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sábado, 20 de septiembre de 2014

CONADEP: El 20 de setiembre de 1984 el Presidente Alfonsín recibe el Informe



Los hacedores del Informe


La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas fue creada el 15 de diciembre de 1983, por decreto de Raúl Alfonsín, que había asumido la presidencia pocos días antes. La mayoría de las organizaciones de derechos humanos criticaron esta decisión y exigieron una Comisión Parlamentaria, dotada de facultades que obligaran a los militares a declarar. Se publicó una solicitada con esa posición, que no fue firmada por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), de donde provenía Graciela Fernández Meijide.

El 22 de diciembre de 1983, tuvo lugar la primera reunión de la CONADEP en la que sería su sede del Centro Cultural General San Martín.

En el documentado libro La historia política del Nunca Más (Siglo XXI), Emilio Crenzel señala que monseñor de Nevares propuso que Graciela Fernández Meijide condujera la Secretaría de Denuncias. Ella aceptó con la condición  de que los Secretarios participaran en los plenarios de la Comisión y que le fuera posible nombrar el personal a su cargo. Aceptados esos requisitos (sigue Crenzel) “los organismos de derechos humanos, pese a sus dudas, concurrieron a la CONADEP y la mayoría informó su disposición a colaborar. Abuelas de Plaza de Mayo se entrevistó para coordinar la búsqueda de los niños desaparecidos y Familiares decidió promover la concurrencia a declarar. La APDH, el CELS, la Liga de Familiares remitieron sus archivos de denuncias. Desde entonces, los organismos de derechos humanos sostuvieron una posición dual, colaboraron activamente con la Comisión pero, públicamente, siguieron reclamando la comisión bicameral”.

Integraron la CONADEP  |Ricardo Colombres, René Favaloro (que renunció después), Hilario Fernández Long, el pastor protestante Carlos Gattinoni, Gregorio Klimovsky, el rabino Marshall Meyer, monseñor Jaime de Nevares, Eduardo Rabossi, Magdalena Ruiz Guiñazú,  Ernesto Sabato y tres representantes parlamentarios de militancia radical: Santiago López, Hugo Piucill y Horacio Huarte. El 29 de diciembre la CONADEP eligió como presidente a Ernesto Sabato.

La fotografía que hoy puede verse en en el Palais de Glace como parte la exposición de ARGRA (Asociación Argentina de Reporteros Gráficos) lo muestra a Sabato en el momento en que entrega a Alfonsín el Informe, el 20 de septiembre de 1984, menos de un  año después de que la CONADEP iniciara su trabajo. Un video de youtube registra el acto y los discursos.




domingo, 7 de septiembre de 2014

Sin venganza pero sin tregua / Beatriz Sarlo



El “Nunca más”. Carta de compromiso para un nuevo país, el informe ha servido en estas tres décadas como modelo ejemplar en varios procesos de esclarecimiento histórico de asesinatos masivos en todo el mundo.

A lo largo de los años, algunos libros importan también a quienes no los leyeron. Esta fortuna han tenido el Facundo de Sarmiento, la Historia de San Martín de Mitre, El juicio del siglo de Joaquín V. González, el monumental ensayo de Martínez Estrada Muerte y transfiguración de Martín Fierro , muy probablemente Indios, ejércitos y fronteras de David Viñas o la Excursión a los indios ranqueles de Mansilla. Se los impugnará, se los considerará parciales o incompletos, se criticará sus puntos de vista, pero son indestructibles. Escribo esos títulos. Quizá la enumeración ya origine diferencias, porque podrían ser otros. Pero ciertos libros delimitan un espacio antes no percibido, describen la escena de un drama que era necesario poner de manifiesto; presentan personajes heroicos o miserables y los oponen en un juego de ideas y de pasiones. Esos libros son una parte esencial de la forma en que se piensa y se discute el pasado.

No pueden pasarse por alto. Tienen la rara potencia de ser originales porque abren una cuestión y trazan las líneas de un debate. Son tan polémicos o tan persuasivos que obligan a establecer una posición sobre el tema del que se ocupan: el caudillismo, la emancipación colonial, un gran poema nacional y popular, los crímenes que acompañan la construcción de una nación, la sensibilidad y la inteligencia con que se mira lo que hasta ese momento no había sido visto.

El Nunca más es uno de esos libros. El informe de la Conadep fue entregado a Alfonsín el 20 de septiembre de 1984. Desde entonces, se han impreso más de medio millón de ejemplares y serían varios centenares de miles los difundidos en distintos soportes. Antes de su publicación en 1985, todo era una masa confusa e inclasificable. Las organizaciones de derechos humanos habían trabajado contra la adversidad, en un aislamiento sólo atenuado por minorías locales o apoyos internacionales, en soledad y desacreditadas por una dictadura ciega sobre su presente y su desenlace, que creía lejano.

Se conocían algunas de las historias o centenares de ellas, pero flotaban en estado de dispersión, en los registros de las organizaciones de derechos humanos y, probablemente, en los archivos de los represores que hasta hoy permanecen secretos e inaccesibles. Muchos sabíamos una parte y lo que sabíamos nos bastaba para la condena moral. Pero cuando apareció el Nunca más , supimos que esa parte se organizaba en una reconstrucción del pasado inmediato; que los fragmentos ya no estarían más esparcidos al azar de lo que sabían las organizaciones y los militantes sino que quedaban, para siempre, establecidos en un escrito. Durante estos treinta años se agregaron nuevos hechos. Y probablemente los juicios todavía abiertos sigan trayendo sus pruebas. La historia nunca cierra su cantera de datos.

Pero en 1984, la primera edición del Nunca más fue el salto entre las experiencias dispersas y la estructura más firme donde podían empezar a encontrar su sistema. La particularidad es que, a diferencia de las obras mencionadas al comienzo, el Nunca más es un texto colectivo, sobre el que se hipotetizan redactores: el abogado y dramaturgo Gerardo Taratuto (muerto en 2005) es mencionado como el posible organizador de la masa de datos. Sin embargo, integrantes de la Conadep aseguran que él lo negaba. No es casual esta incógnita autoral en un libro cuyo prólogo ni siquiera lleva firma. La ausencia del nombre de autor es una señal más de que la afrenta fue a todos, incluso a aquellos que no quisieran reconocerla: un crimen de lesa humanidad, que los militares tampoco firmaban. El Nunca más tiene como autor un colectivo: la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas, porque fue el cuerpo mismo de la nación el que recibió la herida de los crímenes investigados.

Topografía del terror
“La Conadep no buscó desaparecidos. Buscó desaparecedores. Definir el objeto de una investigación es el primer paso. Cuando me incorporé había aparecido un número considerable de anónimos enviados a los familiares con noticias falsas de que el desaparecido/a estaba en tal o cual lugar”, repite Graciela Fernández Meijide, para que yo termine de entender qué campo minado recorrieron los miembros, los auxiliares y los testigos mismos. Y sigue: “Les pedí que frenaran de correr de un lado a otro en su búsqueda. Los Servicios, tan pronto como se dieron cuenta de que ya no salíamos corriendo, pararon los anónimos. Entonces sucedió lo que ya dije y escribí, pero no sé si es sabido: lo nuevo y trascendente fue la presentación espontánea de sobrevivientes con muchos de los cuales inspeccionamos alrededor de 50 campos. Fueron los que hicieron posible la acumulación de prueba que terminó siendo contundente y permitió enjuiciar a las Juntas”. 


La Argentina planteaba una incógnita desconocida hasta entonces, encontrar a los “desaparecedores”, responsables de un hecho monstruoso: la completa anulación física del cuerpo de quien había sido asesinado, el aniquilamiento de la prueba del crimen. Para despejar esa incógnita, muchos debieron llevar a la Conadep sus recuerdos, definir en qué momento, en qué lugar, en qué circunstancias, a manos de quiénes un hombre o una mujer vivos se habían convertido en cadáveres y, luego, se habían evaporado, enterrado, hundido. Buscar desaparecedores era encontrar también una pista sobre el cuerpo del delito: los instrumentos de tortura, los lugares cuyas paredes conservaban las marcas del encierro, las huellas materiales de los calabozos improvisados en casas, casinos militares, sótanos, oficinas, patios, huecos, covachas, sótanos, escaleras, cuchas y pozos.

El cuerpo del delito es una dimensión siniestra del Nunca más . El lector se va enterando de cómo alguien permanecía atado a un elástico de alambre, a una argolla hundida en un muro, al tirante de un techo; de qué modo dormía acurrucado, sobre orines y detritos, en los pisos de cemento o de baldosas. Los sobrevivientes atesoraron durante años (los transcurridos entre el momento cuando cayeron y el momento en que se salvaron de la muerte) las descripciones de esos escenarios: una topografía del terror, como se llama en Berlín al cuartel destruido de las SS y la Gestapo, donde sólo quedan algunos nichos que fueron escenario de tortura. Lugares que producen angustia al sólo tratar de imaginar la disposición espacial de aquello que se rescató en relatos que repiten uniformemente la monotonía del Mal.

Nunca más , como un gran tratado espacial, logró esas primeras reconstrucciones, trabajó en la memoria de quienes habían estado desaparecidos pero salvaron la vida. La palabra “memoria” no tiene aquí el vastísimo significado que ha ido recibiendo en estos treinta años, sino uno más restringido y material: hacer memoria de un lugar que se había recorrido con los ojos vendados, o bajo condiciones de extrema tensión y miedo extremo. Traer al presente un espacio que fue el alojamiento material del delito. Los testigos del Nunca más vuelven al lugar del crimen, escuchan el ruido de una calle o una autopista cercana, cuentan los peldaños de una escalera. Recuperar ese espacio en el que sufrieron implicaba darle mayor prueba de realidad al sufrimiento, pero también corroborar la dimensión del delito en su propia escena.

Etnografía del terror
La otra dimensión fundadora del Nunca más es lo que podría llamarse su costado etnográfico: los usos y costumbres de los terroristas de Estado en ejercicio de la represión. Los detalles de cómo llegaban a una casa, cómo pateaban las puertas, cómo golpeaban a sus futuros prisioneros con la culata de un arma, en qué autos los trasladaban, cuáles eran las amenazas que proferían, cómo arrebataban objetos o personas, con qué les vendaban los ojos o encapuchaban a sus víctimas; cómo los tiraban en una celda, qué les decían a las embarazadas, cuáles eran las amenazas proferidas en la tortura, qué instrumentos usaban para causar dolores insoportables, qué resistencias encontraban, qué hacían frente a un desmayo, cómo ingresaban los médicos para reanimar a alguien que todavía podía rendir algo en un interrogatorio; qué prometían o con qué amenazaban.


Todas estas costumbres terroristas son trasmitidas en un estilo plano. No es necesario el énfasis para relatar aquello que era enfático en su propia desmesura. Los usos y costumbres de los torturadores y los asesinos también informan sobre el placer de dominar a los cuerpos quebrados y la cólera que producen los resistentes. Se especializan en los desvanecimientos y los desmayos, gozan en esos momentos últimos en que un torturado está perdiendo el sentido, pero también tienen la cautela de no matar antes de tiempo, de no dejar de picanear antes de que la resistencia física llega a su final. Los relatos de los sobrevivientes combinan la repetición, porque finalmente los métodos no son infinitos, con el suspenso: ¿Cuándo se detendrá todo esto? ¿Se detendrá antes de la muerte? ¿Vendrá la muerte para detenerlo?

Nunca más da cuenta de esa monotonía y también de ese suspenso: son los dos vectores que permiten imaginar lo que sucedía en los escenarios del terrorismo de estado.
“Los equipos de la Conadep salen a la calle”, recuerda Fernández Meijide. Antes de empezar la tarea no se tenía idea de cuántos habían sido los centros de detención. Durante el trabajo se visitaron 50 centros clandestinos. En el Nunca más están los planos y algunas fotos. Los que estuvieron allí y sobrevivieron reconocen los desniveles del piso, las marcas en las paredes que ellos mismos hicieron, los rincones donde fueron obligados a acurrucarse como animalitos, sucios, orinados, desnudos, cubiertos por trapos. Y los cadáveres apilados. Copio un párrafo de un informe redactado en 1980 por empleados de la morgue judicial de Córdoba: “…en las salas donde se encontraban los cadáveres, algunos de ellos llevaban más de 30 días de permanecer en depósito sin ningún tipo de refrigeración, una nube de moscas y el piso cubierto por una capa de aproximadamente diez centímetros y medio de gusanos y larvas, los que retirábamos en baldes cargándolos con palas”. Una etnografía de la muerte, que comienza con el asesinato, pero que debe rastrearse en su rasgo más significativo más allá, en el tratamiento de los cuerpos, privados no sólo de la vida sino de la dignidad de una materia que fue humana. Cartografía y etnografía del terrorismo de estado.

Nueve meses
Magdalena Ruiz Guiñazú, a quien le pregunto mientras escribo, confirma que los empleados del Ministerio del Interior no aguantaron los terribles relatos que contenían las denuncias. Es así que fueron reemplazados por gente de los organismos de derechos humanos. Por eso, monseñor De Nevares propuso que Graciela Fernández Meijide fuera secretaria de la Conadep. Estaba curtida en esos horrores. Fueron nueve largos meses: “un parto”, dice Ruiz Guiñazú. Fernández Meijide hoy da una idea de las reglas que se impusieron: “Rechacé informes si estaban llenos de adjetivaciones y opiniones políticas. Las indicaciones fueron que había que hacer un informe ajustado a los testimonios y denuncias. Para tomar la denuncia sobre el nombre de un presunto represor exigíamos que estuviera mencionado tres veces. Para evitar venganzas o represalias personales”.

El impulso ético y político de la Conadep representó lo mejor que había quedado en pie después de la dictadura. Representó incluso a quienes, en el Congreso o en algunas organizaciones, se opusieron a que fuera esa forma, la de una Comisión de notables, la que llevara adelante la primera gran investigación de los crímenes más extendidos y cruentos de nuestra historia.
Sin venganza y sin tregua, la Conadep llegó en un tiempo asombrosamente breve a redactar su informe. Todavía no había pasado un año del decreto de Alfonsín que creó la comisión investigadora, contradiciendo la voluntad de algunos organismos de derechos humanos y de muchos políticos, incluso de su propio partido.

En el año 2006, la Secretaría de Derechos Humanos agregó un prólogo, refutando la teoría de los “dos demonios”, que muchos juzgaron inscripta en el primero de 1984. Inútil pretensión la de cerrar un debate para siempre mediante una lectura oficial. El Nunca má s ha dejado de ser un informe y cada prólogo pasado o futuro traerá una nueva interpretación. Somos el pueblo del Nunca más , tanto como el del Facundo . En ambos está la Argentina que fue.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/historia/Nunca-Mas-CONADEP-30-anos_0_1207079305.html

sábado, 15 de diciembre de 2012

15 de diciembre de 1983: Se crea la CONADEP mediante el decreto 187/83

La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) fue una comisión asesora creada por el presidente de la Argentina Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983 con el objetivo de investigar las graves, reiteradas y planificadas violaciones a los derechos humanos durante el Terrorismo de Estado de entre 1976 y 1983, llevadas a cabo por la dictadura militar conocida como Proceso de Reorganización Nacional. No fue instituida para juzgar sino para indagar sobre la suerte corrida por los desaparecidos. La comisión recibió varios miles de declaraciones y testimonios y verificó la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención en todo el país.

La comisión fue conformada con personalidades reconocidas y respetadas del país, de distintos ámbitos del conocimiento. Además de los secretarios mencionados en la ficha del artículo, fueron sus miembros:
Ernesto Sabato, un reconocido escritor y físico progresista. Fue elegido presidente de la comisión por el resto de sus miembros.
René Favaloro, respetado médico y creador del baipás coronario. Renunció en desacuerdo a que la comisión no estuviese facultada a investigar los crímenes de la Triple A.
Hilario Fernández Longmaestro e ingeniero. Decano de la Facultad de Ingeniería y llegó a ser rector de la UBA.
Carlos T. Gattinoni, obispo de la Iglesia Metodista Argentina, fuertemente involucrado en movimientos de derechos humanos.
Gregorio Klimovskymatemático y filósofo, considerado uno de los mayores especialistas enepistemología.
Marshall Meyerrabino estadounidense, ciudadano argentino y fundador del Seminario Rabínico Latinoamericano, activo militante de los derechos humanos y fundador del Movimiento Judío por los Derechos Humanos.
Jaime de Nevaresmonseñor y activo defensor de los derechos humanos y del estado de derecho.
Eduardo Rabossifilósofo radical y activo militante de los derechos humanos.
Magdalena Ruiz Guiñazú, reconocida periodista y la primera en poner al aire a las Madres de Plaza de Mayo en un programa radial.
Santiago Marcelino Lópezdiputado radical en representación del Congreso.
Hugo Diógenes Piucilldiputado radical en representación del Congreso.
Horacio Hugo Huartediputado radical en representación del Congreso.


Serán funciones específicas y taxativas de la Comisión las siguientes:

a) Recibir denuncias y pruebas sobre aquellos hechos y remitirlas inmediatamente a la justicia si ellas están relacionadas con la presunta comisión de delitos
b) Averiguar el destino o paradero de las personas desaparecidas, como así también toda otra circunstancia relacionada con su localización.
c) Determinar la ubicación de niños sustraídos a la tutela de sus padres o guardadores a raiz de acciones emprendidas con el motivo alegado de reprimir al terrorismo, y dar intervención en su caso a los organismos y tribunales de protección de menores.
d) Denunciar a la justicia cualquier intento de ocultamiento, sustracción o destrucción de elementos probatorios relacionados con los hechos que se pretende esclarecer.
e) Emitir un informe final, con una explicación detallada de los hechos investigados, a los ciento ochenta (180) dias a partir de su constitucion.

Artículo 2º, Decreto 187/83  



Informe Final

El resultado de toda esa investigación fue entregado el jueves 20 de septiembre de 1984 al presidenteAlfonsín, luego de un discurso de Ernesto Sábato. El voluminoso informe final, de varias carpetas, registraba la existencia de 8.961 desaparecidos y de 380 centros clandestinos de detención. Así mismo, la detalla descripción realizada permitió probar la existencia de un plan sistemático perpetrado desde el gobierno mismo, siendo efectivamente clave para el Juicio a las Juntas. Este informe final fue publicado en forma de libro bajo el nombre de Nunca Más. Ese título fue elegido a partir de la propuesta de Marshall Meyer porque era el lema utilizado originalmente por los sobrevivientes del Gueto de Varsovia para repudiar las atrocidades nazis.


 Nuestra Comisión no fue instituida para juzgar, pues para eso están los jueces institucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo, para alcanzar la tenebrosa de categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimiento y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos.
(...)
Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado la enseñanza de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura. Todos en su mayoría inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla, porque éstos presentaban batalla y morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores.


Discurso de Ernesto Sábato el 20 de septiembre de 1984



lunes, 29 de octubre de 2012

Robar a los muertos [Reimpresión -Informe Nunca Más]

 
Con sorpresa e indignación tengo en mis manos un ejemplar de la editorial Eudeba (Universidad de Buenos Aires) del Informe "Nunca Más" de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
 
La publicación, con fecha marzo 2012, 8» edición, 4» reimpresión, no solamente sigue anteponiendo (exactamente desde marzo de 2006) un prólogo firmado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación al prólogo original que Ernesto Sabato firmó en el momento de su primera publicación, sino que hoy omite definitivamente la firma de Sabato para entrar directamente en materia, como si este fundamental Informe (que sirvió de base al juicio a las juntas de comandantes de la dictadura) fuera un documento anónimo.
 
Creo que la apropiación de la Memoria es un robo inexcusable cuando, además, esa Memoria tiene carácter de Informe en un hecho jurídico, como bien lo señalaba el fiscal de Roma, doctor Caporale, quien lo afirmó públicamente cuando con Estela de Carlotto fuimos testigos en esa ciudad de la desaparición de ciudadanos de origen italiano.
 
Caporale subrayó que el Juicio a las Juntas de la Argentina tenía características especiales por ser único en América latina y diferente de otros, como el de Núremberg (con jueces de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial), o el de Kosovo, con un tribunal internacional y testigos de diferentes naciones.
 
El Juicio a las Juntas en la Argentina tuvo jueces, fiscales y testigos argentinos, quienes, bajo una lluvia de amenazas, dictaron los veredictos que hoy han vuelto a la Justicia.Suprimir de este proceso el nombre de Ernesto Sabato es simplemente robarle (a quien no puede replicar) una tarea asumida con enorme responsabilidad en años en los que las Fuerzas Armadas tenían aún un gran poder (recordemos los golpes de Semana Santa, Villa Martelli, La Tablada, etc).
 
Por lo tanto, cabe preguntarse si quienes se permiten semejante atropello no deberían ocupar su tiempo en, por ejemplo, redactar otro "Nunca Más" con los desaparecidos por la Triple A, que floreció durante el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón.Seguramente su agitado proselitismo partidario no debe permitirles ese tiempo fundamental.
 
La Triple A fue el huevo de la serpiente de la dictadura de 1976. De allí surgieron los primeros grupos paramilitares y parapoliciales que golpearon a muchas familias, como bien recordaba Tati Almeyda, de Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo.
 
Apropiarse entonces de escritos jurídicos y considerarse dueños de la defensa de los derechos humanos son hechos vergonzosos que al menos un hombre digno y valiente como Ernesto Sabato por suerte no ha llegado a presenciar.
 
Por Magdalena Ruiz Guiñazú  | Para LA NACION

Daniel Díaz /Bibliotecario Argentino
 
http://www.facebook.com/danieldiaz.ar

jueves, 24 de marzo de 2011

Dijimos NUNCA MAS...

Nunca más es el nombre del informe emitido por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) de Argentina. Es conocido también con el nombre de Informe Sabato puesto que fue el escritor Ernesto Sabato, quien presidió la comisión.La comisión fue creada por el presidente de Argentina Raúl Alfonsín (1927 â 2009) el 15 de diciembre de 1983. El objetivo era esclarecer los hechos sucedidos en el país durante la dictadura militar instaurada desde el año 1976. Su misión era la de recibir informes y denuncias sobre las desapariciones, los secuestros y las torturas acontecidos dentro de aquel periodo a manos del régimen, y generar informes a partir de estos. La comisión entregó su informe el 20 de septiembre de 1984 al presidente de la República. Ese informe se transformó en el libro Nunca más, que lo contiene en su totalidad.


Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Nunca_m%C3%A1s