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domingo, 15 de marzo de 2020

Albert Camus y "La peste". Algunas lecciones / Por Rogelio Alaniz




Albert Camus y "La peste". Algunas lecciones  / Por Rogelio Alaniz
I
Leí “La peste”, de Albert Camus, hace muchísimos años. Después, a la novela la debo de haber releído tres o cuatro veces, porque se trata de un libro al que siempre se le puede encontrar algo nuevo, un costado, una arista que no tuvimos en cuenta en su momento o que no estábamos preparados para tener en cuenta. “La peste”, Camus la escribió en 1947, cuando la guerra mundial había finalizado hacía dos años, esa guerra que en Francia incluyó la ocupación nazi, el colaboracionismo de muchos franceses y que lo contó a Camus entre quienes resistieron esa ocupación. Los críticos nunca se pusieron de acuerdo -probablemente no haya manera de hacerlo- si “La peste” de Camus es una metáfora acerca de la ocupación nazi en Francia, si es una crónica sobre una peste efectiva ocurrida en Orán en el siglo XIX, o si es un “pretexto” para debatir acerca de la condición humana y en particular acerca de Dios, su presencia, su ausencia o su silencio. La riqueza del libro es probable que resida precisamente en esa ambigüedad.
II
La novela se inicia describiendo una ciudad de Orán donde sus habitantes realizan su habitual vida cotidiana: trabajan, pasean, toman café, leen los diarios, se aman y se pelean, se divierten y se aburren. De pronto, una rata muerta. Luego, más ratas muertas. Y antes de los diez días el primer hombre muerto. La peste ha llegado. Claro, hay que tomar medidas. Y comienzan las dudas. No hay que alarmar, dicen algunos. Pasará pronto, dicen otros. El “pueblo” ignora o se empeña en ignorar. Mientras tanto las víctimas crecen. La peste ha llegado y no hay manera de eludirla. Cuarentena. Estricta cuarentena. Nadie puede entrar o salir de la ciudad. Por supuesto, hay protestas. Están los que se resisten a aceptar algo que “cayó del cielo” y que amenaza sus vidas. No puede ser, si hasta ayer al día le sucedía la noche, y a la noche el día y todo trascurría como Dios manda. De pronto, la peste. Lo mejor y lo peor de los hombres se empieza a manifestar. La peste, por decirlo de alguna manera, nos pone a prueba. Y en ello nos va la vida.
III
¿Qué decir y qué hacer? No hay una exclusiva respuesta. El doctor Bernard Rieux decide cumplir con su deber de médico. Darle la lucha a la peste sin medir riesgos. No pretende la Salvación porque no es creyente, pero pretende salvar vidas. Tampoco pretende la felicidad con su gesto, porque la felicidad está con su mujer y ella no vive en Orán, vive en otra ciudad y está enferma. No es una apestada, pero está enferma. Rieux tiene la oportunidad de abandonar a Orán para acompañar a su esposa, pero decide quedarse. Su imperativo moral laico así se lo exige. El padre Paneloux, sacerdote jesuita habla. Lo hace a través de un sermón. Esta sociedad frívola, indiferente, una sociedad que supone que la relación con Dios solo se establece yendo a misa los domingos, ahora se encuentra con el rostro de Dios. “No se han acercado a Dios, pero Dios se acerca a vosotros con su rostro más severo”. Son culpables, dice el cura. Raymond Rambert es un periodista francés que ha llegado a Orán para hacer unas crónicas sobre la vida de la ciudad. Es joven, está enamorado y su novia lo espera en París. De pronto la cuarentena. No puede salir de la ciudad. No puede ir al encuentro de la felicidad. ¿Por qué renunciar a ella? Lo conversa con Rieux. ¿El deber o la felicidad? Rieux no predica. Pero insiste que él se queda, no se va. Lambert está decidido a coimear a policías. Finalmente se queda. La felicidad vale, pero en ciertos momentos hay imperativos más fuertes que la felicidad.
IV
No todos son comportamientos nobles. La peste enriquece a comerciantes que especulan con el dolor y la muerte. Monsieur Tarrou está a punto de ir preso, pero la emergencia lo deja libre. Para él, la peste es la libertad. Si ella se fuera, su lugar sería la cárcel. Se coimea, se chantajea, se merca con el dolor. Se roba. Las burocracias políticas hacen lo que pueden. Y lo que se puede hacer nunca alcanza. El pueblo se somete o se resigna a la desgracia. Obedece, no por convicción, sino por miedo o falta de alternativas. La peste se impone. Los muertos se multiplican. Y además, no se sabe muy bien qué hacer con los muertos que han desbordado los cementerios.
V
El padre Paneloux y Rieux discuten. El sacerdote jesuita y el médico; el hombre de fe y el científico. Paneloux insiste en la culpa de una sociedad indiferente, consumista y frívola, aunque no va a renunciar al compromiso. Se arriesga y al riesgo lo va a pagar con su vida. Paneloux está en los hospitales, visita en sus domicilios a los enfermos. Hay un momento intenso en que la relación entre Paneloux y Rieux. Un niño muere después de sufrir atrocidades. “Este por lo menos era inocente. Bien lo sabe usted, padre”, le dice al sacerdote. Paneolox le responde: “Debemos amar lo que no podemos comprender”. Y la respuesta de Rieux: “No puedo admitir una Creación en la que los niños sufran”. Paneloux lo escucha y piensa: “Estoy empezando a comprender lo que es la Gracia”. El cura empieza a cambiar. Ya no dice “Vosotros” sino “Nosotros”. Y en uno de sus sermones más dolorosos, él, que de alguna manera predicaba la aceptación de la tragedia porque éramos culpables, ahora convoca a resistir la peste, a quedarse en la ciudad y dar la lucha.
VI
El duelo entre el médico y el sacerdote continúa. Ahora se habla del silencio o de la ausencia de Dios, ¿Por qué permite esta tragedia? ¿Por qué creer en un Dios que calla, que no se manifiesta? Para Rieux no hay otra alternativa que luchar contra la muerte sin levantar la vista al cielo donde mora un Dios que calla. El sacerdote insiste en luchar y rezar. “Es preciso luchar, pero también ponerse de rodillas... la Salvación lo exige.”. El médico admite que no pretende tanto, que la Salvación lo excede, que se conforma en principio con salvar vidas. “No voy tan lejos como es la Salvación, por lo pronto es la salud lo que me importa... no creo en Dios ni en el más allá, pero creo en los valores humanos. Se trata de ser honesto, no heroico”. Entonces el periodista Lambert le pregunta: “¿Qué es la honestidad?”. La respuesta de Rieux es sencilla y práctica: “Hacer bien mi oficio, salvar vidas”. Tácitamente, el periodista, el médico y el sacerdote refuerzan la convicción de trabajar juntos por algo que los une más allá de las blasfemias y las plegarias.
VII
En algún momento la peste se retira. La ciudad recupera su ritmo. El cielo recupera su azul; el sol, su brillo, y la noche las estrellas. La gente sale de sus casas, se encuentra en la calle. Los enamorados se aman, los padres abrazan a sus hijos, a la noche se abren los locales de fiesta. La vida reinicia su rutina. Pero también hay luto. Rieux, el héroe de la lucha contra la peste, se entera que su mujer, su querida mujer ha muerto en el sanatorio a muchos kilómetros de distancia. También ha muerto en Orán su mejor amigo. El “héroe” ha perdido en pocos días lo que más importa en la vida, lo que le da sentido, lo que la justifica: el amor y la amistad. Sin embargo, Camus insiste: “Hay en los hombres más motivos de admiración que de desprecio”. 
VIII
Cerremos por ahora el libro. Él nos habla de la peste en 1947. Nosotros padecemos una pandemia que -quisiéramos creer- no matará con la contundencia de la peste bubónica. El mundo de 1947 salía de la guerra y de la pesadilla de los nazis y empezaba a globalizarse. Hoy estamos globalizados y la peste se manifiesta como pandemia. Hay más herramientas para enfrentarla, pero ya no se reduce a una ciudad porque su escenario es el mundo. El mundo ha cambiado, pero la condición humana con sus miserias y sus grandezas, con su heroísmos y sus miedos, persiste. Como diría Camus, la peste no se va nunca, puede ocultarse, pude quedar suspendida, agazapada, acechando, pero siempre está y en algún momento regresa. Y nos pone a prueba. De pronto la seguridades, las certezas, parecen esfumarse. ¿La peste es la manifestación del pecado original por el cual siempre tendremos que rendir cuentas? ¿Llega para recordarnos nuestros límites, nuestra condición de mortales, la certeza de que estamos condenados a muerte desde nuestro nacimiento? Camus intenta elaborar algunas respuestas a estos interrogantes: “Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida, es el conocimiento y el recuerdo”. Después, como diría Rieux, seamos honestos y hagamos lo que corresponda. 
Noticia de: www. El Litoral

domingo, 25 de noviembre de 2012

Albert Camus (Biografía y Libros)




Camus nació en Mondovi, Argelia, el 7 de noviembre de 1913 y falleció en Villeblevin, Francia el 4 de enero de 1960. Se distinguió como novelista, dramaturgo y ensayista francés. 

Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes franceses, su infancia y gran parte de su juventud transcurrieron en Argelia. Inteligente y disciplinado, empezó estudios de filosofía en la Universidad de Argel, que no pudo concluir debido a que enfermó de tuberculosis.

Formó entonces una compañía de teatro de aficionados que representaba obras clásicas ante un auditorio integrado por trabajadores. Luego, ejerció como periodista durante un corto período de tiempo en un diario de la capital argelina, mientras viajaba intensamente por Europa. En 1939 publicó Bodas, conjunto de artículos que incluyen numerosas reflexiones inspiradas en sus lecturas y viajes. En 1940 marchó a París, donde pronto encontró trabajo como redactor en Paris-Soir.

Empezó a ser conocido en 1942, cuando se publicaron su novela corta El extranjero, ambientada en Argelia, y el ensayo El mito de Sísifo, obras que se complementan y que reflejan la influencia que sobre él tuvo el existencialismo. Tal influjo se materializa en una visión del destino humano como absurdo, y su mejor exponente quizá sea el «extranjero» de su novela, incapaz de participar en las pasiones de los hombres y que vive incluso su propia desgracia desde una indiferencia absoluta, la misma, según Camus, que marca la naturaleza y el mundo.

Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial se implicó en los acontecimientos del momento: militó en la Resistencia y fue uno de los fundadores del periódico clandestino Combat, y de 1945 a 1947, su director y editorialista. Sus primeras obras de teatro, El malentendido y Calígula, prolongan esta línea de pensamiento que tanto debe al existencialismo, mientras los problemas que había planteado la guerra le inspiraron Cartas a un amigo alemán.

Su novela La peste (1947) supone un cierto cambio en su pensamiento: la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir se impone a la noción del absurdo. La peste es a la vez una obra realista y alegórica, una reconstrucción mítica de los sentimientos del hombre europeo de la posguerra, de sus terrores más agobiantes. El autor precisó su nueva perspectiva en otros escritos, como el ensayo El hombre en rebeldía (1951) y en relatos breves como La caída y El exilio y el reino, obras en que orientó su moral de la rebeldía hacia un ideal que salvara los más altos valores morales y espirituales, cuya necesidad le parece tanto más evidente cuanto mayor es su convicción del absurdo del mundo.

Si la concepción del mundo lo emparenta con el existencialismo de Jean-Paul Sartre y su definición del hombre como «pasión inútil», las relaciones entre ambos estuvieron marcadas por una agria polémica. Mientras Sartre lo acusaba de independencia de criterio, de estirilidad y de ineficacia, Camus tachaba de inmoral la vinculación política de aquél con el comunismo.

De gran interés es también su serie de crónicas periodísticas Actuelles. Tradujo al francés La devoción de la cruz, de Calderón, y El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. En 1963 se publicaron, con el título de Cuadernos, sus notas de diario escritas entre 1935 y 1942. Galardonado en 1957 con el Premio Nobel de Literatura, falleció en un accidente de automóvil. (biografiasyvidas)

 




Fuente: Vilma / 7mares - Bibliotecas del Grupo AZ