Es el director más futbolero de la historia del lugar. Conserva una camiseta azul y oro que le regaló la Fundación Evita. Y recuerdos de Fontanarrosa y Soriano.
Juan Sasturain ve la pelota de cuero marrón y se transforma. La besa, la amasa, la acaricia, la suelta como una lágrima y empieza a correr detrás. Es un chico en un cuerpo de 74 años. Y le va a pegar. Tiene la melena blanca de Carlos Bianchi y la panza de Osvaldo Soriano cuando se puso a hacer jueguitos para una foto inolvidable. Y Sasturain va. Está solo en un salón vacío de la Biblioteca Nacional, pero en su imaginación aparecen defensores rabiosos, hachas bravas que esquiva en zig zag. Ahora sí, ve el hueco, abre los brazos como si fueran alas, afirma el pie izquierdo para sostener el envión del derecho, que está listo para el impacto. Para Sasturain, el fútbol es un relato, un cuento que puede caber en un libro o en una narración oral.
Es el director de la Biblioteca Nacional más futbolero de la historia. Presentó un libro jugando al metegol, puso a un arquero inquebrantable de protagonista de su novela La lucha continúa, refutó el desdén académico hacia Soriano y tituló con perfume borgeano el ensayo sobre un gol: Lionel Messi, autor del Quijote.
Hace 13 años, convocado por el diario Olé, jugó un "pan y queso" con Alejandro Dolina para definir dos equipos históricos de poetas y escritores. Formaron a la Selección Argentina con Macedonio Fernández al arco, Domingo Sarmiento, José Hernández, Leopoldo Lugones y Almafuerte abajo; Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges como volantes creativos y Oliverio Girondo, Julio Cortázar y Raúl González Tuñón en la delantera. Enfrente, para el Resto del Mundo, pusieron a Albert Camus al arco, porque era arquero; los aguerridos Ernest Hemingway, el Dante, Homero y Faulkner en la defensa; Proust, Miguel de Cervantes y Shakespeare de volantes y un ataque con el ruso Vladimir Maiacovsky, James Joyce y Pablo Neruda de wing izquierdo, porque era capaz de cruzar a caballo una cordillera para salvar de la censura su Canto general.
Eso sí, cuando el cronista de Viva le acerca el micrófono a la línea de cal, Sasturain, agitado, aclara que el fútbol "es apenas un tema literario más: con él se puede hacer una obra maestra o una gansada, porque la literatura no está hecha de temas, sino de escritura".
"Tanto el manejo de la pelota como el del lenguaje –puestos en buenos pies y manos– son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza", concibe Sasturain, que ahora agarra la pelota de cuero con las palmas de sus manos, la mira como si fuese un libro y empieza a recordar:
¿Se anima a trazar su autorretrato futbolero?
Claro. Fui delantero por izquierda en Independiente de Dorrego de los 16 a los 18 años, en una época en que empezaba a aparecer la línea de cuatro, porque hasta ahí se defendía con tres. Los wines jugaban bien abiertos y yo en general me paraba de 10, aunque después empecé a ir más de punta, a media agua. Cuando vine a estudiar a Buenos Aires, en 1964, me probé en el Viejo Gasómetro. El técnico de la Tercera de San Lorenzo era Imbelloni, aquel que acompañó a Farro, Pontoni y Martino en la delantera fanstástica de 1946. Ni me registraron. A lo sumo sí porque tenía una rodillera, lo cual no era nada auspicioso. Me habían roto parcialmente el ligamento interno de la rodilla derecha hacía un año y medio y recién me operé en los '70, cuando la pata se me terminó de romper. Luego fui a Lanús y si hubiera tenido un poco más de vocación me quedaba, porque estaba bien y esa Tercera era muy buena. De ahí salió Ramón Cabrero, el Galleguito, que era más chico pero tenía todo el fútbol en la cabeza. También me probé en Independiente, de Avellaneda. Me marcaba el Tano Mírcoli (autor de una memorable patada a Johan Cruyff) y recuerdo a un wing izquierdo que se llamaba Esclavo. Sin éxito en los clubes, desde 1965 jugué en la facultad, en un equipo que con los años se llamó Infamia, bastante miserable, porque jugaba al pelotazo, aunque con una defensa sólida y buenos volantes. Fuimos campeones universitarios en el '79. Ahí hice muchos goles y la pasamos muy bien.
¿Puede recrear ese momento en que, al morir su mamá, encuentra la camiseta que lo hizo de Boca a los 4 años?
Bueno, son esas cosas que las viejas guardan, ¿no? Tuve dos, la que me regaló mi papá y otra que me dio la Fundación Evita, con un pantaloncito azul y botines Taponazo. Esa camiseta me quedaba grande y tenía el escote en v que usaba Boca en esa época. Aún conserva manchas de aceite –probablemente Ricoltore–, porque no me la sacaba ni para comer ni para ir a dormir. Me acuerdo que llegué a casa y pregunté: "¿De qué cuadro soy" y mi papá dijo: "Acá somos todos de Boca". Entonces decidí que yo también iba a ser de Boca. Vivíamos en Médanos, al sur de Bahía Blanca, al lado de un baldío.
¿Cómo fue salir por la Puerta 13 el día de la Puerta 12 (una tragedia en el estadio de River, ocurrida el 23 de junio de 1968, en el que murieron aplastados 71 hinchas que salían por ese lugar)?
Fue increíble. Yo hacía poco que había llegado a Buenos Aires y vivía en un pensionado jesuita en Sarandí 41, en Congreso, junto a otros 60 estudiantes. Pero iba a la cancha solo, fuera la de Boca o la de River. Compraba una popular y listo, se podía. Ese día, de pedo, salí por la puerta de al lado, sin darme cuenta de lo que estaba pasando. Me enteré de lo que pasó después escuchando Radio Rivadavia.
Uno de sus personajes literarios es el "Doctor Pentrelli", nombre que remite a un jugador de Racing, autor de la frase "toco y me voy"...
Frase tan desvirtuada después. Porque hoy el "touch and go" supone falta de compromiso, cuando significaba todo lo contrario. Quería decir toco y me ofrezco de nuevo, ¡esa era la idea Pentrelli, esa era su modernidad! Él surgió como un wing encarador en Gimnasia, pero cuando volvió de Italia se había convertido en un jugador más completo, igual que Ernesto Grillo. Volvieron más solidarios, bajaban, tocaban, y entonces Pentrelli dice en un reportaje con Osvaldo Ardizzone: "Yo toco y me voy", es decir, toco y no me quedo quieto.
Bueno, pero el "Doctor Pentrelli" creado por su Olivetti tenía la misión de mejorar la biblioteca del penal de Batán. Ahora que usted anda en eso, ¿qué libros futboleros no deberían faltar en la Biblioteca Nacional?
Primero que nada, no tendrían que faltar los libros de Ricardo Lorenzo, Borocotó, que como tantos famosos argentinos era uruguayo. Sus relatos futboleros son bárbaros. Vamos a buscarlos, deben estar. Compartió la redacción de El Gráfico con Dante Panzeri y Félix Frascara. Cuando hicimos La Argentina en los mundiales con Daniel Arcucci y reconstruimos míticamente la final del '30, reparamos en lo que significaba el estadio Centenario en la Montevideo de esos años, una construcción monumental en una ciudad chata, es decir una sociedad con el fútbol en medio de ella: un cuento del Negro Fontanarrosa. Los tipos celebraron los 100 años de su independencia levantando un estadio. Y ya habían sido campeones olímpicos dos veces. Los argentinos decíamos "fútbol rioplatense" para afanarles la gloria, pero era de ellos. La construcción del mito del país, asentada en gran parte sobre eso. No es casual que la mitología, el relato y la escritura hayan proliferado allí de esa manera.
¿Cómo recuerda el ida y vuelta con Fontanarrosa en 1985 cuando publicaron El día del arquero?
Estábamos en la dictadura y fueron las primeras veces que escribí sobre fútbol, año 1979. El otro día encontré un textito para un suplemento de humor de Siete Vidas, que duró nada. Después un texto para La Voz y antes para una revista efímera llamada Contraseña, que dirigía José Pablo Feinmann. Me preguntó: "¿De qué querés escribir?". Y yo le dije: "De fútbol", porque no tenía ganas de otra cosa. Y le pedíamos al Negrito Fontanarrosa que hiciera los dibujos. Cuando juntamos más textos e ilustraciones, llevamos todo a Ediciones de la Flor. Fue mi primer libro. El Negro hizo tres o cuatro arqueros preciosos. Hay uno que está volando y la pelota le saca la lengua. El último centrojás también es un dibujazo, se parece al Trinche Carlovic.
A principios de los '90, Juan Carlos Martini nos pidió hacer el Pequeño Diccionario Ilustrado del Fútbol Argentino para Alfaguara, pero arrugué, no me daba para un desafío así. Por suerte quedó Tomacito Sanz, que lo hizo maravillosamente bien.
¿Cómo fueron los diálogos futboleros con Osvaldo Soriano?
De espíritu coincidente y de la época del diario La Opinión, cuando él era redactor y yo colaborador, desde afuera. Hace poco me encargaron de Planeta una antología de cuentos del Gordo. Eduardo Sacheri hizo lo mismo con los de Fontanarrosa y ese libro ya se publicó, pero el de Soriano no, debe haber un tema de derechos de autor. Lo volví a leer a fondo, hice la antología y escribí un prólogo largo, analítico, me puse a laburar bastante sobre los cuentos de Osvaldo, sobre todo en la relación con las distintas experiencias del fútbol: el contacto, la práctica personal, la recepción del fútbol como espectáculo a distancia.
Como teníamos casi la misma edad y somos del interior, compartimos eso. En los dos es importante el relato futbolero, porque el fútbol fue durante mucho tiempo el que jugabas en el potrero y el que escuchabas por radio. Y otra experiencia que teníamos era la del fútbol chacarero, el conocimiento de las ligas del interior, la figura del referí... ¡Protagonizaban películas del Lejano Oeste, viejo! Me acuerdo los que llegaban a Dorrego en micro, desde Bahía Blanca, solos con el bolsito, sin lineman, eran cowboys solitarios, que tenían que pitar un penal entre leones. A uno lo apretaron contra el alambrado y el tipo se metió la mano en el pantalón corto ¡y sacó un cuchillo! Era una figura trágica la del referí. Después tenía que salir del hotel y volverse en colectivo, por cuatro mangos. En Osvaldo eso está. ¡Y cómo! Con una vuelta de tuerca fantástica, con el desarrollo de las figuras del director técnico y del referí. Tengo presente Las memorias del Míster Peregrino Fernández, mamita, una locura.
Segundo tiempo
Recita la voz del estadio: "Sasturain, devoto de las pisadas de Riquelme y de la gallardía de Gallardo, nació en González Chaves en 1945, dos meses y 12 días antes que el primer Día de la Lealtad. Llenó por primera vez un álbum de figuritas en 1956 y lo canjeó por una pelota 'superball'. Se graduó en Letras por la UBA y fue profesor universitario hasta la dictadura. Escribe ficciones, es periodista, guionista de historietas y especialista en novelas policiales. Creó la revista Fierro. Y entusiasmó la lectura hasta por televisión. Durante cinco años fue editor de Deportes de Página/12 y escribió cientos de contratapas futboleras. Es capaz de describir un potrero con los ojos cerrados. Hoy dirige la Biblioteca Nacional, pero en la sesión de fotos con Viva no se ve ni un libro, porque este hombre ¡no suelta la pelota!".
Hay un personaje de Ariel Scher, en su libro El blues de la primera fecha, que propone que el método de enseñanza del cuento Sportivo Virreyes se incorpore oficialmente a los colegios.
Jaja, es lindo eso, porque plantea que si un chico puede aprender la formación de su equipo, bueno, puede usar la misma técnica para aprender el nombre de los virreyes. En nuestra época nos llevaban a repetir las cosas de memoria, como la integración de la Primera Junta, que también tiene forma de equipo de fútbol. Esa historia surgió de una anécdota que me contó alguien que tenía un profesor que le enseñaba las cosas así, ¡extraordinario!
En la Audioteca que tienen acá vi discos con relatos de Fioravanti, de Muñoz...
Sí, es lindísimo. El fútbol sigue siendo un relato. En mi época, los años '50, las alternativas eran Aróstegui, Veiga, Fioravanti y Lalo Pelliciari, uruguayos. A mi papá no le gustaba Aróstegui porque tenía demasiadas muletillas y todos los partidos eran iguales. Repetía: "Saltan varios hombres", "entrega la pelota a un compañero", "se produce un amontonamiento de jugadores", y así, sólo cambiaba los nombres. Bernardino Veiga fue el primer relator partidario y gritaba los goles de Boca como un fanático.
¿Por qué cree que son tan potentes las metáforas de Maradona?
Y, porque Diego encarna el ingenio popular y siempre ha sido muy original. Él, o el Malevo Muñoz, son personajes que tienen el límite más corrido que la mayoría y se permiten la trasgresión con absoluta libertad. Captan lo que circula y a veces lo redondean en una frase magistral.
Queda un párrafo antes del silbato final. Entra un cuento. Había una vez un funcionario que se estremeció cuando vio una pelota que lo transportó a su infancia. La besó, la acarició, la sintió propia. Y la llevó a pasear por los adoquines de la calle Defensa. Luego la tiró hacia arriba y la pelota se hizo Luna. Y llegó tan alto que nunca más volvió. Cabe además el título: "Sebreli, vos andá al arco. Y vos, Sasturain, devolvé la pelota".
Pablo Calvo /Revista Viva 12 Marzo 2020.
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