Yo escribí alguna vez que la democracia es un abuso de la
estadística; yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la
definió como el caos provisto de urnas electorales.
El 30 de octubre
de 1983, la democracia argentina me ha refutado espléndidamente. Esplendida y
asombrosamente
Mi Utopía sigue siendo un país, o todo el planeta, sin
estado o con un mínimo de estado, pero entiendo, no sin tristeza, que esa
Utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre
sea justo podremos prescindir de la justicia, de los códigos y de los
gobiernos. Por ahora son males necesarios.
Es casi una blasfemia pensar que lo que nos dio aquella
fecha es la victoria de un partido y la derrota de otro. Nos enfrentaba un caos
que, aquel día, tomó la decisión de ser un cosmos. Lo que fue una agonía puede
ser una resurrección.
La clara luz de la vigilia nos encandila un poco. Nadie
ignora las formas que asumió esa pesadilla obstinada. El horror público de las
bombas, el horror clandestino de los secuestros, de las torturas y de las
muertes, la ruina ética y económica, la corrupción, el hábito de la deshonra,
las bravatas, la más misteriosa, ya que no la más larga, de las guerras que
registra la Historia. Sé
harto bien que este catálogo es incompleto.
Tantos años de iniquidad o de complacencia nos han
manchado a todos. Tenemos que desandar un largo camino. Nuestra esperanza no
debe ser impaciente. Son muchos e intrincados los problemas que un Gobierno
puede ser incapaz de resolver.
Nos enfrentan arduas empresas y duros tiempos.
Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El
de un Gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha
equivocado, que prefiere la razón ala interjección, los argumentos a la mera
amenaza. Habrá una oposición. Renacerá en esta República esa olvidada
disciplina, la lógica. No estaremos a la merced de una bruma de generales.
La esperanza, que era casi imposible hace treinta
días, es ahora nuestro venturoso deber. Es un acto de fe que puede
justificarnos. Si cada uno de nosotros obra éticamente, contribuiremos a la
salvación de la patria
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