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miércoles, 24 de abril de 2013

Fernando Báez: símbolo y resistencia de un bibliotecario comprometido con su tiempo. [Reportaje]



Siendo niño, una inundación se llevó su biblioteca, hecho que marcó para siempre su vida y su obra. Incursionó en numerosos espacios de las ciencias sociales, investigó sobre la destrucción de libros. Acaso sin saberlo, ha construido una épica desde el sentido ético de la disciplina. El hombre que un buen día decidió esclarecer con sus investigaciones los patrimonios destruidos de la humanidad, el mismo que ha logrado enfrentar adversidades y obstáculos con coherencia y sacrificio personal.
A la manera de un Rimbaud, el escritor venezolano ha conocido prácticamente todo Oriente Medio, ahora nos dice que está investigando sobre la ruta trashasariana de los libros, visitando pueblos y recogiendo testimonios. Cuesta imaginar el alcance de su obra.
Actualmente su causa es motivo de ejemplo para los bibliotecarios involucrados con el rol social. No deja de aprender y de enseñar, confiesa ser un nómade incurable, difícilmente alguien pueda llegar tan lejos en la profesión. Un concurso de ensayos bibliotecológicos sobre la censura y la destrucción de libros lleva su nombre, aún se recuerda su discurso, celebrado en la Biblioteca Nacional de Argentina en diciembre de 2006.
Feliz paradigma del bibliotecario comprometido con su tiempo.

Palabras clave:
MEMORICIDIO; PATRIMONIO CULTURAL; BIBLIOCLASTIA; ROL SOCIAL BIBLIOTECARIO

Noticia biográfica:
Fernando Báez, venezolano, asesor de la UNESCO para Medio Oriente, está considerado como una autoridad en el campo del patrimonio cultural y tráfico ilícito de bienes culturales. En 2003 visitó Irak como miembro de las dis­tintas comisiones de la UNESCO que investigaban la destrucción de las bibliotecas y museos en esa nación. Doctor en Ciencias de la Información y Bibliotecas, es autor de 17 libros. Actualmente vive en Egipto, acaba de recibir una beca del gobierno de Qatar para investigar la ruta transahariana de los libros en la historia de Europa, África y Medio Oriente. Algunos libros suyos más conocidos: La destrucción cultural de Irak (2005), El saqueo cultural de América Latina (2008), Nueva Historia universal de la des­trucción de libros (Destino, España, 2011). Es Premio Internacional de Ensayo Vintila Horia de Ensayo y Premio Nacional del Ministerio de Cultura de Venezuela, Premio Mejor Libro Extranjero en Brasil. Fue Director de la Biblioteca Nacional de Venezuela en 2008.

Entrevista:

¿Por qué la Bibliotecología?

Me apasionan los libros, su historia, su contenido, su conservación, su significado como patrimonio cultural. Ahora que casi no se habla de bibliotecología, sino de ciencias de la información, el término mantiene su arraigo como disciplina científica para el estudio de las bibliotecas, que contrario a los pronósticos no mueren sino que se transforman. La bibliotecología está hoy en día más viva que nunca precisamente porque en la sociedad de la información es un reto participar en los cambios que provoca la globalización asimétrica que vivimos.

¿Recordás en qué momento o circunstancia pasó por tu mente ser bibliotecario?

Lo supe desde que era joven porque de chico me crié en la biblioteca pública pequeña de mi pueblo, San Félix de Guayana, junto al río Orinoco que elogió Julio Verne en su obra El soberbio Orinoco. Allí me dejaba mi madre para poder ir a trabajar arreglando ropa o vendiendo empanadas y mi padre, como era un abogado honesto, intentaba conseguir trabajo con muy poca suerte. Criarse en una biblioteca popular te hace sentir orgullo cuando ves un anaquel, cuando hablas con un bibliotecario.


¿Qué opinas del rol social del bibliotecario?

Sin un rol social, un bibliotecario es un zombi de una estructura tecnológica formulada para deshumanizar a quien acude a las bibliotecas, que no son museos del libro sino también centros de formación, centros de alfabetización, centros de formación de ciudadanía, centros de debate, centros culturales para el fortalecimiento de un buen plan de lectura popular, centros para apoyar la diversidad cultural.


¿Que lecturas recomendarías para estudiantes de bibliotecología?

A los jóvenes que se inician en este extraordinario destino que es ser bibliotecario les recomiendo Farenheit 451 de Ray Bradbury, La biblioteca de noche de Alberto Manguel, Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal, La biblioteca de Babel de Borges, 1984 de George Orwell, La biblioteca desaparecida de Luciano Canfora, Un golpe a los libros de Judith Gociol y Hernán Invernizzi, Nadie acabará con los libros de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, y creo que les haría mucho falta estar claros en lo que les viene encima y deberían leer esa maravilla que es Ideas de Peter Watson.


¿Qué estás leyendo actualmente? Y ¿cuál lectura te impactó? (no importa la disciplina, puede incluir literatura)

Leo mucho, leo intensamente, he descubierto que no puedo no leer. Tuve la suerte de descubrir por mi cuenta la literatura árabe, incluso la de la época de Al Ándalus, y eso me ha enriquecido en los tiempos más cercanos como lo hizo en su momento la literatura griega. Leo sin horarios preestablecidos, por gusto, por capricho, porque sí, porque soy feliz al leer, porque en mi enfermedad actual es un alivio. Ahora acabo de culminar la lectura deCivilización de Niall Ferguson, y casi siempre releo mucho. A mi edad, la relectura es una rutina, volver a Aristóteles, a Platón, a Plutarco, a Montaigne, a Alfonso Reyes, a George Orwell, a Stevenson, al Popol Vuh, a los grandes poemas prehispánicos de nuestra grandes culturas ancestrales, a Epicteto, a Hermann Hesse, a Cees Nooteboom, a Elías Canetti, a Paul Bowles, a Paul Auster, a Flann O´Brien y a mi gran favorito Rafael de Nogales Méndez, un escritor olvidado en Venezuela que adoro por encima de todos los autores de mi país.


Un concurso de ensayos bibliotecológicos mereció tu nombre ¿qué representa para vos el concepto biblioclastía?

Ciertamente, ese concurso fue un homenaje que me llegó al alma, organizado por Tomás Solari, un hombre que se ha comprometido con las grandes causas de la defensa de los bibliotecarios y el generoso y valiente Hugo García. Ningún homenaje de gobierno alguno me ha conmovido como lo que sucedió en Argentina cuando pusieron mi nombre a un concurso sobre la censura y la destrucción de libros. Eso me marcó, me dio claridad sobre lo bueno y lo malo que vendría. Tú eres parte de esa generación maravillosa que participó y dejó su nombre en el volumen final que quedó del concurso y Biblioclastía fue y sigue siendo un volumen mítico organizado por Tomás Solari y Jorge Gómez publicado por Eudeba. Siempre se usó iconoclastia para referirse a fenómenos de destrucción cultural, pero biblioclastía es indispensable para comprender barbaries como la de los nazis en 1933 o la de los militares en el sur en la década de los ochenta.


Se habla frecuentemente de la lenta desaparición del libro, incluso en foros de bibliotecología ¿Qué te provoca esta situación?

Primero debemos preguntarnos qué es un libro. Un libro es ante todo una tecnología de la memoria cuyo contenido cultural puede ser leído, oído o palpado debido a su presentación impresa o electrónica en forma compaginada. El libro es un instrumento perfeccionado por la evolución cognitiva adaptativa como resolución de una profunda necesidad social explícita de plasmar una guía más duradera en la supervivencia en la transmisión de corriente de ideas, datos o narrativas.  El libro reafirma el lazo de identidad que proporciona el lenguaje. Elizabeth Eisenstein ha mencionado tres de los efectos más notables de la imprenta: el empuje de la revolución científica, la Reforma Protestante y el redescubrimiento de los clásicos en la Italia del Renacimiento. Pero hay más: el poder del libro se ha manifestado en la creación de obras que se hicieron sagradas desde sus tiempos manuscritos: entre la Torá y el Talmud (Judaísmo), la Biblia (Cristianismo), El Corán (Islamismo), los Vedas (Hinduísmo) sustentan nada menos que las creencias devotas de 4 mil millones de personas. Esto sin contar la influencia prodigiosa de las Analectas de Confucio o el Tao Te Ching de Lao-Tsé en los países asiáticos. Desde una perspectiva social, no hay duda que cuatro libros han tenido un impacto directo sobre grandes giros en la mentalidad de los pueblos a lo largo de décadas y décadas: la Ilíada de Homero, la Cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe, El origen de las especies de Charles Darwin y el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. Han sido tres revoluciones las que han modificado a la humanidad y cada una tiene que ver con el libro: el paso de lo oral a lo escrito, el paso de lo escrito a lo impreso y el paso de lo impreso a lo digital. En 2012, hay 192 países que son estados miembros de la ONU y otros 10 países no reconocidos, y en todos hay presencia de libros, algo que nunca antes había sucedido en el mundo. Decir que el libro está en sus finales es temerario porque ha llegado la era digital. Nadie cree que pueda cesar el lenguaje, pese al hecho indiscutible de que el hombre procede de especies que nunca supieron lo que era una palabra; nadie se atrevería sin soberbia a anunciar el fin de la escritura, que tiene sólo 5.500 años y el Homo Sapiens tiene 150.000 años. Pero hay un ensañamiento contra el libro desde sus comienzos y eso sigue. Es sorprendente.

Tus reflexiones sobre memoricidio y etnocidio permitieron vincular acciones de Estado con la depredación sistemática de la identidad ¿qué hay detrás del deseo por borrar la memoria y la identidad?.

Creo que el libro no es destruido como objeto físico sino como vínculo de memoria, esto es, como uno de los ejes de la identidad de un hombre o de una comunidad. No hay identidad sin memoria. Si no se recuerda lo que se es, no se sabe lo que se es.
A lo largo de los siglos, hemos visto que cuando un grupo o nación intenta someter a otro grupo o nación, lo primero que intenta es borrar las huellas de su memoria para reconfigurar su identidad. En el fenómeno del Auto de fé contra los libros es manifiesto que quienes lo realizan reconocen que no basta con el asesinato o encarcelamiento de un escritor o con el genocidio del pueblo que se ve retratado en el espíritu de ese texto. Es imprescindible ir a la raíz del problema y entender con suficiente precisión que el memoricidio es la base de la destrucción de obras y sus principales ideólogos están animados por un radicalismo que pretende instaurar verdaderas guerras de naturaleza política o religiosa. Así sucedió cuando quemaron los códices mexicas o mayas o los quipus incas, que fueron los primeros libros tridimensionales de la historia.

Fernando ¿qué fue lo que originó tu interés por investigar sobre la destrucción de los patrimonios?

Como he dicho, me crié en una biblioteca, pero la felicidad en que vivía se interrumpió abruptamente, porque el río Caroní, uno de los afluentes del río Orinoco, creció sin previo aviso e inundó el pueblo, no sin llevarse en sus corrientes los papeles que constituían el motivo de mi curiosidad. Acabó con todos los volúmenes. De esa forma, me quedé sin biblioteca, sin refugio y perdí parte de mi infancia, completamente arrasada por las oscuras aguas. A veces, en las noches siguientes, veía en sueños cómo se hundía La isla del tesoro de Stevenson y flotaba un ejemplar de Rubén Darío, Rómulo Gallegos o Ricardo Güiraldes. Ese terrible recuerdo ha dejado trazos indelebles en mi vida, mi obra.

A tu entender ¿Cual es el rol que debe cumplir una Biblioteca Nacional?

Es una pregunta difícil, mucha gente quiere saber por qué siendo el primer bibliotecólogo en ser Director de la Biblioteca Nacional de Venezuela apenas duré ocho meses. Voy a explicar qué sucedió porque me permitirá responder tu pregunta.
Mi experiencia personal en la Biblioteca Nacional de Venezuela fue una muestra de los duelos que tiene cualquier bibliotecario que quiera introducir cambios verdaderos. Llegue con todas las mejores expectativas, pero no me imaginaba que iba a encontrar un Instituto Autónomo escindido y resultó depender en la práctica del Ministerio de Cultura (sic), una Biblioteca con un reglamento anacrónico, un presupuesto enorme destinado en su 90% al pago de salarios, sin partidas suficientes de investigación y mantenimiento, con colecciones en peligro y con una visión pesimista del futuro entre los trabajadores y trabajadoras. Todo el mundo tenía grandes expectativas, algo complejo en un país hiperpolarizado políticamente entre los seguidores de Chávez y sus detractores, y la verdad es que no funcionó porque mi desconocimiento de la realidad venezolana era enorme debido a que había pasado mucho tiempo lejos.
Según el profesor Colin Higgins de Cambridge, en su ensayo "Library of Congress Classification: Teddy Roosevelt's World in Numbers?" (editado en la revista Cataloging & Classification Quarterly, Volumen 50, Nro. 4, 2012), yo he sido la primera persona en declarar una guerra cultural a la Biblioteca del Congreso de EEUU acusándola de imperialismo cultural, y eso los obligó a revisar sus catálogos y desacreditó su plan expansivo de participar en talleres de formación en América Latina, coordinados como instrumentos para transculturizar a nuestros pueblos por medio del sistema de información público. Yo rompí relaciones nada menos que con la IBM, que cobraba millones por manejar la base de datos desactualizada del catálogo principal de la propia Biblioteca en las instalaciones de una zona llamada Parque Central sin medidas de seguridad apropiadas; rompí relaciones con IFLA, que se ha convertido en una trinchera que sigue las pautas de EEUU en materia de información; rompí relaciones con trasnacionales que pretendían que se hiciera una licitación para un nuevo programa de catalogación con software privado.   
Para darte una idea de esa utopía que quise postular como plan de gestión, propuse una Biblioteca Nacional abierta las 24 horas, con una estructura multidimensional en lo tecnológico y cultural, propuse usar software libre en toda la Biblioteca, propuse integrar a los Colectivos Populares de los Barrios más pobres y a los Consejos Comunales. Propuse un Centro de Estudios de los Pueblos Indígenas y otro Centro de Estudios del Medio Oriente con Irán incluída, lo que causó un escándalo. Propuse y preparé los planos para construir la Gran Biblioteca Popular de Caracas en el Parque del Oeste, cerca de las instalaciones de un sitio que fue derrumbado y había sido una cárcel infame llamado Retén de Catia: quería que fuera un símbolo. Gané enemigos por todas partes, en todos los bandos, porque me resistí a ceder ante las fuerzas de un sistema de complicidades: duré ocho meses intensos que a muchos parecieron similares a un huracán. Irónicamente, la primera vez que se editó una Historia de la Biblioteca Nacional fue en mi gestión y ya tenía listos los diez primeros títulos de una colección de bibliotecología social. Se culminó el Primer Atlas de las Bibliotecas Públicas en Venezuela, que quedó inédito; se lanzó el Proyecto de Biblioteca Digital que buscaba integrarse a iniciativas de América Latina sin ayuda del monopolio de Google. Se implantó un Plan de Seguridad y se trajo a la Brigada Patrimonial del Ejército para proteger las instalaciones; se firmó un convenio con la UNESCO que quedó interrumpido para cursos y fortalecer el Centro de Conservación. Se firmó un convenio con Instituto de la Defensa Nacional para preparar un plan de protección del patrimonio bibliográfico. Durante la celebración de los 175 años de la Biblioteca logré que su imagen estuviera hasta en las tarjetas de teléfonos y la presencia mediática fue mundial porque diseñé una estrategia de choque frontal en todos los escenarios. Tuve la fortuna de tener un equipo de gestión de primera, sin esfuerzo colectivo hubiera sido imposible.
La Biblioteca Nacional de Venezuela, dicho sea de paso, era la hija mimada de EEUU, según la investigación que logré hacer:  fue hecha a imagen y semejanza de asesores de la biblioteca del Congreso desde 1953. Debo confesar que combatí el elitismo  intelectual, sin importar las consecuencias, no me interesaba jubilarme sino dar todo de mí en un momento clave del país y del mundo. Me las jugué todas contra el imperialismo cultural, y obviamente esta utopía provocó que me pidieran la renuncia, toqué intereses delicados y esto no iba a quedar impune. Me insultaron, me calumniaron con las barbaridades más injuriosas e inútiles, pagaron y estimularon una campaña de cagatintas irrelevantes para difamarme en portales de Internet, el propio Ministro de ese entonces (hoy destituido) usó todos los recursos que tuvo a su alcance para obligarme a renunciar, nunca me rendí porque nunca me rindo y el Ministro se vio obligado a solicitar un decreto desde la Vicepresidencia, de modo que se nombró un nuevo director (hoy también destituido ya) sin ejecutar legalmente mi salida. Alguien dijo que me querían preso y me alegré porque desde la cárcel podría producir un terremoto mediático internacional para alertar sobre lo que ocurría, tomando en cuenta que yo denuncié la destrucción cultural de Irak, se acobardaron y luego el tiempo me dio la razón para resistir toda infamia. Te confieso que no fueron ocho meses de tranquilidad sino de combate contra décadas de inercia, y todavía mi nombre es sinónimo de horror para los burócratas de izquierda o derecha, pero también es sinónimo de esperanza para los bibliotecarios jóvenes que quieren transformaciones que dejen atrás siglos de servidumbre cultural a EUUU en el manejo de la información. Y un día esto sucederá, quise dejar un antecedente.


Fuiste Director de la Biblioteca Nacional, escribiste libros, vivís dentro de la cultura de Oriente, estuviste en situaciones conflictivas, en Buenos Aires aún se recuerda tu encendido discurso sobre la destrucción de libros, defendiste un modo de entender el mundo ¿Como te ves dentro de unos años? ¿qué sigue? ¿te imaginás ligado a la docencia, a seguir publicando, tomar otros rumbos?

Me gusta el azar, soy un nómada incurable, Daniel. Hoy quiero conocer los sistemas de bibliotecas móviles de Medio Oriente y África y he visitado las bibliotecas de Camellos de Mauritania, Marruecos, Egipto y Malí, he recorrido parte de África ayudando a llevar libros a los niños, acabo de concluir dos libros de 600 páginas (en noviembre de 2012 sale el primero y es una sorpresa), estoy justo investigando la ruta transahariana de los libros, no hay un país del Medio Oriente que no haya recorrido, voy lo más lejos que puedo porque quiero dedicar mi vida a despertar la pasión por los libros, y me veo a mí mismo en marcha, en un rol social de apoyar a los más humildes y necesitados porque tenemos que vencer las barreras de un mundo que fomenta la competencia y no la solidaridad, un mundo que premia el egoísmo en lugar de reconocer que la cooperación es lo que hace humanos. Defiendo día tras día el patrimonio cultural porque es nuestra herencia, la que nos recuerda que nuestra supervivencia se debe a la revolución que pasó de la dependencia estrictamente biológica a la cultura.


Hace poco escribiste algo muy sentido sobre Hugo García, compartieron un encuentro memorable en la Biblioteca Nacional, recientemente se creó una Cátedra Abierta en su homenaje ¿qué recordás de aquel día?

Me entristece hablar de Hugo García porque ya está muerto y toda esa energía, toda esa ética, toda esa curiosidad, se ha perdido. Hugo era el mejor ejemplo de un bibliotecario con compromiso social. Pero por otra parte me siento orgulloso de haberlo conocido y compartido porque hoy puedo decirle a las nuevas generaciones que son hombres como Hugo García los modelos a seguir: todavía me viene a la memoria un escrito suyo sobre la censura, sus ideas sobre la formación, y la dirigencia sindical con conciencia crítica que necesitan las instituciones bibliotecarias. Para mí, Hugo García era uno de esos grandes seres que a su paso dejan una semilla para que sepamos que debemos insistir en el amor por lo que hacemos.


¿Cómo definirías a un bibliotecario?

Dado que han cambiado las condiciones en estos inicios del siglo XXI, un bibliotecario debe ser un activista del conocimiento al servicio de las transformaciones populares basadas en la transparencia de la información, en la defensa integral del patrimonio bibliográfico y un agente comunitario con una visión democrática que facilite la formación popular de un espíritu crítico y a la vez creativo, participativo, en las bibliotecas. Creo que el bibliotecario debe ser ante todo un luchador con responsabilidad social, partidario ante todo de la pluralidad cultural, defensor del libro como signo de identidad y con la capacidad de fomentar la lectura y la ciudadanía local y global. La crisis económica mundial ha puesto en evidencia que hay una corriente a favor de privatizar el conocimiento, recortar reivindicaciones laborales, constituir grandes latifundios informativos, y eso hay que enfrentarlo con principios cooperativos, con unidad sincera y consciencia popular.


¿Recordás la primera vez que entraste a una biblioteca? ¿como fue?

Borges dijo una vez que para él una biblioteca era el paraíso, uno de los mitos religiosos más potentes de las religiones conocidas. Para mí, que conocí la pobreza más ruda en mi infancia, una biblioteca siempre fue un refugio contra la desesperanza, contra la exclusión, contra la ignorancia, contra la soberbia, contra el dogmatismo. La primera vez que entré en una biblioteca de aldea era muy niño y mi madre me dijo: "Aquí te dejo junto a los que serán tus mejores amigos, los libros". Fue una iniciación, una forma extraordinaria de comprender que no sólo estaba en un lugar físico sino en una dimensión espiritual. Sin saberlo, la biblioteca se convirtió repentinamente en mi escuela para asumir con plenitud la importancia de la justicia, la vida y la memoria.

Nota: la entrevista fue publicada en la Revista Fuentes del Congreso de Bolivia en
Rev. Fuent. Cong., Diciembre 2012, vol.6, no.23. ISSN 1997-4485