La historia del Museo y de la Biblioteca de
Alejandría realmente debería haber acabado en el año 30 a .C. con la muerte de
Cleopatra y el final del reino de los Tolomeos, incorporado al naciente Imperio
Romano. Fueron ellos los que los crearon y sostuvieron por interés cultural y
por razones políticas. Se trataba de conseguir el reconocimiento del carácter
helénico del reino egipcio, que tenia una personalidad histórica y cultural muy
acusada, y de ocupar, dentro del mundo de las letras griegas naturalmente, un
puesto de primera fila, paralelo al que deseaban tener en política
internacional. El que los reyes y las reinas fueran o terminaran, en general,
siendo grandes aficionados a las letras, es algo más que una consecuencia
natural de la existencia de una gran colección de libros y de la personalidad y
fama de los poetas, filólogos y científicos que vivieron en el Museo. Es un
determinante de la monarquía tolemaica.
La
pervivencia de ambas instituciones hasta el siglo IV d.C., atravesando las
peripecias naturales de un período tan largo, en el que se produjeron graves
incidentes en la ciudad, cuyos habitantes, siempre fueron proclives a las
revueltas callejeras, y que no volvió a ser ni la residencia de una corte rica
ni la capital de un estado independiente, solo se puede explicar por el
prestigio cultural de que gozaron. Los romanos las admiraron como monumentos
tan increíbles como las pirámides.
Pero, por su estrecha relación con la dinastía, es
explicable que se creyera la leyenda de la destrucción de la Biblioteca en los
últimos años de la existencia del reino. Se trata del posible incendio de la Biblioteca y de la
quema de algunos o la mayoría de los libros en la llamada Guerra de Alejandría,
durante el ataque del general egipcio Aquila contra César, que se había hecho
fuerte con escasas tropas en los recintos del palacio. El general romano ordenó
incendiar unos barcos que había en el puerto para evitar que cayeran en manos
de los egipcios, que, de adueñarse de ellos, cortarían la comunicación con el
exterior y la posibilidad de recibir refuerzos. El incendio, avivado por un
fuerte viento, podría haber alcanzado a algunas instalaciones de tierra,
quemando libros depositados en el puerto, e incluso haberse extendido a la Biblioteca.
César en la Guerra Civil habla de la quema de los barcos, pero
no hace la menor alusión a la destrucción de la Biblioteca o de los
libros. Tampoco menciona el incendio de los libros de la biblioteca La Guerra de Alejandría, escrita probablemente por Hircio, amigo
de César, como continuación de la obra anterior, aunque dice que César ordenó
derribar unos edificios fronteros al palacio para dejar un espacio libre entre
éste y el resto de la ciudad en poder de los enemigos.
Tampoco
hace mención del incendio de la
Biblioteca ninguna de las obras conservadas de Cicerón,
contemporáneo del acontecimiento, y resulta raro que no le arrancara ningún
comentario un hecho de tal magnitud como la desaparición de la Biblioteca más
importante, con mucho, creada por el hombre, donde estaba recogida la casi
totalidad de la cultura griega, tan admirada por él.
También sorprende que Estrabón, que vivió en Alejandría
a los pocos lustros de estos hechos, y que debió de trabajar en la propia
Biblioteca recogiendo materiales para su obra, no haga ninguna referencia a su
incendio o a la destrucción de una gran cantidad de librasen su detallada
descripción de Alejandría y del Museo. Tampoco se menciona nada de esto en La Farsalia de Lucano, 39-65 d.C., donde se hace
una impresionante descripción poética del incendio, que saltó, desde los
barcos, a causa del viento, a las casas próximas y cuyas llamaradas brincaban
por encima de los tejados como estrellas fugaces sin encontrar materia
combustible.
La primera noticia conservada de la quema de los libros
como consecuencia de la acción militar aparece en Séneca, muerto en el año 65
d.C., en De tranquillitate animi, <> y añade < cura, y buen gusto, elegantia, de los
reyes. No hubo ni buen gusto ni tal interés, sino desmedida afición a los
estudios, incluso ni afición a los estudios, siquiera porque la Biblioteca se formó no
para que la gente aprendiera, si no para deslumbrarla>>.
Más
que un claro monumento histórico es una cita incidental malhumorada. La
intención del filósofo no era testimoniar el incendio, sino mostrar su
desprecio por la afición desmedida de algunos contemporáneos suyos a poseer
muchos libros que luego no leían. Los libros en aquellos tiempos, como ha
sucedido en varias circunstancias históricas y sucede en nuestros días, daban a
sus dueños un orgulloso sentimiento de superioridad proporcionado por su simple
posesión. Para el propósito de Séneca, la acción de los Tolomeos, que habían
reunido tal cantidad de libros, era elocuente y mucho más si podía sugerirse
que su vanidoso esfuerzo encontró la justa recompensa, acabar en cenizas.
La primera noticia completa del incendio total de la Biblioteca se encuentra
en Plutarco, 46-120 d.C., que escribe siglo y medio después y afirma Vida de César, que
el incendio, se <>. La noticia parece completada en la biografía de Antonio, al dar
cuenta de la denuncia formulada en el Senado por Octavio contra Antonio.
Calvisio, amigo del primero, en la enumeración de los delitos de Antonio por
sus amores con Cleopatra, denuncia que << había donado a Cleopatra las
bibliotecas de Pérgamo, en la que había doscientos mil volúmenes
distintos>>.
Plutarco
fue hombre de mucha lectura y frecuentador de bibliotecas. Por ello en su obra
cita a más de doscientos autores; pero lamentablemente no indica en cuál se ha
basado para afirmar la destrucción de la Biblioteca. Es
presumible que las citas de las dos biografías guarden alguna relación, es
decir, procedan de una misma fuente, una tradición contraria a Antonio, al que
se achaca el traslado de la
Biblioteca de Pérgamo, que transformó una vaga noticia de
rollos ardiendo en el muelle, en el incendio de la gran Biblioteca de la Antigüedad.
Suetonio, 70-160, no menciona el incendio en su Vida de César,
aunque la explicación puede estar en que la noticia de la guerra de Alejandría
es muy corta, como tampoco lo menciona otro escritor posterior, griego nacido
en Egipto, que escribía a principios del siglo tercero, Ateneo. Lector
avidísimo, cita en elBanquete de los sofistas,
más de un millar de libros e infinitas anécdotas y curiosidades, algunas de
ellas referidas a la
Biblioteca y al Museo.
Como
el papiro era exportado a Roma en grandes cantidades, no tendría nada de
particular que hubiera ardido en los muelles un cargamento de rollos en blanco,
que el rumor convirtió con el tiempo en los fondos de la Biblioteca de
Alejandría.
Aulo Gelio, c. 123-168, autor que merece poca fe porque
gustaba de narrar historias de muy dudosa autenticidad, cuando no son
totalmente falsas, en susNoches Áticas, dice
<la Primera Guerra
de
Alejandría, no de manera intencionada o por orden de alguien, sino
accidentalmente por los soldados auxiliares.
Dion
Casio, c. 160-235, en su Historia de Roma, describe con detalle la lucha entre
Aquila y César y dice que muchos lugares fueron incendiados, y como
consecuencia, ardieron almacenes de grano y de libros excelentes y en gran
número.
Amiano Marcelino, final del siglo cuarto, en suHistoria de Roma, refiriéndose al Serapeo, dice que en
él hubo bibliotecas de enorme valor, y antiguos documentos afirman que 70.000
volúmenes, que habían sido reunidos por el gran interés de los Tolomeos, fueron
quemados en la guerra de Alejandría cuando la ciudad fue saqueada, en tiempos
del dictador César. Finalmente el español Osorio, escribiendo ya en el siglo
quinto, en su Historia adversus paganos afirma que ardieron 40.000 libros que
accidentalmente, forte, estaban en
los edificios próximos a la costa. El adverbio forte ha llevado a la sospecha
de que libros de la
Biblioteca habían sido almacenados en el puerto porque César
tenía el propósito de embarcarlos para Roma como trofeo.
Resumiendo, es seguro que el incendio no afectó ni al
palacio ni a los edificios que ocupaban el Museo y la Biblioteca y es
probable que tampoco a los libros de ésta y que, si ardieron algunos rollos en
el puerto, serían rollos en blanco preparados para la exportación.
Otro
grave incidente que pudo afectar a la Biblioteca fue la rebelión, segunda década el
siglo segundo, de los judíos contra Trajano, que originó y fue sofocada con
gran violencia. Más graves, y de mayores consecuencias, fueron las luchas que
se produjeron en la segunda mitad del siglo tercero, cuando, además, la
situación económica del Imperio había empeorado y el interés de los
emperadores, agobiados por graves problemas políticos y militares, disminuido.
En
tiempos del emperador Galieno, 265 d.C., el prefecto de Egipto, L. Mussio
Emiliano, se proclamó emperador y cortó el envío de víveres a Roma. Teodoro,
general de Galieno, se apoderó violentamente de la ciudad, que quedó gravemente
dañada. Poco después entraban en ella la tropa de Zenobia, reina de Palmira,
cuyo marido Odonato, había creado un poderoso reino que detuvo el avance del
naciente imperio Sasánida, y así se ganó el respeto de Galieno, que le colmó de
honores. Valeriano, el sucesor de Galieno, acabó con el reino de Palmira, y
según Amiano Marcelino, al recuperar Alejandría, la arrasó, quedando destruido
gran parte del barrio Bruquión, el principal de la ciudad y donde estaba la Biblioteca , 272 d.C.
Es
probable que la gran destrucción del barrio de Bruquión, que pudo afectar al
edificio y a los libros de la
Biblioteca , no se produjera en tiempos de Valeriano sino un
cuarto de siglo después, en el año 296 durante una nueva conquista de la ciudad
sublevada que llevó a cabo personalmente Diocleciano después de un duro asedio
de ocho meses.
El
cuarto fue un mal siglo para la
Biblioteca por el triunfo de Constantino, que trasladó la
capital a la vieja Bizancio y nueva Constantinopla y reconoció y protegió al
cristianismo. Roma, capital del Imperio, no había ensombrecido el rango de
Alejandría dentro del mundo helénico. Constantinopla era una poderosa rival por
estar dentro de él. La
Biblioteca y el Museo fueron instituciones creadas al
servicio de la cultura clásica pagana y su continuación no resultaba fácil bajo
la dependencia de un régimen político que la perseguía.
Por
otro lado, el cristianismo fue para el pueblo egipcio, que se sentía sojuzgado
por los griegos detentadores del poder, un cauce de sus sentimientos
nacionalistas, y de ahí que se creara un alfabeto especial, bien es verdad que
a base de añadir seis letras al griego, para difundir en la lengua nacional, el
copto, los evangelios y una abundante literatura religiosa sobre temas
teológicos y litúrgicos. El pueblo egipcio dejó de sentir como propios el Museo
y la Biblioteca
por su doble carácter helénico y pagano.
El
fanatismo y la violencia en los sentimientos religiosos, no fueron exclusivos
de los hombres del pueblo, entre los cuales proliferaron monjes siempre dispuestos
a las algaradas callejeras y anacoretas entregados en el desierto a una vida de
renunciación y exaltación combatiendo las tentaciones y los espíritus malignos.
También
alcanzaron a las altas dignidades, como a Atanasio, que ocupó la sede de
Alejandría durante el segundo y tercer cuarto de siglo y cuya defensa del
catolicismo, frente a los emperadores que favorecían el arrianismo, le valió
persecuciones y repetidos destierros, o a Teófilo, que rigió la sede entre 385
y 415 y se distinguió por su polémica y sus intrigas contra Juan Crisóstomo,
obispo de la propia Constantinopla, cuyo destierro consiguió.
El comienzo de su mandato coincide con el reinado de
Teodosio, 375-395, el primero de los emperadores que no quiso tomar el título
pagano de pontífice máximo y que se empeñó en acabar con la herejía y con el
paganismo. Teófilo consiguió que el emperador le autorizara la destrucción del
Serapeo, 391, el gran templo pagano que era la esencia misma de la monarquía
tolemaica. Es probable que entonces se produjera el cierre del Museo y de la Biblioteca , pues
Teodosio no iba a permitir que fuera sostenida con fondos oficiales una
institución esencialmente pagana. Según la Suda, enciclopedia
compuesta en Bizancio a finales del siglo X, el último huésped del Museo fue el
matemático Teón, que vivió en la segunda mitad del siglo cuarto.
La
desapareción del Museo y de la
Biblioteca no supone necesariamente la de las colecciones de
libros que hubieran podido salvarse de las intervenciones militares de la
segunda parte del siglo tercero. Por lo que atañe a la segunda biblioteca, la
del Serapeo, hay que tener en cuenta que Teófilo, hombre muy culto y degustador
de los escritos clásicos, que tomó la iniciativa de destruir el templo y los
elementos de culto, no pudo dar el mismo trato a los libros. Es de suponer que
los que pertenecían al Serapeo fueran trasladados a lugar seguro o que
sencillamente la destrucción no afectara al edificio o instalaciones de la
biblioteca del templo.
A
pesar de que fueron destruidos los templos paganos y perseguidos el culto de
los dioses, no lo fueron las personas. El caso de la bella Hipatia es una
excepción. Hija del citado Teón, fue una de las inteligencias más
sobresalientes de su tiempo. Profesaba ideas platónicas, fue buena matemática,
como su padre, y sus clases gozaron de justa fama. A ellas concurrió Sinesio de
Cirene, quien, no obstante haberse educado en la tradición clásica, terminó de
obispo de Tolemaida por recomendación de Teófilo, su amigo. La amistad de
Hipatia con Orestes, prefecto de Alejandría, que había chocado con Cirilo,
sobrino y sucesor de Teófilo, la hizo impopular entre los exaltados partidarios
de éste y le costó la vida, 415. Fue sacada de su coche en plena calle y
arrastrada por el suelo hasta una iglesia próxima donde murió a causa de los
golpes recibidos. Para los nacionalistas cristianos este asesinato significó la
muerte de la idolatría pagada.
El
propio Cirilo, solo con éxito parcial, intentó acabar con los estudios de
filosofía que se impartían en una escuela superior o universidad, pues en la
segunda mitad de este siglo quinto, Horapollon, autor de una obra sobre
Alejandría y otra sobre jeroglíficos, confiesa, en un papiro conservado en El
Cairo, que seguía entregado a la enseñanza de la filosofía en una escuela
universitaria que él dirigía, continuando una larga tradición familiar.
En
un ambiente tan poco propicio y peligroso no tardaron en desaparecer los
estudios clásicos, como sucedió en Grecia, pero aquí el fanatismo de los
religiosos egipcios llevó a la esterilidad intelectual. La misma suerte irían
corriendo los rollos de papiro. No había dinero para reponer los gastados por
el uso o maltratados por los años, ni para adquirir nuevas obras.
Por ello es absurdo pensar que la Biblioteca pervivió
hasta la conquista musulmana y que el general Amrú, el conquistador del país,
procedió a la destrucción y a la quema de los libros, según una fantástica
leyenda. La narra con lujo de detalles, Alí ibn al-Kiftí, 1172-1248, egipcio de
origen árabe y autor de varios libros de erudición, entre ellos Tarij
al-Hukama, donde cuenta que un jacobita llamado Yahya, obispo de Alejandría
pidió permiso a Amrú para utilizar los libros de la famosa Biblioteca, que
estaban incautados y a nadie aprovechaban. El general no se atrevió a dar la
autorización sin el previo conocimiento del califa Omar, al que le consultó el
caso. La contestación fue que si el contenido estaba de acuerdo con la doctrina
del Corán, eran inútiles, y si tenían algo en contra,
debían destruirse. Así que Amrú los distribuyó entre las numerosas casas de
baño y eran tantos que éstas tuvieron combustible para seis meses.
La
leyenda muy bien pudo nacer, por un lado, de la gran impresión y desconfianza
que en los analfabetos árabes, recién salidos del desierto, debieron de causar
los numerosos rollos de papiro y los códices que encontraron en abundancia con
textos documentales, literarios, religiosos y científicos; por otro, de la necesidad
de explicar la desaparición de la biblioteca, cuya existencia se conoció más
tarde en el mundo musulmán cuando se tradujeron las obras de los grandes
filósofos y científicos griegos al árabe.
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