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viernes, 27 de marzo de 2015

Los Libros efímeros



Tener un libro entre las manos es una experiencia vital, su peso, su olor, su tacto… un libro asocia imagen y concepto, un libro es cultura además de ser un objeto. Esa asociación se ha conseguido tras varios siglos en los que el uso del libro apenas ha cambiado. Su diseño se ha estilizado y su producción se ha perfeccionado al máximo, pero, en definitiva, un libro del siglo XIX se usa igual que un libro del siglo XX.


Uno de los grandes puntos a favor de los libros es que nos hacen sentir que fijan la cultura. El conocimiento está ahí, entre sus páginas, son el vehículo entre el mundo de las ideas y el mundo real, no importa lo que pase fuera, una vez el libro está escrito servirá para siempre, todos podrán acceder a él. Por eso acumulamos libros, por eso pensamos que un libro no se puede perder, ni tirar, ni destruir, ya que siempre, en algún lugar, le puede servir a alguien. No sé vosotros, pero a mi me sienta fatal ver libros en la basura, aunque es cierto que cuando se transforman en obras de arte no me afecta en absoluto, ya que lo considero una manera de reciclaje.

Reciclaje, ese es un tema interesante. ¿Alguna vez os habéis parado a pensar en el impacto ambiental de la industria editorial? Tened en cuenta que una vez que se produce un libro tiene un número determinado de usos/lecturas y se acabó. Muchos libros son leídos una vez durante su vida útil, otros ni eso. Los hay, claro, que acaban en bibliotecas y colegios y en muy poco tiempo pasan por decenas de manos. Muchos acaban en casas particulares y son leídos tres o cuatro veces. No voy a descubriros nada si os digo que los libros están hechos de papel, claro, y que la industria papelera no es precisamente de las menos contaminantes. Lo normal sería que cuando un libro ya no va a ser leído más pasara a una biblioteca, a una ONG o al cubo de reciclaje. Sin embargo, no lo hacemos. Ese libro es nuestro, ese pedazo de conocimiento se queda en casa, en nuestra librería. Aunque sepamos positivamente que no volveremos a leerlo nunca más, aunque fuera un best-seller malo malísimo; como mucho lo prestaremos con la esperanza de que no vuelva a casa.

Y es que los libros no son sagrados. Tendríamos todos que tenerlo en cuenta. No son vasijas receptoras de cualidades eternas. Si dejas un libro en el exterior verás que tarda menos de un año en desaparecer por completo, pero sólo unas pocas semanas en dejar de ser útil. Los libros que atesoras en casa sin un complejo sistema de climatización no vivirán para siempre, se irán degradando poco a poco -liberando esos olores que tanto gustan- antes de volverse quebradizos y ser atacados por hongos y gusanos. No tenemos libros como los viejos incunables en casa, no nos engañemos, la vida útil de los libros no llegará en muchas ocasiones a nuestros nietos. Y eso con suerte.

Por eso me gustaría que todos pensáramos bien en lo que hacemos con los libros que atesoramos en casa. Es cierto que un libro puede servir a mucha gente antes de que el uso lo degrade, no somos quienes para negarle esa vida. ¿Tienes libros en casa que no usas? ¿Que sólo leíste una vez? ¿Que te regalaron y ni siquiera has abierto? Dónalos, regálalos, llévalos a una biblioteca, ponlos en puntos bookcrossing, pero no dejes que la cultura desaparezca poco a poco entre las cuatro paredes de una habitación cerrada. Debería ser libre. En el mejor de los sentidos.

Fuente:   http://www.lecturalia.com/blog/2012/05/28/los-libros-efimeros/

viernes, 18 de octubre de 2013

[LIBRERIAS] Lugares en peligro de extinción


Ensayo. En su nuevo libro, el escritor español Jorge Carrión recorre las librerías del mundo para dar cuenta del lugar real y simbólico que hoy ocupan.

Pienso en La ciudad ausente, la novela de Piglia donde en una librería están “todas las series y todas las variantes y las distintas ediciones, y se vendían las cintas y los relatos originales” de la máquina de narrar, ese artefacto tan caro a Macedonio. La librería como un museo de lo eterno, la tentación de un universo total, el recipiente utópico de todos los libros del mundo. Porque una librería, al menos en la vana ilusión de quienes las frecuentamos, es todas las librerías. Y también pienso en Severina , de Rodrigo Rey Rosa, una historia de amor entre un librero y una bibliocleptómana. Allí, uno de sus personajes habla de la “lucha por la dominación libresca de algunas zonas del planeta (...) las guerras de clases de libros contra otras clases de libros”. La novela cruza la historia de amor con el relato un poco detectivesco en el que inevitablemente los libros son escenario y también personajes. Pienso en estas cosas al leer Librerías , de Jorge Carrión, un volumen que es a un tiempo crónica de viaje, vagabundeo intelectual, diario de un curioso a prueba de fronteras, apuntes de erudición y relato de una micro historia económica y también de una micro historia de la lectura y de los lectores. Pero por encima de todo, un ensayo, es decir, esa categoría movediza, un poco autobiográfica y errática que busca siempre la emisión de un juicio a pesar de que lo importante no sea la sentencia, sino el proceso mismo de juzgar.
Una micro historia de la lectura, sí, y por eso sus primeras páginas nos introducen a una larga metáfora de la lectura y de la memoria en manos de sendos cuentos de Stefan Zweig y Borges. O de la lectura y del olvido, esa contraparte, porque las librerías son también los reservorios de esa memoria y de ese olvido, el lugar casi siempre polvoriento y caótico en el que luego los lectores nos sumergimos a rescatar algo como si se tratase de una improvisada expedición arqueológica. Si leer libros es una manera de construir memoria, buscarlos y adquirirlos en una librería sería una forma de conducir el deseo de esa memoria.
Al contrario de las bibliotecas, las librerías ocupan un espacio real y simbólico más modesto, mundano, ajeno a la institucionalidad y a las políticas de Estado o de gobierno. Las librerías parecen quedar marginadas del eje proteico de la historia; en sus espacios se practican tareas algo más vulgares: se comercializa, se charla, se debate. Un templo sí, pero bastante profano y secular, a veces cafetería e improvisada sala de lectura, lugar de peregrinación del escritor y también del turista, espacio atravesado por el dinero, mucho más pedestre que la biblioteca y su aura de prestigio solemne e inagotable. Librería vs. biblioteca: dos sistemas económicos y culturales distintos que trafican con un mismo objeto: el libro; y seducen a un mismo sujeto: el lector.
Carrión nos advierte que su ensayo contiene “fragmentos de una enciclopedia futura imposible de describir”, pues lo que hay en este libro es la diversidad casi inmanejable del universo librero, contrario al universo de las bibliotecas que parece ocupar un lugar ordenado en los anales y registros públicos. “La biblioteca es poder”, dice Carrión. La biblioteca está marcada por la acumulación sin fin, por la noción de patrimonio. Las librerías, al contrario, salvo casos excepcionales, abren, cierran, cambian de rubro, de nombre, se mudan, se amplían o se achican, y su sentido de acumulación está determinado por el principio del vaciamiento, es decir de la venta. La librería acumula para desincorporar. Su metabolismo pretende ser dinámico. Carrión va más allá y coloca a la librería como precursor de la biblioteca: “La biblioteca no puede existir sin la librería, que está vinculada desde sus orígenes con la editorial”.
La idea del viaje recorre las páginas de este libro, el vagabundeo por las numerosas librerías sella constantemente nuestro pasaporte de lectura.
Librerías puede leerse, entonces, como el relevamiento de un universo heteróclito, fragmentado, inevitablemente roto, atado en sus argumentos pero desperdigado en el largo campo de su objeto de estudio. ¿Dije estudio? Sí, también es un estudio. Un estudio relatado y asistemático: “la historia de las librerías sólo puede relatarse a partir del álbum de postales y de fotos, del mapa situacionista, del puente provisional entre los establecimientos desaparecidos, y los que todavía existen, de ciertos fragmentos literarios; del ensayo”.
La experiencia del viajero Carrión se incrusta en la experiencia colectiva. Viajero, librería y entorno confabulan. Doy un ejemplo: “Había aterrizado a finales de julio de 1998 y el país todavía se sacudía con los estertores del obispo Gerardi, que había sido atrozmente asesinado dos días después de que hubiera presentado los cuatro volúmenes del informe Guatemala: Nunca más, donde se documentaban cerca de 54.000 violaciones de los derechos humanos durante los treinta y seis años aproximados de dictadura militar”. Y fue en una librería, El Pensativo, donde el autor encontró refugio: “Fue lo más parecido que conocí a un hogar”. El Pensativo, ese centro de resistencia política y cultural en un país agobiado por la impunidad y la violencia ya no existe, ha desaparecido.
Lo mismo ha ocurrido con infinidad de librerías. Hoy en día pensar en librerías es también pensar en un pasado edénico. Nos asiste una mirada nostálgica y un poco melancólica a la hora de abordar el tema. A pesar de eso, Carrión no se lamenta: “las librerías como El Pensativo han desaparecido o están desapareciendo o se han convertido en una atracción turística y han abierto su página web”.
Si pensamos en La Maison de Amis des Livres o en Shakespeare and Company, en París, o City Lights en San Francisco, estamos hablando de lugares que, si no han desaparecido físicamente, muchos han dejado de ser lo que eran: domicilios legendarios atados al imaginario de la literatura de occidente. Por eso resulta imposible ensayar una historia de la literatura y cultura contemporáneas sin mencionar esos y algunos otros refugios de los libros y de los escritores, lugares en los que no solo se vendían o prestaban libros, sino que fungían de galerías de arte, centros de agitación cultural u hogares putativos, como en el caso de la vieja Shakespeare and Company, famosa por dar hospedaje a escritores y visitantes.
Carrión cree en la librería como usina cultural. Tanto la Generación Perdida como la Generación Beat deben buena parte de su esfera de prestigio y su ingreso al canon a las librerías como centro de operaciones, como los lugares de irradiación de sus actividades creativas. Sin duda uno de los grandes atributos de este libro luminoso y oportuno es ese: colocar a la librería dentro del canon de los espacios caros a la literatura, esas esferas de leyenda en las que ya han ingresado las bibliotecas, las cafeterías y los bares.
Y también la política, la censura, la manera en que el poder observa el fenómeno del libro. Es decir, las repercusiones de ese acto revulsivo que es la lectura, y de qué forma el libro se convierte en una bomba de tiempo, una amenaza para cualquier aventura totalitarista. Carrión señala a España y su Santa Inquisición como pionera de los sistemas de vigilancia y persecución de lectores, y observa cómo el caudillaje de Francisco Franco heredó esos atroces mecanismos de silenciamiento y destrucción. El librero malagueño Francisco Puche, citado por Carrión, menciona las terribles condiciones de trabajo de los libreros españoles durante la dictadura de Franco, y también el estandarte que los unía en su lucha: “cogimos la antorcha del último ajusticiado por la inquisición, un librero de Córdoba que fue condenado en el siglo XIX por introducir libros prohibidos a la iglesia”.
La quema de libros, esas hogueras en las que ha ardido el pensamiento frente a la mirada complacida de tantos caudillos totalitarios. El tristemente célebre caso de la quema de un millón y medio de libros publicados por el Centro Editor de América Latina, durante la sanguinaria dictadura de Videla.
El viaje continúa por librerías de Marruecos, Estados Unidos, Argentina, España, Australia, Portugal, Inglaterra, Francia, México y China. Las librerías más antiguas (Livraria Bertrand, en Lisboa, fundada en 1732, o la porteña librería de Avila, de 1785), las librerías más grandes (¿Powell´s Books, de Portland?), las cadenas americanas (Barnes & Noble), las de saldo (Strand, en Nueva York), las de urgencia (esa típica librería desangelada que nos saca de un apuro), las pequeñas y selectas (La Ballena Blanca, en Mérida), las elegantes (Eterna Cadencia, en Buenos Aires), las librerías Hachette en las estaciones de trenes de Francia, o las Wheeler en India. Y los clientes, los asiduos, los lectores que se desparraman en Green Apple Books, en San Francisco, o ese descenso al dulce inframundo que es ingresar a La Gran Pulpería del Libro en Caracas. Y sobre todo el librero, ese personaje, como dice Carrión, extraño (a veces parte de una tradición familiar: Ulises Milla o Natu Poblet), un personaje incluso más inexplicable que el escritor, el impresor, el editor, el distribuidor, o incluso el agente literario. El gran Héctor Yánover, poeta y fundador de la Librería Norte, dijo un par de cosas sobre el oficio en su indispensable Memorias de un librero : “El librero es un hombre que cuando descansa lee, cuando lee, lee catálogos de libros; cuando pasea, se detiene frente a las vidrieras de otras librerías; cuando va a otra ciudad, otro país, visita libreros y editores”. Y remata: “el librero es el ser más consciente de la futilidad del libro, de su importancia”. El librero, ese cicerone de los laberintos de papel, ese individuo que se encuentra entre el crítico literario, el promotor, el consejero, el amigo, el charlista; el puente entre el cosmos de títulos y el apetito del lector. Su importancia ha trascendido el negocio mismo y ya integra un lugar en la formación del canon. No es infrecuente que el gremio de los libreros otorgue prestigiosos premios literarios. El premio de la Paz de los Libreros alemanes que otorga en la Feria de Frankfurt, el premio Llibreter, que otorgan los libreros catalanes, y en general los premios que están vinculados a las ferias de libros que agrupan tanto a editoriales como a librerías.
Carrión, hijo de un agente del Círculo de Lectores, el legendario club español de venta de libros a domicilio, repartía de niño las revistas del club en compañía de su padre y recibía en su casa los pedidos de los socios que tenían asignados en sus listas. Su madre los ordenaba por zonas, y luego junto a su padre los distribuían entre los socios y cobraban. La diseminación, pues, de los libros con el objeto de conformar pequeñas, medianas o grandes bibliotecas personales y familiares, bibliotecas domésticas que el pequeño Carrión admiraba en sus visitas y anhelaba tener cuando creciera.
Las librerías están desapareciendo. Eso dicen. El libro está transitando momentos de cambio, algunos traumáticos y demasiado veloces. Los píxeles están absorbiendo a la tinta, a menudo con voracidad. El mundo virtual propone nuevas y prodigiosas formas de relación con los libros, pero también comienzan a aparecer inesperadas iniciativas para dar refugio y circulación a esos pequeños artefactos de papel. Como en una especie de ramificación del slow life , las librerías caseras, como la pionera librería Mi Casa o Librería la Vaca Mariposa, en Buenos Aires, son dos ejemplos de cómo aún lo virtual cuenta con resistencias alternativas y gente dispuesta a seguir defendiendo ese objeto que antes fue papiro, luego pergamino, después libro y ahora también pantalla.

jueves, 10 de enero de 2013

Las 20 LIBRERÍAS más BELLAS del MUNDO

El sitio estadounidense Flavorwire volvió a publicar la lista de las 20 librerías más bellas del mundo, explicando que fue el artículo –escrito en enero del año pasado– más leído del 2012.


En la nómina aparecen desde una iglesia dominicana transformada en librería en Maastricht, Holanda, por el estudio de arquitectos holandeses Merkx + Girod, hasta la moderna librería Lello e Irmão de Oporto, en Portugal, construida en estilo modernista y neogótico por el ingeniero portugués Francisco Xavier Esteves e inaugurada en 1906.

También figura la británica Barter Books, una de las más grandes librerías de usados de Gran Bretaña, que se encuentra en una vieja estación ferroviaria de estilo victoriano, y la Librería El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires, la parisina Shakespeare and Company, y la Bart’s Books, de Ojai, California, la más grande librería a cielo abierto del mundo.

Ver http://fotos.infobae.com/index.html?slug=las-librerias-mas-bellas-del-mundo


Fuente: http://www.infobae.com/notas/690498-Las-20-librerias-mas-bellas-del-mundo.html

sábado, 30 de abril de 2011

La bibliópolis oculta

www.gadelargentina.blogspot.com
En Buenos Aires, librerías consagradas a volúmenes antiguos o raros y libreros apasionados dan testimonio del amor que despierta el libro como objeto de colección
La bibliofilia, el amor por el libro como objeto de colección, tuvo su auge en Buenos Aires entre los siglos XIX y XX, merced al interés de una elite ilustrada que adquirió en Europa bibliotecas enteras y formó colecciones notables (Arata, Cárcano, Bunge, Gallardo, Llobet, Zorraquín Becú, Vogelius, Mayer). Muestra de ello son los 40.000 ejemplares reunidos por Jorge M. Furt, que se conservan en la estancia Los Talas, a unos 20 kilómetros de Luján. O los 60.000 títulos de la colección Quesada, hoy en Berlín. Un glorioso pasado que alcanzó su cenit a mediados del siglo XX.
Aquella "bibliópolis" de rango mundial (según Rubén Darío y Paul Groussac), famosa por sus escritores, editores, libreros y bibliófilos, mantiene su crédito como la plaza del libro antiguo más importante de Latinoamérica. Mario Vargas Llosa ha dicho que una de las razones por las que le gustaría vivir un tiempo en Buenos Aires son sus librerías. La Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (Alada), fundada en los años 50, reúne a cincuenta libreros. Su presidente, Alberto Casares, afirma que la asociación, que desde 2004 organiza la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires -única en el continente y must de la agenda porteña-, vive su mejor momento.
Librerías, libreros y bibliófilos
Una minoría sofisticada de librerías anticuarias ofrece libros antiguos (previos a los siglos XVIII o XIX) y de lujo. La mayoría, en cambio, se ocupa de libros raros, agotados, de colección, decorativos o preciosos, que atraviesan cronologías. Luego están las librerías de viejo, ocasión o lance, con libros descatalogados o usados. En rigor, la mayoría cuenta con un poco de todo y se define por lo que predomina. A los libros se suele sumar una vasta iconografía antigua en soporte papel (mapas, fotos, documentos, etcétera).
Las temáticas comunes son argentinas e hispanoamericanas y las especiales, fotografía (Poema 20); correos, gráfica, tabú (El Faro del Fin del Mundo); alemán, latín (Henschel); franceses ilustrados (Víctor Aizenman, El Incunable); idiomas (Glyptodon); teatro (Ávila; La Teatral); derecho (Platero). El gusto del coleccionismo fue nacional y americanista (siglo XIX), europeizante (inicios del XX), nacional (XX) y desde el año 2000 parece inclinarse por las vanguardias literarias.
En los fascinantes locales de estos libreros se accede a otros tiempos y espacios: atmósferas londinenses (Antique, Poema 20, Casares), gabinetes nobles del siglo XVIII (Aizenman), escenografías históricas (Ávila, donde en 1785 funcionó la primera librería del país). Algunos locales se ubican en sótanos (El Incunable, Cueva Libros, Platero), trastiendas (Fernández Blanco, Glyptodon), departamentos (Henschel), edificios históricos (El Faro), galerías (Pampeana, Lord Byron, Mireya), hogares (Manos Artesanas; Del Plata) y laberintos (Huemul).
Los buenos libreros apuestan al vínculo personal con sus clientes ("No vendo a quien no veo", confiesa Llobet), asesorando, cuidando el trato y ofreciendo servicios como catalogar y reparar libros, permutar o canjearlos. Organizan lecturas con café y hasta "chocolates de los jueves" para atraer viudas. Al cabo, el librero es un bibliófilo al que le cuesta deshacerse de sus mejores libros. Sosa y Lara, de Lord Byron, define su oficio como "un ida y vuelta entre un cliente especializado y un librero que se nutre de ese conocimiento y lo devuelve".
"El librero es un psicólogo -explica Gustavo Breitfeld, que tiene ambos títulos- y esto es como un vicio, una droga, la adrenalina del buscador de tesoros. El psicoanálisis trata de descubrir en el inconsciente lo reprimido, mientras que en el libro busco lo que no me dice para ponerlo en valor."
Entre libreros y compradores, el médium es el catálogo, libro sobre libros, quintaesencia de la bibliofilia, motivo de coleccionismo y fuente de criterios para valorar un ejemplar. Esos criterios son múltiples: la proyección cultural de la obra, la edición (pirata, príncipe, revisada, rara, numerada); el estado del libro (lomo fatigado, tiros de polilla; los cantos desparejos revelan agregados y el olor a goma, restauraciones); la estética (encuadernación lujosa o firmada, medio marroquí o florones en el tejuelo, ilustraciones, papel, tipología); partes (hojas de respeto, guarda, pestaña); provenance y marginalia ; la demanda y existencia; si figura en bibliografías (Suárez, Palau).
"El que compra con pasión hace negocio", explica Breitfeld. Casares, por su parte, agrega que eso requiere "intuición, buen gusto, mirada abarcadora y rápida, olfato, sensualidad en la mano, paciencia y saber escuchar a dos grandes maestros: el libro que nos habla y el cliente que nos enseña su especialidad". No obstante, pese a tener tantas cosas en común, señala Ana María Lacueva, "jamás nos pondríamos de acuerdo sobre un precio".
El rematador que vendía libros antiguos entre vajillas y carruajes (Bullrich ha sido pionero en esto) cuenta hoy con especialistas en tasar y catalogar ejemplares únicos que subastan ante agentes de grandes coleccionistas locales (Porcel y Blaquier) y extranjeros.
La fama hosca de los libreros se desmiente con la cohesión de Alada. El prejuicio de métier masculino cede ante la abundancia de damas libreras como Elena Padin Olinik, de Helena de Buenos Aires, rematadoras (María Saráchaga), coleccionistas (Larguía), encuadernadoras y artistas de ex libris. Los bibliófilos, por su parte, revelan su espiritualidad (Navia define su pasión "como un pianissimo de Rubinstein") y sociabilidad. Un centenar se reúne en la prestigiosa Sociedad de Bibliófilos Argentinos (1928), explica Padorno, su vicepresidente. Renacen las tertulias, las donaciones en vida y la idea de que "los particulares prolongan la vida del libro antiguo mejor que una biblioteca, pues le dan más cariño y cuidado" (Aquilanti). A la leyenda de un duelo atávico entre codiciosos libreros y pícaros bibliófilos, Almeida responde: "Todos amamos los libros y estamos del mismo lado".
Artesanías y cuidados
Los restauradores y encuadernadores son los artistas del libro. Algunas librerías, por ejemplo Antique, tienen los propios (Carlos Guerrero), aunque la mayoría es independiente, como la multipremiada María Sol Rébora; Andrés Casares, que aprendió técnicas secretas de maestros franceses; o Graciela de la Guardia, dama de vasta cultura, formada en Japón y Francia, con lista de espera mundial y un taller encantador. La encuadernación puede ser una obra de arte, firmada y coleccionable, pero no siempre beneficiosa. Antes se estilaba encuadernar todo a la francesa (agregando tapas y guillotinando hojas), arruinando ediciones originales. Hoy se prefiere respetar lo que el libro trae, dejar primeras ediciones en rústica y en rama (sin abrir), y encuadernar lo previo al siglo XVIII con pergamino y rama abierta (borde desparejo), aunque, observa Aizenman,"hay cierto fetichismo en nunca encuadernar; la encuadernación puede alterar o jerarquizar el libro".
Un socio fiel del libro antiguo es el ex libris ("Este libro es de", en latín), viñeta con emblema y leyenda alusivas al coleccionista o su tema. La grabadora Eva Farji, interesada en sus alegorías, refiere su origen noble y heráldico, que se remonta al Renacimiento, y su etapa burguesa, profesional y artística, con el auge del libro y el diseño, a fines del siglo XIX. A principios del XX, los amigos de los ex libris comenzaron a reunirse. En nuestro país, María Magdalena Otamendi de Olaciregui (cuya colección se conserva en la Biblioteca Nacional) fundó la Asociación Argentina de Ex Libristas. El ex libris atrajo a artistas como Norah Borges y Pío Collivadino. Hoy tiene estupendos artistas (Grupo de Amigos del Ex Libris/Gadel, Luis Mc Garrell Gallo) que crean por encargo (¡Carlos Menem se hizo uno!) y fieles coleccionistas (Vast y Dellepianne Cálcena).
La fragilidad del libro exige recaudos. Contra el polvo aconsejan leerlo (se airea solo), guardarlo en bibliotecas Thompson o cajas, y para curarlo de plagas (dermétidos, xilófagos o "taladros" y gorgojos), envolverlo con celofán en el freezer o agregarle cantos dorados que ahuyentan insectos además de adornar. Conviene cuidarlo de la humedad, sol, calor, animales y fumadores, exhibirlo y catalogarlo desde los 3000 ejemplares, cuando falla la memoria y se puede soñar con dar nombre a la colección.
El futuro de los libros del pasado
El libro antiguo circula entre decesos, divorcios, viajes, apremios, donaciones, estancias, porteros asociados a libreros o cartoneros que los liquidan como papel. "Se tiran millones", dice López Medus. "Veinticinco años después de haber prestado un libro, lo reencontré en una librería de usados", cuenta Vega Andersen.
El futuro del libro antiguo reniega de sus clichés. Si bien cierran librerías (L'Amateur), son más las que abren (La Teatral, El Vellocino de Oro, Gotcha's Books, Los Siete Pilares), en un proceso de renovación generacional, cambio de perfil profesional y sofisticación de la plaza, con jóvenes libreros y perspectivas modernas (Sirinian, Breitfeld, Koch, Aquilanti, Lüchter Bunge). Cada vez más especializados y menos diletantes, parece no obstante inmortal la imagen del librero bohemio, "devoto del libro como fenómeno en la vida del hombre y del sentido misional de una librería", acota Llobet.
De a poco, el libro antiguo vuelve a interesar a la dirigencia, se reconoce su aporte al acervo cultural y su falso elitismo. "Un ejemplar interesante cuesta igual que un par de zapatillas", afirma Fullone, de la Librería Del Plata. Basta escoger un buen tema, dejarse asesorar y adquirir poco y bueno.
Los stocks libreros (el mayor es el de Fernández Blanco, con más de 200.000 ejemplares), los tesoros públicos y las colecciones privadas demuestran que queda mucho en Buenos Aires. Los extranjeros no se han llevado todo; los libros tienen su destino (dijo el poeta Horacio), que es circular, yendo y viniendo del exterior, pues también los argentinos adquieren afuera. Un mundo integrado -dicen- promueve este circuito del cual nuestra ciudad forma parte vendiendo, comprando, visitando ferias, actualizándose e integrando organizaciones internacionales, como Breitfeld, Aizenman y García Cambeiro.
También los remates, Internet y el Estado expanden el sistema: la Biblioteca Nacional adquiere y cuida donaciones, el Gobierno porteño promueve librerías de valor patrimonial, la Feria del Libro Antiguo y, este año, las actividades derivadas del nombramiento de Buenos Aires como Capital Mundial del Libro (Unesco).
Pero ¿qué explica el placer del bibliófilo ante el vértigo de saber que no bastará su vida para leer lo que posee? Acaso lo mismo que aqueja a todos los hombres: la conciencia de la finitud y el anhelo de asirse a un objeto que supere el tiempo, pues los hombres pasan, los libros quedan y en esa inmortalidad radica, según Llobet, "la fuerza invencible del libro antiguo".
Si los libros, como afirma Whipple, son "faros erigidos en el vasto mar del tiempo", Buenos Aires es una costa resplandeciente para cualquier náufrago existencial.
EXQUISITOS, EFICACES Y LEGENDARIOS
Casi tan variados como los volúmenes que se agolpan en sus estanterías son los perfiles de los libreros. Los hay exquisitos (Aizenman, Diran Sirinian), eficaces (Lacueva, Casares, los Breitfeld), conversadores (López Medus, Miguel Ávila), tradicionales (Mireya Pardo, Rodolfo Luchter Bunge, Lucio Aquilanti). No faltan ni el apostólico (Jorge Llobet), ni el legendario (Antonio Rago), ni el detectivesco (Roberto Di Giorgio), ni el cordial (Raúl Almeida), ni el sistemático (Vega Andersen). Pero, en cualquier caso, como señala Alberto Casares, "el ideal reúne cualidades de bibliófilo (colecciona), bibliotecario (cataloga), estudioso (trabaja el material) y comerciante (compra y vende)"
BUSCADORES DE PERLAS
Entre "el refinado sensualismo intelectual y las múltiples emociones que proporcionan al espíritu las andanzas en pos de los libros" (Buonocore), circulan compradores por metro (decoran bibliotecas y lámparas), deportistas (pescan ocasiones), fetichistas (los dejan intonsos), profanos (buscan " El principito de Maquiavelo"), estetas (gozan con el tacto del pergamino y el perfume del cuero), excéntricos (adquieren ejemplares del mismo título para cada hijo), desesperados (esconden lo que no pueden adquirir) y bibliófilos consumados, como Eduardo Sadous, que, cual cazadores, relatan sus hazañas, muestran sus trofeos y sueñan con la suerte de quien en 1910 adquirió una Biblia de Gutenberg por 80 pesos en Lavalle y la vendió por una fortuna al Museo Británico.
BIBLIOFILOS Y FAMILIAS
La bibliofilia es una manía menor que, sin recaudos, puede conducir a perversiones como el fetichismo, la cleptomanía y la bibliopatía, y convertirse en "agente de mortificación familiar", dice Guillermo Gasió. Están quienes comprometen las finanzas (ocultan sus compras o se privan de comer), el espacio (algunos requieren departamentos enteros para sus bibliotecas), la higiene del hogar o la atención de las señoras. Circulan anécdotas escalofriantes sobre vengativas viudas que venden bibliotecas "con los pétalos de las flores del velorio todavía en el piso" y "falsas viudas" que liquidan libros de un supuesto "difunto" infiel. "El libro es la peor amante pues junta tierra y bichos, es caro, ocupa lugar y roba el tiempo de los maridos", concluye Ávila.
DIRECCIONES DE LIBRERIAS ANTICUARIAS
Víctor Aizenman
The Antique Book Shop:
Alberto Casares:
Librería Fernández Blanco:
Poema 20:
El Incunable:
Librería Platero:
El Faro del Fin del Mundo:
La Librería de Avila:
Librería-Editorial Histórica Emilio J. Perrot:
Manos Artesanas:
El Glyptodón:
Librería del Plata:
Henschel:
Pampeana y Lord Byron:
Mireya y otras librerías:
Huemul:
Tupy:
Graciela de la Guardia
Grupo de Artistas de Ex Libris:

Por Maximiliano Gregorio-Cernadas para La Naciòn


(restauradora y encuadernadora):
Montevideo 1621 PB "A"

Paraguay 1268
Avenida Santa Fe 2237
Galería Buenos Aires, Florida 835
Galería Las Victorias, Libertad 948
Reconquista 533 1° "C"
Guido 1927 PB "A"
Ayacucho 734
Uruguay 1368
Azcuénaga 1846
Alsina 500
Galería Libertad, Libertad 1240
Talcahuano 485
Montevideo 1519
Esmeralda 869
Tucumán 712
Suipacha 521
Libertad 1236
Las Heras 2153 PB "A"

martes, 19 de octubre de 2010

Organizar por materias: dos elecciones

 

 
 
Pensemos en la visita a una buena librería, o a una buena biblioteca de las que dan acceso abierto a las  estanterías. Uno llega a la zona de su interés y ahí están: al lado de libros que ya hemos leído, y de otros cuya existencia conocíamos, aquellos de los que ni habíamos oído hablar, y que sin embargo encontramos a nuestra disposición…
Las clasificaciones temáticas permiten explorar lo existente, y por eso son herramientas insustituibles en un universo como el de los libros, complejo y extensísimo. Y en el terreno del acceso digital a las obras son un elemento sencillamente vital. La clasificación temática es uno de los elementos que, como el autor, el título, el editor, el año de publicación y otros metadatos, van a servir para guiar al lector al encuentro del libro. Y quizás será uno de los más importantes para la exploración y la serendipia.
Se encuentran dos orientaciones en este delicado tema: la bibliotecaria (siglos de organización de vastos conjuntos de obras especializadas, orientadas a la consulta) y la librera-editorial (décadas de organización de conjuntos contemporáneos, con miras a la venta).
Pues bien: dos decisiones de sendos mediadores entre los libros y el público muestran el papel creciente que va a tener esta cuestión en el campo de las obras digitalizadas.
 
Google, para Google Libros (y, suponemos, para las futuras Google Editions) está utilizando el sistema BISAC (Book Industry Standards And Communications), división del Book Industry Study Group. El problema es que BISAC está orientado al comercio: es lo que  "la industria del libro [de Estados Unidos y Canadá] usa para decir a los libreros dónde poner los libros en las estanterías", como señaló Geoff Nunberg en su post de hace un año, titulado expresivamente: "Google Libros: un descarrilamiento de metadatos".
Cito a Nunberg:
La pregunta es por qué Google decidió  en primer lugar utilizar estos encabezamientos [los de BISAC]. (Clancy [ingeniero en jefe del proyecto de Google Libros] niega que fueran los editores quienes se lo pidieron, aunque esto podría tener que ver con sus propias ambiciones de competir con Amazon). El esquema BISAC se adapta bien para organizar las estanterías de una moderna cadena de librerías con 10 kilómetros de estanterías, o una pequeña biblioteca pública donde los consumidores ordinarios o los clientes buscan libros en las estanterías. Pero no ayuda particularmente si vuelas a ciegas por una biblioteca  con varios millones de títulos, incluyendo obras académicas, extranjeras, y grandes cantidades de libros de los primeros periodos.
Con la llegada de Google Editions, está todo más claro: Google clasificará sus libros según el estándar comercial, porque quiere venderlos (o que los vendan a través de su servicio). Los muchos errores de clasificación que denunció Nunberg pueden irse subsanando, pero la clasificación de materias seguirá apuntando a compradores o lectores de base, y además de cultura norteamericana, y no a usuarios especializados de cualquier parte del mundo.
La buena noticia paralela es que  un proyecto que agrupa muchas universidades americanas y que se nutre básicamente de las digitalizaciones de Google, Hathi Trust (hablamos de él hace dos años), está trabajando para dar acceso a las obras a un público profesional con herramientas más avanzadas y criterios más bibliotecarios.
 
Mientras tanto, el servicio de información sobre libros españoles en venta, DILVE, promovido por las editoriales españolas, está trabajando también en la clasificación por materias. Hasta ahora lo único que funcionaba era la clasificación del ISBN, basada en un estándar bibliotecario utilizado desde hace años en España y en otros lugares: el la CDU. Ya fuera por inadecuación progresiva de la clasificación a la realidad cotidiana, o por descuido de las editoriales en la asignación de materia (que de todo hubo, y quizás más de lo segundo), el sistema se ha revelado insuficiente.
Una comisión recién creada, y en la que participan FGEE, FANDE, CEGAL, Grupo Planeta, Grupo SM, Grupo Santillana, Casa del Libro, El Corte Inglés, FNAC, Librerías Bertrand, Librería Diógenes, Troa Librerías y Libranda ha elegido el sistema BIC, Book Industry Communication, también de intención comercial (no bibliotecaria), nacido en la Gran Bretaña y utilizado además en Australia y Nueva Zelanda. El sistema deberá adaptarse en materias concretas a la realidad española.
DILVE funcionará como el eje en torno al que se articulará la información tanto sobre obras en papel como electrónicas, lo que da idea de la importancia de este paso.

viernes, 6 de agosto de 2010

El e-book jaquea a la principal librería de EE.UU.

En lo que podría ser visto como la última señal de problemas para las librerías off-line , con locales de ladrillos y cemento, la mega cadena estadounidense Barnes & Noble anunció esta semana que su directorio decidió poner a la venta la empresa .
La noticia sorprendió tanto a analistas como a editores, que se alarmaron por cómo el negocio editorial pasó gradualmente al campo de las ventas por Internet y de libros electrónicos , lo que dejó en apuros tanto a las grandes cadenas como a los vendedores independientes. El directorio de Barnes & Noble, que con 300 millones de libros vendidos por año y 720 locales es la cadena de librerías más grande de Estados Unidos , creó una comisión especial para analizar sus opciones.
Hace una década la empresa valía 2.200 millones de dólares. El martes, antes de hacer público el inesperado anuncio al cierre de Wall Street, se mantenía a duras penas en 700 millones. Por lo pronto, el anuncio disparó el precio de las acciones, que ayer ganaron 19,24%.
La cadena de librerías hizo esfuerzos para adaptarse al cambiante paisaje y la caída en las ventas de libros de papel. El año pasado compró Fictionwise, un minorista online de libros electrónicos. En marzo pasado ascendió a CEO a William Lynch, que por entonces era el titular de su división Internet, con lo que dio a entender que volcaría sus esfuerzos al creciente campo digital de los negocios.
Además, intentó competir también con Amazon y Apple dentro del mercado de lectores electrónicos: abrió su propia librería electrónica y lanzó su propio dispositivo, el Nook, con versiones que se vendían en 149 y 199 dólares e intentaban darle pelea al Kindle de Amazon y iPad de Apple.
Barnes & Noble se originó en 1873, cuando Charles Barnes abrió una imprenta en Wheaton, Illinois. Pero su primera librería fue creada por su hijo William en colaboración con G. Clifford Noble, y abrió sus puertas en Nueva York en 1917
Fuente:
http://www.clarin.com/sociedad/e-book-jaquea-principal-libreria-EEUU_0_311968919.html

Los editores independientes recomiendan sus mejores libros

En nueve librerías porteñas se exhibirán 20 títulos destacados de distintos géneros

Lo mejor de veinte editoriales independientes del país se concentra de manera destacada en una lista de veinte títulos disponibles en librerías porteñas. Se trata de la "hotLIST", que el público encontrará hasta el 15 de este mes en nueve locales y que incluye títulos de poesía, ciencia, novelas, cuentos, arte, literatura infantil, historia y ensayos.
La propuesta, impulsada por la Alianza de Editores Independientes de la Argentina (Edinar), consigue dar una especial visibilidad a la producción editorial independiente.
Los títulos seleccionados se encuentran en los locales de Antígona (Av. Corrientes 1555 y Las Heras 2597); la Boutique del Libro (Chacabuco 459, San Isidro); Eterna Cadencia (Honduras 5574): Fedro (Carlos Calvo 528); Hernández (Av. Corrientes 1436); Libros del Pasaje (Thames 1762) y Prometeo (Av. Corrientes 1916 y Honduras 4912).
Cada una de las editoriales eligió especialmente un título editado entre el año pasado y éste, y expresó las razones que definieron su elección. De esta forma, los organizadores de la iniciativa se proponen ofrecer una mirada diferente sobre lo que se escribe, piensa y edita en el país.
Edinar nació en 2005 para apoyar y defender la "bibliodiversidad", a través de "una edición cuidada, independiente y respetuosa del contenido intelectual y de la forma gráfica", como sostiene entre sus objetivos. Está integrada por treinta editoriales cuyas dimensiones oscilan entre un catálogo con una docena de títulos hasta otros que suman centenares. Pero los reúne una misma mirada sobre su rol de gestores culturales.
Los seleccionados
Del Naranjo optó por Los cuentos del abuelo Florián , de Norma Huidobro, porque amalgama lo tradicional con un elemento de transgresión al cambiar el final de cada fábula. En tanto, Biedel seleccionó Alem, el hombre de la multitud , de Alvaro Yunque, debido a la prosa cuidada de esta biografía y porque la obra de Yunque fue incinerada durante la dictadura militar.
Ediciones Winograd seleccionó las Rimas , de Dante Alighieri, porque permiten apreciar "una faz de Dante tan profunda como la de la Comedia, pero más inmediatamente accesible". Y Corregidor optó por Poemas , de Macedonio Fernández, debido a que "su escritura testimonia una práctica intelectual, ética y política capaz de imaginar las estrategias más originales y desafiantes de nuestras letras", como señalan en la página web de Edinar ( www.edinar.com.ar ).
La "hotLIST" también incluye los títulos El detective Intríngulis y el robo de la "Mona Luisa" , de Amaicha Depino y Carla Baredes (Iamiqué); Cuba libre. Vivir y escribir en La Habana , de Yoani Sánchez (Marea); Teoría del complot , de Ricardo Piglia (Mate); Argentina en el siglo veinte, de David Rock (comp.) (Lenguaje Claro); La Virgen Cabeza , de Gabriela Cabezón Cámara (Eterna Cadencia); Con la cabeza en las nubes , de Diego Bianki (Pequeño Editor); Todas las palabras para decir roca , Gary Snyder (Gog y Magog).
Y se completa con 200. Cuatrocientas imágenes dicen más que cuatrocientas mil palabras , de Guido Indij (ed.) (La Marca); ¿Quién mató a Molly Blum? , de Ana María Sandoval (El 8vo Loco); Café de los maestros , de Irene Amuchástegui con fotografías de Nora Lezano y Sebastián Arpesella (Retina); Los colores y yo , de Mariana Ruiz Johnson (Remolino); Los que esperan la lluvia , de Gabriela Margall (Vestales); Esto no es para vos , de Sandra Comino (La Bohemia); La imagen justa. Cine argentino y política 1980-2007 , de Ana Amado (Colihue); El Estado burocrático autoritario , de Guillermo O´Donnell (Prometeo), y La invención de la filosofía , de Néstor Luis Cordero (Biblos).
La idea de Edinar es que el proyecto de la "hotLIST", que se inspiró en una acción de un grupo de libreros independientes alemanes, continúe. "Queremos presentar la propuesta en distintos lugares, por ejemplo para la Feria de Fráncfort, y también en Madrid, si se concreta la semana del libro argentino en dicha ciudad", contó a LA NACION Juan Pampín, de Ediciones Corregidor.
En tanto, Gabriela Tenner, de Lenguaje Claro, comentó que han tenido pedidos de librerías de distintas provincias argentinas que quieren participar.
-LA NACION
por Laura Casanovas

Por la "bibliodiversidad" / La iniciativa durará hasta el 15 de este mes

martes, 6 de abril de 2010

Un pueblo Biblioteca


Hay-on-Wye es un pueblo situado al lado del río Wye en el condado de Herefordshire (Gales). Aunque sólo tiene unos 2000 habitantes es muy conocido por su gran cantidad de librerías, sobre todo de libros de viejo.
Es de destacar el festival literario patrocinado por The Guardian que se celebra entre el 27 de mayo y el 6 de junio.
¡Una visita imprescindible¡