Ni política, ni consenso, ni democracia. El comportamiento de una parte de la oposición el pasado jueves fue puro gangsterismo. Los errores que cometió el oficialismo apostando a una reforma que no convence, el rol clave de Lilita Carrió y por qué todos salieron perdiendo
A pura pérdida. El denodado empeño gubernamental por imponer a las atropelladas la nueva cláusula de ajuste a los haberes jubilatorios devino en una trifulca para la historia. Se veía venir, pero el natural optimismo que anima todo lo PRO hizo caso omiso a las señales de advertencia. No la pudieron -o no la quisieron- ver.
Ni siquiera el estado de conmoción colectiva que generó la pérdida del ARA San Juan aplacó el magma hirviente que se venía acumulando en las profundidades del drama social sobre el que se apoya la diaria realidad que nos apremia. La desesperación por sacar la ley los hizo arrastrar todo en el abortado intento.
La batalla por los jubilados se libró en varios frentes. Hubo violencia adentro y afuera. Mientras la calle ardía, el recinto implosionaba. En la plaza, la refriega era sostenida, cuerpo a cuerpo. A la pared humana de gendarmes y prefectos se sumaron las vallas y la parafernalia antimotines que siempre mete espectacularidad y ruido. Quedó un tendal. Heridos y detenidos. La ciudad, un descontrol y el recinto, una vergüenza.
"Acá no se vota", fue la consigna que pareció animar a los legisladores de la oposición que, como poseídos, desplegaron violencia en sus distintas formas para lograr que la sesión aborte. Lo lograron, no se votó, pero tampoco puedo debatirse nada. Se impusieron las peores maneras. Ni política, ni consenso, ni democracia, ni nada. Fuerza bruta. Pura apretada.
Mientras algunos diputados increparon a los que, sentados, esperaban que se habilite la sesión, otros, el caso más extremo fue el de Leopoldo Moreau, quien se cargó a Emilio Monzó al grito de "hijo de puta, te voy a cagar a trompadas" (sic). Todo frente a las cámara, en vivo y en directo, como si nada.
Todos perdieron. La oposición dió un espectáculo horrendo y el Gobierno fracasó en todos los frentes. Los acuerdos políticos quedaron deshilachados frente al contundente avance la la patoteada. Tenían el quórum y tenían el número pero la cosa no daba para más.
Fue Elisa Carrió la que impuso una vía de escape a la situación que solo podía conducir a una catástrofe. Lilita decidió, ejecutó y comunicó. Todo solita. Literalmente se mandó sola, pero esta vez nadie se atrevió a denostarla. Servicios invalorables los que prestó la diputada. Cuando el Presidente de la Cámara comenzó a perder compostura y amagó con pasar a los trompadas, ella se hizo cargo de definir la situación.
Sobre última hora de la tarde volvió a manotear el matafuegos. Con un tuit cortó de plano una iniciativa que solo aportaba kerosén sobre el fuego. No parecía una idea precisamente pacificadora, salir por la vía de un DNU.
Fallaron todos los reflejos. Los acuerdos políticos no alcanzaron. Todos salieron mal heridos de la refriega. Los legisladores de la oposición dispuestos a acompañar, no solo estaban apretados por sus pares sino que fueron sometidos al demoledor ablande de las campañas digitales que vía WhatsApp le descargaron sobre los teléfonos.
Tampoco cayó nada bien que el oficialismo no los haya participado acerca del supuesto anuncio de un "bono de compensación" que aliviara el conflicto del empalme. Un plan B que terminó presentando como salida Elisa Carrió cuando, pacifista, hizo levantar la sesión. Los dejaron afuera de los planes alternativos y eso los hizo sentir traicionados.
A la inversa, el oficialismo sintió que el oportunismo estuvo del lado de los gobernadores, que no lograron disciplinar a su tropa legislativa y respetar el compromiso de votar o votar la maldita ley. No hay más espacio para nada. Si no hay ley, no hay plata para las provincias. Se cae el acuerdo fiscal y que se atengan a las consecuencias. A llorar a la iglesia.
La batalla que primero se perdió, no obstante, fue la de la comunicación. La tarea de defender lo indefendible dejó otro tendal de dirigentes heridos. En tren de explicar lo inexplicable se sumaron bochornosas declaraciones. No solo se sostuvo que los jubilados "perderían plata pero no poder adquisitivo" sino que, además, se aseguró que pagando más a los beneficiarios el Estado ahorrará no menos de 80.000 millones. Una contradicción insostenible.
El único que habló con claridad, aunque desaforado y solo cuando le saltó la térmica, fue Nicolás Massot, quien en una arenga explosiva mandó a los K a buscar la guita a Ezeiza y Marcos Paz. Durísimo con los kirchneristas: "Prendieron fuego a la casa y se quejan del olor a humo".
Desde su mirada, la feroz oposición al tratamiento de la reforma, no solo tiene que ver con la defensa de los más débiles sino que se inspira en la necesidad de generar el máximo nivel de conflicto posible. Los del "club del helicóptero" en su salsa. En cualquier caso, se la sirvieron en bandeja.
Una situación desesperante
La arremetida del Gobierno tiene una explicación. Es la que nadie quiere decir de frente y con todas las letras lo que no se prefiere no saber. La situación del déficit es "desesperante". El sistema previsional no resiste.
La fórmula vigente es explosiva, genera un crecimiento del gasto exponencial que en menos de cinco años llevaría el gasto en jubilaciones, pensiones y asignaciones al 75 % de la recaudación. Así de alarmante se explica en los despachos.
Según los que tienen acceso a la intimidad presidencial, Mauricio Macri está convencido que, si no se resuelve el tema, la economía entra en rojo. Quienes mejor lo conocen dicen que está dispuesto a entregar su capital político antes que la estabilidad económica.
Está decidido. Se vuelve a la carga con el tratamiento. Cómo sea, la ley tiene que tratarse en Diputados, sin cambios, sí o sí. No puede pasar de esta próxima semana. Van por el lunes. La alternativa del miércoles 20 o el jueves 21 viene cargada de una memoria con la que nadie se quiere asociar.
La tregua del fin de semana previo a la Navidad la invertirán en reagrupar la propia fuerza, consolidar estrategias y reasegurar los votos con los que dicen ya contar. La presentación de un bono de compensación con carácter de único y extraordinario que saque del medio la cuestión del empalme es la carta en la manga del Gobierno. Sale por fuera de la ley para aplacar los ánimos y que se vote ya, sin cambios. Es la idea.
Nadie puede asegurar que el lunes están dadas las condiciones para sesionar. Con el quórum y con los votos no parece bastar. La reforma puede que sea necesaria pero es controversial a más no poder. Como la Luna, la realidad suele tener dos caras. En este caso las dos son oscuras.
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