religión o raza; que debemos luchar contra la ignorancia y tomar conciencia de esas cosas, que todos sabemos que son injustas, y buscar las fuentes de la buena vida y de una vida buena, que le den sentido, para dejar algo que permanezca cuando ya no estemos. No nos engañemos, todo eso no lo van a poner fácil. La ciencia y la técnica no van a venir a salvarnos, porque igual que los medios de comunicación y la política, están en manos de los poderosos. Sólo podemos virar el rumbo con cultura, tolerancia, educación y pensamiento. Ellos lo saben, por eso cierran librerías y bibliotecas, como están cerrando internet.

Acabarán incendiando nuestros libros, como otros tiranos biblioclastas* hicieron en la historia. Y tengamos cuidado, porque Heinrich Heine dijo que "allí donde queman libros acaban quemando hombres". Yo siempre pienso que no debemos caer en el catastrofismo ni fomentar el miedo, que es lo que ellos hacen para poder vendernos que sus intereses son la única salvación posible. Pero parece que se va acercando el momento descrito en Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury, en la que convierten a los lectores en delincuentes y queman todos los libros.

El ejemplo de los habitantes de Stony Stratford nos trae algún optimismo. Todavía podemos organizar la resistencia ¿Qué hará ese ayuntamiento inglés con su biblioteca? Si finalmente acabaran cerrándola, pienso yo que los admirables ingleses, lectores rebeldes, acabarían organizando un sistema de intercambio cívico de sus fondos, impidiendo que desaparecieran los libros, manteniendo la función cultural de lo público y fomentando el amor a la lectura. Si las cosas se pusieran peor quizá se convirtieran en "hombres libro". Creo yo que nunca se rendirían.

Hagamos votos por su éxito, y organicemos la rebelión, porque si no militamos por el libro, como hacen los ingleses, mal nos va a ir. Y hagámoslo rápido, porque en este país parece que cuando nos acercamos a la modernidad, y empezamos a tener una red de bibliotecas digna de ese nombre, los demás ya están de vuelta cerrándolas. Mientras tanto no dejen de acudir a la que tengan más cerca de su casa.


Daniel Diaz /Bibliotecario Argentino