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domingo, 30 de noviembre de 2014

El LIBRO que revela los secretos de Puerto Madero, el "Macondo" de los ricos


La periodista Alejandra Daiha    cuenta la historia de cómo el barrio más joven de Buenos Aires, construido por Menem, se convirtió en el parque de diversiones del progresismo kirchnerista. Infobae publica aquí un anticipo

"¿Qué hago yo metido acá?", pensó el ejecutivo de una multinacional que estaba a punto de cerrar un acuerdo comercial millonario. La charla se hacía larga y no podía disimular el malestar que le provocaba el encierro en ese cubículo transparente suspendido dentro de otra oficina, como un encastre de cajas chinas. Se sentía en una pecera.
Del otro lado de su corralito de vidrio, los empleados aprovechaban la ocasión de quedar convertidos en película muda.

Ya otras veces le habían pedido que las negociaciones importantes con ese poderoso empresario se hicieran en su estudio de Alicia Moreau de Justo. Por eso, al llegar aquella mañana, le llamó la atención que en el medio del salón hubiera un cubo colgante, al que se accedía por escalera.

"Vení, mejor conversemos en el cono del silencio", le dijo el anfitrión señalando el módulo de vidrio con espacio apenas suficiente para alojar dos sillones y un pequeño escritorio. Mientras avanzaban, el negociador, que jugaba de local, alardeó, con pedantería: "Ya no hace falta que le saques la batería al celular".
Acostumbrado a las medidas extremas de seguridad, nunca había visto un sistema de aislamiento contra escuchas tan sofisticado como esa guarida no apta para invitados claustrofóbicos, que pudo pasar por excentricidad decorativa si el dueño no hubiera querido presumir de su existencia. Le reveló con detalle las ventajas del sistema de vigilancia, que no solo impide la filtración de sonidos, sino que también inutiliza cualquier aparato electrónico que pudiera usarse en su interior. El dispositivo era una versión más sofisticada de las llamadas "jaulas de Faraday", que cumplen el mismo efecto de blindaje, pero son de metal y se instalan sobre las paredes interiores de una oficina sin ventanas.

El empresario tenía razón en ostentar su adquisición transparente con el nombre del modelo del Superagente 86, aunque este cono del silencio no se active pulsando un botón que hace caer una campana sobre el escritorio. Menos espectacular, aventaja al de la serie de televisión en que es real y anda. Preserva el monto de operaciones que se negocian a prueba de intromisiones en un vecindario en el que las oficinas comerciales funcionan con gran discreción, apenas conocidas por los clientes necesarios.
La imagen de dos tipos hablando adentro de un estrecho cubo transparente es la realidad de Puerto Madero vista con zoom. El hábitat de un objetivo paradójico, el de jactarse de las conquistas, pero ser invisible; hacer negocios invisibles. Y que el árbol —algún edificio destellante de vidrio y metal por fuera y mármoles por dentro— tape un bosque de frutos prohibidos.

Sus calles ventosas y desoladas, prolijas y limpias como ninguna otra de Buenos Aires, son la coartada perfecta para una existencia desdoblada: ahí afuera no pasa nada, mientras en sus edificios se cocina el lado B de políticos, empresarios y celebridades. Es que, en Madero Este, donde se levantan los grandes edificios, resulta muy fácil pasar desapercibido. Pertrechado contra el río, no es un lugar al que se llega, sino al que se va con un propósito. Casi todos en auto y directo a los estacionamientos subterráneos, y de ahí al ascensor con destino a un palier privado, lo que lo convierte en un territorio sin testigos. Solo las empleadas domésticas, los de comercio y corporativos de menor rango atraviesan a pie los puentes; las chicas maldiciendo que sus taquitos se claven en los pintorescos adoquines porque el transporte público no entra a esas calles. Apenas están los recorridos cercanos de las líneas de colectivos 4 y 2, diagramados mucho antes del boom inmobiliario, para llevar a los obreros que trabajan un poco más al sur, en la Central Térmica Costanera. Y la buena voluntad de algunas empresas como YPF, que dispone de combis para que los empleados que trabajan en su torre entren y salgan del barrio.Lo que sí hay es un tren eléctrico en desuso, que costó dos millones de euros y que hizo el recorrido absurdo de 16 cuadras en paralelo a Alicia Moreau de Justo por cinco años, antes de empezar a oxidarse a la espera de que la Legislatura porteña vote alguna iniciativa que lo recicle, como la de extender su recorrido hasta Retiro.

El aislamiento no es malo para todos. Una buena parte de los huéspedes de Puerto Madero llegó persiguiendo esa ilusión de invisibilidad que no aparece en los avisos de sus formidables torres, más dadas a competir por la excentricidad de sus amenities y el precio del metro cuadrado, aunque en dirección contraria a la lógica tradicional de cualquier mercado: cuanto más caro, mejor; ya se entenderá luego por qué.La garantía de complicidad que ofrece el barrio es tal que hasta se obtiene cobertura de silencio en caso de que la muerte sorprenda a sus usuarios en circunstancias inadecuadas.

No hay otro lugar de la ciudad del que se pueda sacar un cadáver con más sigilo si la escena final es impropia para su imagen, como ocurrió con el dirigente de un club deportivo cuyo corazón dijo "basta", en medio de una noche de pasión clandestina. La bella modelo que loacompañaba, devenida años después en mujer de un político ascendente, se esfumó del lugar antes de que se retirara al fallecido por el estacionamiento del edificio.

"Lo usen o no, yo creo que no debe haber empresario de peso que no tenga al menos un departamento en Puerto Madero", dice una comunera del PRO que vive en el barrio y planea comprarles vivienda también allí a sus hijos. Desde el escalafón más bajo de la política, la militante, que no hace nada por disimular su holgura económica, reconoce que el pied à terre ribereño es para los poderosos de este tiempo un consumo de su canasta básica: aspiracional y de estatus, entre quienes están en la base de la pirámide político empresarial; y utilitaria y de inversión para los del estrato superior, que alternan estadías en los días hábiles con una sistemática fuga los fines de semana, cuando el barrio se inunda de visitantes.

Asimismo, están las corporaciones que suman imagen instalándose en esta promesa de microcentro próspero lanzado a competir, desde sus cuevas financieras de elite, con la sombría city porteña del circuito formal.Las más grandes operaciones de la Argentina se hacen en las sedes que tienen los bancos en Puerto Madero. Más precisamente, en sus salas de firmas de escrituras, donde los clientes mueven con tranquilidad el dinero no bancarizado con destino de maletín. Y con custodia callejera de prefectura.

Pero como la punta de un iceberg gigantesco, el circuito financiero de Puerto Madero solo asoma cuando lo roza algún escándalo: SGI, más conocida como La Rosadita del Madero Center, con el minué mediático de Elaskar-Fariña; o la financiera Alhec, de Juana Manso 550, a la que sorpresivamente se le revocó la licencia para operar en la primavera de 2013, cuando nada alcanzaba para planchar el dólar blue.Después de funcionar cómodamente con una clientela muy cercana al poder nacional, pasó a ser sospechosa de girar al exterior dinero proveniente de pases irregulares de jugadores de fútbol.

"Esta causa es presidencial", le avisó Norberto Oyarbide, el juez a cargo, a alguien preocupado por el futuro de Alhec, desnudando el interés en el asunto de la mismísima Cristina Fernández. El azar hizo que sobre el magistrado emblema de la era K recayeran varias causas con epicentro en Madero, un barrio que desde sus orígenes sedujo al juez.

Pocos saben que cada tanto se acerca a rezar a la Parroquia Nuestra Señora de la Esperanza, aunque ya no lo haga con la disciplina de años atrás, cuando llegaba todos los viernes con un custodio para que el cura le diera una misa privada, lo que motivó que, en cierta ocasión, el párroco tuviera que limpiar de pecados a las apuradas a un ingeniero amigo que estaba de paso, para que oficiara de monaguillo.

Puerto Madero, el Macondo de los ricos, es así. Un imán que atrae a los personajes que marcan el espíritu de época desde 1990, camuflados entre la masa crítica imprescindible para que el barrio luzca habitado y vivo; los invitados de relleno a la gran fiesta sin cuya presencia todo lo invertido sería un fiasco. Gente que admira las ventajas de un lugar con diseño armónico, limpio y seguro, y que puede darse el gusto de vivir en una Little Miami, incluso más cara que la original. Un cupo fundamental de habitantes dispuestos a mostrarse porque, con el deambular de oficinistas, turistas que fotografían el más flamante ícono de argentinidad y domingueros nativos de paseo, no alcanza para superar el estigma escenográfico de ciudad Truman Show.

Ellos, los verdaderamente anónimos que sirven al anonimato camuflado de los otros, pertenecen a una subcultura puertomadereña que reemplazó el club house de los countries por el gimnasio y el solárium de estos placebos del aire libre. Aunque aquí se trate, más que de encuentro, de coincidencia.

Una vecina de Terrazas del Dique se pasó meses compartiendo sus rutinas de cinta y bicicleta fija mientras hablaba pavadas cada mediodía con un copropietario canoso al que recién reconoció como Ricardo Jaime cuando el exsecretario de Transporte quedó en el foco de los medios por escándalos de corrupción. Y abandonó el gimnasio. A diferencia de su sucesor, Florencio Randazzo, también vecino del barrio y el más fiel al gimnasio de su edificio.
Las anécdotas sobre los camuflados van de boca en boca, pero rara vez salen de la isla Madero. Como que el rico fulminante Ricardo Depresbiteris, alias "champancito" —el moyanista que en unos años pasó de ser chofer a millonario titular de la recolectora de residuos Covelia—, tiró todas las paredes para que su propiedad en el edificio Forum se convirtiera en un loft con vista al río de 1.800 metros cuadrados; o que las fiestas privadas de los miércoles, entre caballeros con buen dinero —políticos, sindicalistas, abogados mediáticos— en el tercer piso del Hotel Faena, están cada vez más animadas porque hay que hacerle fuerza a la competencia de Pony Line, el bar del Four Seasons, donde se puso de moda ir en busca de mujeres cotizadas.

No es un gusto para cualquiera. Antes de pagar por un rato de intimidad, se imponen los tragos. Y en una mesa de brindis repetidos para cuatro, se pueden evaporar muy pronto cinco mil pesos.

http://www.infobae.com/2014/11/28/1611881-el-libro-que-revela-los-secretos-puerto-madero-el-macondo-los-ricos

PUBLICADO en el Grupo Convocatoria a los Bibliotecarios -Facebook