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domingo, 23 de septiembre de 2012

Destruir Libros: una política editorial que genera polémica




Autores y editores analizan las razones y expresan sus críticas al procedimiento editorial de eliminar ejemplares no vendidos.
Si la palabra es como un río que fluye al resguardo de dos orillas, la memoria y la imaginación –como escribió el mexicano Carlos Fuentes–, la destrucción de libros a lo largo de la historia ha amenazado con la extinción de porciones de identidad.
En 1933, Adolf Hitler pretendía que los alemanes leyeran sólo su Mein Kampf y mandó incendiar libros de Albert Einstein, Jack London, H. G. Wells, entre otros. Durante la dictadura argentina, la quema de libros representó un verdadero genocidio cultural, que se sumó a la desaparición de escritores.
Los motivos y contextos han cambiado pero no sus efectos. En los próximos meses, cientos de libros de ficción serán destruidos en la Argentina porque su comercialización dejó de ser negocio. Anualmente millones de libros siguen ese camino y desaparecen así las obras de gran cantidad de autores.
En la mayoría de las democracias occidentales, la eliminación de textos responde a razones de mercado, a esa necesidad capitalista de una “organización racional” entre la producción y lo obtenido. Se trata de la “corrección” de un mal cálculo y de los límites de la física, que profundizan la sospecha de que el concepto de archivo es una utopía; ¿cómo albergar todos los libros del mundo, para recuperar en el futuro una porción del pasado?
La destrucción de libros es la instancia a la que recurrirá en los próximos meses el Grupo Norma, que dejará de comercializar el género de ficción, por lo que se desprenderá del remanente de títulos de esa categoría, algo que ya hizo en España. Antes, los autores tendrán la posibilidad de comprar sus propios libros en stock.
“No es rentable donarlos, representaría una gran cantidad de trabajo y de dinero. Es más barato destruirlos”, dice Pere Sureda, quien era el responsable de la colección La Otra Orilla de esa editorial en España. Sureda, ya desvinculado de Norma, calcula que “un millón de libros fueron destruidos el año pasado”, entre los que figuran autores como los argentinos Marcelo Cohen y Marcelo Birmajer y la nicaragüense Gioconda Belli.
Es una práctica que a la industria le resulta “pulcra” ya que “cuando un libro se salda, se ‘carga’ la imagen de un escritor”, que queda asociado así a un fracaso, dice Sureda.
La destrucción de un título también puede resultar conveniente para un editor cuando incorpora a un autor a su catálogo y decide reeditar un libro: de otra manera, la nueva edición debe luchar contra aquellos libros del sello anterior que estén circulando como saldo, a un precio más barato, explica Sureda. “Un nuevo editor quiere mercado y que no haya ‘restos’ que deterioren la imagen de su autor”, asegura desde España, en conversación con Clarín .
A veces, la destrucción del libro es pedida por el mismo autor por contrato, revela Ana María Shua, “para no hacer público que no se vendió”. Es, además, la consecuencia de una política de marketing de libros que lleva a imprimir mucho.
“Las editoriales lo necesitan para que funcione el negocio: mantener cierto espacio en las librerías y ver si la pegan con uno. Las novedades siempre venden más”, dice la autora de Los amores de Laurita . Así, “unos libros van tapando a otros y es imposible tenerlos en exhibición. Y pasan a estantes de depósitos, otros a saldos y luego mueren”, enumera. La práctica, con matices, se replica en otros países, cuenta: “En Suecia, desde hace quince años, se reciclan como pasta de papel. En Estados Unidos, los de bolsillo, no son devueltos por el librero (por el costo del transporte), y se les arrancan las tapas”, para que no puedan venderse.
El almacenamiento de libros requiere de logística, dice Pablo Avelluto, director editorial de Random House Mondadori. “Las herramientas informáticas juegan un rol decisivo. No alcanza con el uso racional del espacio, hay que mantener información precisa sobre ubicaciones y cantidades en stock”, cuenta. Y pone como ejemplo el depósito de la editorial: “El límite de capacidad está en relación directa con la venta y la producción de novedades y reimpresiones”. Debe haber “una ecuación estable”, explica, entre la venta, los libros en consignación en las librerías y los libros que se producen año a año.
Si algún libro se debe destruir, se lo hace “labrando un acta ante un escribano público”. “Si el autor dispone otro destino, se tiene en cuenta”, dice Avelluto, puntualizando las prácticas de RHM. “Los contratos de edición prevén distintas alternativas para el momento en que la editorial deja de tener los derechos para comercializar un libro: la venta con reducción de precio de stocks remanentes, previo acuerdo del autor; la definición de un período de liquidación de stock hasta la publicación por parte de otro editor; la destrucción o la compra a bajo precio por parte del autor de ejemplares remanentes de su libro o donaciones”, enumera.
La destrucción de libros es un tema que en general las editoriales prefieren esquivar. Entre las excepciones está Daniel Divinsky, fundador de De la Flor, que logró conservar la independencia de su sello en un mundo de fusiones y globalizaciones.
“Creo, sin jactancia, que De la Flor debe ser la única editorial que en 45 años nunca ha destruido libros no vendidos”, dice Divinsky. Hay una convicción detrás de esa política: “Aun los títulos más antiguos terminan por encontrar su comprador”. El primer título de la editorial, Buenos Aires, de la fundación a la angustia , que apareció en 1967, terminó vendiéndose a un peso el ejemplar en la Feria de 2007, cuenta. “Pomelo , un libro de haikus de Yoko Ono, con prólogo de Lennon, se saldó a cinco pesos hace tres años”. De la Flor, cuenta Divinsky, previo permiso de los autores, suele donar ejemplares a bibliotecas y escuelas (“alguien los leerá”). “Pienso que la trituradora de papel es un triste destino que los libros no deben tener”, cree.
Quizás porque narrar y conocer tienen la misma raíz, gna, (en sánscrito, conocer), es que la necesidad de crear historias será ajena siempre a toda ecuación ganancial. Para que la realidad tenga alguien que se atreva a serle infiel –tal la esencia de todo relato–, pero también para narrarnos a nosotros mismos.

POR GISELA ANTONUCCIO

 

martes, 19 de octubre de 2010

Organizar por materias: dos elecciones

 

 
 
Pensemos en la visita a una buena librería, o a una buena biblioteca de las que dan acceso abierto a las  estanterías. Uno llega a la zona de su interés y ahí están: al lado de libros que ya hemos leído, y de otros cuya existencia conocíamos, aquellos de los que ni habíamos oído hablar, y que sin embargo encontramos a nuestra disposición…
Las clasificaciones temáticas permiten explorar lo existente, y por eso son herramientas insustituibles en un universo como el de los libros, complejo y extensísimo. Y en el terreno del acceso digital a las obras son un elemento sencillamente vital. La clasificación temática es uno de los elementos que, como el autor, el título, el editor, el año de publicación y otros metadatos, van a servir para guiar al lector al encuentro del libro. Y quizás será uno de los más importantes para la exploración y la serendipia.
Se encuentran dos orientaciones en este delicado tema: la bibliotecaria (siglos de organización de vastos conjuntos de obras especializadas, orientadas a la consulta) y la librera-editorial (décadas de organización de conjuntos contemporáneos, con miras a la venta).
Pues bien: dos decisiones de sendos mediadores entre los libros y el público muestran el papel creciente que va a tener esta cuestión en el campo de las obras digitalizadas.
 
Google, para Google Libros (y, suponemos, para las futuras Google Editions) está utilizando el sistema BISAC (Book Industry Standards And Communications), división del Book Industry Study Group. El problema es que BISAC está orientado al comercio: es lo que  "la industria del libro [de Estados Unidos y Canadá] usa para decir a los libreros dónde poner los libros en las estanterías", como señaló Geoff Nunberg en su post de hace un año, titulado expresivamente: "Google Libros: un descarrilamiento de metadatos".
Cito a Nunberg:
La pregunta es por qué Google decidió  en primer lugar utilizar estos encabezamientos [los de BISAC]. (Clancy [ingeniero en jefe del proyecto de Google Libros] niega que fueran los editores quienes se lo pidieron, aunque esto podría tener que ver con sus propias ambiciones de competir con Amazon). El esquema BISAC se adapta bien para organizar las estanterías de una moderna cadena de librerías con 10 kilómetros de estanterías, o una pequeña biblioteca pública donde los consumidores ordinarios o los clientes buscan libros en las estanterías. Pero no ayuda particularmente si vuelas a ciegas por una biblioteca  con varios millones de títulos, incluyendo obras académicas, extranjeras, y grandes cantidades de libros de los primeros periodos.
Con la llegada de Google Editions, está todo más claro: Google clasificará sus libros según el estándar comercial, porque quiere venderlos (o que los vendan a través de su servicio). Los muchos errores de clasificación que denunció Nunberg pueden irse subsanando, pero la clasificación de materias seguirá apuntando a compradores o lectores de base, y además de cultura norteamericana, y no a usuarios especializados de cualquier parte del mundo.
La buena noticia paralela es que  un proyecto que agrupa muchas universidades americanas y que se nutre básicamente de las digitalizaciones de Google, Hathi Trust (hablamos de él hace dos años), está trabajando para dar acceso a las obras a un público profesional con herramientas más avanzadas y criterios más bibliotecarios.
 
Mientras tanto, el servicio de información sobre libros españoles en venta, DILVE, promovido por las editoriales españolas, está trabajando también en la clasificación por materias. Hasta ahora lo único que funcionaba era la clasificación del ISBN, basada en un estándar bibliotecario utilizado desde hace años en España y en otros lugares: el la CDU. Ya fuera por inadecuación progresiva de la clasificación a la realidad cotidiana, o por descuido de las editoriales en la asignación de materia (que de todo hubo, y quizás más de lo segundo), el sistema se ha revelado insuficiente.
Una comisión recién creada, y en la que participan FGEE, FANDE, CEGAL, Grupo Planeta, Grupo SM, Grupo Santillana, Casa del Libro, El Corte Inglés, FNAC, Librerías Bertrand, Librería Diógenes, Troa Librerías y Libranda ha elegido el sistema BIC, Book Industry Communication, también de intención comercial (no bibliotecaria), nacido en la Gran Bretaña y utilizado además en Australia y Nueva Zelanda. El sistema deberá adaptarse en materias concretas a la realidad española.
DILVE funcionará como el eje en torno al que se articulará la información tanto sobre obras en papel como electrónicas, lo que da idea de la importancia de este paso.

domingo, 1 de agosto de 2010

Scouts : Los espías secretos del mundo de la literatura

Discretos y sigilosos, buscan bestsellers y talentos. Y ahora apuntan a nuestro país.

Cazadores de tesoros, espías y busca talentos: los scouts en literatura constituyen una amalgama misteriosa para quienes no pertenecen al universo editorial. Pese a su bajo perfil, estos personajes son valorados en la industria del libro porque poseen algo que cuesta conseguir: información a pedir de boca. Con Argentina como invitada en la Feria de Frankfurt de 2010, el scouting literario ahora apunta hacia aquí en busca de títulos exportables.

Son los ojos de los editores que los contratan. En zonas de trabajo delimitadas por país, a las que llaman "territorio", hablan con editores y agentes y descubren qué es lo nuevo. Una vez por semana, los scouts envían informes a las editoriales que los contratan con datos sobre lo que puede interesarles. En Argentina, hay algunos scouts que ya hacen "rastrillaje" de títulos para el exterior, pero bajo un férreo voto de silencio por la confidencialidad de su trabajo. En el exterior la profesión está afianzada y la actitud es más abierta: las ferias internacionales los legitiman y en Frankfurt tienen stand propio.
Cristina De Stefano trabaja en Francia para Italia, Brasil, Alemania, EE.UU. y España. A la hora de definir a un buen scout, no lo duda: "Tiene que ser rápido en la lectura: no se lee por placer sino para aconsejar a otros. Ser profesional a la hora de evaluar un libro: no se le dice al cliente que un libro te gusta, sino por qué puede gustar. Y hay que ser un poco cínico también: a menudo sugiero traducir un libro que no me gusta pero sé que mi gusto no representa a todo el público. También hay que ser muy competitivo".
Ida Rosiello es italiana y su área geográfica comprende Italia, España y Sudamérica. Para ella el scout debe tener: "Sensibilidad lingüística e interpretativa. Seguridad al descartar o considerar válido un texto. Cualquier error es crucial; te hace perder la credibilidad. Para conseguir todo esto, un sentido comercial ayuda".
Un scout sólo puede tener un cliente por país: la información que maneja es fresca y el editor confía en que tendrá la exclusiva. Esa avidez de primicia genera competencia. Quien hace la primera jugada, tiene el gancho que asegura la compra de derechos. Buenas relaciones con los editores, para que cuenten en qué trabajan, y ojo alerta ante un buen material son imprescindibles. "Conozco a todos los scouts que trabajan en París y en general me caen bien, pero no hablo de libros con ellos. Sólo intercambio opiniones con los que trabajan territorios diferentes a los míos", dice De Stefano, que define a su trabajo como "muy secreto, parecido al del espía".
Es que un scout no puede alertar a su competencia de que hay algo que vale la pena publicar. Esa competitividad, para Rosiello, reside en la cantidad y no en la calidad: "Al sector editorial se acerca mucha más gente de la que puede ser absorbida. Eso, sin duda, genera mucha confusión. Hay mucha competitividad en cuanto a número, pero en cuanto a preparación las cosas son diferentes".

A la hora de hacer la pesca diaria, los terrenos a explorar son muchos. Más allá de las visitas a los editores para obtener información de primera mano. "Se trata básicamente de atar cabos. La información está en revistas, suplementos culturares, premios literarios, catálogos de agencias, concursos, foros, blogs de los escritores -detalla Rosiello-. Hay que prestar mucha atención a libros de cuentos de escritores inéditos, focalizarse sobre un autor y buscar a su alrededor".    Holandés con base en México, Lex Spaans recorre las ferias más importantes, habla con editores y envía informes de libros latinoamericanos para sus veintidós clientes en todo el mundo. En la Feria del Libro de Guadalajara, la de Spaans fue en 2007 la única agencia mexicana de scouting y en agosto se instalará en Buenos Aires. "Mis clientes miran muy interesados lo que pasa allí –explica-. Muchos editores latinoamericanos envían información sobre nuevos libros, pero no saben qué es importante en el mercado internacional". Rosiello también mira con atención lo que sucede en Argentina y, mientras trata de vender a Oliverio Coelho en Italia, abre la puerta para nuevas historias.

Con mayoría de mujeres en sus filas, en el scouting conviven los independientes con las agencias. Éstas últimas son dirigidas por scouts de mucha experiencia con equipos de colaboradores para lecturas e informes. Ante fechas límite inalterables, el trabajo es estresante y dicen quienes lo viven de cerca que pocos resisten la presión. Las dueñas de las agencias, en cambio, poseen un caudal de información tal que se vuelven irremplazables.

De Stefano se maneja sola y reconoce que su profesión es demandante. "Trabajo todo el día. Almuerzo con editores, con periodistas, con gente del mundo editorial de París. Recibo una docena de libros a diario y no me gusta ver cómo van formando montañas en mi oficina", cuenta.
Descubrir un potencial best seller es el objetivo principal de todo scout. De Stefano cuenta varios, pero destaca su hallazgo de El diario de Hélène Berr, para EE.UU. "Es poco común tener una traducción del francés al inglés norteamericano", dice. Los scouts son filtros ¿se les escapa a veces algún best seller? De Stefano confiesa: "La elegancia del Hérisson, el francés mejor vendido de los últimos años, fue mi gran lamento: le dije a todo el mundo que era bastante raro, pero no ví que era un best seller mundial. Si lo hubiera visto, habría insistido más. Esta es la magia en este trabajo, nunca se sabe cuando un éxito va a crecer". Spaans agrega: "En México he encontrado best sellers que en Europa no funcionan. Un éxito universal es raro y no podemos predecirlo".

A las editoriales independientes argentinas hoy se les dificulta la compra de derechos en el exterior, pero hasta los años 90 era común que tuvieran scouts en el extranjero. La concentración editorial y la devaluación pusieron fin a eso. Hoy, son los grupos españoles los que pueden pagarlos.

Ahora, como invitada en la Feria de Frankfurt 2010, Argentina se vuelve centro de atención para el mundo editorial y si bien la compra de derechos extranjeros sigue siendo difícil, la producción nacional se vuelve territorio frondoso para que perdigueros de buenos scouts lo recorran.

Fuente:

http://www.clarin.com/sociedad/libros/Scouts-espias-secretos-mundo-literatura_0_308969270.html