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sábado, 11 de diciembre de 2010

Las crónicas de José Ingenieros en ‘La Nación’ de Buenos Aires (1905-1906)




Las crónicas de José Ingenieros en ‘La Nación’ de Buenos Aires , libro
del que es editora Cristina Beatriz Fernández y que recoge las crónicas que
durante 1905 y 1906 José Ingenieros remitió desde Europa al diario argentino.

Nacido en Palermo (Italia) el 24 de abril de 1877, José Ingenieros fue uno
de los más destacados intelectuales argentinos y latinoamericanos de finales
del XIX y comienzos del XX, referente en los campos de la filosofía, la
psicología y la sociología.

Las crónicas reunidas por Cristina Beatriz Fernández se publican por primera
vez en su totalidad y en la versión original.

«A la hora de presentar las crónicas de Ingenieros, tomamos algunas
decisiones. Entre ellas, quisiéramos destacar las siguientes:

- reproducimos los textos en el orden cronológico con que aparecieron en el
diario La Nación. Ciertamente, podríamos haber elegido otro ordenamiento,
pero consideramos que de este modo el lector tendrá un panorama más claro
de la frecuencia y disposición temática de las crónicas tal como fueron
publicadas originalmente.» [...]

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http://www.4shared.com/file/nYtZqNST/Fernandez_Cristina_B__editora_.html


Fuente:
http://biblioteca-virtual-hispanica.blogspot.com/2010/11/las-cronicas-de-jose-ingenieros-en-la.html





sábado, 16 de enero de 2010

El Hombre Mediocre/José Ingenieros [Fragmento]


Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento. Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; -cuando te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; cuando el corazón se te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; -cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; -y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza.
Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliere, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocas esas inquietudes de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas.
Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.