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miércoles, 22 de julio de 2020

El día que Borges asistió al Juicio a las Juntas y sintió que había descendido al peor de los infiernos


Hace 35 años Jorge Luis Borges llegó a la sala donde se juzgaba a los integrantes de las juntas militares de la dictadura. Escuchó el testimonio de Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico. El horror del escritor. El texto que escribió después. La actitud de los jueces ante su presencia. La impresión ante un festejo navideño de los torturadores
El rostro más serio que de costumbre. El hombre de 85 años con un sobretodo oscuro y pesado sobre su fatigado traje subía con lentitud las escalinatas de Tribunales. Alguien lo sujetaba de un brazo para ayudarlo mientras él apoyaba su bastón en cada escalón. Era Néstor Montenegro, periodista de la revista Gente. Era el 22 de julio de 1985. Jorge Luis Borges asistía a una de las audiencias del Juicio a las Juntas. Sabemos, sin consultar el almanaque que era un lunes, porque así lo registró el escritor en el título del texto que escribió horas después.
Ese día sólo declaro un testigo. Una larga y detallada declaración. Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico que fue secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA el 10 de agosto de 1979. Estuvo privado de su libertad hasta agosto de 1984. Basterra en su declaración explicó las fechas. El 3 de diciembre de 1983, una semana antes del regreso democrático fue liberado de la ESMA y enviado a su casa. Pero él se consideraba privado de su libertad hasta agosto del 84 porque hasta esa fecha recibió semanalmente visitas y amenazas de sus captores que todo el tiempo le recordaban que lo estaban controlando.
El interrogatorio lo comandó quien ejercía esa semana la presidencia del tribunal, el Dr. Guillermo Ledesma.
"Dijeron: 'Éste va a la huevera'. Me llevaron a un lugar que se sentía así: muy hermético, muy cerrado. Yo tenía una capucha puesta, entonces me sacaron las esposas y me dijeron que comenzara a desnudarme; mientras me sacaba la ropa, me golpeaban, me golpeaban mucho, me golpeaban y caía contra las paredes. Luego de estar totalmente desnudo, me ataron los tobillos y las muñecas a una cama, y un cablecito a un dedo del pie derecho, y ahí comenzaron a aplicarme lo que ellos llamaban la máquina: la picana eléctrica. Eso era permanentemente, me lo hacían con preguntas y sin preguntas", declaró Basterra.
Desde una de las doscientas butacas disponibles, Borges, entre el público, escuchaba azorado a Basterra. Un hombre simple y claro. Que narraba desapasionadamente su tormento. Se detenía en cada circunstancia, obligado por las preguntas, para narrar su martirio.
"Yo estaba muy entumecido, apenas podía levantar el brazo o mover la pierna. Cuando abro los ojos veo que mi señora estaba sentada delante mío. Vi que también había sido torturada. Había sido golpeada; después ella me dijo que también la habían picaneado. Yo había sentido gritos y también estaba mi, mi niñita, mi... Trajeron a mi hija después y me dijeron que me la iban a poner en el pecho mientras me daban máquina", prosiguió Basterra su declaración que se extendió por muchas horas.
Borges escribió un breve artículo para la Agencia EFE en el que relató su experiencia ese día:
"He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas 'sesiones' cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel".
Un momento particular, un momento que mostraba la extravagante crueldad desde otro punto de vista se dio cuando el testigo relató lo ocurrido la noche previa a una de las navidades que pasó en cautiverio.
"De pronto, el 24 de diciembre a la noche nos bajaron a todos los Capuchas; creo que quedaron nada más la Tía Irene y Juan Carlos Chiaravalle. Nos pusieron frente a una mesa servida con manjares y bebidas y dijeron que íbamos a festejar la Navidad. Yo no entendía nada. Estábamos con grilletes que nos hicieron sacar en uno de los cubículos de la huevera (...) Seríamos 17 personas. El que llevaba adelante la ceremonia era el Capitán D'Imperio. (...) En un momento dado se produjo un silencio grande, como una orden militar, y vino una persona mayor que posteriormente supe que era el director de la ESMA, capitán de navío Supisiche. Se puso frente a nosotros y dijo: 'Señores buenas noches: les deseo una feliz Navidad. Dijo eso y se fue", relato Basterra.
Borges en su artículo escribió sobre esta escena:
"De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal".
Por un momento creyó que se había perdido algo de lo dicho esa mañana. No podía entender la lógica de lo actuado por los militares. ¿Para qué secuestrar a alguien cuatro años y torturarlo para luego dejarlo libre?, se preguntaba. Uno de los periodistas presentes le explicó el concepto de "recuperación" según Emilio Massera y la ESMA. La intención de hacer trabajar a esas personas para el proyecto político del ex jefe de la Armada y al mismo tiempo captarlos. "Pero ¿De qué recuperación me habla?", dijo enojado Borges. "No buscaban la recuperación física y mental de nadie ahí".
Su opinión sobre Massera era contundente: "Un asesino, una de las personas más siniestras del país".
Era la primera vez que Borges en su larga vida presenciaba un juicio oral. Sería también la última. La experiencia había sido tan intensa que no deseaba repetirla. Sin embargo en las entrevistas que brindó a la salida de Tribunales afirmó: "Convendría que cada persona asista a este juicio al menos una vez. Es necesario. Pero debo confesar que no pienso volver porque quedé muy impresionado".
Aclaró que no pensaba volver. Que ese rato había sido suficiente para él. Mientras comentaba lo espeluznante del testimonio escuchado, Borges no podía creer que ese no fuera el peor de los testimonios brindados en las audiencias. De hecho, le aseguraron, había otros mucho más graves, muchos más atroces. El viejo escritor no podía ocultar su impresionada sorpresa.
La presencia de Borges en la sala de audiencias no pasó desapercibida para nadie. Hasta llegó a la tapa de los diarios al día siguiente. Fueron muchas las personalidades que presenciaron el Juicio en las diferentes jornadas. Pero el escritor logró una atención que los demás no consiguieron. Invitado por el Fiscal Julio César Strassera fue recibido por decenas de periodistas. Para los jueces tampoco el escritor pasó inadvertido. A pesar de físicamente ser una figura tenue, con su paso lento y encorvado, nadie podía ignorar que Borges, el mayor escritor del país y una de sus figuras más reconocidas, iba a escuchar los testimonios de ese día.
Los jueces a cargo del proceso se valían de unas tiras de papel prolijamente cortadas en las que escribían las preguntas que se les iban ocurriendo en medio de las declaraciones. Esos apuntes se los pasaban con discreción al magistrado que comandaba el interrogatorio (la presidencia rotaba semanalmente) para que fuera una sola voz la que preguntara. Pero el 22 de julio, el día de la presencia de Borges esos papelitos tuvieron una función más literaria. "Carlos Arslanián, con una inteligencia y un ingenio notables, empieza a escribir en el momento (¿cuánto habrá tardado? Cinco, diez minutos). Redacta en un papelito lo que podría ser un cuento de Borges, relacionando lo sucedido con uno de sus cuentos de cuchilleros", contó Jorge Valerga Aráoz uno de los magistrados integrantes de la Cámara Federal que juzgó a los comandantes de las Juntas.
Los jueces luego le hacían leer el breve texto a Arslanián que remedaba a la perfección la voz balbuceante del escritor. Valerga Aráoz le explicó a Jose Eliaschev en su libro Los Hombres del Juicio que este fue un pasajero momento de distensión dentro de ese mundo tenebroso que estaban investigando.
Luego de las preguntas, detalladas y precisas del tribunal, fue el turno de los abogados defensores que se esforzaban por encontrar fisuras en el testimonio del testigo, pretendían hacerlo caer en contradicciones y generar sospechas sobre sus actividades. El Dr. Ledesma debió intervenir en numerosas ocasiones para que el interrogatorio no se saliera de cauce y, con firmeza y mucha paciencia, negó la pertinencia de muchas preguntas improcedentes de las defensas.
A Borges hubo otro aspecto que le llamó la atención. La contradicción entre lo que hicieron los militares cuando ostentaban el poder y la actitud que tomaban cuando eran los acusados. Esa creencia súbita en el ordenamiento jurídico y en sus garantías lo maravillaba.
"Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer".
Borges, antes del inicio de la audiencia, se había reunido con el fiscal Strassera. Le preguntó sobre una posible condena. No quería que lo crímenes quedaran impunes. "No condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice", escribió después.
Montenegro, el periodista que lo acompañó durante las tres horas que Borges estuvo en la sala, contó que el escritor no habló en todo ese tiempo. Escuchó con atención y con el gesto cada vez más tenso y triste el testimonio de Basterra. En esas tres horas Borges sólo pudo emitir dos palabras: "Qué Horror".
A la salida, otra vez las escalinatas, ahora en descenso. Y otra vez los periodistas. Borges evidentemente conmovido y triste dijo: "Tengo la sensación de que he asistido a una de las cosas más horrendas de mi vida. Espero que la sentencia sea ejemplar. Siento que he salido del infierno". Y luego aseveró: "Este hecho no puede, no va a quedar impune".
Matías Bauso.INFOBAE.


domingo, 8 de enero de 2017

Borges, inédito: "Buenos Aires es un barrio de Montevideo"

1978. Borges es entrevistado para una radio uruguaya en plena efervescencia mundialista. Fue censurada por sus apreciaciones previas sobre Artigas.
Borges y el fútbol, dos pasiones inevitablemente argentinas, se unieron en junio de 1978, cuando el notable periodista e historiador uruguayo Atilio Garrido, quien logró llegar al genio argentino a través de su colega Brian Glanville, lo entrevistó en el histórico departamento que el escritor tenía en la calle Maipú.
Ese diálogo, en el que también estuvieron presentes las profundas raíces orientales de Borges, fue censurado por la dictadura militar uruguaya y no pudo ser publicado en ninguno de los prestigiosos medios donde trabajaba Garrido, quien ha dedicado su carrera a explicar el fútbol como un fenómeno cultural de múltiples implicancias desde una perspectiva donde la pasión convive armónicamente con el rigor historicista.
Hoy, como parte de una larga nota que se publicará este domingo y el próximo, PERFIL lo da a conocer por primera vez. El tardío e irónico agradecimiento, y esto corre por parte de quien escribe estas líneas, es para los represores uruguayos, tan solícitos para la violación serial de derechos humanos como para la inutilidad en el ejercicio –ilegítimo del poder. Tal vez desde la Argentina nos pueda sorprender, pero la tradición democrática oriental es tan fuerte que pocos años después el mismo régimen perdería ampliamente un plebiscito constitucional contra opositores, a quienes estaba vedado hacer campaña.
Dos años antes de ese fallido intento de perpetuación, y en medio de la euforia mundialista que sirvió de inmejorable pantalla para el terrorismo de Estado practicado en la Argentina, Garrido conoció a Borges como parte de una cobertura periodística muy particular en la que, precisamente porque Uruguay no había clasificado al Mundial, el autor de Maracaná, la historia secreta podía elaborar notas de largo aliento con menos presiones coyunturales.
No se registraron fotos del encuentro entre él y Borges, pero el audio de la entrevista (disponible en Perfil.com) mantiene un brillo muy particular, como si los años y los escollos tecnológicos no hubieran formado parte de su geografía. También fue particular la campaña que Radio Carve de Montevideo hizo para promocionar el reportaje, que fue prohibido porque al régimen no le cayó en gracia que Borges, de visita en la capital uruguaya poco tiempo antes, hubiera contrariado el dogma oficial sobre el héroe patrio José Gervasio Artigas.
Consultado por Perfil, Garrido, quien nunca se sentiría defraudado por la amarga imagen que el maestro argentino tenía del fútbol, evoca así aquel momento: "Yo tenía 28 años, que es el tiempo en que te llevás el mundo por delante y pensás que no hay fronteras. La nota se hizo el 15 de junio por la mañana en el apartamento de Borges, que estaba en la calle Maipú 944, 6° B, y que terminó siendo su residencia durante las décadas siguientes".
Agrega Garrido: "Cuando subí con Glanville, nos abrió la puerta María Kodama y nos llevó a un sofá para dos. Nos dijo 'vayan a aquel sofá y tomen asiento. No muevan nada de lugar'. Al costado había un sillón vacío. Pasaron unos minutos y Borges llegó caminando como si no estuviera ciego, sin rozar ningún objeto, y se sentó delante de nosotros. Me hizo mucha gracia que estuviera rabioso porque, después de cada triunfo de Argentina, en Buenos Aires salían miles y miles de personas a la calle, que confluían en el centro festejando y llenando la City de bocinas, banderas y papel picado pues Clemente, el dibujo de Clarín que popularizó Caloi, incitaba a tirar papelitos. Y además el Gordo Muñoz, por radio Rivadavia, pedía que la gente no hiciera eso en el estadio, porque se llenaba la cancha de papel picado y era una mala imagen".
Entonces, concluye el autor de 100 años de la Conmebol, un continente de fútbol, "la FIFA sacó una resolución prohibiendo esa costumbre y amenazando con una posible sanción a Argentina. Por supuesto, finalmente no pasó nada. Pero Borges odiaba ese griterío que, decía, no lo dejaba dormir, porque las multitudes estaban hasta altas horas de la madrugada por las calles".
Ese odio comienza a conocerse más en profundidad ahora, pero se transforma, inexorablemente, en amor. Como el amor que Borges le tenía a su patria nativa (Argentina), a su patria cultural (Inglaterra), a su patria tardía (Suiza), a su patria ilusoria (Islandia) y a su patria remota (Uruguay).
—Quiere decir que este fenómeno mundial que es Jorge Luis Borges, venimos a saber ahora, nos pertenece un poquito también a los orientales.
—Sí, sí, desde luego. Puedo decirle esto: yo no sé si mi primer recuerdo, que curiosamente es el recuerdo de un cantero y de un arcoíris, debo situarlo de este lado del Río, en una quinta de Adrogué o en un modesto jardín de Palermo, o en la quinta de mi tío Francisco Haedo en el Paso Molino, en Montevideo. No sé si mi primer recuerdo corresponde a este lado del río o al otro.
Mi abuelo, el coronel Borges, nació en Montevideo e inició su carrera militar como artillero defendiendo la plaza sitiada: tenía 14 años. Luego se batió en la División Oriental de César Díaz, en la Batalla de Caseros: fue uno de los que decidieron la victoria y tenía 16 años, pero en aquel tiempo la gente maduraba pronto. Mi abuelo se hizo matar en la batalla de La Verde en el año 1874.
—¿Maduraba más pronto aquella gente? ¿Ese puede ser uno de los méritos de la generación anterior?
—Sí, creo que maduraba muy pronto, pero al mismo tiempo eran menos longevos que nosotros. La prueba de ello es que hay un poema de Lugones que empieza así: "Sintiendo vagar por su elegante persona/ Una desolada intimidad de hastío/ La bella solterona (Treinta y ocho años, regio porte, un tanto frío, de beldad sajona)", etcétera. Bueno, pues todas mis amigas tienen 38 años y no son consideradas solteronas, pero en el año 1905, 1906, era otra cosa: a los 38 años una mujer tenía el triste derecho de llamarse solterona si no se había casado.
—Volviendo un poco a Uruguay, al margen de aquel recuerdo que usted no tiene definido…
—Tengo muchos otros recuerdos, sobre todo de la frontera, porque yo hice dos viajes con Enrique Amorim, casado con una prima mía, Ester Haedo, hasta Santana do Livramento, y ahí por primera y última vez en mi vida vi matar a un hombre. Y tengo otro primer recuerdo del Uruguay. Yo en Buenos Aires nunca había visto gauchos, pero en el Paso Molino vi troperos que traían hacienda de los departamentos del norte, y vi mis primeros gauchos, y eso me emocionó mucho, porque yo los conocía simplemente por la fama y por estampas. Pero ahí los vi de veras.
—Esos dos recuerdos, el fronterizo y el de los gauchos, ¿pueden haber motivado el cuento "El muerto", que hace poco se llevó al cine?
—Sí. Les aconsejo que eviten el cine. Hicieron una película absurda con El muerto. Con decirles que yo situaba toda la acción en una estancia cimarrona de la frontera, allá cerca del Yaguarón o de Santana do Livramento. Bueno, todo ocurría en el año 1890 y tantos, y a ellos se les ocurrió dotar a esa estancia –y ustedes saben lo que son las estancias por ahí, que ni siquiera tienen montes– de billares, y hacer que los gauchos jugaran al billar. Pero no se buscaba un efecto cómico, era mera ignorancia de quienes hicieron la película. ¿Se da cuenta? ¡Gauchos de la frontera de Brasil jugando al billar!
—¿Y cómo fue entonces que se hizo la película estando usted en desacuerdo con la forma en que se ambientó?
—Bueno, yo simplemente firmé un contrato, mi editorial cedió los derechos y no tuve nada que ver con la película. Ni siquiera sé qué actores trabajaron, quién fue el director ni nada de eso. Simplemente ellos cedieron los derechos, se hizo el film, fui a verlo (aunque verlo en mi caso es una metáfora, porque estoy ciego desde el año 1955), pero algunos amigos míos me señalaron ese aspecto involuntariamente cómico.
—¿Con qué intelectuales del Uruguay usted se siente más vinculado, con mayor afinidad?
—Tendría que mencionar nombres ya pretéritos, pero soy un hombre viejo. No querría olvidar a Emilio Oribe, a Pedro Leandro Ipuche y a Fernán Silva Valdés, que me honraron con su amistad, pero no digo eso en desmedro de otros: son simplemente los tres primeros nombres que acuden a mi memoria. Y luego querría hablar también de mi tío injustamente olvidado, Luis Melián Lafinur. Yo recuerdo haber estado de chico en la casa de él, que creo que se ha demolido ahora, una casa en la calle Buenos Aires, en la península, en la Ciudad Vieja.
—Lamentablemente se están demoliendo muchas casas viejas, no solamente en Montevideo sino también aquí en Buenos Aires.
—Aquí en Buenos Aires ocurre otra cosa más rara: se construyen en el barrio de San Telmo, que no tiene ninguna tradición especial, falsas casas viejas, y hasta se le ha ocurrido a algún intendente poner un aljibe en una esquina. Todo el mundo sabe que los aljibes son para los patios, no para las calles, pero parece que ya se ha olvidado eso, de modo que hay una plaza en San Telmo con un aljibe en el medio, increíblemente.
—¿Los rioplatenses tenemos desapego por el pasado?
—No, yo creo que no. Creo que queremos el pasado pero, al mismo tiempo, en este caso lo falsificamos un poco. Fíjese que ahora en San Telmo están haciendo falsas casas coloniales, o falsas casas del tiempo de Rosas.
—Usted estuvo en la casa de su tío Luis Melián Lafinur, me estaba contando…
—Sí, estuve muchas veces y tuvo un destino bastante triste. El escribió un libro muy lindo sobre Juan Carlos Gómez y un libro titulado Tabaricidio, contra Zorrilla de San Martín, porque eran adversarios (Juan Zorrilla de San Martín, escritor emblemático del Uruguay, conocido como el "poeta de la patria" y autor del poema épico Tabaré, fue, además, padre del escultor José Luis Zorrilla de San Martín, autor del célebre monumento al general Roca de Buenos Aires, y abuelo de la vestuarista Guma Zorrilla y de la actriz China Zorrilla). El pensaba dedicar su vida a escribir una historia del Uruguay. Yo recuerdo la biblioteca de él, que ocupaba varias habitaciones, y él, ciego, recorriendo la biblioteca, ya incapaz de escribir el libro. Y murió, un hombre ya viejo. Hubiera podido, quizá, hacerlo. Pero yo creo que no, que es muy difícil, sobre todo un libro de historia, que requiere documentación. Quizá un ciego pueda dedicarse, como yo, a obras de imaginación, pero no a obras que requieren consulta. Y él murió ciego en esa casa vieja de la calle Buenos Aires, rodeado de los libros que le hubieran permitido ejecutar ese proyecto que él había acariciado toda su vida, de escribir la historia de la República Oriental del Uruguay. Y no pudo hacerlo.
—¿En qué año ubicamos sus viajes permanentes a la casa de la calle Buenos Aires en la Ciudad Vieja?
—Y a la quinta de mi tío Francisco Haedo en la calle Lucas Obes. Había un arroyo que se llamaba Quitacalzones y otro arroyo Miguelete también por ese lado, por el Prado.
—Un embajador argentino en nuestro país, cuando invitaba a las grandes recepciones decía "los espero en mi casa de la avenida Agraciada esquina Quitacalzones", lo que en aquella época provocaba prácticamente el pudor de todos.
—Sí, claro, era un zanjón el arroyo. No lo recuerdo muy bien, pero corría por los fondos de la quinta. Bueno, todos esos recuerdos míos montevideanos yo no sé cuándo empiezan, pero sé que nosotros veraneábamos todos los años en Montevideo, en casa de mi tío Francisco Haedo, y que eran los veraneos largos de entonces, de dos o tres meses.
—Jorge Luis Borges, ¿encuentra similitud entre Montevideo y Buenos Aires y entre su pueblo?
—Sí. Yo siempre digo que Buenos Aires es un barrio de Montevideo.
—¿Buenos Aires un barrio de Montevideo?
—Sí, siempre lo digo, si son lo mismo. Hasta diría que Buenos Aires está más cerca de Montevideo que de Córdoba, por ejemplo, que tiene un carácter muy distinto, y mucho más cerca que de Salta, no sólo geográficamente sino espiritualmente.
—Ahora que usted me nombra a Juan Carlos Gómez y me recordaba la amistad con su tío Luis Melián Lafinur, ¿es partidario de la idea que en su momento propuso Juan Carlos Gómez y que causó la división del Río de la Plata, de la Patria Grande?
—Sí. Yo creo que tenemos que llegar a patrias más grandes todavía. Creo que tenemos que llegar a patrias tan grandes que ya no haya patrias. El que tenía la misma idea era Sarmiento. Pero a Sarmiento se le ocurrió una idea absurda: que para evitar la inevitable rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires la capital estuviera en la isla de Martín García, algo sumamente incómodo desde luego, ¿no? Eso iba a llamarse Argirópolis, es decir la "ciudad del Plata". A él se le ocurrió esa idea de la posible capital de ambas patrias creo que cuando estaba en Chile escribiendo el Facundo.
—Ya que estamos recordando un poco la génesis de estos países, leí hace poco un poema suyo donde usted sostiene la tesis de que Buenos Aires comenzó a fundarse por el lado de Palermo y no por San Telmo.
—Sí, pero es una broma mía. No, Buenos Aires realmente empezó a fundarse por San Telmo, sí. La primera fundación de Buenos Aires, la de don Pedro de Mendoza, fue en el Parque Lezama. La segunda fundación, en la que participó un señor llamado Juan de Garay, del cual soy descendiente, fue en la Plaza de Mayo, llamada Plaza Mayor, a una distancia de pocas cuadras. Además, en aquel tiempo no habría tal distancia, habría simplemente el campo pelado nomás, ¿no? Pero sé que la primera fundación tuvo lugar más o menos en lo que es el Parque Lezama. Ahora, la ciudad fue destruida por los querandíes, que venían del norte, del lado de San Isidro. Y luego ocurrió la segunda fundación en la Plaza Mayor, que fue el centro de la ciudad durante mucho tiempo.
 —Después de haber recorrido esta primera etapa en la vida de Jorge Luis Borges, y de haber descubierto su afinidad casi total con Uruguay, cosa que nos place…
—Y a mí también.
—Queremos ir de a poco a otro tema. Jorge Luis Borges había expresado hace dos meses que cuando llegara el Mundial de Fútbol no podría estar en la República Argentina.
—Sin embargo, aquí estoy, y aquí estoy soportándolo. Pero creo que falta poco, ¿no? (risas). Yo no estoy en contra del deporte del fútbol, pero creo que es una frivolidad a la que se le da una importancia excesiva. Además, fomenta el nacionalismo, que es uno de los grandes males de esta época. Porque yo veo que no se piensa si un partido fue lindo o no: se piensa en quiénes ganaron, que es lo más aleatorio de un juego. En cambio, tratándose del ajedrez, por ejemplo, la gente puede estar interesada en el ajedrez. Pero creo que nadie está interesado en el juego mismo del fútbol: está interesado en tal o cual cuadro o en tal o cual país.
Continúa la semana próxima.
Entrevista

jueves, 24 de noviembre de 2016

“CANTO A MÍ MISMO” de Walt Whitman - Traducción de Jorge Luis Borges





El Club de los Libros Perdidos


Posted: 23 Nov 2016 11:05 AM PST
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,

  Yo me celebro y yo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

  Indolente y ocioso convido a mi alma,
me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.

  Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
y espero no cesar hasta mi muerte.

  Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
me sirvieron, no las olvido;
soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
naturaleza sin freno con elemental energía.

  Creo en ti, mi alma, el otro que soy no se rebajará ante ti,
y tú no te rebajarás ante él.

  Tiéndete en el pasto conmigo, desembaraza tu garganta,
no son palabras, ni música, ni versos lo que preciso, ni hábitos, ni
discursos ni aun los mejores,
sólo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave.

  Recuerdo cómo nos acostamos una mañana transparente de estío,
cómo apoyaste la cabeza sobre mis caderas y la volviste a mí dulcemente,
y abriste mi camisa sobre el pecho y hundiste tu lengua hasta tocar mi corazón desnudo,
y te estiraste hasta tocarme la barba, y luego hasta tocarme los pies.


  Velozmente se irguieron y me rodearon el conocimiento y la paz que
trascienden todas las discusiones de la tierra,
y desde entonces sé que la mano de dios ha sido prometida a la mía,
y sé que el espíritu de dios es hermano del mío,
y que todos los hombres que han nacido son mis hermanos, y las
mujeres mis hermanas y mis amantes,
y que el sostén de la creación es el amor,
y que son innumerables las hojas rígidas o que se curvan en los campos,
y las negras hormigas en las grietas bajo las hojas,

  Y las mohosas costras del seto, las piedras hacinadas, el saúco, la
candelaria y la cizaña.
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,


  Soy el poeta del Cuerpo y soy el poeta del Alma,
los goces del cielo están conmigo y los tormentos del infierno están conmigo,
los primeros los injerto y los multiplico en mi ser, los últimos los
traduzco a un nuevo idioma.

  Soy el poeta de la mujer no menos que el poeta del hombre,
y digo que es tan grande ser mujer como ser hombre,
y digo que nada es mayor que ser la madre de los hombres.
  Entono el canto de la exaltación o de la soberbia,
ya estamos hartos de plegarias y de zalanderías,
muestro que el tamaño no es más que crecimiento.

  ¿Has dejado atrás a los otros? ¿Eres el presidente?
  Es una bagatela, cada uno de los otros te alcanzará y seguirá adelante.
  Soy el que camina con la tierra y creciente noche,
llamo a la tierra y al mar que abraza la noche.
  Abrázame, noche de senos desnudos, abrázame, noche magnética y fecunda,
noche de los vientos del sur, noche de las estrellas grandes y escasas,
noche serena que me llama, loca y desnuda noche de estío.


  Sonríe, tierra voluptuosa de fresco aliento,
tierra de los árboles dormidos y húmedos,
tierra del sol que ya se ha ido, tierra de las montañas de cumbre nebulosa,
tierra del cristalino fluir de la luna llena, apenas tocada de azul,
tierra del brillo y de la sombra manchando la corriente del río,
tierra del gris límpido de las nubes que resplandecen y se aclaran
para que yo no las vea,
tierra yacente y extendida, rica tierra de azahares
sonríe, porque llega tu amante.

  Pródiga me has dado tu amor, te doy pues mi amor,
mi apasionado amor indecible.

  Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo,
turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando,
ni sentimental, ni sintiéndome superior a otros hombres y mujeres,
ni alejado de ellos,
no menos modesto que inmodesto.

  ¡Arrancad los cerrojos de las puertas!
  ¡Arrancad las puertas de los goznes!

  El que degrada a otro me degrada,
y todo lo que se dice o se hace vuelve a mí al fin.
a través de mí surge y surge la voluntad creadora, a través de mí, el
torrente y el índice.

  Digo el primordial santo y seña, hago el signo de la democracia.
  ¡Por dios! No aceptaré nada que no sea ofrecido a los demás
en iguales condiciones.

  Muchas voces largo tiempo calladas brotan de mí,
voces de las interminables generaciones de prisioneros y de esclavos.
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,

  Voces de los enfermos y de los inconsolables, de los ladrones y de los enanos,
voces de ciclos de preparación y de crecimiento,
de los hilos que unen a las estrellas, y de los vientres, y de la
simiente paterna,
y del derecho de aquellos a quienes oprimen los otros,
de los deformes, triviales, simples, tontos y despreciados,
de neblina en el aire, de escarabajos arrastrando bolas de estiércol.
  Brotan de mí voces prohibidas,
voces del sexo y del apetito, voces veladas y yo aparto el velo,
voces indecentes clarificadas y transfiguradas por mí.

  Yo me cubro la boca con la mano,
me conservo tan puro en las entrañas como en la cabeza y en el corazón,
la cópula no es para mí más vergonzosa que la muerte.

  Creo en la carne y en los apetitos,
ver, oír, tocar, son milagros, y cada parte de mí es un milagro.

  Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca,
el aroma de estas axilas es más fino que las plegarias,
esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los credos.

  Si algo hay que yo venero más que las otras cosas, ese algo es la
extensión de mi cuerpo y cada una de sus partes,
traslúcida arcilla de mi cuerpo, ¡tú lo serás!


  Sombreados bordes y bases, ¡vosotros lo seréis!
  Firme reja viril, ¡tú lo serás!
  Tú, mi rica sangre, tú líquido lechoso, pálido extracto de mi vida.
  Pecho que oprimes otros pechos, ¡tú lo serás!
  ¡Cerebro serán tus circunvoluciones ocultas!
  Raíz lavada del junco oloroso, becada medrosa, nido recatado de los
huevos gemelos, ¡vosotros lo seréis!

  Heno mezclado y revuelto de la cabeza, barba, cejas, ¡vosotros lo seréis!
  Savia que goteas del arce, fibra del noble trigo, ¡vosotros lo seréis!
  Sol generoso, ¡tú lo serás!
  Nubes que ilumináis y oscurecéis mi rostro, ¡vosotros lo seréis!
  Sudorosos arroyos y rocíos, ¡vosotros lo seréis!
  Vientos que me rozáis, frotando contra mí vuestros genitales,
¡vosotros lo seréis!

  Amplios campos musculares, ramas de encina, amoroso holgazán de
mi sendero tortuoso ¡vosotros lo seréis!
  Manos que he tomado, rostros que he besado, mortal a quien toqué
alguna vez, ¡vosotros lo seréis!

  Estoy enamorado de mí, hay tantas cosas en mí que son tan deliciosas,
cada momento y todo lo que ocurre me llena de alegría,
no sé cómo se doblan mis tobillos, ni la causa del más leve de mis deseos,
ni de la amistad que suscito, ni de las amistades que me devuelven.

  Al subir por las escaleras me detengo a reflexionar si no estoy soñando,
la madreselva en la ventana me satisface más que la metafísica de los libros.

  ¡Contemplar el amanecer!

  La escasa luz que va borrando las sombras inmensas y diáfanas,
el sabor del aire es grato a mi paladar.

  Retoños del cambiante mundo ascienden silenciosos en un juego
inocente, fresco sudor,
oblicuamente errando por todos lados.

  Algo invisible está proyectando libidinosos dardos,
torrentes de brillante zumo inundan el cielo.

  La tierra por el cielo invadida, la cotidiana consumación de su boda,
el desafío del oriente sobre mi cabeza,
la burla mordaz: ¡Ya veremos quién es el amo!
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges, 

  Creo que una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas,
y que la hormiga es perfecta, y que también lo son el grano de
arena y el huevo del zorzal,
y que la rana es una obra maestra, digna de las más altas,
y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
y que la menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas,
y que la vaca paciendo con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
y que un ratón es un milagro capaz de confundir a millones de incrédulos.

  Siento que en mi ser se incorporan el gneis, el carbón, el musgo de
largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces comestibles,
y que estoy hecho de cuadrúpedos y de pájaros,
y que puedo recuperar cuanto he dejado atrás,
pero que puedo hacerlo volver cuando se me antoje.

  En vano la timidez o la prisa,
en vano las rocas incandescentes arrojan sobre mí su antiguo calor,
en vano el mastodonte se oculta detrás del polvo de sus huesos,
en vano los objetos se alejan leguas y leguas y toman muchas formas,
en vano el mar se oculta en las cavernas donde tienen su guarida los monstruos,
en vano el buitre tiene por morada el cielo,
en vano la serpiente se desliza entre las lianas y los troncos,
en vano el alce busca las honduras recónditas de la selva,
en vano el cuervo marino tiende el vuelo hacia el norte,
hacia el Labrador,
lo sigo velozmente, trepo al nido que está en la grieta del peñasco.

  ¿Quién es este salvaje amistoso y gárrulo?
  ¿Espera la civilización, o la ha dejado atrás y la ha dominado?
  ¿Es un hombre del sudoeste y ha sido criado a la intemperie? ¿Es un canadiense?
  ¿Viene de las tierras del Mississippi, de Iowa, de Oregon, de California?
  ¿De la montaña, de las praderas, de los bosques, o un marino del mar?
  Dondequiera que vaya, los hombres y las mujeres lo desean y lo aceptan,
  Quieren que los quiera, que los toque, que les hable, que se quede con ellos.

  Obra sin ley, como los copos de nieve, sus palabras son simples
como la hierba, el pelo despeinado, risas e ingenuidad.
  Lento el andar, comunes las facciones, emanando sencillez y modestia,
brotan de un modo nuevo desde las puntas de los dedos,
flotan en el aire con el olor de su cuerpo o de su aliento, salen de
la mirada de sus ojos.


  Me ha tocado en suerte, lo sé, lo mejor del tiempo y del espacio;
nunca he sido medido y no seré medido jamás.

  El viaje que emprendo es eterno (¡que todos me oigan!).
  Mis signos son un capote contra la lluvia, fuertes zapatos y un
bastón cortado en el bosque,
en mi silla no sestean los amigos,
no tengo cátedra ni iglesia ni filosofía,
no llevo a ningún hombre a una mesa puesta, a la biblioteca, a la bolsa,
pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, lo llevo a una cumbre,
mi brazo izquierdo ciñe tu cintura,
mi derecha señala los continentes y el gran camino.

  Ni yo ni ningún otro puede andar por ti ese camino,
eres tú quien debe andarlo.

  No queda lejos, está a tu alcance,
quizá estabas en él desde que naciste y no lo has sabido,
quizá esté en todas partes, en mar y en tierra.

  Échate tus prendas al hombro, hijo mío, y yo traeré las mías y apresurémonos;
ciudades prodigiosas y naciones libres nos saldrán al paso.

  Si te cansas, dame las dos cargas y apoya tu mano en mi cadera,
y a su debido tiempo me devolverás el mismo servicio,
porque ya emprendida la marcha nunca descansaremos.

  Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar el cielo poblado,
y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el
conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?

  Y mi alma dijo: No, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos el camino.
  Tú también me interrogas y yo te escucho,
contesto que no puedo contestar, tú mismo debes encontrar la respuesta.
  Siéntate un momento, hijo mío,
aquí tienes pan para comer y leche para que bebas,
pero después de haber dormido y haber cambiado de ropa te beso
con el beso del adiós y te abro la puerta para que salgas.

  Demasiado tiempo has perdido en sueños deleznables,
ahora te quito la venda de los ojos,
debes acostumbrarte al brillo de la luz y de cada momento de tu vida.
demasiado tiempo has vadeado, asido a una tabla en la orilla,
ahora quiero que seas un nadador, que te arrojes al mar, que
reaparezcas, que me hagas una seña, que grites y que agites el
agua con tus cabellos.

  Dije que el alma no es más que el cuerpo,
y dije que el cuerpo no es más que el alma,
y que nada, ni Dios, es más que uno mismo,
quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral
envuelto en su propia mortaja;
y yo y tú, sin tener un centavo, podemos comprar lo más precioso de la tierra,
y la mirada de unos ojos o una arveja en su vaina confunden la
sabiduría de todos los tiempos,
y no hay oficio ni profesión en los cuales el joven que los sigue no
pueda ser un héroe,
y no hay cosa tan frágil que no sea el eje de las ruedas del universo,

  Y digo a cualquier hombre o mujer: que tu alma esté serena y en
paz ante millones de universos.
  Y digo a la Humanidad: No hagas preguntas sobre dios,
porque yo que pregunto tantas cosas, no hago preguntas sobre dios,
(no hay palabras capaces de expresar mi seguridad ante dios y la muerte.)
  Escucho y veo a dios en cada cosa, pero no lo comprendo en lo más mínimo,
ni comprendo cómo pueda existir algo más prodigioso que yo mismo.
  ¿Por qué desearía yo ver a dios mejor que en este día?

  Algo veo de dios en cada hora de las veinticuatro y en cada uno de sus minutos,
en el rostro de los hombres y de las mujeres veo a dios, y en mi propio rostro en el espejo;
encuentro cartas de dios tiradas por la calle y su firma en cada una,
y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya,
otras llegarán puntualmente.

- Walt Whitman
El Club de los Llibros Perdidos, CANTO A MÍ MISMO, Jorge Luis Borges,
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