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jueves, 28 de octubre de 2010

Carta abierta por Néstor KIRCHNER [Por Alberto Fernández. Ex jefe de gabinete]

Carta abierta por Néstor Kirchner [1960-2010]
Cuando lo recuerdo, los momentos comunes me atoran. Las cenas compartidas en el Restaurante del Plata, el mismo en el que solíamos cruzarnos con Raúl Alfonsín. Las mañanas en su departamento de la calle Uruguay revisando cómo los diarios mostraban una realidad cambiante en las postrimerías de la Alianza. Las reuniones de trabajo en mis oficinas de la avenida Callao, la misma en donde escribimos con Cristina aquel discurso que pronunció cuando Carlos Menem renunció a protagonizar la segunda vuelta.
En mi vida personal, Néstor Kirchner ocupa un lugar de privilegio. Durante muchos años trabajamos juntos y desde entonces el cariño fue entre nosotros una suerte de común denominador. Tenía la obsesión de constituir un peronismo progresista cansado de ser el "ala revoltosa" de un partido casi conservador que hasta se había animado a ser parte de la "Internacional Liberal". Participamos del "Grupo Calafate", un intento por dar testimonio de otro peronismo que renegaba de los indultos y las amnistías y hasta de un plan de convertibilidad que había sumergido a nuestra economía en una increíble recesión.
Una mañana de agosto de 2000, desayunando frente a la Plaza Vicente López, me invitó a acompañarlo en la maravillosa aventura de alcanzar la Presidencia.
"Si me ayudás desde Buenos Aires, me largo", me dijo. Era tan grande la convicción que transmitía, que sólo pude decirle que sí. Nadie creía posible que pudiéramos coronar esa empresa.
Contra los pronósticos, se convirtió en Presidente. Con un apoyo inicial precario debido a un balotaje frustrado, fue construyendo su poder haciendo aquello que la gente esperaba que hiciera. Entonces promovió cambios en el máximo tribunal del país, sentó a los genocidas en el banquillo, sacó a la economía del default en el que estaba atrapada y hasta saldó íntegramente la deuda con el FMI.
La historia dirá que Néstor Kirchner fue ese presidente revulsivo que se animó a trastocar todas las lógicas de la democracia desde el instante de su recomposición. Fue esa osadía, determinada por convicciones muy férreas, la que lo impulsó a hacer lo que sonaba imposible para la cultura política de entonces.
Aprendí a su lado cómo debe administrarse racionalmente la cosa pública. Me enseñó que toda decisión es fácil de tomar cuando encuentra fundamentos sólidos basados en la convicción propia. Comprendí que es también parte de la mejor política intentar que lo imposible se vuelva viable y cuando alguna vez me pregunté si no estábamos jugando en exceso, me tranquilizó: "Para que queríamos gobernar si no era para cambiar esta realidad?".
Terminó protagonizando batallas que no llegué a entender y por eso mismo tomé distancia de esas decisiones. Cuando algunas diferencias habían asomado entre nosotros, me recriminó amargamente mis críticas. "Pero no me enseñaste que no debemos renunciar a nuestras convicciones?", le retruqué mientras su mirada me penetraba con resignación.
Cuando ayer, alguien me dijo del otro lado del teléfono que Néstor se había ido, u n enorme vacío acabó por atraparme.
Entendí entonces que un amigo se había marchado y que al dejarme me estaba transmitiendo una última enseñanza: si la muerte te alcanza cargando la mochila de tus convicciones, habrá tenido sentido tu vida.
Por Alberto Fernández. Ex jefe de gabinete

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