Hasta los mejores escritores han tenido que lidiar con esa gran pesadilla que es el crítico listillo (y hasta con el que no es listillo, sino serio y razonable y respetado en su campo). Ya fuera porque se adelantaran a su tiempo, porque fueran unos incomprendidos o simplemente porque cayeran mal, ha habido casos notorios de libros que hoy consideramos clásicos, que en su momento recibieron algún que otro varapalo de parte de los asesores del gusto público.
De Hojas de hierba, del afamado poeta estadounidense Walt Whitman, dijo en 1855 elLondon Critic, el desconocimiento de Whitman para con el arte es como el del cerdo para con las matemáticas. Un golpe bastante duro para uno de los poetas más revolucionarios y más influyentes de su tiempo. En cuanto a la conocidísima y celebrada Naranja mecánica de Burgess, de ella opinaron que era un tour de force interesante, aunque no a la altura de sus dos novelas anteriores.
En el New York Herald Tribune consideraron que lo que nunca ha estado vivo no puede seguir viviendo. Así que este es un libro solo de esta época (…) respecto al Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, probablemente uno de los libros más leídos de la cultura anglosajona. Y no se queda atrás la favorita de tantos, Cumbres borrascosas, de quien opinaron en el North British Review que contenía todos los defectos de Jane Eyre (de Charlotte Brontë), multiplicados por mil, con el único consuelo de que no lo leerán muchos. También hay quien no se muerde la lengua con la archiconocida El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, con un comentario de lo más despectivo: Este Salinger es un tipo de relato corto. Y sabe escribir sobre chavales. Pero este libro es demasiado largo. Se hace monótono. Y tendría que haber quitado todo eso de los idiotas y su colegio cutre. Me deprimen. La reseña es de James Stern para el New York Times, en 1951.
La lista sigue y sigue, y nos hace cuestionarnos, una vez más, qué es lo que define la calidad literaria (o tal vez qué es lo que define al crítico profesional). El Saturday Reviewdijo en 1858: No creemos que su reputación vaya a durar… nuestros hijos se preguntarán en qué pensaban sus ancestros al colocar a Dickens a la cabeza de los novelistas de nuestro tiempo. Queda claro que esa reseña no fue, ni mucho menos, premonitoria. Odessa Courier dijo de Anna Karenina en 1877: Basura sentimental. Muéstrame una sola página que contenga una idea, y Le Fígaro dijo de Madame Bovary en 1857 que Flaubert no era escritor.
Todo esto no quita, desde luego, que haya libros que la historia haya sobrevalorado, que las modas hayan enaltecido, y cuyas reseñas negativas apuntaban hacia defectos que realmente estaban ahí. Del mismo modo, hay obras pobres que atraen, como es de esperar, críticas poco favorecedoras. Pero, como podéis ver, hasta las obras mejor valoradas se han llevado su correspondiente ronda de ataques, lo que nos recuerda que, para bien o para mal, gran parte del texto crítico puede ser subjetivo; y para gustos, colores.