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domingo, 1 de septiembre de 2013

El fin de la Biblioteca de Alejandría


La historia del Museo y de la Biblioteca de Alejandría realmente debería haber acabado en el año 30 a.C. con la muerte de Cleopatra y el final del reino de los Tolomeos, incorporado al naciente Imperio Romano. Fueron ellos los que los crearon y sostuvieron por interés cultural y por razones políticas. Se trataba de conseguir el reconocimiento del carácter helénico del reino egipcio, que tenia una personalidad histórica y cultural muy acusada, y de ocupar, dentro del mundo de las letras griegas naturalmente, un puesto de primera fila, paralelo al que deseaban tener en política internacional. El que los reyes y las reinas fueran o terminaran, en general, siendo grandes aficionados a las letras, es algo más que una consecuencia natural de la existencia de una gran colección de libros y de la personalidad y fama de los poetas, filólogos y científicos que vivieron en el Museo. Es un determinante de la monarquía tolemaica.

La pervivencia de ambas instituciones hasta el siglo IV d.C., atravesando las peripecias naturales de un período tan largo, en el que se produjeron graves incidentes en la ciudad, cuyos habitantes, siempre fueron proclives a las revueltas callejeras, y que no volvió a ser ni la residencia de una corte rica ni la capital de un estado independiente, solo se puede explicar por el prestigio cultural de que gozaron. Los romanos las admiraron como monumentos tan increíbles como las pirámides.
Pero, por su estrecha relación con la dinastía, es explicable que se creyera la leyenda de la destrucción de la Biblioteca en los últimos años de la existencia del reino. Se trata del posible incendio de la Biblioteca y de la quema de algunos o la mayoría de los libros en la llamada Guerra de Alejandría, durante el ataque del general egipcio Aquila contra César, que se había hecho fuerte con escasas tropas en los recintos del palacio. El general romano ordenó incendiar unos barcos que había en el puerto para evitar que cayeran en manos de los egipcios, que, de adueñarse de ellos, cortarían la comunicación con el exterior y la posibilidad de recibir refuerzos. El incendio, avivado por un fuerte viento, podría haber alcanzado a algunas instalaciones de tierra, quemando libros depositados en el puerto, e incluso haberse extendido a la Biblioteca.

César en la Guerra Civil habla de la quema de los barcos, pero no hace la menor alusión a la destrucción de la Biblioteca o de los libros. Tampoco menciona el incendio de los libros de la biblioteca La Guerra de Alejandría, escrita probablemente por Hircio, amigo de César, como continuación de la obra anterior, aunque dice que César ordenó derribar unos edificios fronteros al palacio para dejar un espacio libre entre éste y el resto de la ciudad en poder de los enemigos.

Tampoco hace mención del incendio de la Biblioteca ninguna de las obras conservadas de Cicerón, contemporáneo del acontecimiento, y resulta raro que no le arrancara ningún comentario un hecho de tal magnitud como la desaparición de la Biblioteca más importante, con mucho, creada por el hombre, donde estaba recogida la casi totalidad de la cultura griega, tan admirada por él.
También sorprende que Estrabón, que vivió en Alejandría a los pocos lustros de estos hechos, y que debió de trabajar en la propia Biblioteca recogiendo materiales para su obra, no haga ninguna referencia a su incendio o a la destrucción de una gran cantidad de librasen su detallada descripción de Alejandría y del Museo. Tampoco se menciona nada de esto en La Farsalia de Lucano, 39-65 d.C., donde se hace una impresionante  descripción poética del incendio, que saltó, desde los barcos, a causa del viento, a las casas próximas y cuyas llamaradas brincaban por encima de los tejados como estrellas fugaces sin encontrar materia combustible.

La primera noticia conservada de la quema de los libros como consecuencia de la acción militar aparece en Séneca, muerto en el año 65 d.C., en De tranquillitate animi, <> y añade < cura, y buen gusto, elegantia, de los reyes. No hubo ni buen gusto ni tal interés, sino desmedida afición a los estudios, incluso ni afición a los estudios, siquiera porque la Biblioteca se formó no para que la gente aprendiera, si no para deslumbrarla>>.

Más que un claro monumento histórico es una cita incidental malhumorada. La intención del filósofo no era testimoniar el incendio, sino mostrar su desprecio por la afición desmedida de algunos contemporáneos suyos a poseer muchos libros que luego no leían. Los libros en aquellos tiempos, como ha sucedido en varias circunstancias históricas y sucede en nuestros días, daban a sus dueños un orgulloso sentimiento de superioridad proporcionado por su simple posesión. Para el propósito de Séneca, la acción de los Tolomeos, que habían reunido tal cantidad de libros, era elocuente y mucho más si podía sugerirse que su vanidoso esfuerzo encontró la justa recompensa, acabar en cenizas.
La primera noticia completa del incendio total de la Biblioteca se encuentra en Plutarco, 46-120 d.C., que escribe siglo y medio después y afirma Vida de César, que el incendio, se <>. La noticia parece completada en la biografía de Antonio, al dar cuenta de la denuncia formulada en el Senado por Octavio contra Antonio. Calvisio, amigo del primero, en la enumeración de los delitos de Antonio por sus amores con Cleopatra, denuncia que << había donado a Cleopatra las bibliotecas de Pérgamo, en la que había doscientos mil volúmenes distintos>>.
Plutarco fue hombre de mucha lectura y frecuentador de bibliotecas. Por ello en su obra cita a más de doscientos autores; pero lamentablemente no indica en cuál se ha basado para afirmar la destrucción de la Biblioteca. Es presumible que las citas de las dos biografías guarden alguna relación, es decir, procedan de una misma fuente, una tradición contraria a Antonio, al que se achaca el traslado de la Biblioteca de Pérgamo, que transformó una vaga noticia de rollos ardiendo en el muelle, en el incendio de la gran Biblioteca de la Antigüedad.
Suetonio, 70-160, no menciona el incendio en su Vida de César, aunque la explicación puede estar en que la noticia de la guerra de Alejandría es muy corta, como tampoco lo menciona otro escritor posterior, griego nacido en Egipto, que escribía a principios del siglo tercero, Ateneo. Lector avidísimo, cita en elBanquete de los sofistas, más de un millar de libros e infinitas anécdotas y curiosidades, algunas de ellas referidas a la Biblioteca y al Museo.
Como el papiro era exportado a Roma en grandes cantidades, no tendría nada de particular que hubiera ardido en los muelles un cargamento de rollos en blanco, que el rumor convirtió con el tiempo en los fondos de la Biblioteca de Alejandría.
Aulo Gelio, c. 123-168, autor que merece poca fe porque gustaba de narrar historias de muy dudosa autenticidad, cuando no son totalmente falsas, en susNoches Áticas, dice <la Primera Guerra
de Alejandría, no de manera intencionada o por orden de alguien, sino accidentalmente por los soldados auxiliares.

Dion Casio, c. 160-235, en su Historia de Roma, describe con detalle la lucha entre Aquila y César y dice que muchos lugares fueron incendiados, y como consecuencia, ardieron almacenes de grano y de libros excelentes y en gran número.
Amiano Marcelino, final del siglo cuarto, en suHistoria de Roma, refiriéndose al Serapeo, dice que en él hubo bibliotecas de enorme valor, y antiguos documentos afirman que 70.000 volúmenes, que habían sido reunidos por el gran interés de los Tolomeos, fueron quemados en la guerra de Alejandría cuando la ciudad fue saqueada, en tiempos del dictador César. Finalmente el español Osorio, escribiendo ya en el siglo quinto, en su Historia adversus paganos afirma que ardieron 40.000 libros que accidentalmente, forte, estaban en los edificios próximos a la costa. El adverbio forte ha llevado a la sospecha de que libros de la Biblioteca habían sido almacenados en el puerto porque César tenía el propósito de embarcarlos para Roma como trofeo.
Resumiendo, es seguro que el incendio no afectó ni al palacio ni a los edificios que ocupaban el Museo y la Biblioteca y es probable que tampoco a los libros de ésta y que, si ardieron algunos rollos en el puerto, serían rollos en blanco preparados para la exportación.   

La Biblioteca y el Museo remontaron esta posible crisis. Plutarco y Dion Casio los visitaron a finales del siglo I y Luciano y Galeno, ya dentro del siglo segundo. Ambas instituciones siguieron vivas pues el puesto de los reyes como protectores pasaron a ocuparlo los emperadores, y esta protección se mantuvo al menos durante los dos primeros siglos, y por ejemplo, la de Adriano fue extremadamente generosa. Sin embargo, es de suponer que la ayuda económica para el sostenimiento de la colección bibliográfica o para la adquisición de novedades, a la larga disminuyera.
Otro grave incidente que pudo afectar a la Biblioteca fue la rebelión, segunda década el siglo segundo, de los judíos contra Trajano, que originó y fue sofocada con gran violencia. Más graves, y de mayores consecuencias, fueron las luchas que se produjeron en la segunda mitad del siglo tercero, cuando, además, la situación económica del Imperio había empeorado y el interés de los emperadores, agobiados por graves problemas políticos y militares, disminuido.
En tiempos del emperador Galieno, 265 d.C., el prefecto de Egipto, L. Mussio Emiliano, se proclamó emperador y cortó el envío de víveres a Roma. Teodoro, general de Galieno, se apoderó violentamente de la ciudad, que quedó gravemente dañada. Poco después entraban en ella la tropa de Zenobia, reina de Palmira, cuyo marido Odonato, había creado un poderoso reino que detuvo el avance del naciente imperio Sasánida, y así se ganó el respeto de Galieno, que le colmó de honores. Valeriano, el sucesor de Galieno, acabó con el reino de Palmira, y según Amiano Marcelino, al recuperar Alejandría, la arrasó, quedando destruido gran parte del barrio Bruquión, el principal de la ciudad y donde estaba la Biblioteca, 272 d.C.
Es probable que la gran destrucción del barrio de Bruquión, que pudo afectar al edificio y a los libros de la Biblioteca, no se produjera en tiempos de Valeriano sino un cuarto de siglo después, en el año 296 durante una nueva conquista de la ciudad sublevada que llevó a cabo personalmente Diocleciano después de un duro asedio de ocho meses.
El cuarto fue un mal siglo para la Biblioteca por el triunfo de Constantino, que trasladó la capital a la vieja Bizancio y nueva Constantinopla y reconoció y protegió al cristianismo. Roma, capital del Imperio, no había ensombrecido el rango de Alejandría dentro del mundo helénico. Constantinopla era una poderosa rival por estar dentro de él. La Biblioteca y el Museo fueron instituciones creadas al servicio de la cultura clásica pagana y su continuación no resultaba fácil bajo la dependencia de un régimen político que la perseguía.
Por otro lado, el cristianismo fue para el pueblo egipcio, que se sentía sojuzgado por los griegos detentadores del poder, un cauce de sus sentimientos nacionalistas, y de ahí que se creara un alfabeto especial, bien es verdad que a base de añadir seis letras al griego, para difundir en la lengua nacional, el copto, los evangelios y una abundante literatura religiosa sobre temas teológicos y litúrgicos. El pueblo egipcio dejó de sentir como propios el Museo y la Biblioteca por su doble carácter helénico y pagano.
El fanatismo y la violencia en los sentimientos religiosos, no fueron exclusivos de los hombres del pueblo, entre los cuales proliferaron monjes siempre dispuestos a las algaradas callejeras y anacoretas entregados en el desierto a una vida de renunciación y exaltación combatiendo las tentaciones y los espíritus malignos.
También alcanzaron a las altas dignidades, como a Atanasio, que ocupó la sede de Alejandría durante el segundo y tercer cuarto de siglo y cuya defensa del catolicismo, frente a los emperadores que favorecían el arrianismo, le valió persecuciones y repetidos destierros, o a Teófilo, que rigió la sede entre 385 y 415 y se distinguió por su polémica y sus intrigas contra Juan Crisóstomo, obispo de la propia Constantinopla, cuyo destierro consiguió.
El comienzo de su mandato coincide con el reinado de Teodosio, 375-395, el primero de los emperadores que no quiso tomar el título pagano de pontífice máximo y que se empeñó en acabar con la herejía y con el paganismo. Teófilo consiguió que el emperador le autorizara la destrucción del Serapeo, 391, el gran templo pagano que era la esencia misma de la monarquía tolemaica. Es probable que entonces se produjera el cierre del Museo y de la Biblioteca, pues Teodosio no iba a permitir que fuera sostenida con fondos oficiales una institución esencialmente pagana. Según la Suda, enciclopedia compuesta en Bizancio a finales del siglo X, el último huésped del Museo fue el matemático Teón, que vivió en la segunda mitad del siglo cuarto.

La desapareción del Museo y de la Biblioteca no supone necesariamente la de las colecciones de libros que hubieran podido salvarse de las intervenciones militares de la segunda parte del siglo tercero. Por lo que atañe a la segunda biblioteca, la del Serapeo, hay que tener en cuenta que Teófilo, hombre muy culto y degustador de los escritos clásicos, que tomó la iniciativa de destruir el templo y los elementos de culto, no pudo dar el mismo trato a los libros. Es de suponer que los que pertenecían al Serapeo fueran trasladados a lugar seguro o que sencillamente la destrucción no afectara al edificio o instalaciones de la biblioteca del templo.
A pesar de que fueron destruidos los templos paganos y perseguidos el culto de los dioses, no lo fueron las personas. El caso de la bella  Hipatia es una excepción. Hija del citado Teón, fue una de las inteligencias más sobresalientes de su tiempo. Profesaba ideas platónicas, fue buena matemática, como su padre, y sus clases gozaron de justa fama. A ellas concurrió Sinesio de Cirene, quien, no obstante haberse educado en la tradición clásica, terminó de obispo de Tolemaida por recomendación de Teófilo, su amigo. La amistad de Hipatia con Orestes, prefecto de Alejandría, que había chocado con Cirilo, sobrino y sucesor de Teófilo, la hizo impopular entre los exaltados partidarios de éste y le costó la vida, 415. Fue sacada de su coche en plena calle y arrastrada por el suelo hasta una iglesia próxima donde murió a causa de los golpes recibidos. Para los nacionalistas cristianos este asesinato significó la muerte de la idolatría pagada.
El propio Cirilo, solo con éxito parcial, intentó acabar con los estudios de filosofía que se impartían en una escuela superior o universidad, pues en la segunda mitad de este siglo quinto, Horapollon, autor de una obra sobre Alejandría y otra sobre jeroglíficos, confiesa, en un papiro conservado en El Cairo, que seguía entregado a la enseñanza de la filosofía en una escuela universitaria que él dirigía, continuando una larga tradición familiar.
En un ambiente tan poco propicio y peligroso no tardaron en desaparecer los estudios clásicos, como sucedió en Grecia, pero aquí el fanatismo de los religiosos egipcios llevó a la esterilidad intelectual. La misma suerte irían corriendo los rollos de papiro. No había dinero para reponer los gastados por el uso o maltratados por los años, ni para adquirir nuevas obras.
Por ello es absurdo pensar que la Biblioteca pervivió hasta la conquista musulmana y que el general Amrú, el conquistador del país, procedió a la destrucción y a la quema de los libros, según una fantástica leyenda. La narra con lujo de detalles, Alí ibn al-Kiftí, 1172-1248, egipcio de origen árabe y autor de varios libros de erudición, entre ellos Tarij al-Hukama, donde cuenta que un jacobita llamado Yahya, obispo de Alejandría pidió permiso a Amrú para utilizar los libros de la famosa Biblioteca, que estaban incautados y a nadie aprovechaban. El general no se atrevió a dar la autorización sin el previo conocimiento del califa Omar, al que le consultó el caso. La contestación fue que si el contenido estaba de acuerdo con la doctrina del Corán, eran inútiles, y si tenían algo en contra, debían destruirse. Así que Amrú los distribuyó entre las numerosas casas de baño y eran tantos que éstas tuvieron combustible para seis meses.
La leyenda muy bien pudo nacer, por un lado, de la gran impresión y desconfianza que en los analfabetos árabes, recién salidos del desierto, debieron de causar los numerosos rollos de papiro y los códices que encontraron en abundancia con textos documentales, literarios, religiosos y científicos; por otro, de la necesidad de explicar la desaparición de la biblioteca, cuya existencia se conoció más tarde en el mundo musulmán cuando se tradujeron las obras de los grandes filósofos y científicos griegos al árabe.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

Alejandría versus Pérgamo: rivalidad entre célebres Bibliotecas / Antonio Valera Espín


Las relaciones entre las dos bibliotecas más conocidas de la historia no llegaron a ser excesivamente cordiales

Bibliotecas hubo muchas en la antigüedad, muchas ha habido después y muchas habrá en el futuro (eso esperamos) pero ninguna tan conocida en la historia como la de Alejandría. Un documental de renombre, "Cosmos", la serie dirigida y presentada por el científico y escritor Carl Sagan, habla de manera extensa de esta biblioteca para dejar clara la importancia cultural que llegó a tener en un dilatado periodo de la historia de la humanidad.
A su sombra existía otra biblioteca que pretendía quitarle protagonismo en la noble tarea por atesorar cultura, la de la ciudad de Pérgamo. La relación entre estas dos bibliotecas no fue totalmente colaborativa.

La biblioteca más célebre (hasta el momento)

La biblioteca de Alejandría se construyó a comienzos del siglo III a. C. a expensas del primer Ptolomeo, el general que bajo los auspicios de su soberano, Alejandro Magno, acabó siendo el primer faraón de la última dinastía egipcia.
Según las crónicas de algunos historiadores, su fundación se debió a Demetrio de Falero quien sugirió al nuevo faraón la construcción de un templo dedicado a las musas. Pronto una biblioteca formó parte de las instalaciones del museo y Demetrio la dirigió con el utópico objetivo de adquirir todos los libros del mundo. En su afán por lograrlo llegó a encargar a grandes eruditos hebreos la primera traducción completa del antiguo testamento al griego.
La política de los directores de la biblioteca, la mayoría de ellos grandes pensadores y escritores, era recopilar cualquier escrito. Se cuenta que hasta los barcos que atracaban en la ciudad eran registrados palmo a palmo en busca de libros. Se pagaba también a otras bibliotecas por el préstamo de originales para ser copiados. Uno de esos directores fue Eratóstenes (276-194 a. C.) que calculó casi con total exactitud el tamaño de la circunferencia de la Tierra (es decir, que doscientos años antes de Cristo este geógrafo ya conocía la verdadera forma de nuestro planeta). Otros directores fueron gramáticos como Aristófanes de Bizancio (257-185 a. C.), o poetas como Apolonio de Rodas (¿?-246 a. C.), autor de "Las argonáuticas". Sólo intelectuales de alta talla eran elegidos para el honorífico cargo.

Las mejores colecciones de libros de la antigüedad

La biblioteca creció y creció hasta convertirse en la más importante de occidente. Pero no fue sólo su enormidad lo que la convirtió en la biblioteca más célebre de la historia sino las grandes obras que contenía, la mayoría de las cuales desaparecieron con su destrucción. Si se hubieran conservado sus fondos, ahora podríamos disfrutar, por poner un ejemplo, de todas las obras de Sófocles, Esquilo o Eurípides.
No eran menos interesantes los anaqueles de la biblioteca de Pérgamo pues en ellos se apoyaban las obras de los grandes pensadores de la Atenas clásica, y no sólo las obras completas de Aristóteles formaban parte de su catálogo sino también las de autores a los que sólo conocemos por referencias. Que el desarrollo de la ciencia hubiera sido más rápido si se conservaran los colosales fondos que contenían las dos bibliotecas es la opinión de grandes pensadores y científicos de nuestro tiempo. A la sombra de sus libros se formaron importantes equipos de investigación.
Con una intención no del todo noble reforzaron la importancia de la erudición griega, pero pese a compartir una misma cultura, las dos ciudades se veían en ocasiones más como rivales que como amigas.

La rivalidad

La historia de la biblioteca de Pérgamo está en gran parte relacionada con la de Alejandría. Estos dos centros del saber fueron contemporáneas y compitieron entre sí por convertirse en el centro cultural del mundo. Tanto una como la otra pretendían conseguir el mayor número de obras y las de mayor calidad. La misión que dirigía a la biblioteca de Asia menor era convertir a Pérgamo en un nueva Atenas que repitiese los logros del pensamiento de los tiempos de Platón y Aristóteles. Las grandes obras de la Grecia clásica tuvieron sitio en esta gran biblioteca especializada en filosofía.
De la rivalidad o competencia que existió entre estas dos bibliotecas da cuenta la leyenda sobre la invención del pergamino. Egipto era el principal productor de papiro, el material sobre el que se escribían los libros. Aunque la biblioteca de Pérgamo siempre fue considerada la segunda en importancia, los directores de la de Alejandría llegaron a estar tan celosos de su importancia cultural que influyeron para que no se les vendiera más papiro. La reacción de la Biblioteca de Pérgamo fue sabia, buscaron una alternativa; inventaron un nuevo material a partir de pieles de animales que terminó llamándose "pergamino" en honor a la ciudad. Lo curioso es que resultó ser de mucha más calidad que el papiro.
No podemos estar seguros de que sea cierta esta leyenda pero sabemos que del fin de la biblioteca de Pérgamo fue responsable, involuntaria, su biblioteca rival. Marco Antonio ordenó saquearla para reponer como regalo a Cleopatra los fondos de la biblioteca de Alejandría que habían resultado destruidos en parte por los enfrentamientos entre los soldados romanos de Julio Cesar y los egipcios de Ptolomeo XIII en una batalla naval en las cercanías de la ciudad. Desde luego que no puede decirse de Marco Antonio que fuese un general respetuoso con los pueblos sometidos.
© Antonio Valera Espín

jueves, 29 de julio de 2010

Cleopatra y la Biblioteca de Alejandría

"Los edificios próximos al mar se incendiaron se levantó un viento las llamas corrían por los tejados a la velocidad de un meteoro "Lucano" 

"Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse ... Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje" Plutarco de Cleopatra
  

Soy Cleopatra VII, me contaron mis maestros del Gymnasion que Alejandro Magno compañero de Ptolomeo I, primer rey de Alejandría, era un erudito y estudioso, además de gran guerrero y conquistador un estratega. Tenía claro dónde debía de fundar nuevas ciudades y vio una oportunidad en el delta del Nilo de conectar la isla del Faro con un puente y crear la ciudad de Alejandría que sería la Capìtal de su Imperio pero de la que nunca pudo disfrutar. Alejandría cercana al lago de Mariotis se fundó bajo los planos del arquitecto Deinócrates de Rodas. Muchos de los Macedonios además de Hefestión y Ptolomeo hijo de Lagos que acompañaron a Alejandro en sus gestas fueron discípulos de Aristóteles. Con la muerte temprana de Alejandro a sus 33 años, doce años después de ordenar la fundación de Alejandría, sus generales se convirtieron en Sátrapas y no tardaron mucho en hacerse reyes y dueños de sus provincias. Se dice que Alejandro para entonces Shahanshah Rey de Reyes en Persia fue asesinado con estricnina por su esposa Roxana de Bactriana -Persia- la mujer más bella de Asia, una vez se aseguró de llevar un hijo del Magno  en su vientre por celos de su segunda esposa Estatira y viuda también preñada a quien se dice asesinó también y además porque el duelo de Alejandro por la muerte de su amante Hefestión, más hermoso que él si cabe, le pareció excesivamente prolongado; Roxana había aprendido el uso de la estricnina, poco conocido entonces en occidente, en la India donde acompañó al Rey de Reyes, se habían casado cinco años antes.

Ptolomeo I,  mi antepasado, era un hombre culto enamorado de los libros y quería tenerlos todos, de todas partes del mundo y no cejó hasta crear la Biblioteca Real en Alejandría, la terminó su hijo Ptolomeo II casi 80 años después de la muerte de Alejandro, la cual fue creciendo poco a poco hasta tener más de 700.000 libros. Cuenta Aristeo en sus cartas que se tradujo el libro sagrado hebreo al griego por los setenta, refiriéndose a que vinieron de Jerusalén 72 sacerdotes expertos y estuvieron encerrados en la isla del Faro hasta terminar, también cuenta "Yo estaba presente cuando el rey (Ptolomeo II )le preguntó a Demetrio de Falero (Encargado de la Biblioteca) cuántas decenas de miles de volúmenes hay y él le dijo más de veinte majestad pero voy a realizar todas las diligencias necesarias para llegar a los 500.000" Aquí estudiaron y trabajaron Euclides Arquímedes, Eratóstenes, Hiparco, Herón,  Herófilo y muchos hombres sabios más. heredé ese amor por los libros de los Ptolomeos.

Y por qué yo Cleopatra os cuento todo esto,  ahora que soy feliz, es porque mi paraíso que era la Biblioteca Real fue destruido por una guerra en mi nombre. Porque en la biblioteca Real me formé en cuerpo y alma y para mi cualquier biblioteca encierra el tesoro, el elemento más importante del hombre que es el conocimiento. Alejandría se convirtió con el tiempo en el templo de los hombre sabios, de los médicos, de los estudiosos, los matemáticos y la dinastía macedonia defendió siempre la libertad de todos los inmigrantes hasta de los soldados de cualquier origen y mercenarios. En los desfiles reales había bellas mujeres indias, vacas de pura raza de aquellos lares y paseaban por la ciudad monjes budistas. Alejandría era la Ciudad Abierta donde se hablaban muchas lenguas de las cuales he aprendido más de siete. Yo entiendo muy bien la pasión y el amor de Ptolomeo II por los libros y que diera dinero a Atenas para que le prestaran bajo fianza numerosos incunables y que después sólo devolviera las copias a cambio de perder la fianza de toneladas de plata. Los barcos que pasaban por los Puertos eran registrados y todos sus libros confiscados se estudiaban si no se tenían se hacían copias y se entregaban las copias a sus dueños y si sí se tenían se devolvían. Entonces se etiquetaban como "fondos de barcos" con el nombre del dueño si se conocía, el del autor, el del editor si eran mezclados symmigeis o no mezclados amigeis distinguiendo si contenía más de una obra o sólo una y finalmente el número total de líneas de texto que los componía luego se llevaban a los anaqueles de almacenes hasta su destino final la Biblioteca. Se pagaban 28 dracmas por 10.000 líneas de copistas y escribanos. Existía un libro de registro de entrada de los libros y un inventario para ayudar a los estudiosos y lectores y una guía crítica del contenido del libro. El edificio estaba al lado del puerto muy cerca del Arsenal y esa proximidad en su localización fue su desgracia como ahora relataré.

Pues bien, contaba yo con 14 años cuando ya di un discurso en griego, al morir mi padre Ptolomeo el flautista porque siempre estaba tocando la flauta me nombran Faraona con 18 años y regente junto con mi hermano menor Ptolomeo XIII, con el que me casó mi padre y al que hice poco caso y terminé asesinando más tarde, la verdad. Entonces adopté como idioma para referirme al pueblo el Egipcio, cosa que agradeció el pueblo pero en cambio se malinterpretó mi acercamiento a Roma por los señores macedonios-grecorromanos-egipcios  y me estalló una rebelión encabezada por mi hermano-marido. Afortunadamente Julio César que venía persiguiendo a Pompeyo por estas aguas al llegar a Alejandría se entera de que ha muerto Pompeyo y más tranquilo decide defenderme y restaurarme en el poder pero cuando se ve en una emboscada marina decide prender fuego a todos los barcos fondeados en el mar muy cerca del puerto en lo que se llamó la guerra de Alejandría y sin querer las llamas volaron más allá de su objetivo y prendieron fuego a los tejados del arsenal y una gran ventisca alcanzó también a  la Biblioteca y sus tesoros y César en su barco escapó hacia la isla del Faro. Vivimos juntos Julio César y yo dos años en Roma tuve un hijo suyo, pero luego volví a Alejandría. Se salvó mi reino pero se perdió mi alma en el dolor y la desesperación de los libros perdidos, tan es así que cuando me enamoré perdidamente de Marco Antonio sucesor de César y él de mí, a pesar de nuestro gran amor, aún estaba esa tristeza en mis ojos instalada, prendida…Y en Tarso refugiada bajo su cobijo él comprendió que algo había que hacer con mi añoranza por los libros perdidos que no se compensaban ni con tesoros, oros, poderes o reinos, y es allí cuando urde el plan. Y después de 4 años de ausencia me dio el mejor regalo de todos los tiempos, y juntos después de la victoria de Armenia volvimos con nuestros tres hijos a Alejandría y para celebrarlo llevábamos en nuestros barcos los 200.000 ejemplares de la Biblioteca de Pérgamo, la del Rey Attalo, para llenar de nuevo el gran vacío de Alejandría, me regalaba la que había sido la segunda biblioteca más importante del mundo y todo para hacerme feliz. Y créanme que lo fui.