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lunes, 17 de octubre de 2016

Creo que todavía soy peronista / por Rolando Hanglin

Hoy día, con 70 años, veo que aquella grieta terrible ha sido reemplazada por otra, sin la menor maduración
Recuerdo con dolor la vergüenza de ser peronista cuando tenía 7 años. El 17 de octubre, en las calles de Ramos Mejía reinaba un silencio absoluto. Ninguna celebración.
En aquellos tiempos, se nacía peronista como se nace negro, chino o sueco. Estaba en los genes y se robustecía de a poco, mediante gestos o palabras sueltas, porque a los chicos no se nos hablaba de política. Pero, de todos modos, resultábamos fanáticos de las mismas consignas que inflamaban a nuestros padres.
Padres. ¿A ver? Mi papá, Roddy, era hijo de ingleses y peronista desde la juventud. "¿Hijo de ingleses? ¡Qué raro!". Bueno, en realidad también estaban John William Cooke y Guillermo Patricio Kelly. Muchos años después, ya derrocado el General, mi padre —que era empresario de los que invitaron a Vance Packard a la Argentina— simpatizó con Arturo Frondizi. Y hoy día, si viviera, creo que sería partidario de Mauricio Macri. Es lo más parecido a Frondizi que yo haya visto.
Mi madre era profesora de Historia y simpatizaba silenciosamente con la línea San Martín-Rosas-Perón.
Atención: en aquellos tiempos no se hablaba de estas cosas. Nosotros vivíamos en un barrio que era la Perla del Oeste, donde el cien por cien de los vecinos era fervoroso gorila. Cantaban la marcha de los "Muchachos Peronistas" cambiando la letra, de modo que el estribillo resultaba "Viva Balbín, viva Balbín". El club Discobolo, donde me crié jugando al tenis y nadando en la pileta, era también netamente gorila. De modo que un niñito peronista escuchaba todos los días chistes y los rumores ofensivos contra Juan Domingo Perón y Evita.
Porque las simpatías políticas se transmitían mediante bromas y canciones. He escuchado mil veces, por ejemplo, que Perón era novio de Archie Moore, o que se hacía toquetear por las chicas de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que la jefa del peronismo femenino trabajaba en el Bajo, y otras mil historias que ya olvidé, como los apellidos de Tessaire, Satanowsky y Borlenghi. Se contaban, entre grandes carcajadas, los chistes de Carlos Aloé, el gobernador de la provincia, a quien se tildaba de bruto impresentable. Años después lo conocí personalmente; era un hombre ilustrado.
Cuando por fin me tocó —gracias al empuje de mis padres y una tradición familiar— ir al Colegio Nacional Buenos Aires, el cuadro volvió a repetirse. Todos gorilas. En el lenguaje elemental de los chiquilines —el mismo que manejaba yo—, pero con fisuras.
Por eso hablo de vergüenza. Recuerdo también que a media cuadra de casa, entre lindos jardines con rosas, dalias y malvones, había una herrería. Es decir, allí se cambiaban las herraduras de los matungos que arrastraban el carro del lechero, el botellero y otros. Para nosotros, los chicos del barrio, el trabajo del herrero era fascinante. Nos apostábamos en el portón de chapa para ver cómo el hombre calentaba al rojo vivo unas tenazas en el horno de ladrillos, y luego recortaba los vasos de los caballos. Fabuloso. Con un rico olor a cuero quemado. Pero el herrero había pintado en las chapas del techo "Viva Perón", y esto no le fue perdonado. Después de 1955 —nunca antes— circuló entre los vecinos un petitorio para que firmaran todos: se trataba de expulsar del barrio a la herrería de la calle Belgrano, porque despedía malos olores y atraía moscas. Mi padre se negó a firmar. "En realidad, lo quieren sacar porque es peronista", decía mi pobre viejo.
Había llegado, pues, la Revolución Libertadora. Nunca olvidaré que ese gobierno libertador prohibió pronunciar el nombre de Perón. ¿En nombre de la libertad? ¿No es algo raro? Los diarios tradicionales aludían a él como "el tirano prófugo" o el régimen depuesto. Mientras, se ocultaba el cadáver de Evita. ¿Para qué?
Ya no me importaba. En el colegio me había picado el bichito del marxismo, que era todavía peor que ser peronista: era la subversión, la militancia, la rebelión de los pobres heroicos contra los ricos egoístas. ¡No advertíamos que estos últimos éramos justamente nosotros! Y si alguien lo insinuaba, le decían: "Son las contradicciones del sistema".
Hoy día, con 70 años, veo que aquella grieta terrible ha sido reemplazada por otra, sin la menor maduración. Para colmo, veo a mi alrededor que muchas personas que antes hubieran sido gorilas —se nota en su cara y sus modales— se titulan orgullosamente de peronistas. ¡Pero si Perón murió! Está en la historia, como Juan Manuel de Rosas y el Che Guevara. Los últimos peronistas que conocí fueron Carlos Menem y Eduardo Duhalde. ¡Ah, perdón! Y el señor Lorenzo Pepe, que me extendió el carné honorario del Partido Justicialista, que conservo con amor.
Los argentinos tenemos un problema: no permitimos que las personas y los hechos entren en la historia. Simplemente entran en la amnesia. Entonces, Rosas contra Sarmiento, Lavalle contra Dorrego, Perón contra el almirante Rojas, Videla y Firmenich, las pasteras del Uruguay (?), las Malvinas, el 17 de octubre, todo es irrenunciable e imprescriptible. No se negocia.
Estas cosas merecerían una mirada adulta. Por ejemplo, dice Viriato Unía (mi abuelo, socialista pero católico) en sus Memorias, que el 17 de octubre se volcaron a la calle los desharrapados, los hambrientos, los postergados de la tierra. Hojeo los archivos de los diarios y veo en las fotos que los que "se lavaban las patas en la Plaza de Mayo" estaban de saco y corbata, aunque se refrescaban en las fuentes de la vía pública. ¡Los desharrapados somos nosotros!
Por lo menos ya no siento vergüenza. Pero es que los peronistas que veo alrededor son en realidad otra cosa, otra gente. Y es lógico, pertenecen a otra época. Yo seguiré porque ya es tarde. Nací en un hogar peronista. ¿Qué iba a salir? ¿Demoprogresista como Horacio Thedy?
Pertenezco al partido de las personas decentes, que estudian, trabajan y ahorran. Si al lector le parece demasiado simple, le propongo que lo piense un poquito más. Escuchemos lo que dicen "los que saben", pero no nos apuremos a creerles, porque estamos un poco grandes.

martes, 16 de octubre de 2012

El 17 de Octubre de 1945 / Raúl Scalabrini Ortiz


"Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la plaza de macho cuando inesperadamente enormes columnas de obrero comenzaron a llegar. Venía con su traje de fragilidad, porque acudía directamente de su fábrica y tres series. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade el parque de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente mis ojos desfilaban rostros atestados, brazos membrudos, torsos fornido, con las greñas al aire y las vestiduras escasa cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y aceites.

 Llegaban cantando y vociferando, y unido por una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita en la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridional europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en el que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.

El río, cuando crece bajo el empuje del sudeste, disgrega su masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajios con meandros improvisados sobre la arena, en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que ese es el anticipo de inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre de entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la diagonal.

Un pujante palpitar sacudió la entraña de la ciudad. Un hábito áspero crecía en las densas vaharadas venían, mientras las multitudes continuaban llegando.
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barranca. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanado en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el torneo de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio.

Era subsuelo de la patria, sublevado. El cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el sustrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente, en su primordialidad sin recatos y sin disimulo. Era el de nadie y es sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gama y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenido por la misma verdad que una sola palabra traducía. Perón!

En las cosas humanas el número tiene la grandeza particular por sí mismo. En ese fenómeno majestuoso que asistía, el hombre aislado es nadie, apenas algo más que un aterido grano de sombra que asimismo se sostiene y que el impalpable viento de las horas desparrama. Pero la multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río.

Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba así presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto.Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaron sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo.

Por inusitado ensalmo, junto a mí, yo mismo dentro, encarnado en una muchedumbre clamorosa de varios cientos de miles de almas, conglomeradas en un solo ser unívoco, aislado en sí mismo, rodeado por la animadversión de los soberbios, de la fortuna, del poder y del saber, enriquecido por las delegaciones impalpable del trabajo de las selvas, de los cañaverales y de las praderas amalgamando designios adversarios, traduciendo en la firme línea de su voz conjunta su voluntad de grandeza, entrelazando en una sola aspiración simplificada la multivariedad de aspiraciones individuales, o consumiendo en la misma llama los cansancios y los desaliento personales, el espíritu de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza de nuestras libertades, pleno en la confirmación de su existencia.

La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente, afirmando su derecho a implantar para sí mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu un desnudo de tradiciones, de abusos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares o intelectuales. Estaba allí desnudo y sólo, como la chispa de un suspiro: hijo transitorio de la tierra capaz de luminosa eternidad." 

lunes, 17 de octubre de 2011

17 de Octubre: Día de la Lealtad ( Texto de Scalabrini Ortiz y Video)

Acá tienen esa jornada historia relatada a través de los ojos Raúl Scalabrini Ortiz, y el discurso pronunciado por el Coronel PERON en la plaza de Mayo:

"Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la plaza de macho cuando inesperadamente enormes columnas de obrero comenzaron a llegar. Venía con su traje de fragilidad, porque acudía directamente de su fábrica y tres series. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade el parque de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente mis ojos desfilaban rostros atestados, brazos membrudos, torsos fornido, con las greñas al aire y las vestiduras escasa cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y aceites.

Llegaban cantando y vociferando, y unido por una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita en la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridional europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en el que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.

El río, cuando crece bajo el empuje del sudeste, disgrega su masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajios con meandros improvisados sobre la arena, en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que ese es el anticipo de inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre de entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la diagonal.

Un pujante palpitar sacudió la entraña de la ciudad. Un hábito áspero crecía en las densas vaharadas venían, mientras las multitudes continuaban llegando.
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barranca. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanado en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el torneo de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio.

Era subsuelo de la patria, sublevado. El cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el sustrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente, en su primordialidad sin recatos y sin disimulo. Era el de nadie y es sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gama y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenido por la misma verdad que una sola palabra traducía. Perón!

En las cosas humanas el número tiene la grandeza particular por sí mismo. En ese fenómeno majestuoso que asistía, el hombre aislado es nadie, apenas algo más que un aterido grano de sombra que asimismo se sostiene y que el impalpable viento de las horas desparrama. Pero la multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río.

Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba así presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto.Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaron sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo.

Por inusitado ensalmo, junto a mí, yo mismo dentro, encarnado en una muchedumbre clamorosa de varios cientos de miles de almas, conglomeradas en un solo ser unívoco, aislado en sí mismo, rodeado por la animadversión de los soberbios, de la fortuna, del poder y del saber, enriquecido por las delegaciones impalpable del trabajo de las selvas, de los cañaverales y de las praderas amalgamando designios adversarios, traduciendo en la firme línea de su voz conjunta su voluntad de grandeza, entrelazando en una sola aspiración simplificada la multivariedad de aspiraciones individuales, o consumiendo en la misma llama los cansancios y los desaliento personales, el espíritu de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza de nuestras libertades, pleno en la confirmación de su existencia.

La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente, afirmando su derecho a implantar para sí mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu un desnudo de tradiciones, de abusos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares o intelectuales. Estaba allí desnudo y sólo, como la chispa de un suspiro: hijo transitorio de la tierra capaz de luminosa eternidad."

domingo, 17 de octubre de 2010

Efemérides: 17 de octubre del 45;Las vivencias de Leopoldo MARECHAL

En vísperas de un nuevo 17de octubre de 1945 , conmemoración popular de la gesta denominada dia de la leltad, comparto con ustedes un aporte del Lic. J.D.Carbone quien divulgara en su facebbok, la experiencia de notable hombre de la cultura argentina, marginado por el establishment cultural pseudo progre-liberal : El gran LEOPOLDO MARECHAL (1900 - 1970), quien narró así sus contemporáneas vivencias en esa jornada histórica.

"Desde el centro, un rumor... Era muy de mañana y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacián necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín Garcia. Mi domicilio era este mismo departamento de la calle Rivadavia. De pronto nos llego desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavía. el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y enseguida, su letra:

"Yo te dare...!!!


te daré, Patria hermosa,


te daré una cosa,


una cosa que empieza con P...


PERON...!!!"


Y aquel "Perón" resonaba periodicamente como un cañonazo. Me vesti apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban, no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su lider. Era la Argentina "invisible" que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda.

Desde aquellas horas me hice peronista. Los tabajadores, aquellos protagonistas, sabían que todo lo que habían conseguido se lo debíal al General, y en una situación como la que se vivía no lo podían dejar solo."

(Palabras con Leopoldo Marechal por Alfredo Andrés,(1968) Extraido del libro "La jornada del 17 de Octubre" del libro "La jornada del 17 de Octubre" compilado por Fermín Chavez