Jóvenes  argentinos:
Llegamos, una vez más, a esta  histórica plaza para glorificar en el bronce al arquetipo de nuestra  nacionalidad, al más grande de los argentinos, al Padre de la Patria, al  General D. José de San Martín.
Me han pedido que yo haga una  alocución, probablemente con la intención de que encienda vuestro corazón de  patriótico reconocimiento al General San Martín. Yo prefiero improvisaros una  lección de historia, como las que he tenido por costumbre ofrecer durante  muchos años a mis queridos alumnos de la Escuela Superior de Guerra. 
La vida  de San Martín, constituye la más gloriosa de las de todos los argentinos de  nuestra historia. La vida de San Martín no es para ser solamente mentada: es  para ser imitada, para que sirva de ejemplo a los argentinos y para que desde  la muerte siga acaudillando a muchos millones de argentinos.
San  Martín fue el hombre de una causa, de ahí su extraordinaria grandeza. A esa  causa ofrendó su vida; a esa causa rindió su espada; para esa causa fue genio,  y por esa causa fue proscrito.
Corría  el tiempo de los años 1815-1816; en ellos parecía que la causa de la patria  estaba perdida, como si el sol de la libertad hubiera sido eclipsado por la  desgracia. El orden interno empezaba a entrar en la anarquía. Los caudillos  comenzaban a asomarse. La capitanía general de Chile, en poder del enemigo,  sólo obedecía a las órdenes de Marcó del Pont. El Alto Perú, dirigido desde  Lima, estaba totalmente en poder de los realistas. Paraguay se había segregado  del Virreinato. Uruguay, en manos de los patriotas, soportaba la amenaza de una  invasión portuguesa. En Cádiz se preparaba la más grande expedición que habría  arribado hasta entonces al río de la Plata. Solamente Buenos Aires era el  refugio de la independencia de estas tierras; el resto de América, donde no  gemían bajo el mando de la opresión, no creían ya en el milagro de nuestra  libertad.
Como  siempre ocurre en los tiempos difíciles, surgieron entonces en nuestra tierra  grupos de hombres flojos y grupos de hombres fuertes. 
Los  hombres flojos mandaron a un embajador para que se entrevistase con Lord  Strangford, embajador de S.M. Británica en río, a efectos de ofrecerle que  tomase el gobierno y asumiese la protección de estas tierras.
Se dijo  que la empresa de san Martín era una quimera inalcanzable. Se dijo más: que San  Martín era un ambicioso y un ladrón.
La  Historia –es verdad y es justicia o no es historia- ha debido reconocer el  extraordinario valor de San Martín frente a la confabulación de los otros.
San  Martín realizaba en Mendoza el trabajo que solamente realizan los grandes de  corazón y los grandes de ingenio. Pero los hombres flojos intentaron deponerlo  de su gobierno de Cuyo, para que no pudiese llevar a cabo la expedición  proyectada. El pueblo de Cuyo, tantas veces glorioso, se levantó entonces e  impuso por la fuerza a San Martín en el gobierno. Él, allí con los fuertes, con  los hombres a quienes la Patria todo les debe, levantó un ejército; con esos  pobres paisanos a los que hoy recordamos en el Soldado Desconocido de la  Independencia; con ese pueblo que dio todo a la Patria; con ese pueblo jalonó  los caminos de América con los signos de las cruces de sus sepulturas, mientras  cuatro politicastros seguían difamando y calumniando al Gran Capitán de los  Andes.
Mediante  ese corazón bien templado se paró al enemigo en el Norte, se transpuso los  Andes, se cubrieron de gloria en Chacabuco, glorificaron hasta el numen de esos  hombres extraordinarios en Cancha rayada y Maipú. Después el Perú; después el  ostracismo. Esa es la historia de ese hombre que al volver varios años más  tarde al Río de la Plata, rehusó el gobierno diciendo que quería dar a los  hombres que tanto mal habían hecho a la república, el ejemplo de demostrarles  la diferencia que hay entre un hombre de bien un malvado, según textuales  palabras.
Él sólo  fue el hombre de una causa: la causa de la Patria. No lo entristecieron ni la  calumnia ni la intriga, porque el corazón granítico de los hombres templados en  la lucha no cede ni ante la acción destructora del tiempo, ni ante la calumnia  o la intriga de los hombres. 
Por eso  San Martín es dos veces grande: venció al enemigo y se venció a sí mismo con un  renunciamiento que lo hizo más grande entre los grandes.
Jóvenes  argentinos: Esa es la lección que en los tiempos perdurará mientras haya un  argentino de corazón bien templado.
El mundo  está formado por hombres fuertes y por hombres flojos. Nuestra generación es la  generación de una causa. Hemos de luchar por ella si somos fuertes o iremos a  pedir la ayuda a terceros si somos flojos. 
No  debemos ir a buscar ejemplos ni imitaciones en ninguna parte, cuando tenemos en  nuestra historia la página más pura que la humanidad ha producido hasta  nuestros tiempos. No debemos buscar inspiraciones extrañas cuando el General San  Martín, allá en los Andes, hace más de cien años, dejó escrita para todas las  generaciones la gloria y la forma de alcanzarla. 
17 de  Agosto de 1948

 
 
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