En 2007, Cristóbal
Peña publicó la premiada investigación “Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet”, que fue el punto
de partida para su nuevo libro, “La secreta vida literaria de Augusto
Pinochet”. Ahora vuelve sobre el tema para cuestionar la decisión del Ejército
de mantener el nombre de la biblioteca de la Academia de Guerra:
Presidente Augusto Pinochet Ugarte. Es ahí donde se forman los militares que
dirigirán el Ejército y a juicio de Peña, agrava el dolor de las víctimas de la
dictadura, además de tener una fuerte carga simbólica de lo que es el Ejército
a 40 años del golpe.
En septiembre de 1989, a seis meses de dejar
el gobierno y atrincherarse en la comandancia en jefe del Ejército, Augusto
Pinochet montó una ceremonia a su medida. Acompañado por colaboradores,
ministros y leales de toda hora como el general Manuel Contreras, Pinochet llegó
hasta la Academia
de Guerra para donar cerca de 30 mil libros que había comprado con fondos
públicos. No era una cifra para desestimar. Casi equiparaba al número de
títulos de la
Biblioteca Central que el Ejército de Chile había acumulado
en toda su historia.
Hubo un discurso pronunciado por quien
se imaginan y un libro de visitas en que el mismo hombre que se imaginan
escribió lo siguiente:
“Aquí encontrarán los jóvenes chilenos conocimientos acordes a los
tiempos modernos y necesarios para conocer también nuestra historia y dar fé
(sic) que somos un pueblo valioso.Augusto Pinochet Ugarte”.
A contar de entonces, y hasta estos días, la principal biblioteca
del Ejército de Chile se llama Biblioteca Presidente Augusto Pinochet Ugarte.
Está en el Campo Militar de La Reina , a un costado de la Academia de Guerra, y
contiene los fondos de lo que fue la Biblioteca Central
del Ejército y el Instituto Politécnico Militar. Pero además de biblioteca, es
un centro de culto y adoración, y no sólo por el óleo de grandes dimensiones en
que un saludable general Pinochet, de ojos celestes y cachetes rosados, da la
bienvenida a los usuarios: al fondo de la sala, en un amplio espacio anexo,
está la reproducción del despacho que el dictador ocupó en La Moneda. Escritorio
de trabajo, busto de Napoleón, lienzo del escudo nacional, teléfono rojo
(crema, en este caso) y libros escritos por Pinochet y por varios de los
premios Nobel, Pulitzer y Goncourt. Todos juntos reunidos en una misma
estantería, como si Pinochet estuviera a la misma altura que los otros.
Biblioteca Presidente Augusto Pinochet
Ugarte. El solo nombre agrava el dolor de las víctimas de la dictadura. Y, de
paso, da cuenta de la influencia y el poder simbólico que aún hoy, con todo lo
que se sabe, Pinochet sigue teniendo en un Ejército secuestrado por su figura.
Uno puede entender que en 1989, cuando
se inauguró esta biblioteca, la oposición lo dejara pasar. Había muchas otras
urgencias en torno al viejo dictador, que iba rumbo a sus cuarteles de
invierno. Aunque con un poco más de esfuerzo, uno también puede entender que en
1997, cuando se inauguró la reproducción del despacho que el dictador ocupó en La Moneda , el gobierno de
entonces hiciera la vista gorda. Ya iba rumbo a su retiro, y había tantas otras
cosas más graves que se le habían aguantado. Pero a partir de 2001, cuando esa
biblioteca fue ampliada y reinaugurada con el mismo nombre, ya cuesta entender.
El viejo general volvía derrotado tras su detención en Londres y quizás, ya que
había un gobierno socialista, era hora de empezar a abolir los símbolos de la
dictadura. Pero nada. Los símbolos del pinochetismo permanecieron y siguen
permaneciendo al interior del Ejército, como si éste se mandara solo, como si
fuese una institución privada, ajena al poder político. Los ejemplos abundan en
la academia.
Aunque no están en los planes oficiales de estudio, los textos de
Pinochet siguen siendo obras de referencia para cadetes y aspirantes a
oficiales de Estado Mayor. Y en la nave central de la Academia de Guerra, a
pocos metros de su biblioteca, hay una galería de honor donde destaca la foto
de Manuel Contreras, ex director de la
DINA , que dirigió la academia entre enero y octubre de
1974. Por eso su foto.
En las aulas, Contreras fue el mejor
alumno de su generación. Pero fuera de ellas, fue todo lo contrario.Si eso
último no se considera relevante para quienes dirigen el Ejército, ¿cómo
entonces no suponer que en vez de arrepentimiento, hay orgullo del exterminio
del que fueron parte?
De todos los símbolos, el de la Biblioteca Presidente
Augusto Pinochet me parece el más significativo. Está vinculada a la Academia de Guerra, que
es el centro de la intelectualidad militar y representa su pensamiento y
doctrina. Ahí se forman y estudian los oficiales que dirigen y dirigirán el
Ejército. También los militares extranjeros que cada año vienen a estudiar con planes
de intercambio. Hoy hay de tres o cuatro países y se pasan las tardes en esa
biblioteca, con la figura vigilante de un general Pinochet al óleo.
En junio último la biblioteca fue
visitada por dos de las máximas autoridades militares argentinas, que deben
haberse sorprendido con el culto que le siguen rindiendo sus pares chilenos a
Pinochet. Los símbolos importan, y si en Argentina había alguna duda, esta se
disipó en 2004 cuando la Armada
de ese país descolgó el cuadro del almirante Emilio Massera desde el edificio
Libertad.
En Chile, ese mismo año, el general
Juan Emilio Cheyre pronunció un nunca más, asumiendo responsabilidad
institucional del Ejército en las violaciones a los derechos humanos. Fue un
gesto importante, pero Cheyre no se atrevió o no pudo o no quiso descolgar
ningún cuadro ni cambiarle el nombre a ninguna biblioteca.
Por voluntad propia, por convicción, el
Ejército no lo va a hacer. Ya no lo hizo. Entonces hay que forzarlo por medio
del poder político. Quizás exigir a los candidatos presidenciales que se
comprometan a ello, especialmente a quien lleva la ventaja. Es un asunto
simbólico, de acuerdo, pero también la constatación de que el poder político
está sobre el militar, y de que el Ejército, el Ejército de todos, a diferencia
de lo que ocurre hoy, tiene razones de sobra para avergonzarse de su pasado
reciente, no lo contrario.
Eso sí, para cambiar un nombre, hay que
tener otro de reemplazo.Quizás, para no entrar en disputas ideológicas, habría
que considerar el nombre del general Ramón Cañas Montalva. Es cierto que fue el
comandante en jefe en tiempos de la Ley Maldita de González Videla, pero además de
eso fue un militar notable, el hombre que Pinochet siempre quiso ser,
ilustrado, íntegro, un verdadero geopolítico. En fin. Hay tantos buenos
nombres. ¿Por qué quedarse con el peor?
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