El más grande
escritor español de todos los tiempos y uno de los mejores escritores
universales. Fue autor del libro más editado y traducido de la historia,
después de la Biblia.
Como en toda leyenda o mito, la historia del que es considerado
como el más grande escritor español de todos los tiempos y uno de los mejores
escritores universales, tiene momentos opacos o difíciles de confirmar. Jean Cocteau decía que “la leyenda es una mentira
que al final se hace historia”. Lo cierto es que en 1616, con diez días
de diferencia, pasaron a la inmortalidad William
Shakespeare y Miguel de Cervantes, los dos
autores más importantes de la lengua inglesa y castellana respectivamente,
cuyas historias están envueltas por el misterio.
Cervantes cuenta además con el mérito de haber escrito
la primera novela moderna: Don
Quijote de la Mancha, el libro más editado y traducido de
la historia, después de la Biblia.
Cuando en el siglo XVII Miguel de Cervantes Saavedra escribió el Quijote, sentó las bases de lo que
luego sería el género más exitoso de la literatura en los siglos subsiguientes
y aún hoy: la novela.
Grandes escritores de todo el mundo emularon la estructura en
capítulos, el desarrollo de los personajes, y la libertad creativa de la obra
cumbre de Cervantes. Una vez que las aventuras del hidalgo tuvieron sus
traducciones al inglés y al francés, fue el modelo a seguir para Goethe, Thomas Mann, Stendhal, Gustave Flaubert, Herman
Melville o Mark Twain, por decir algunos grandes
escritores, y de casi todos los escritores modernos hispanoamericanos,
que se declararon admiradores suyos.
El Quijote es, además, el primer best
seller de la era moderna. Y, como explica Harold
Bloom, en su tratado El canon occidental: “no hay dos
lectores que den la impresión de haber leído el mismo Quijote, y los críticos más
distinguidos todavía no han conseguido ponerse de acuerdo en los aspectos
fundamentales del libro”.
El dramaturgo, poeta y novelista español nació probablemente el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares, Madrid. Era el
cuarto de siete hermanos, hijos del cirujano-barbero Rodrigo de Cervantes y de
Leonor de Cortinas. Dicen que desde joven Cervantes comenzó a usar el segundo
apellido Saavedra, que se supone provenía de algún familiar remoto, pero no
sabe el motivo de la elección.
Cuentan que
estudió con los influyentes jesuitas en Córdoba o Sevilla y quizás también en
Salamanca. Pero poco se sabe de los estudios que cursara Miguel en su infancia
y adolescencia, aunque no parece que fueran los que hoy llamamos
universitarios.
Durante su
adolescencia vivió en distintas ciudades españolas hasta que con veinte años
cumplidos, abandonó España y emprendió camino a Roma, donde se puso al servicio
del cardenal Acquaviva. El motivo, según indican algunos documentos, fue
refugiarse tras herir a otra persona en un duelo y recibir una orden de castigo
y destierro.
Recorrió Italia, se enroló en la Armada española y en 1571
participó en la batalla de Lepanto,
donde perdió el movimiento del brazo izquierdo a consecuencia de un disparo de
arcabuz recibido en el pecho y el brazo. Desde ese momento, lo llamaron con el
sobrenombre de “el Manco de Lepanto”.
A pesar de su discapacidad, Cervantes siguió luchando en distintas batallas,
como las de Túnez, Corfú y Mondón.
Con 28 años,
regresaba a España en el año 1575 cuando fue apresado por los corsarios
berberiscos, que lo llevaron como esclavo a Argel, en donde sufrió cinco años
de cautiverio. Fue liberado tras pagar rescate en 1580 y al llegar a España
encontró a su familia en la ruina.
En 1584,
nació su hija Isabel de Saavedra tras una breve relación con Ana Villafranca (o
Franca) de Rojas, esposa de un tabernero. Un tiempo después, a los 37 años, se
casó con la hija de un hidalgo de Esquivias, Catalina Salazar y Palacios
Vozmediano, que tenía apenas 19 años de edad.
En su vida,
Cervantes siempre vaciló entre las armas y las letras, pero los años que perdió
en cautiverio truncaron su carrera militar y no pudo ejercer una carrera como profesor
de letras por falta de grados universitarios. Por lo tanto solo le quedó
aceptar un cargo en la burocracia real. No se rindió y se fue a Sevilla a
trabajar como comisario de abastos y recaudador de impuestos para la Armada
Invencible. En ese cargo, viajando de pueblo en pueblo por Andalucía, observó
de primera mano a pícaros, delincuentes, mercaderes, ricachones, moriscos,
gitanos y personas de toda índole que aparecerían luego en sus obras. Por esa
época y durante 15 años, escribió algunos de sus poemas sueltos, sonetos
laudatorios y novelas cortas.
Su trabajo
como recaudador culminó mal: lo encarcelaron por irregularidades en sus cuentas
-por un error de contadores- y cuando fue puesto en libertad viajó a
Valladolid, donde estaba afincada la corte del rey de España, Felipe
II. También había sido excomulgado tres veces al intentar cobrar a la
iglesia los impuestos que estaba obligada a pagar.
“Cada cual se fabrica su destino, no tiene aquí fortuna parte
alguna”, escribió alguna vez Cervantes y parece haber sido el lema de su vida.
Y aunque en 1585 publicó La Galatea y luchó, sin éxito, por destacarse en
el teatro, tomó el camino de la literatura, probablemente por consejo del
humanista López de Hoyos. Cervantes centró sus primeros intentos
literarios en la poesía y el teatro, géneros que nunca abandonaría. Su obra
poética abarca sonetos, canciones, romances, letrillas y otros poemas menores
dispersos o incluidos en sus comedias y en sus novelas.
Pronto fue
encarcelado nuevamente a causa de la muerte de un hombre delante de la puerta
de su casa –fue por el asesinato de Gaspar de Ezpeleta, herido en un duelo
nocturno relacionado con la mala fama de sus hermanas, una de las
cuales era monja y las otras dos, que vivían con él, tal vez ejercían la
prostitución.
Es posible que Cervantes escribiera el Quijote en alguno de sus varios períodos en la
cárcel a finales del siglo XVI, pero no se sabe con certeza. En el verano de
1604 estaba terminada la edición de la primera parte, que se publicó a
comienzos de 1605 con el título de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. El
libro, que comienza con la universalmente famosa frase de: “En un
lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo
que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor”, fue un éxito desde el primer momento, siendo leído por toda
la sociedad de la época.
Cervantes afirmó muchas veces que su primera intención era mostrar
a los lectores los disparates de las novelas de caballerías, que el Quijote era una parodia. Pero su significado
trascendió mucho más allá de su alegato contra los libros de caballerías. Simón Bolivar llevó el libro en las alforjas de su
caballo durante las guerras de la independencia americana. Y Ernesto “Che” Guevara llevaba una pesada edición en su
mochila, cuando fue capturado y fusilado en Bolivia. El guerrillero argentino,
en sus últimos días, fue descartando peso de su mochila para poder huir por la
selva boliviana, pero se resistió a abandonar a su Quijote. Dos simples anécdotas de
la importancia que ha tenido la obra de Cervantes para los que lo siguieron.
Incluso una palabra del diccionario de la Real
Academia Española permite adjetivar
las acciones de todos aquellos que emprenden un proyecto casi imposible, con el
término de “quijotesco”.
El reconocimiento obtenido con la primera parte del Quijote le permitió a
Cervantes reunir, en 1613, una serie de novelas cortas que escribió entre
1590 y 1612, en la colección conocida como Novelas ejemplares.
Tiempo después de la publicación de la primera versión del
Quijote, en Tarragona, en el año 1614 apareció una versión apócrifa escrita
bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien insultaba además en
el prólogo a Cervantes. Sostienen que pudo pertenecer a su rival y enemigo Lope
de Vega, pero no ha sido comprobado. Cervantes, para ese momento, tenía casi
terminada la segunda parte de su novela inmortal y tuvo que acelerar la
publicación. A ésta segunda parte la tituló El
ingenioso caballero don Quijote de la Mancha y apareció un año más tarde que el
Quijote falso, en 1615, incluso a partir del capítulo LIX ridiculiza al otro
Quijote asegurando la autenticidad de sus Don Quijote y Sancho Panza.
Por fin, en 1617 las dos partes se publicaron juntas en la ciudad de Barcelona
y desde entonces el libro se convirtió en uno de los más editados del mundo y,
con el tiempo, traducido a casi todas las lenguas.
En los años
sucesivos, Cervantes participó en justas literarias con otros escritores,
principalmente contra su rival Lope de Vega. Su fama se disparó y llegó a ser
uno de los españoles más conocidos fuera de España. No obstante, siguió
viviendo entre problemas económicos. Como dramaturgo, logró estrenar con
éxito varias comedias, pero sus contemporáneos no lo aceptaron como un gran
autor de teatro. Tuvo que soportar el triunfo arrollador de su eterno rival,
Lope de Vega, en la escena española.
En 1616, Cervantes cayó enfermo de hidropesía o de diabetes y el
22 de abril falleció en su casa en la calle del León, en Madrid, con pocos días
de diferencia con “El Bardo” Shakespeare,
del otro lado del Canal de la Mancha. Fue enterrado con el sayal franciscano,
en el convento de las Trinitarias Descalzas, vaya paradoja… en la actual calle
de Lope de Vega. Sus restos mortales se perdieron con el tiempo.
El legado de Cervantes es tan amplio que su apellido es sinónimo
de literatura y cultura española. Son innumerables los institutos de educación
y cultura, museos, premios, y bibliotecas que llevan su nombre en homenaje.
Entre los más conocidos están el Instituto
Cervantes y el Premio Miguel de Cervantes, el
galardón más importante de literatura en español.
Por Marcelo
Dosa.