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domingo, 1 de septiembre de 2013

El fin de la Biblioteca de Alejandría


La historia del Museo y de la Biblioteca de Alejandría realmente debería haber acabado en el año 30 a.C. con la muerte de Cleopatra y el final del reino de los Tolomeos, incorporado al naciente Imperio Romano. Fueron ellos los que los crearon y sostuvieron por interés cultural y por razones políticas. Se trataba de conseguir el reconocimiento del carácter helénico del reino egipcio, que tenia una personalidad histórica y cultural muy acusada, y de ocupar, dentro del mundo de las letras griegas naturalmente, un puesto de primera fila, paralelo al que deseaban tener en política internacional. El que los reyes y las reinas fueran o terminaran, en general, siendo grandes aficionados a las letras, es algo más que una consecuencia natural de la existencia de una gran colección de libros y de la personalidad y fama de los poetas, filólogos y científicos que vivieron en el Museo. Es un determinante de la monarquía tolemaica.

La pervivencia de ambas instituciones hasta el siglo IV d.C., atravesando las peripecias naturales de un período tan largo, en el que se produjeron graves incidentes en la ciudad, cuyos habitantes, siempre fueron proclives a las revueltas callejeras, y que no volvió a ser ni la residencia de una corte rica ni la capital de un estado independiente, solo se puede explicar por el prestigio cultural de que gozaron. Los romanos las admiraron como monumentos tan increíbles como las pirámides.
Pero, por su estrecha relación con la dinastía, es explicable que se creyera la leyenda de la destrucción de la Biblioteca en los últimos años de la existencia del reino. Se trata del posible incendio de la Biblioteca y de la quema de algunos o la mayoría de los libros en la llamada Guerra de Alejandría, durante el ataque del general egipcio Aquila contra César, que se había hecho fuerte con escasas tropas en los recintos del palacio. El general romano ordenó incendiar unos barcos que había en el puerto para evitar que cayeran en manos de los egipcios, que, de adueñarse de ellos, cortarían la comunicación con el exterior y la posibilidad de recibir refuerzos. El incendio, avivado por un fuerte viento, podría haber alcanzado a algunas instalaciones de tierra, quemando libros depositados en el puerto, e incluso haberse extendido a la Biblioteca.

César en la Guerra Civil habla de la quema de los barcos, pero no hace la menor alusión a la destrucción de la Biblioteca o de los libros. Tampoco menciona el incendio de los libros de la biblioteca La Guerra de Alejandría, escrita probablemente por Hircio, amigo de César, como continuación de la obra anterior, aunque dice que César ordenó derribar unos edificios fronteros al palacio para dejar un espacio libre entre éste y el resto de la ciudad en poder de los enemigos.

Tampoco hace mención del incendio de la Biblioteca ninguna de las obras conservadas de Cicerón, contemporáneo del acontecimiento, y resulta raro que no le arrancara ningún comentario un hecho de tal magnitud como la desaparición de la Biblioteca más importante, con mucho, creada por el hombre, donde estaba recogida la casi totalidad de la cultura griega, tan admirada por él.
También sorprende que Estrabón, que vivió en Alejandría a los pocos lustros de estos hechos, y que debió de trabajar en la propia Biblioteca recogiendo materiales para su obra, no haga ninguna referencia a su incendio o a la destrucción de una gran cantidad de librasen su detallada descripción de Alejandría y del Museo. Tampoco se menciona nada de esto en La Farsalia de Lucano, 39-65 d.C., donde se hace una impresionante  descripción poética del incendio, que saltó, desde los barcos, a causa del viento, a las casas próximas y cuyas llamaradas brincaban por encima de los tejados como estrellas fugaces sin encontrar materia combustible.

La primera noticia conservada de la quema de los libros como consecuencia de la acción militar aparece en Séneca, muerto en el año 65 d.C., en De tranquillitate animi, <> y añade < cura, y buen gusto, elegantia, de los reyes. No hubo ni buen gusto ni tal interés, sino desmedida afición a los estudios, incluso ni afición a los estudios, siquiera porque la Biblioteca se formó no para que la gente aprendiera, si no para deslumbrarla>>.

Más que un claro monumento histórico es una cita incidental malhumorada. La intención del filósofo no era testimoniar el incendio, sino mostrar su desprecio por la afición desmedida de algunos contemporáneos suyos a poseer muchos libros que luego no leían. Los libros en aquellos tiempos, como ha sucedido en varias circunstancias históricas y sucede en nuestros días, daban a sus dueños un orgulloso sentimiento de superioridad proporcionado por su simple posesión. Para el propósito de Séneca, la acción de los Tolomeos, que habían reunido tal cantidad de libros, era elocuente y mucho más si podía sugerirse que su vanidoso esfuerzo encontró la justa recompensa, acabar en cenizas.
La primera noticia completa del incendio total de la Biblioteca se encuentra en Plutarco, 46-120 d.C., que escribe siglo y medio después y afirma Vida de César, que el incendio, se <>. La noticia parece completada en la biografía de Antonio, al dar cuenta de la denuncia formulada en el Senado por Octavio contra Antonio. Calvisio, amigo del primero, en la enumeración de los delitos de Antonio por sus amores con Cleopatra, denuncia que << había donado a Cleopatra las bibliotecas de Pérgamo, en la que había doscientos mil volúmenes distintos>>.
Plutarco fue hombre de mucha lectura y frecuentador de bibliotecas. Por ello en su obra cita a más de doscientos autores; pero lamentablemente no indica en cuál se ha basado para afirmar la destrucción de la Biblioteca. Es presumible que las citas de las dos biografías guarden alguna relación, es decir, procedan de una misma fuente, una tradición contraria a Antonio, al que se achaca el traslado de la Biblioteca de Pérgamo, que transformó una vaga noticia de rollos ardiendo en el muelle, en el incendio de la gran Biblioteca de la Antigüedad.
Suetonio, 70-160, no menciona el incendio en su Vida de César, aunque la explicación puede estar en que la noticia de la guerra de Alejandría es muy corta, como tampoco lo menciona otro escritor posterior, griego nacido en Egipto, que escribía a principios del siglo tercero, Ateneo. Lector avidísimo, cita en elBanquete de los sofistas, más de un millar de libros e infinitas anécdotas y curiosidades, algunas de ellas referidas a la Biblioteca y al Museo.
Como el papiro era exportado a Roma en grandes cantidades, no tendría nada de particular que hubiera ardido en los muelles un cargamento de rollos en blanco, que el rumor convirtió con el tiempo en los fondos de la Biblioteca de Alejandría.
Aulo Gelio, c. 123-168, autor que merece poca fe porque gustaba de narrar historias de muy dudosa autenticidad, cuando no son totalmente falsas, en susNoches Áticas, dice <la Primera Guerra
de Alejandría, no de manera intencionada o por orden de alguien, sino accidentalmente por los soldados auxiliares.

Dion Casio, c. 160-235, en su Historia de Roma, describe con detalle la lucha entre Aquila y César y dice que muchos lugares fueron incendiados, y como consecuencia, ardieron almacenes de grano y de libros excelentes y en gran número.
Amiano Marcelino, final del siglo cuarto, en suHistoria de Roma, refiriéndose al Serapeo, dice que en él hubo bibliotecas de enorme valor, y antiguos documentos afirman que 70.000 volúmenes, que habían sido reunidos por el gran interés de los Tolomeos, fueron quemados en la guerra de Alejandría cuando la ciudad fue saqueada, en tiempos del dictador César. Finalmente el español Osorio, escribiendo ya en el siglo quinto, en su Historia adversus paganos afirma que ardieron 40.000 libros que accidentalmente, forte, estaban en los edificios próximos a la costa. El adverbio forte ha llevado a la sospecha de que libros de la Biblioteca habían sido almacenados en el puerto porque César tenía el propósito de embarcarlos para Roma como trofeo.
Resumiendo, es seguro que el incendio no afectó ni al palacio ni a los edificios que ocupaban el Museo y la Biblioteca y es probable que tampoco a los libros de ésta y que, si ardieron algunos rollos en el puerto, serían rollos en blanco preparados para la exportación.   

La Biblioteca y el Museo remontaron esta posible crisis. Plutarco y Dion Casio los visitaron a finales del siglo I y Luciano y Galeno, ya dentro del siglo segundo. Ambas instituciones siguieron vivas pues el puesto de los reyes como protectores pasaron a ocuparlo los emperadores, y esta protección se mantuvo al menos durante los dos primeros siglos, y por ejemplo, la de Adriano fue extremadamente generosa. Sin embargo, es de suponer que la ayuda económica para el sostenimiento de la colección bibliográfica o para la adquisición de novedades, a la larga disminuyera.
Otro grave incidente que pudo afectar a la Biblioteca fue la rebelión, segunda década el siglo segundo, de los judíos contra Trajano, que originó y fue sofocada con gran violencia. Más graves, y de mayores consecuencias, fueron las luchas que se produjeron en la segunda mitad del siglo tercero, cuando, además, la situación económica del Imperio había empeorado y el interés de los emperadores, agobiados por graves problemas políticos y militares, disminuido.
En tiempos del emperador Galieno, 265 d.C., el prefecto de Egipto, L. Mussio Emiliano, se proclamó emperador y cortó el envío de víveres a Roma. Teodoro, general de Galieno, se apoderó violentamente de la ciudad, que quedó gravemente dañada. Poco después entraban en ella la tropa de Zenobia, reina de Palmira, cuyo marido Odonato, había creado un poderoso reino que detuvo el avance del naciente imperio Sasánida, y así se ganó el respeto de Galieno, que le colmó de honores. Valeriano, el sucesor de Galieno, acabó con el reino de Palmira, y según Amiano Marcelino, al recuperar Alejandría, la arrasó, quedando destruido gran parte del barrio Bruquión, el principal de la ciudad y donde estaba la Biblioteca, 272 d.C.
Es probable que la gran destrucción del barrio de Bruquión, que pudo afectar al edificio y a los libros de la Biblioteca, no se produjera en tiempos de Valeriano sino un cuarto de siglo después, en el año 296 durante una nueva conquista de la ciudad sublevada que llevó a cabo personalmente Diocleciano después de un duro asedio de ocho meses.
El cuarto fue un mal siglo para la Biblioteca por el triunfo de Constantino, que trasladó la capital a la vieja Bizancio y nueva Constantinopla y reconoció y protegió al cristianismo. Roma, capital del Imperio, no había ensombrecido el rango de Alejandría dentro del mundo helénico. Constantinopla era una poderosa rival por estar dentro de él. La Biblioteca y el Museo fueron instituciones creadas al servicio de la cultura clásica pagana y su continuación no resultaba fácil bajo la dependencia de un régimen político que la perseguía.
Por otro lado, el cristianismo fue para el pueblo egipcio, que se sentía sojuzgado por los griegos detentadores del poder, un cauce de sus sentimientos nacionalistas, y de ahí que se creara un alfabeto especial, bien es verdad que a base de añadir seis letras al griego, para difundir en la lengua nacional, el copto, los evangelios y una abundante literatura religiosa sobre temas teológicos y litúrgicos. El pueblo egipcio dejó de sentir como propios el Museo y la Biblioteca por su doble carácter helénico y pagano.
El fanatismo y la violencia en los sentimientos religiosos, no fueron exclusivos de los hombres del pueblo, entre los cuales proliferaron monjes siempre dispuestos a las algaradas callejeras y anacoretas entregados en el desierto a una vida de renunciación y exaltación combatiendo las tentaciones y los espíritus malignos.
También alcanzaron a las altas dignidades, como a Atanasio, que ocupó la sede de Alejandría durante el segundo y tercer cuarto de siglo y cuya defensa del catolicismo, frente a los emperadores que favorecían el arrianismo, le valió persecuciones y repetidos destierros, o a Teófilo, que rigió la sede entre 385 y 415 y se distinguió por su polémica y sus intrigas contra Juan Crisóstomo, obispo de la propia Constantinopla, cuyo destierro consiguió.
El comienzo de su mandato coincide con el reinado de Teodosio, 375-395, el primero de los emperadores que no quiso tomar el título pagano de pontífice máximo y que se empeñó en acabar con la herejía y con el paganismo. Teófilo consiguió que el emperador le autorizara la destrucción del Serapeo, 391, el gran templo pagano que era la esencia misma de la monarquía tolemaica. Es probable que entonces se produjera el cierre del Museo y de la Biblioteca, pues Teodosio no iba a permitir que fuera sostenida con fondos oficiales una institución esencialmente pagana. Según la Suda, enciclopedia compuesta en Bizancio a finales del siglo X, el último huésped del Museo fue el matemático Teón, que vivió en la segunda mitad del siglo cuarto.

La desapareción del Museo y de la Biblioteca no supone necesariamente la de las colecciones de libros que hubieran podido salvarse de las intervenciones militares de la segunda parte del siglo tercero. Por lo que atañe a la segunda biblioteca, la del Serapeo, hay que tener en cuenta que Teófilo, hombre muy culto y degustador de los escritos clásicos, que tomó la iniciativa de destruir el templo y los elementos de culto, no pudo dar el mismo trato a los libros. Es de suponer que los que pertenecían al Serapeo fueran trasladados a lugar seguro o que sencillamente la destrucción no afectara al edificio o instalaciones de la biblioteca del templo.
A pesar de que fueron destruidos los templos paganos y perseguidos el culto de los dioses, no lo fueron las personas. El caso de la bella  Hipatia es una excepción. Hija del citado Teón, fue una de las inteligencias más sobresalientes de su tiempo. Profesaba ideas platónicas, fue buena matemática, como su padre, y sus clases gozaron de justa fama. A ellas concurrió Sinesio de Cirene, quien, no obstante haberse educado en la tradición clásica, terminó de obispo de Tolemaida por recomendación de Teófilo, su amigo. La amistad de Hipatia con Orestes, prefecto de Alejandría, que había chocado con Cirilo, sobrino y sucesor de Teófilo, la hizo impopular entre los exaltados partidarios de éste y le costó la vida, 415. Fue sacada de su coche en plena calle y arrastrada por el suelo hasta una iglesia próxima donde murió a causa de los golpes recibidos. Para los nacionalistas cristianos este asesinato significó la muerte de la idolatría pagada.
El propio Cirilo, solo con éxito parcial, intentó acabar con los estudios de filosofía que se impartían en una escuela superior o universidad, pues en la segunda mitad de este siglo quinto, Horapollon, autor de una obra sobre Alejandría y otra sobre jeroglíficos, confiesa, en un papiro conservado en El Cairo, que seguía entregado a la enseñanza de la filosofía en una escuela universitaria que él dirigía, continuando una larga tradición familiar.
En un ambiente tan poco propicio y peligroso no tardaron en desaparecer los estudios clásicos, como sucedió en Grecia, pero aquí el fanatismo de los religiosos egipcios llevó a la esterilidad intelectual. La misma suerte irían corriendo los rollos de papiro. No había dinero para reponer los gastados por el uso o maltratados por los años, ni para adquirir nuevas obras.
Por ello es absurdo pensar que la Biblioteca pervivió hasta la conquista musulmana y que el general Amrú, el conquistador del país, procedió a la destrucción y a la quema de los libros, según una fantástica leyenda. La narra con lujo de detalles, Alí ibn al-Kiftí, 1172-1248, egipcio de origen árabe y autor de varios libros de erudición, entre ellos Tarij al-Hukama, donde cuenta que un jacobita llamado Yahya, obispo de Alejandría pidió permiso a Amrú para utilizar los libros de la famosa Biblioteca, que estaban incautados y a nadie aprovechaban. El general no se atrevió a dar la autorización sin el previo conocimiento del califa Omar, al que le consultó el caso. La contestación fue que si el contenido estaba de acuerdo con la doctrina del Corán, eran inútiles, y si tenían algo en contra, debían destruirse. Así que Amrú los distribuyó entre las numerosas casas de baño y eran tantos que éstas tuvieron combustible para seis meses.
La leyenda muy bien pudo nacer, por un lado, de la gran impresión y desconfianza que en los analfabetos árabes, recién salidos del desierto, debieron de causar los numerosos rollos de papiro y los códices que encontraron en abundancia con textos documentales, literarios, religiosos y científicos; por otro, de la necesidad de explicar la desaparición de la biblioteca, cuya existencia se conoció más tarde en el mundo musulmán cuando se tradujeron las obras de los grandes filósofos y científicos griegos al árabe.


martes, 5 de enero de 2010

Murió Sandro, una leyenda de la música popular






Roberto Sánchez, "Sandro" según su nombre artístico, nació el 19 de agosto de 1945 en Valentín Alsina, provincia de Buenos Aires. Fue el primer y único hijo de la pareja formada por Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo

Sandro cursó sus estudios primarios en la Escuela Nº3 de Valentín Alsina. Pero su sueño no era estudiar sino cantar. Su pasión por la música comenzó al descubrir a su maximo ídolo: Elvis Presley. Con 10 años, Sandro pasaba horas imitando a la estrella de rock.

Por esa razón, su primera "actuación" en público fue precisamente en el colegio, cuando participó de un acto del 9 de julio en 1957 e imitó a Presley. Logró su primera ovación. A los 13 Sandro dejó el colegio. Comenzó a trabajar para ayudar a su familia y tuvo diversos oficios: repartidor en una carnicería y tornero, fueron algunos . Sus tiempos libres eran destinados de lleno a la música.

Junto a su amigo Enrique Irigytía formó un dúo de voces y guitarras. Comenzaron a participar en cuanto concurso de canto haya en el conurbano bonaerense. Allí, quien todavía se hacía llamar Roberto Sánchez, hacía covers de boleros, tangos y rock and roll. Por esos tiempos formaron sus primeras bandas: El Trío Azul (Roberto Sánchez, Enrique Irigoytía y Agustín Mónaco) y el dúo Los Caribes (Roberto Sánchez y Enrique Irigoytía).

"Ahora soy Sandro". Durante los primeros años de la década del sesenta, Robert Sánchez de lado su nombre para adoptar el seudónimo artístico, el mismo nombres que sus padres habían querido ponerle pero que las autoridades no permitieron: Sandro. Su primera actuación con ese nombre fue en un local llamado Recreo Andrés.

La nueva banda. En 1960 Sandro formó el grupo "Los Caniches de Oklahoma" y grabó su primer single: "Comiendo rosquitas calientes en el Puente Alsina". Al artista lo acompañaban Héctor Centurión (voz y bajo); Carlos Ojeda (piano y percusión); Armando Cacho Quiroga (batería) y Miguel Lito Vázquez (guitarra rítmica).

Un año más tarde cambiaron el nombre de la banda por "Los de Fuego". Aunque parezca extraño no fue Sandro el cantante. En sus comienzos, la voz del grupo era la de Centurión, aunque en 1962 Sandro lo reemplazó y se destacó sobre el resto. Por eso mismo en 1963 la banda cambió su nombre por el de "Sandro y Los de Fuego". Allí se sumaron Irigoytía y Juan José Sandri.

A pesar de tener algunos temas propios, la banda solía cantar covers del rock internacional, como los Beatles, Elvis, Rolling Stones, etc. El 13 de septiembre de 1963 grabó su primer disco,  pero sin Los de Fuego. El mismo no tuvo repercusión. Poco después publicó un segundo disco: "Presentando a Sandro".

El 28 de febrero de 1964 Sandro grabó el primer tema con Los de Fuego, una versión en español del famoso Hay mucha agitación de Jerry Lee Lewis. Ese año comenzaron a presentarse en televisión y debutaron en
Aquí la Juventud.
La explosión. En el programa Sábados Circulares
de Pipo Mancera, Sandro y su banda lograron popularidad. El cantor se vestía y se movía como Elvis, y sus fans deliraban. Sus movimientos causaron el enojo de sectores conservadores que lograron sacarlo de escena, aunque regresó semanas después.

A principios de 1965 apareció el primer LP de la banda de Sandro y meses más tarde su segundo trabajo. Pero antes de finalizar el año, la banda se desintegró y el cantante formó una nueva banda soporte. A comienzos de 1966 lanzó su tercer álbum y en 1966 su cuarto disco, en el cual ya comenzó a notarse una orientación con ritmos latinos en sus canciones.

Nuevo estilo. En la década del 60 Sandro comenzó a optar por la balada romántica latinoamericana, derivada del bolero, que se convertiría en el género pop latino por excelencia en la siguientes décadas. A partir de allí también comenzó a realizar películas imprimiendo su postura de macho argentino.

Por esos tiempos cantó en el Festival Buenos Aires de la Canción la balada Quiero llenarme de ti, con el cual ganó el festival y obtuvo la fama internacional. El tema rompió records de ventas y su público comenzó a idolatrarlo.

En 1968, Sandro ganó el Festival de Viña del Mar, abriendo su música a todo el mercado latinoamericano y de Estados Unidos. Aquel año lanzó su octavo albúm con un estilo definido y el más exitoso de su carrera: La magia de Sandro. Con éxitos como: "Penas", "Penumbras", "Así", "Tengo", "Por tu amor", "París ante ti", "Por algún camino", "Lluvia de Rosas", "Yuma yoe", "Me amas y me dejas" y "La juventud se va".


Gitano. Entre 1969 y 1980 Sandro realizó 12 películas y 35 álbums.En los siguientes 12 años (1969-1980) Sandro realizó 12 películas y 35 álbums. De entonces son sus obra más famosas: "Rosa, Rosa" (la más vendida de su carrera) en primer lugar y "Trigal", en el segundo. El 2 de agosto recibió en Nueva York un disco de oro por haber sido el artista latinoamericano con mayor cantidad de discos vendidos en los EE.UU.

En 1970 estrenó dos películas que quedarían en la memoria: Gitano y Muchacho. El 11 de abril de ese año llenó el mítico estadio Madison Square Garden en Nueva York: hubo 250.000 espectadores.

Un dato curioso: en 1972 fue el primer artista en cantar en el Luna Park de Buenos Aires, hasta entonces un ámbito exclusivamente boxístico, con un amplio éxito y hasta se dio el lujo de llenar el estadio Maracaná en Brasil.

En los años restantes de la década del 70 editó doce álbums (entre ellos Sandro... siempre Sandro, Mi amigo el Puma y El ausente) y tres películas más: Operación Rosa Rosa (1974), Tú me enloqueces (1976) y Subí que te llevo (1980). En 1978 volvió a cantar en Argentina luego de cinco años sin hacerlo, con un recital a beneficio en el Teatro Ópera de Buenos Aires, transmitido en directo por el Canal 13. También tuvo su propio programa de televisión en Argentina, un show musical titulado La Hora de Sandro que se transmitía todos los sábados.

En 1981 Sandro y Oscar Anderle se separaron, luego de 15 años de trabajar juntos. El cantante se asoció con Rubén Aguilera. En esa década también protagonizó varias telenovelas, entre las cuales se destacó la puertorriqueña "Fue sin querer". En 1990 condujo un programa musical por el Canal 13 de Buenos Aires, titulado Querido Sandro.

La inmortalidad. En 1993 regresó a los escenarios con un recital llamado "Treinta años de magia" en el teatro Gran Rex. En total realizó 18 presentaciones, marcando un récord absoluto, reuniendo a 60 mil personas.

El resto de la década del 90 Sandro fue homenajeado por el rock argentino e internacional por su trayectoria y su música. Durante los últimos años se dio a conocer la grave enfermedad de Sandro debido a su adicción al cigarrillo. "Esta enfermedad me la merezco, porque yo me la busqué, por ser un arrogante como todos los tipos que fuman" dijo una vez.














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