El mandatario uruguayo, un ex guerrillero que vivió durante años en una celda de aislamiento, reside en una humilde casa y maneja un viejo auto
Algunos líderes mundiales viven en palacios. Algunos disfrutan de privilegios, como tener un discreto mayordomo, una flota de yates o una bodega repleta de botellas de champagne de las mejores cosechas. Y después está José Mujica, el ex guerrillero y actual presidente de Uruguay, que vive en una destartalada casa en las afueras de Montevideo, sin personal de servicio. Como única medida de seguridad tiene dos policías de civil en el interior de un auto estacionado en la polvorienta calle.
En una deliberada declaración de principios hacia los 3,3 millones de habitantes de su país, Mujica, de 77 años, cerró las puertas de la opulenta mansión presidencial de Suárez y Reyes, con sus 42 empleados, y se quedó en la casa donde vive desde hace años con su esposa, en un terreno en el que cultivan crisantemos para venderlos en el mercado local.
Los visitantes llegan hasta la austera morada de Mujica por la calle O'Higgins, después de atravesar unos huertos de limones. Su fortuna personal neta al asumir el cargo, en 2010, alcanzaba los 1800 dólares, valor del Volkswagen Beetle modelo 1987 estacionado en su garaje. Nunca usa corbata y dona el 90% de su sueldo, sobre todo a un programa de viviendas para los más carenciados. Sus donaciones le dejan apenas unos 800 dólares mensuales de sueldo.
Su actual marca de discreto extremismo ejemplifica la emergencia indiscutida de Uruguay como el país socialmente más liberal de la región. Bajo el gobierno de Mujica, Uruguay ha llamado la atención por proponer legalizar la marihuana y el matrimonio del mismo sexo, así como por aprobar una de las leyes de aborto más radicales de la región, y alentar el uso de energías renovables, como la eólica y la de biomasa.
Mientras la enfermedad desplaza del escenario político de Venezuela al presidente Hugo Chávez, dejando al continente sin esa figura heroica que tanto arrastre ha tenido en la izquierda, el ascetismo practicante de Mujica se diferencia por contraste. Para que la democracia funcione bien, argumenta Mujica, a los líderes elegidos hay que bajarles el copete. Mujica reconoce que su estilo de vida presidencial tan relajado puede parecer inusual. Sin embargo, dice que es una elección consciente para evitar las trampas del poder y la riqueza. Citando al filósofo cortesano romano Séneca, Mujica dijo que "pobre no es quien tiene menos, sino quien más ambiciona".
El líder al timón de los cambios en Uruguay, conocido como Pepe, es alguien que muy pocos creyeron que pudiese llegar a tal cargo. Antes de ser floricultor, Mujica fue líder de los tupamaros, la guerrilla urbana que se inspiró en la revolución cubana y perpetraba robos de bancos a mano armada y secuestros en las calles de Montevideo.
Una violenta contrainsurgencia aplastó a los tupamaros, y la policía capturó a Mujica en 1972.
Pasó 14 años en la cárcel,10 de ellos en una celda de aislamiento, que no era más que un agujero en el piso. Durante ese tiempo, llegó a estar más de un año sin poder bañarse, y sus compañeros, según cuenta, eran una ranita y las ratas con las que compartía las migas de pan.
Rara vez habla de sus años en prisión. Sentado a la mesa de su jardín, tomando mate, Mujica dice que en ese entonces tuve tiempo de reflexionar. "Aprendí que siempre se puede empezar de nuevo", dice.
Y eligió empezar de nuevo ingresando en la política. Cuando fue elegido diputado, sorprendió a los encargados del estacionamiento del Congreso llegando en una motoneta Vespa. En 2004, tras el ascenso al poder del Frente Amplio, una coalición de partidos de izquierda y de socialdemócratas de centro, fue designado ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca.
Tras ganar las elecciones de 2009 por un amplio margen, Mujica enfureció a parte de la clase política uruguaya al poner en venta la residencia presidencial de vacaciones, por considerarla "inútil".
Mujica, además, recordó que su predecesor del Frente Amplio, el presidente Tabaré Vázquez, también se quedó en su propia casa, y que José Battle y Ordóñez, el presidente de principios del siglo XX que fundó el Estado de bienestar uruguayo, contribuyó a forjar la tradición de que "el presidente es igual que cualquier hijo de vecino".
Por
Simon Romero | The New York Times