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domingo, 3 de abril de 2016

Los Castro, aliados de Videla....

En 1976 FIDEL CASTRO ABANDONÓ al HERMANO del "CHE" GUEVARA MIENTRAS EL VATICANO pedía por él

Juan Martín Guevara fue detenido al volver de Cuba. Los Castro, aliados de Videla, no movieron un dedo por él. En cambio el nuncio Pío Laghi, delegado papal, intercedió ante el general Harguindeguy

"Ir por lana y salir trasquilado". Es el refrán que viene a la mente cuando se piensa en la intencionalidad de quienes reclaman a gritos la desclasificación de archivos de la Santa Sede con el claro propósito de instalar la sospecha de complicidad con la represión ilegal.

Pero el reclamo de aperturas y desclasificaciones, insistentemente formulado por notorios representantes y voceros de las ONG de derechos humanos, está por fin siendo escuchado. Y no queda claro que se trate de una buena noticia para el relato setentista. El resultado amenaza con no ser en absoluto concurrente con la lectura en boga en estos años acerca de lo que fue el Proceso y de quiénes fueron sus valedores internos y externos.
Juan Martín Guevara de la Serna, nacido en 1943, es el hermano menor de Ernesto Guevara. En el año 1974, decidió mudarse a La Habana con su esposa e hijos. Tiempo después regresó a la Argentina, solo.

Su hijo mayor, Martín Guevara, cuenta en un libro autobiográfico el dolor que sintió al enterarse un día en La Habana de que su padre estaba preso a miles de kilómetros de distancia. Tenía por entonces doce años. Un día, tuvo la oportunidad de ver a Fidel Castro. Lleno de ilusión, le pidió a quien entonces veía tan poderoso como un Papá Noel, que hiciera algo para sacar a su padre de prisión. Fidel le dijo que sí y Martín se sintió feliz y esperanzado.

Pero Fidel Castro no sólo no reclamó jamás la liberación de Juan Martín Guevara sino que fue un aliado activo de la dictadura de Jorge Videla, por la simple razón de que se lo ordenaron los soviéticos.

En la Cuba de aquellos años, no se llamaba dictadura al régimen argentino. La versión oficial -la única, como en todo régimen totalitario- era que en el país del Che todo estaba de maravillas.
La Junta Militar que el 24 de marzo de 1976 derrocó al gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón se convirtió en principal proveedora de cereales a la Unión Soviética; esa asociación económica, que se volvió vital para Moscú cuando en 1979 Estados Unidos decretó un embargo por la invasión a Afganistán, fue transmitida a todos los países satélites de la Unión Soviética, incluida Cuba.
Martín Guevara padeció ese alineamiento en carne propia. Fidel no aprovechó la sociedad con Videla para hacer liberar a su padre. Pero además, en la escuela cubana, sus compañeritos de clase no entendían por qué estaba exiliado de un país en el cual no pasaba nada.

-Porque hay dictadura -les explicaba él.
-No puede ser. ¿En tu país? No pasa nada.

"Mis amigos –contaría Martín Guevara años después- no sabían por qué estábamos exiliados en Cuba y lo dudaban cuando yo se los explicaba. Daba la sensación de que no teníamos (en Argentina) un gobierno lo suficientemente malo como para exiliarnos, ni como para que mi padre estuviese preso ocho años y medio, ni como para que hubiese más que el doble de la cantidad de muertos que en Chile".

No sólo el niño que era Martín sufría por esta situación: "Vi lágrimas en los ojos de hombres duros –recordó también-, de militantes de organizaciones de izquierda argentinas, que estaban en Cuba, aceptando las migajas de un exilio en absoluto silencio. Lágrimas cuando, al esperar una declaración en el tribunal de la ONU por los derechos humanos, Fidel a través de sus enviados, bajo apercibimiento de la URSS, calló, haciéndose cómplice histórico de semejante villanía".

Cada vez que el tema de la sistemática violación de los derechos humanos en la Argentina era evocado en Naciones Unidas –es decir, todos los años- para debatir si se enviaba o no una comisión de inspección, La Habana votaba en contra y se ocupaba además de conseguir otros apoyos para la dictadura argentina entre los demás países miembros del grupo llamado de No Alineados. Moscú fue de este modo el principal sostén internacional de la dictadura de Videla y Cuba la ejecutora de ese respaldo.

Eso explica que Fidel, en sus interminables discursos de cada 1ª de enero –aniversario de la Revolución Cubana-, al llegar el capítulo internacional, momento en que hacía el panegírico de la lucha de los pueblos del mundo contra la opresión imperialista, condenaba a todas las dictaduras que rodeaban a la Argentina –Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil, Bolivia- sin mencionar jamás a la Patria de quien según él había sido uno de sus mejores amigos, el Che.
"El gobierno de la URSS -decía Martín Guevara-, sin reparar demasiado en los miles de militantes de izquierdas que se encontraban en campos de concentración, torturados salvajemente y luego arrojados desde aviones al Río de La Plata, manda a colocar la medalla de Lenin en la pechera de altos mandos militares argentinos, por contribuir a la causa de la Patria de los proletarios".
Todo esto no impide que los mismos sectores –fuerzas progresistas y familiares de desaparecidos- que consideraron ofensiva la presencia de Barack Obama en el país en el aniversario del golpe, hayan viajado durante todos estos años a Cuba para fotografiarse con Fidel Castro.
Ahora llega desde Roma la noticia de que el hermano del Che Guevara figura en las listas que Pío Laghi, representante del Vaticano en la Argentina durante los años de la dictadura, presentó alguna vez al general Albano Harguindeguy, ministro del Interior de Videla, intercediendo por él y por esos otros prisioneros políticos.

Como alguna vez el propio cardenal Jorge Bergoglio, también Pío Laghi (fallecido en enero de 2009) fue blanco de las sospechas y acusaciones de los sobrevivientes de las organizaciones armadas hoy reciclados como luchadores por los derechos humanos que, sin el menor atisbo de autocrítica por su propia contribución al golpe y a la masacre de sus camaradas, se dedican a señalar supuestas complicidades de todas las instituciones con las que por ideología no comulgan, a la vez que hacen silencio sobre la responsabilidad de sus aliados

El listado presentado por Pío Laghi figura en los archivos vaticanos con el nº Nº 1510/76, tiene fecha del 13 de agosto de 1976 e incluye a personas que se encontraban detenidas en distintas cárceles del país, como Villa Devoto, Coronda, Mercedes, Resistencia, Sierra Chica y La Plata.

Además de Juan Martín Guevara, entonces de 32 años, Pío Laghi también pedía a las autoridades por la suerte de un sacerdote, Elías Musse, de Jorge Vázquez, diplomático y ex funcionario del gobierno depuesto, de varios científicos y técnicos de la Comisión de Energía Atómica detenidos el 28 de marzo de 1976, entre otros.
Si bien la gestión no tuvo como resultado la liberación de Guevara, que dejará la cárcel recién en 1983, hay una cosa cierta: los prisioneros por los cuales había interés de gobiernos o entidades extranjeras tenían más chances de no pasarla tan mal; por ejemplo, de no ser retirados clandestinamente de una prisión y fusilados en un simulacro de fuga, como sucedió en tantos casos.

Los archivos desclasificados vienen con sorpresas. Cabe esperar que quienes hoy exigen a voz en cuello poder acceder a esos archivos, tengan la honestidad intelectual de retractarse cuando los documentos contradigan su relato.

Fuerte; http://www.infobae.com/2016/04/03/1801088-en-1976-fidel-castro-abandono-al-hermano-del-che-guevara-mientras-el-vaticano-pedia-el

domingo, 2 de noviembre de 2014

Fue CUBA (Libro) una documentada y polémica mirada de los años setenta


Una investigación exhaustiva sobre la infiltración castrista

En el flamante "Fue Cuba", el escritor y ex funcionario menemista Tata Yofre examina los vínculos entre La Habana y los movimientos guerrilleros de los 70. Infobae publica el prólogo del explosivo libro
La escena se llevó a cabo el 16 de marzo de 1976. Faltaba una semana para que cayera en la Argentina el período constitucional que había nacido el 25 de mayo de 1973, tras el estruendoso fracaso del gobierno militar que había depuesto al presidente Arturo Umberto Illia en 1966. Esa noche, la sociedad escuchó atentamente al líder de la oposición fijar su postura ante lo que sostenía la calle que estaba próximo: un nuevo golpe militar. Se prendieron las luces de las cámaras de televisión y Ricardo Balbín comenzó a hablar con su estilo alambicado y poético.

Era un intento vano por frenar lo irreparable, y en un momento se preguntó, nos preguntó: "Ahí está la guerrilla —¿por qué vino y quién la trajo?— poniendo al país en peligro y encendiendo una mecha en el continente americano. Nadie se preocupa de eso. Pero para la construcción por la violencia de la Argentina, la guerrilla intensificada en el país pasa las fronteras. Y puede llegar el día en que, sin querer o queriendo, encuentre convulsionado su país, amenazada su República".

Avalando sus palabras, al día siguiente, salía el primer ejemplar del vespertino La Tarde, bajo la dirección del joven Héctor Timerman, con un titulo de tapa a varias columnas: "Argentina hoy: bombas, secuestros y carestía". Días más tarde, el mismo diario título: "Un récord que duele: cada 5 horas asesinan a un argentino."

"La guerrilla" era la cuestión. No toda, pero sí en gran medida la excusa para lo que estaba por venir. "Cuanto peor mejor", sostenía el líder de la organización Montoneros. "A las armas", clamaba un jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo. Todos empujaban al país hacia el vacío. Y las Fuerzas Armadas ya habían tomado la decisión de derrocar al gobierno constitucional unos meses antes.

Parecía difícil imaginar como Balbín ignoraba la génesis de la guerrilla. El fenómeno armado, en América Latina y la Argentina en particular, había comenzado varios años antes. Fue en Cuba cuando los nuevos dueños del poder decidieron exportar su revolución. Que no era una revolución liberadora de las dictaduras existentes, sino marxista-leninista. No son simples suposiciones. En este libro están varios de los documentos inéditos que lo demuestran. Son los que surgen del archivo del antiguo Ministerio del Interior de Checoslovaquia, con mas de 10.000 folios, de los cuales elegí algunos de los mas emblemáticos.

El comienzo de todo este proceso se remonta a tiempos anteriores a la llegada de Fidel Castro al poder, en la primera semana de enero de 1959. Hay un trabajo previo muy bien llevado entre el Kremlin, los comunistas cubanos enrolados en el Partido Socialista Popular y el cuartel del Movimiento 26 de Julio, de Fidel y Raúl Castro con Ernesto Guevara de la Serna. Con el paso de las semanas, una vez asidos al poder, establecieron un gobierno en las sombras que preparó la futura dictadura comunista. Contaban a su favor con el efecto sorpresa y la ignorancia de las capas directivas de la isla.

Esa fue la primera estafa. Luego llego el segundo engaño. Promocionar su movimiento "liberador" en los países de Hispanoamérica, con la ayuda de un gran aparato propagandístico y la complicidad de brillantes intelectuales. Vendedores de mercadería falsa. En mal estado.
En el plano general, la expansión castrista se desarrolló bajo la indolencia de las dirigencias de América Latina y, especialmente, de los Estados Unidos de América. En plena Guerra Fría, en un clima de pachanga, se estacionó un portaviones soviético a 90 millas de sus costas y cuando tomaron conciencia del error ya era tarde. En la Argentina la infiltración fue un éxito. Quizá el mayor logro político del gobierno castrista. Colarse entre las fisuras y los resquebrajamientos de su sociedad, cuya dirigencia no tenía respuestas, en especial, de que hacer con el peronismo después de 1955.

Aunque parezca exótico traerlo a colación, el general Eduardo Lonardi, el mismo jefe que echó a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, les previno a quienes lo sacaban del poder sesenta días más tarde, con la intención de disolver por la fuerza el Movimiento Peronista e intervenir la central sindical, que "sería un procedimiento muy poco hábil, desde el punto de vista democrático, poner al movimiento peronista en la clandestinidad y robustecerlo con la persecución". Pues bien, lo hicieron, y el vasto peronismo, con el tiempo, fue infectado.

Entraron a jugar "los simuladores", como los llamó el jefe del Movimiento, porque en nombre de Perón —a quien despreciaban— intentaron, con diferentes artilugios, terminar con el peronismo. Y años más tarde, en medio del incendio político, social y económico, los que lo echaron lo volvieron a traer para que apagara la hoguera.

América Latina no fue ajena a este fenómeno. También lo sufrió. Ahí están Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Chile y Uruguay, entre otros, para atestiguarlo. Como Balbín, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti reconoció que "sin guerrilla no hay una explicación al golpe de Estado de Uruguay".

Como ha sido mi estilo, todo lo que afirmo está respaldado por documentos desconocidos, buscados en Checoslovaquia, la Unión Soviética, Cuba, Alemania Oriental y la Argentina. A ellos se suman archivos particulares de personajes de la época, también inéditos. Eso no es todo: conté para este largo relato con la confianza y la sinceridad de viejos militantes de la izquierda radicalizada. Aquella que prefirió el lenguaje de las armas. En esos encuentros intentamos reconstruir el pasado, hacerlo comprensible, a pesar de las lógicas diferencias con cada uno los entrevistados. Nadie engañó a nadie: hicimos una reconstrucción en común de nuestra historia, de la peor parte que nos tocó vivir.

Muchos observarán que trato la situación interna cubana. El papel de Fidel, en primer lugar. Luego, el Che Guevara con su fracasada formula: guerrilla-revolución-triunfo-socialismo, sembrando de muerte por donde pasaba. En todos lados, lo mismo, sin reparar en los costos. Hablaba de principios morales mientras fusilaba sin desdén. De no intervencion, mientras se colaba donde podía. Llegó a privilegiar una invasión con extranjeros en su propio país. Ahí está, hoy reivindicado con su imagen en la Galería de Patriotas Latinoamericanos de la Casa de Gobierno. Un mensaje tétrico para las futuras generaciones o una muestra de frivolidad suicida.

Con este libro, cierro una cuestión tratada, parcialmente, en mis anteriores trabajos. Es una deuda de varios años con los lectores: el papel de La Habana en la fratricida guerra argentina y latinoamericana. La que explica como, cuando y quienes la desataron abriendo las puertas a Lucifer. Algunos jefes terroristas dieron a la sociedad la explicación de sus conductas. Los militares también. Falta aun que los hermanos Castro se excusen con todos por tanto daño gratuito. No lo harán. No está en su ánimo. Los tiranos no aceptan errores.

 



jueves, 21 de agosto de 2014

La Universidad de Lanús le otorgó el título honoris causa a Fidel Castro


La casa de altos estudios otorgó ayer el título Doctor Honoris Causa al líder del régimen cubano, Fidel Castro. Es la primera universidad argentina que otorga dicha distinción
La Universidad Nacional de Lanús –Argentina (UNLa) llegó a la tapa del diario cubano Granma. Ayer otorgó el título Doctor Honoris Causa al anciano líder de la revolución cubana, Fidel Castro.

"No solo se enseña con los libros, también se enseña con el ejemplo, y precisamente Fidel Castro nos enseñó y sigue enseñando con su ejemplo revolucionario, su solidaridad humana, la justeza de sus ideas, su inclaudicable resistencia y convicción de que un mundo mejor es posible", expresó la rectora de ese centro de altos estudios, Ana Jaramillo.

El título se inscribe en la serie de doctorados Honoris Causa otorgados por la Universidad a grandes líderes continentales como Néstor Kirchner y Hugo Chávez (ambos post-mortem), Luiz Inacio "Lula" da Silva, José Pepe Mujica, Evo Morales, Daniel Ortega y Nicolás Maduro, así como a Baltasar Garzón o Miguel Ángel Estrella. Además, es la primera universidad argentina que otorga dicha distinción al líder del régimen cubano.

Asistieron referentes políticos locales, autoridades de la universidad y el director para América Latina y el Caribe de la Cancillería, Daniel Chuburu.

En este contexto, el intendente Díaz Pérez entregó también al embajador Lamadrid la resolución que declara a Fidel Castro "Ciudadano Ilustre de Lanús", en tanto De Cao agradeció el apoyo histórico de Castro al reclamo de la soberanía argentina sobre Malvinas.



lunes, 11 de noviembre de 2013

El LIBRO inédito de Cabrera Infante: cómo Cuba se volvió un infierno

El autor era diplomático cubano en Europa. Volvió a la isla en 1965 y encontró burocracia, delación y humillación.
El libro más íntimo de Guillermo Cabrera Infante se puso a la venta este último miércoles en España, ocho años después de la muerte del autor de Tres tristes tigres, y estará en la Argentina en febrero. Es Mapa dibujado por un espía, lo publica Galaxia Gutenberg y estuvo oculto desde que el escritor lo guardó, en torno a 1970, cinco años después de ocurrir lo que él cuenta en este libro desgarrador. Aquí Cabrera Infante, que escribía sus crónicas de cine con el acrónimo G. Caín, describe minuciosamente los meses que pasó en La Habana mientras aún era consejero cultural de la embajada cubana en Bruselas.
Es un libro sencillo e impresionante; los que hayan leído la prosa veloz, expresiva, calurosa e incluso ruidosa, de su libro más famoso, Tres tristes tigres, se hallarán aquí con un Cabrera Infante melancólico y circunspecto, atravesado por una herida que le duró allá donde fue, en el exilio, hasta su muerte. Él le había dicho a su mujer, Miriam Gómez, que no tocara esos papeles que había escrito poco después de salir de La Habana con sus hijas. Y ella, años después de la muerte de su esposo, tomó el sobre en el que se guardaban esas páginas y se las dio al editor Toni Munné, que las leyó sobrecogido.
Miriam Gómez decidió que este libro inédito debía formar parte de las obras de su marido. Todo lo que escribió Cabrera Infante lo tiene a él como materia. Por tanto, esta larga confesión es parte indisociable de su literatura. Ella recuerda cómo escribía Guillermo en aquellos primeros meses gélidos de Londres.
Se quitaba el saco, los zapatos, los calcetines, la camisa, toda la ropa, incluso la ropa interior, y escribía frenéticamente, ante su asombro. Ella se decía: “¿Qué estará escribiendo este hombre?” Seguramente estaba haciendo este desnudo integral que luego no quiso que ella tocara.
No es un libro en el que aquel Cabrera Infante que nos acostumbró a los juegos de palabras y a la música como vértebras de sus historias se divierta describiendo. Hay algunas bromas, con sus amigos, a los que reencuentra, ironías sobre la banalidad, y la venalidad de Fidel Castro, capaz de sospechar de Bumedián, cuando éste derribó a Ben Bella en Argelia, porque durante su viaje a La Habana no dijo ni media palabra. Cabrera recuerda que el revolucionario argelino no entendía ni palabra de español.
Las visitas de Castro a la Unión de Escritores, así como las reuniones de los autores, su miedo al caballo, como llamaban al líder máximo, alcanzan el grado de lo esperpéntico. La humillación reiterada a Nicolás Guillén, el héroe poético de la revolución, forma parte de los perfiles más logrados, y más dramáticos del libro. Entre esos episodios en los que Castro es un adelantado de la arbitrariedad que luego copiaron otros dictadores latinoamericanos del momento presente, figura uno muy destacado, cuando encierra en un calabozo improvisado a un estrecho colaborador porque había llegado involuntariamente tarde a una cita.
Desde que se inicia Mapa dibujado por un espía, Cabrera Infante se propuso narrar una a una, casi cronológicamente y con un increíble lujo de detalles, todo lo que ocurrió desde que recibió en Bruselas la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, hasta el momento en que se despide para siempre de La Habana. Lo que sucedió en medio fue un cúmulo de humillaciones que le despertaron a él al conocimiento de la deriva cubana hacia el autoritarismo burocrático y brutal, que lo tuvo a él como rehén. A él y a tantos. Como recibió ese impacto en primera persona, y en ese proceso participaron quienes habían sido amigos suyos, el trauma significó para él un trayecto infernal que sólo podía disolverse, y se disolvió, con la marcha. Y con la escritura. Es, por supuesto, el escritor de La Habana para un infante difunto y también de Tres tristes tigres, pero es en este libro el autor humano, el más rabiosamente humano que uno pueda imaginar en aquel hombre transido de cine y literatura, o de cine o sardina, como reza uno de sus más afortunados títulos.
Como había hecho en La Habana para un infante difunto, Cabrera Infante se sirvió de su memoria infinita; los detalles más nimios, como la composición de las comidas o los horarios de sus encuentros, se alternan en este libro obsesivamente minucioso con los grandes hechos que perturbaron allí su vida y luego su propia experiencia de la vida. Aquella Cuba que él había contribuido a generar, en tiempos revolucionarios, había decidido usurpar la idea misma de la revolución y ya no era, en 1965, ni la sombra de lo que él y sus amigos habían soñado.
Además, sus amigos ya eran otras personas; poco a poco aquel sueño que hubo una vez se convirtió en una pesadilla cuya estratagema era la de aburrirlo atemorizándolo. Estaba ya en su apogeo LA POLÍTICA DE DELACIÓN Y DE DENUNCIA, y él vivía en medio de la tormenta perfecta que el régimen de Castro había organizado para prevenir a los disidentes; en nombre de la revolución, disidente podía serlo cualquiera, siempre que alguien lo hubiera señalado.
Ese es el corazón del libro, la explicación de cómo se había ido inclinando Cuba hacia el infierno imprevisible que luego se haría famoso merced al caso Padilla; pero Cabrera Infante vivió estos episodios algún tiempo antes y nunca había publicado con tanto pormenor todo lo que está escrito en este libro hasta ahora inédito. Ese pormenor tan obsesivo y tan preciso le da al libro el tono de un exorcismo, como si desnudándose ante la máquina de escribir pudiera sacarse de dentro los múltiples y tremendos demonios que se quedaron en su interior en aquel deplorable periplo.
En ese relato minucioso que es este mapa, Cabrera Infante no aparece sólo enamorado o perseguido, triste o melancólico; es también un ser humano que padece el estado calamitoso de su cuerpo, y lo contempla y lo narra como si estuviera hablando de otro, sin condescendencia, con crueldad incluso; su relato de la infección que padece en un muslo es uno de los elementos narrativos más descarnados de su narración.
Para los lectores de la obra de Cabrera Infante (que viene publicando completa la citada editorial Galaxia Gutenberg) este es un testimonio escalofriante y además imprescindible. En primer lugar, explica la pavorosa experiencia de un ciudadano al que poco a poco la revolución cubana va dejando sin identidad y sin derechos y por tanto, explica la procedencia de la rabia melancólica del escritor hacia aquel período al que se refiere y que en definitiva tiñe la historia del castrismo. Y es imprescindible porque pone en perspectiva aquel famoso Tres tristes tigres; completa su obra, en realidad, nos muestra ya de cuerpo entero al autor de Cuerpos divinos.
Cuando Tres tristes tigres ganó el premio Biblioteca Breve de Carlos Barral, Guillermo Cabrera Infante aún era diplomático cubano. El libro, en un principio se iba a llamar Vista del amanecer en el trópico. Después recibió el nombre con el que se hizo tan notorio.
Ya no había que celebrar el amanecer que un día pareció que se despejaba en el trópico. Ya CUBA ERA, para el escritor, para tanta gente con quienes el se relacionó durante ese periodo, EL TRISTE INFIERNO QUE VA CRECIENDO en Mapa dibujado por un espía, esta despedida que Cabrera Infante hizo de la tierra cuya presencia se le quedó completamente pegada a la piel del alma.

POR JUAN CRUZ

 


Fuente; http://www.clarin.com/sociedad/inedito-Cabrera-Infante-Cuba-infierno_0_1027097398.html