domingo, 21 de febrero de 2016

Quiero una Biblioteca que sea para todos… / Alberto Manguel






El nuevo director de la Biblioteca Nacional ALBERTO MANGUEL   tuvo un paso fugaz por el país y dialogó con PERFIL –único medio– sobre los desafíos de su futura gestión y las versiones sobre despidos masivos.
Estamos en el lobby del hotel Meliá de la calle Reconquista. Acordamos la entrevista
para las 18.30, pero son 18.45 y Manguel no baja. A las 19 tiene que partir hacia el
aeropuerto: vuelve a Nueva York, a continuar expandiendo el evangelio borgeano.


Mientras esperamos, barajamos la posibilidad de hacerle la entrevista de un modo
casi delirante: en el auto, durante el viaje, como nos había sugerido la encargada de
prensa luego de acusar un “imprevisto” en el horario original de las 15.
Por suerte no es necesario: Manguel aparece en el ascensor diez minutos antes de su
partida (partida que nosotros, por cierto, retrasamos; la charla duró cuarenta y cinco
minutos). Nos echa un vistazo furtivo y se dirige al mostrador. Por un momento, la
barba blanca más ese carácter irascible del que acaba de hablar su chofer (“No se
acerquen; esperen que venga: es un poco cascarrabias”, ha dicho) lo asemejan a ese
Hemingway furibundo de la década del cincuenta.


Cuando empiece a hablar, sin embargo, el que aparecerá será Borges: ahí estará su
cadencia, sus mismas pausas, incluso la misma forma de eludir algunas cuestiones
políticas, es decir alegando ignorancia. Aunque también, por momentos, nos recordará a Hudson: habrá interpolaciones de giros y estructuras del inglés, idioma que, por cierto, ha frecuentado mucho más que la lengua de Castilla.


Después de una sesión de fotos exprés, y mientras se acomoda en el sillón, nos
cuenta que llegó a la Argentina el jueves 11, y que entró a la Biblioteca Nacional por
primera vez en casi treinta años.  


—¿Vino a ver las instalaciones o a ponerse al corriente de la situación real?
Vine a ver el espacio y vine, sobre todo, a conocer a algunas personas. Son mil
empleados en este momento. Entonces quise conocer a los directores, subdirectores,
para saber qué hacían, que querían hacer, qué ideas tenían.


—¿Lo conoce a Horacio González?
—No, no lo conozco, nunca nos encontramos…


—Pero sí estará al tanto de su gestión. ¿Qué opinión le merece?
—Miren, como toda gestión, tiene cosas buenas y cosas malas. Ha hecho una obra
notable, traer gente a la Biblioteca, ha hecho unas ediciones lindísimas... con su
equipo, claro.


—¿Y qué cosas le parece que no fueron buenas?
No, es que no son cosas que no son buenas, sino que cada persona tiene una idea
de lo que debe ser o podría ser la institución. En Alejandría a medida que cambiaban
los bibliotecarios cambiaba lo que tenía que ser la biblioteca. En algún momento un
bibliotecario dice: “No, los lectores no pueden acceder a los libros porque no saben
dónde están”, y crea, Calímaco, el primer catálogo anotado, que es una revolución…


De pronto Manguel ríe, lanza una pequeña carcajada: parece distenderse un poco. La
palabra “revolución”, aplicada a su gestión, le parece excesiva, cómica.
—Yo no voy a hacer ninguna revolución, pero por ejemplo me interesa mucho
completar el catálogo. Es una Biblioteca Nacional que no tiene el catálogo completo:
NO SABEMOS CUÁNTOS LIBROS TENEMOS. Si me preguntan, tengo que decir entre tres y cinco millones.


—Entonces, ¿no hay inventario?
—No. Una de mis prioridades absolutas es apoyar a la subdirectora, Elsa Barber, que
es extraordinaria, y que desde hace años quiere crear ese catálogo de la Biblioteca y
también la puesta en digital de los textos. Es un trabajo muy intenso que va a llevar
cuatro años. Pero ésa es la prioridad absoluta: saber qué contiene la Biblioteca para
saber qué es la Biblioteca
.


—Y la digitalización del acervo cultural, ¿la hará gente de la institución, o ustedes
tienen la idea de darle la potestad a Google, que está trabajando mucho con
bibliotecas nacionales?
—Bueno, esto lo puedo decir categóricamente: se hará en la Biblioteca. Hay gente
muy capacitada, muy entrenada. Y si tuviera que elegir en el mundo entero, que no lo
haría, una empresa exterior a la Biblioteca, después de la última estaría Google.
Porque, vamos a ver, la digitalización de textos no es simplemente copiar un texto, o
escanearlo: hay todo un trabajo editorial que se acompaña
.  
En relación a eventuales despidos, algunas fuentes gremiales nos dijeron, off the
record, que, desde el ministerio de Cultura le habrían pedido rescindir el contrato a un
buen porcentaje de los trabajadores de la Biblioteca, tal como sucedió un mes atrás
en ese ministerio. Algunos hablan, incluso, de casi cuatrocientas personas. Pero Manguel lo niega: “Es una mentira”, dice, mientras su chofer le alcanza un pañuelo para que se seque el sudor de la frente.


Cuando me pidieron que fuese el director de la Biblioteca me tomé diez días, dos
semanas para pensarlo, porque toda mi vida estaba ya armada de otra manera. Voy a
cumplir setenta años; no estoy para bailes nuevos. Pero sería de una arrogancia
extrema decir “no acepto” a la Biblioteca Nacional.
Al mismo tiempo soy muy
consciente del cambio político, de las propuestas, las exigencias de esta nueva
administración. Pero, ante todo, yo no soy un político, en el sentido de actividad
política. Yo pienso que todo ciudadano es un político y que todas las acciones son
políticas, porque pertenecen a la polis. Pero no me han pedido de ninguna manera
convertirme en una especie de decididor de quién sí y quién no. No lo haría. ¿Cómo
podría hacerlo yo, que ni siquiera conozco la Biblioteca, y mucho menos a las mil
personas que hay ahí? Entonces, como lo sabe todo el mundo, hay un plan de… No
sé cómo llamarlo.


—De recorte…
—Sí, los eufemismos son muchos. Pero no sé cómo se va a hacer. Elsa Barber y yo
hemos dicho que nuestra misión es tener la mejor biblioteca posible, y cuando yo
asuma en julio ahí sí puedo ver qué es lo que pasa.
Pero no puedo hacerlo antes,
porque me han propuesto el cargo, se supone que soy el director, pero al mismo
tiempo no asumo el cargo…
 


—Quisiéramos profundizar en algo interesante que acaba de esbozar. Nadie duda de
su trayectoria, su erudición digamos, pero una cosa es eso y otra es estar al frente de
una institución donde va a tener que lidiar con mil empleados y tres gremios…
Soy muy consciente de eso.


—¿Y no le parece un riesgo asumir esa responsabilidad?  
Sí, por supuesto. Mira, que una cosa parezca imposible de hacer no tiene que
impedirnos intentarlo; si no, no haríamos nada. De todas maneras, no hay gestiones
perfectas, como no hay creaciones perfectas: la naturaleza implica la imperfección y el
fracaso. Stevenson decía que nuestro deseo en la vida no es triunfar, sino fracasar
con una sonrisa en los labios. Yo pienso que eso es lo que podemos hacer. Por supuesto, queremos hacer más. Ahora, las circunstancias, nuestra energía, nuestra inteligencia, son todos obstáculos a las mejores intenciones.


—¿Se juntó en estos días con gente de los gremios?
—Sí, obviamente no podía hablar con mil personas en cuatro días. Entonces quise
hablar al menos con las personas que dan la cara en su sección, y por supuesto los
gremios.


—En el Ministerio de Cultura despidieron a mucha gente. Hay mucho temor en la
Biblioteca de que suceda lo mismo...
—A mí me preocupa mucho eso. Ese temor de la gente, no saber si tenés tu empleo
mañana. Pero no puedo hacer nada por eso, primero porque no estoy en una posición
ejecutiva.


—¿El ministro no le dijo que al asumir va a tener que echar a determinada cantidad de
gente?
Absolutamente no. Y no hubiese aceptado porque no soy capaz de eso. Lo que me
dijo el ministro es que quería proponerme la dirección de la Biblioteca Nacional. Punto
final. Yo le pregunté si había exigencias. “Libertad absoluta, podés imaginar la
biblioteca que quieras
”, me dijo. Y después de haber escrito durante treinta o
cuarenta años sobre la lectura, la biblioteca, los libros, finalmente era como… “hablás, hablás, hablás”, y después te dicen: “Bueno, ahora andá a la cocina y prepará un sándwich”.


—Una cocina difícil…

No hay cocinas fáciles. Cualquiera que haya intentado lo que sea en la vida lo sabe.
Entonces yo pienso que estamos acostumbrados a la idea de que merecemos un
lugar protegido. Y no hay lugares protegidos. O sí los hay: la cárcel y el sanatorio. Pero la vida activa no está protegida. Las circunstancias son siempre difíciles, y son las que nos alientan a encontrar ideas mejores.


En concreto, una de las circunstancias difíciles que deberá afrontar cuando asuma es
el destino de la vieja sede de la biblioteca de la calle México, donde actualmente
funcionan varias compañías de música y danza. Horacio González, en los últimos
años, había trabajado en su restauración, con el objetivo de reabrirla como biblioteca.
Sin embargo, el actual Ministro de Cultura, Pablo Avelluto, en una entrevista reciente
—publicada en la sección Cultura de Clarín, el pasado 26 de enero— dijo que se trata
de un “bellísimo edificio hueco”, y que “no sirve como biblioteca”, aunque todo indica
que frente a Manguel parece haber reculado.
—No, ahí le puedo decir que el ministro no piensa eso. Porque estamos hablando de
dar de nuevo al anexo de la calle México la importancia de una biblioteca. No
sabemos todavía cómo se va a armar. Hay dos personas magníficas trabajando allí, que son las que investigaron los libros de Borges, y que son de una calidad como pocas veces yo he encontrado en mi vida: no tengo suficientes palabras de elogios para ellos. Y ellos tienen algunas ideas, y vamos a empezar a hablar en julio cuando yo venga. Pero decididamente es un lugar importante. Además está la sombra de Borges, que es tan emblemática para la Biblioteca.


—Retomando el tema anterior, la cartera donde más gente se despidió es Cultura.
Algunos argumentos son válidos. Por ejemplo en el caso del Centro Cultural Kirchner
se hicieron muchas contrataciones irregulares. La gente de La Cámpora estaba
poniendo mucha gente…
Pero eso es una tradición argentina, que viene desde la época de Rosas.


—Pero, ¿por qué se apuntala, justamente, en Cultura? ¿No cree que hay algo
simbólico en todo esto?
Yo no conozco la política del Gobierno, no te lo puedo decir…


—Pero usted ya es funcionario del Gobierno…  
Voy a ser funcionario, porque el Gobierno tiene la potestad de nombrar al director
de la Biblioteca Nacional. Eso no quiere decir que yo voy a ser político, y eso no quiere decir, sobre todo, que yo adhiera a cualquier idea política que se me presente.


—La gestión de González fue, digamos, bastante dinámica: le otorgó a la Biblioteca
un rol parecido al de un centro cultural, a través de festivales, conciertos, lecturas, etc.
Pero por otro lado también le otorgó espacio a Carta Abierta, con lo cual también
había una impronta kirchnerista. ¿En su caso la idea es, como dijeron desde el
Gobierno, desideologizar la Biblioteca?


—Una biblioteca es muchas cosas. Cualquier biblioteca es la identidad de sus
gestores. Pero una biblioteca nacional es más que eso: es la identidad o la memoria
del país que representa
. Entonces tiene que ser ecléctica, generosa. No tiene que
rechazar nada: si me traen una primera edición de Mein Kampf la biblioteca lo tiene
que tener porque es una biblioteca donde cualquiera tiene que ir a buscar la
información que sea y encontrarla.
AHORA, LO QUE YO NO VOY A HACER ES IMPONER MIS IDEAS ESTÉTICAS, LITERARIAS, POLÍTICAS, MUSICALES. En mi biblioteca personal no tengo la obra de Bret Easton Ellis porque me parece un pornógrafo inmundo. Pero la Biblioteca Nacional tiene que tenerla. ¿Qué quiero decir? No sé si la Biblioteca estaba o no ideologizada, pero en todo caso la Biblioteca que yo imagino es una Biblioteca que sea un poco como decía San Pablo: algo para todos. Y esto lo digo porque uno de los aspectos que más me interesa es formar lectores. La biblioteca está allí, tiene los
libros, uno puede ir a escuchar música, o leer un libro, a buscar un periódico, ver
alguna foto, pero hay que saber cómo acceder a eso.


—¿Está conformando un equipo propio o se va a acoplar a la gente que ya hay en la
Biblioteca trabajando?
Las dos cosas. Es decir, yo quiero trabajar en equipo.


—Con gente que ya está y con gente que traiga…
—¿Con gente que traiga? ¡Estoy trayendo una sola persona!


—Pero no parece descabellado que quiera conformar su propio equipo de trabajo, de
confianza.
—Si la gente que está allí quiere trabajar conmigo, es capaz y nos entendemos, ¿para
qué buscar otras personas? Si por el contrario tenés alguien que te dice: “No, yo no
pienso como usted”, entonces no.


—¿Qué opinión tiene sobre los avatares políticos de estos últimos doce años?
Uno siempre tiene una opinión a la mañana cuando lee unas noticias, y la cambia a
la noche cuando lee otras noticias. Entonces, por supuesto, algo provoca una opinión.
Pero el conjunto de esas opiniones no forma una opinión informada. Nosotros
tenemos una forma muy perezosa de pensar. Damos opiniones sobre la energía nuclear, el espionaje o la reproducción artificial. ¿Cuántos somos especialistas? Hay una cierta
visión del mundo que tiene cualquier lector. Pero yo, de la misma manera que no
confío en mi vecina cuando me da consejos para hacer una cirugía de cerebro, no
confío en mis opiniones políticas cuando se trata de juzgar un sistema
.—


Por Alejandro Bellotti / Gonzalo Santos | 20/02/2016 | 21:25

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