Lo que sigue
es el mensaje que el entonces Arzobispo de Buenos Aires (hoy papa Francisco) dirigió
a las comunidades educativas de la Capital
Argentina en torno a la Pascua de 2002, y en
el cual reflexiona sobre la problemática del país a partir del poema de José Hernández, Martín Fierro.
A continuación, el texto
completo del mensaje de Jorge Bergoglio,
un documento para conservar.
UNA REFLEXIÓN A PARTIR DEL MARTÍN FIERRO
Martín Fierro, poema
"nacional"
1. La "identidad
nacional" en un mundo globalizado
Es curioso.
Solamente viendo el título del libro, antes incluso de abrirlo, ya encuentro
sugerentes motivos de reflexión acerca de los núcleos de nuestra identidad como
Nación. El gaucho Martín Fierro (así se llamó el primer
libro publicado, después conocido como La Ida ); ¿qué tiene que ver el gaucho
con nosotros? Si viviéramos en el campo, trabajando con los animales, o al
menos en pueblos rurales, con un mayor contacto con la tierra sería más fácil
comprender... En nuestras grandes ciudades, claramente en Buenos Aires, mucha
gente recordará el caballo de la calesita o los corrales de Mataderos como lo
más cercano a la experiencia ecuestre que haya pasado por su vida. Y, ¿hace
falta hacer notar que más del 86 % de los argentinos viven en grandes ciudades?
Para la mayoría de nuestros jóvenes y niños, el mundo del Martín Fierro es
mucho más ajeno que los escenarios místico-futuristas de los comics japoneses.
Esto
está muy relacionado, por supuesto, con el fenómeno de la globalización. Desde
Bangkok hasta San Pablo, desde Buenos Aires hasta Los Angeles o Sydney,
muchísimos jóvenes escuchan a los mismos músicos, los niños ven los mismos
dibujos animados, las familias se visten, comen y se divierten en las mismas
cadenas. La producción y el comercio circulan a través de las cada vez más
permeables fronteras nacionales. Conceptos, religiones y formas de vida se nos
hacen más próximos a través de los medios de comunicación y el turismo.
Sin embargo,
esta globalización es una realidad ambigua. Muchos factores parecen llevarnos a
suprimir las barreras culturales que impedían el reconocimiento de la común
dignidad de los seres humanos, aceptando la diversidad de condiciones, razas,
sexo o cultura.
Pero,
por otro lado, la indiferencia reinante ante los desequilibrios sociales
crecientes, la imposición unilateral de valores y costumbres por parte de algunas
culturas, la crisis ecológica y la exclusión de millones de seres humanos de
los beneficios del desarrollo, cuestionan seriamente esta mundialización. La
constitución de una familia humana solidaria y fraterna, en este contexto,
sigue siendo una utopía.
Un
verdadero crecimiento en la conciencia de la humanidad no puede fundarse en
otra cosa que en la práctica del diálogo y el amor. Diálogo y amor se suponen
en el reconocimiento del otro como otro, la aceptación de la diversidad. Sólo
así puede fundarse el valor de la comunidad: no pretendiendo que el otro se
subordine a mis criterios y prioridades, no "absorbiendo" al otro,
sino reconociendo como valioso lo que el otro es, y celebrando esa diversidad
que nos enriquece a todos. Lo contrario es mero narcisismo, imperialismo, pura
necedad.
Esto también
debe leerse en la dirección inversa: ¿cómo puedo dialogar, cómo puedo amar,
cómo puedo construir algo común si dejo diluirse, perderse, desaparecer lo que
hubiera sido mi aporte? La globalización como imposición
unidireccional y uniformante de valores, prácticas y mercancías va de la mano
de la integración entendida como imitación y subordinación cultural,
intelectual y espiritual. Entonces, ni profetas del aislamiento,
ermitaños localistas en un mundo global, ni descerebrados y miméticos pasajeros
del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del Mundo (de los otros)
con la boca abierta y aplausos programados. Los pueblos, al integrarse al
diálogo global, aportan los valores de su cultura y han de defenderlos de toda
absorción desmedida o "síntesis de laboratorio" que los diluya en
"lo común", "lo global". Y -al aportar esos valores-
reciben de otros pueblos, con el mismo respeto y dignidad, las culturas que le
son propias.
Tampoco
cabe aquí un desaguisado eclecticismo porque, en este caso, los valores de un
pueblo se desarraigan de la fértil tierra que les dio y les mantiene el ser
para entreverarse en una suerte de mercado de curiosidades donde "todo es
igual, dale que va... que allá en el horno nos vamo' a encontrar".
2. La Nación como continuidad de
una historia común
Sólo
podemos abrir, con provecho, nuestro "poema nacional" si caemos en la
cuenta de que lo que allí se narra tiene que ver directamente con nosotros,
aquí y ahora, y no porque seamos gauchos o usemos poncho, sino porque el drama
que nos narra Hernández se ubica en la historia real, cuyo devenir nos trajo
hasta aquí. Los hombres y mujeres reflejados en el tiempo del relato vivieron
en esta tierra, y sus decisiones, producciones e ideales amasaron la realidad
de la cual hoy somos parte, la que hoy nos afecta directamente. Justamente, esa
"productividad", esos "efectos", esa capacidad de ser
ubicado en la dinámica real de la historia, es lo que hace del Martín Fierro un
"poema nacional". No la guitarra, el malón y la payada.
Y
aquí se hace necesaria una apelación a la conciencia. Los argentinos tenemos
una peligrosa tendencia a pensar que todo empieza hoy, a olvidarnos de que nada
nace de un zapallo, ni cae del cielo como un meteorito. Esto ya es un problema:
si no aprendemos a reconocer y asumir los errores y aciertos del pasado, que
dieron origen a los bienes y males del presente, estaremos condenados a la
eterna repetición de lo mismo, que -en realidad- no es nada eterna, pues la
soga se puede estirar sólo hasta cierto límite... Pero hay más: si cortamos la
relación con el pasado, lo mismo haremos con el futuro. Ya podemos empezar a
mirar a nuestro alrededor... y a nuestro interior.
¿No
hubo una negación del futuro, una absoluta falta de responsabilidad por las
generaciones siguientes, en la ligereza con que se trataron las instituciones,
los bienes y hasta las personas de nuestro país?
Lo cierto es
esto: Somos personas históricas. Vivimos en el tiempo y el espacio. .Y eso, en gran medida, es ser una Nación: entenderse
como continuadores de la tarea de otros hombres y mujeres que ya dieron lo
suyo, y como constructores de un ámbito común, de una casa, para los que
vendrán después.
Ciudadanos
"globales", la lectura del Martín Fierro nos puede ayudar a
"aterrizar" y acotar esa "globalidad", reconociendo los
avatares de la gente que construyó nuestra nacionalidad, haciendo propios o
nuestro el andar como pueblo.
3. Ser un pueblo supone, ante
todo, una actitud ética, que brota de la libertad
Ante
la crisis vuelve a ser necesario respondernos a la pregunta de fondo: ¿en qué
se fundamenta lo que llamamos "vínculo social"? Eso que decimos que
está en serio riesgo de perderse, ¿qué es, en definitiva? ¿Qué es lo que me
"vincula", me "liga", a otras personas en un lugar
determinado, hasta el punto de compartir un mismo destino?
Permítanme
adelantar la respuesta: se trata de una cuestión ética. El fundamento de la
relación entre la moral y lo social se halla, justamente, en ese espacio (tan
esquivo, por otra parte) en que el hombre es hombre en la sociedad, animal
político, como dirían Aristóteles y toda la tradición republicana clásica. Es
esta naturaleza social del hombre la que fundamenta la posibilidad de un
contrato entre los individuos libres, como propone la tradición democrática
liberal (tradiciones tantas veces opuestas, como lo demuestran multitud de
enfrentamientos en nuestra historia). Entonces, plantear la crisis como un
problema moral supondrá la necesidad de volver a referirse a los valores humanos,
universales, que Dios ha sembrado en el corazón del hombre, y que van madurando
con el crecimiento personal y comunitario. Cuando los obispos repetimos, una y
otra vez, que la crisis es fundamentalmente moral, no se trata de esgrimir un
moralismo barato, una reducción de lo político, lo social y lo económico a una
cuestión individual de la conciencia. Eso sería "moralina".
No
estamos "llevando agua para el propio molino" (dado que la conciencia
y lo moral es uno de los campos donde la Iglesia tiene competencia más propiamente), sino
intentando apuntar a las valoraciones colectivas que se han expresado en
actitudes, acciones y procesos de tipo histórico-político y social.
Las
acciones libres de los seres humanos, además de su peso en lo que hace a la
responsabilidad individual, tienen consecuencias de largo alcance: generan
estructuras que permanecen en el tiempo, difunden un clima en el cual
determinados valores pueden ocupar un lugar central en la vida pública o quedar
marginados de la cultura vigente. Y esto también cae dentro del ámbito moral.
Por eso, debemos reencontrar el modo particular que nos hemos dado, en nuestra
historia, para convivir, formar una comunidad.
Desde
este punto de vista, retomemos el poema. Como todo relato popular, Martín Fierro
comienza con una descripción del "paraíso original".
Pinta
una realidad idílica, en la cual el gaucho vive con el ritmo calmo de la
naturaleza, rodeado de sus afectos, trabajando con alegría y habilidad,
divirtiéndose con sus compañeros, integrado en un modo de vida sencillo y
humano. ¿A qué apunta este escenario?
En
primer lugar, no movió al autor una especie de nostalgia por el "Edén
gauchesco perdido". El recurso literario de pintar una situación ideal al
comienzo no es más que una presentación inicial del mismo ideal. El valor a
plasmar no está atrás, en el "origen", sino adelante, en el proyecto.
En el origen está la dignidad de hijo de Dios, la vocación, el llamado a
plasmar un proyecto.
Se trata de
"poner el final al principio" (idea, por otro lado, profundamente
bíblica y cristiana). Es el telostipo. Ahí está la clave del talante de
un pueblo. Ello no significa ignorar los elementos biológicos, psicológicos y
psicosociales que influyen en el campo de nuestras decisiones. No podemos
evitar cargar (en el sentido negativo de límites, condicionamientos, lastres,
pero también en el positivo de llevar con nosotros, incorporar, sumar,
integrar) con la herencia recibida, las conductas, preferencias y valores que
se han ido constituyendo a lo largo del tiempo. Pero una perspectiva cristiana
(y éste es uno de los aportes del cristianismo a la humanidad en su conjunto)
sabe valorar tanto "lo dado", lo que ya está en el hombre y no puede
ser de otra forma, como lo que brota de su libertad, de su apertura a lo nuevo;
en definitiva, de su espíritu como dimensión trascendente, de acuerdo siempre
con la virtualidad de "lo dado".
Ahora
bien: los condicionamientos de la sociedad y la forma que adquirieron, así como
los hallazgos y creaciones del espíritu en orden a la ampliación del horizonte
de lo humano siempre más allá, junto a la ley natural ínsita en nuestra
conciencia se ponen en juego y se realizan concretamente en el tiempo y el
espacio: en una comunidad concreta, compartiendo una tierra, proponiéndose objetivos
comunes, construyendo un modo propio de ser humanos, de cultivar los múltiples
vínculos, juntos, a lo largo de tantas experiencias compartidas, preferencias,
decisiones y acontecimientos. Así se amasa una ética común y la apertura hacia
un destino de plenitud que define al hombre como ser espiritual.
Esa
ética común, esa "dimensión moral", es la que permite a la multitud
desarrollarse junta, sin convertirse en enemigos unos de otros. Pensemos en una
peregrinación: salir de un lugar y dirigirse al mismo destino permite a la
columna mantenerse como tal, más allá del distinto ritmo o paso de cada grupo o
individuo.
Sinteticemos,
entonces, esta idea. ¿Qué es lo que hace que muchas personas formen un pueblo?
En primer lugar, hay una ley natural y luego una herencia. En segundo lugar,
hay un factor psicológico: el hombre se hace hombre (cada individuo o la
especie en su evolución) en la comunicación, la relación, el amor con sus
semejantes. En la palabra y el amor. Y en tercer lugar, estos factores
biológicos y psicológicos-evolutivos se actualizan, se ponen realmente en
juego, en las actitudes libres, en la voluntad de vincularnos con los demás de
determinada manera, de construir nuestra vida con nuestros semejantes en un
abanico de preferencias y prácticas compartidas (San Agustín definía al pueblo
como "un conjunto de seres racionales asociados por la concorde comunidad
de objetos amados").
Lo
"natural" crece en "cultural", "ético"; el
instinto gregario adquiere forma humana en la libre elección de ser un
"nosotros". Elección que, como toda acción humana, tiende luego a
hacerse hábito (en el mejor sentido del término), a generar sentimiento
arraigado y a producir instituciones históricas, hasta el punto que cada uno de
nosotros viene a este mundo en el seno de una comunidad ya constituida (la
familia, la "patria") sin que eso niegue la libertad responsable de
cada persona. Y todo ello tiene su sólido fundamento en los valores que Dios
imprimió a nuestra naturaleza humana, en el hálito divino que nos anima desde dentro
y que nos hace hijos de Dios. Esa ley natural que nos fue regalada e impresa
para que "se consolide a través de las edades, se desarrolle con el correr
de los años y crezca con el paso del tiempo"[2]. Esta ley natural, que —a
lo largo de la historia y de la vida— ha de consolidarse, desarrollarse y
crecer es la que nos salva del así llamado relativismo de los valores
consensuados. Los valores no pueden consensuarse: simplemente, son.
Entonces, ya no se construye desde lo sólido,
sino que se entra en la violencia de la degradación. Alguien dijo que nuestra
civilización, además de ser una civilización del descarte es una civilización
"biodegradable".
Volviendo
a nuestro poema: el Martín Fierro no es la Biblia , por supuesto. Pero es un texto en el
cual, por diversos motivos, los argentinos hemos podido reconocernos, un
soporte para contarnos algo de nuestra historia y soñar con nuestro futuro:
"Yo he conocido esta
tierra en que el paisano vivía, y su ranchito tenía y sus hijos y mujer. Era
una delicia ver cómo pasaba sus días."
Ésta
es, entonces, la "situación inicial", en la cual se desencadena el
drama. El Martín Fierro es, ante todo, un poema incluyente. Todo se verá luego
trastocado por una especie de vuelta del destino, encarnado, entre otros, en el
Juez, el Alcalde, el Coronel. Sospechamos que este conflicto no es meramente
literario. ¿Qué hay detrás del texto?
Martín Fierro, poema
"incluyente"
1. Un país moderno, pero para
todos
Antes
que un "poema épico" abstracto, Martín Fierro es una obra de denuncia,
con una clara intención: oponerse a la política oficial y proponer la inclusión
del gaucho dentro del país que se estaba construyendo:
"Es el pobre en su orfandá
de la fortuna el desecho porque naides toma a pecho el defender a su raza. Debe
el gaucho tener casa, Escuela, Iglesia y derechos."
Y
Martín Fierro cobró vida más allá de la intención del autor, convirtiéndose en
el prototipo del perseguido por un sistema injusto y excluyente. En los versos
del poema se hizo carne cierta sabiduría popular recibida del ambiente, y así
en Fierro habla no sólo la conveniencia de promover una mano de obra barata,
sino la dignidad misma del hombre en su tierra, haciéndose cargo de su destino
a través del trabajo, el amor, la fiesta y la fraternidad.
A
partir de aquí, podemos empezar a avanzar en nuestra reflexión. Nos interesa
saber dónde apoyar la esperanza, desde dónde reconstruir los vínculos sociales
que se han visto tan castigados en estos tiempos. El cacerolazo fue como un
chispazo autodefensivo, espontáneo y popular (aunque forzar su reiteración en
el tiempo le hace perder las notas de su contenido original).
Sabemos
que no alcanzó con golpear las cacerolas: hoy lo que más urge es tener con qué
llenarlas. Debemos recuperar organizada y creativamente el protagonismo al que
nunca debimos renunciar, y por ende, tampoco podemos ahora volver a meter la
cabeza en el hoyo, dejando que los dirigentes hagan y deshagan. Y no podemos
por dos motivos: porque ya vimos lo que pasa cuando el poder político y
económico se desliga de la gente, y porque la reconstrucción no es tarea de
algunos sino de todos, así como la
Argentina no es sólo la clase dirigente, sino todos y cada
uno de los que viven en esta porción del planeta.
¿Entonces,
qué? Me resulta significativo el contexto histórico del Martín Fierro: una
sociedad en formación, un proyecto que excluye a un importante sector de la
población, condenándolo a la orfandad y a la desaparición, y una propuesta de
inclusión. ¿No estamos hoy en una situación similar? ¿No hemos sufrido las
consecuencias de un modelo de país armado en torno a determinados intereses
económicos, excluyente de las mayorías, generador de pobreza y marginación,
tolerante con todo tipo de corrupción, mientras no se tocaran los intereses del
poder más concentrado? ¿No hemos formado parte de ese sistema perverso,
aceptando, en parte, sus principios mientras no tocaran nuestro bolsillo,
cerrando los ojos ante los que iban quedando fuera y cayendo ante la aplanadora
de la injusticia, hasta que esta última, prácticamente, nos expulsó a todos?
Hoy
debemos articular, sí, un programa económico y social, pero fundamentalmente un
proyecto político en su sentido más amplio.
¿Qué
tipo de sociedad queremos? Martín Fierro orienta nuestra mirada nuestra
vocación como pueblo, como Nación. Nos invita, a darle forma a nuestro deseo de
una sociedad donde todos tengan lugar: el comerciante porteño, el gaucho del
litoral, el pastor del norte, el artesano del Noroeste, el aborigen y el
inmigrante, en la medida en que ninguno de ellos quiera quedarse él solo con la
totalidad, expulsando al otro de la tierra.
2. Debe el gaucho tener
Escuela...
Durante
décadas, la escuela fue un importante medio de integración social y nacional.
El hijo del gaucho, el migrante del interior, que llegaba a la ciudad, y hasta
el extranjero, que desembarcaba en esta tierra, encontraron, en la educación
básica, los elementos que les permitieron trascender la particularidad de su
origen para buscar un lugar en la construcción común de un proyecto.
Recién
en los últimos años, y de la mano de una idea de país que ya no se preocupaba
demasiado por incluir a todos e, incluso, no era capaz de proyectar a futuro,
la institución educativa vio decaer su prestigio, debilitarse sus apoyos y
recursos, y desdibujarse su lugar en el corazón de la sociedad. El conocido
latiguillo de la "escuela shopping" no apunta sólo a criticar algunas
iniciativas puntuales que pudimos presenciar. Pone en tela de juicio toda una
concepción, según la cual la sociedad es Mercado y nada más. De este modo, la
escuela tiene el mismo lugar que cualquier otro emprendimiento lucrativo. Y,
debemos recordar, una y otra vez, que no ha sido ésta la idea que desarrolló
nuestro sistema educativo y que, con errores y aciertos, contribuyó a la
formación de una comunidad nacional.
En
este punto, los cristianos hemos hecho un aporte innegable desde hace siglos.
No es aquí mi intención entrar en polémicas y diferencias que suelen consumir
muchos esfuerzos. Simplemente, pretendo llamar la atención de todos y, en
particular, de los educadores católicos, respecto de la importantísima tarea
que tenemos entre manos.
Depreciada,
devaluada y hasta atacada por muchos, la tarea cotidiana de todos aquellos que
mantienen en funcionamiento las escuelas, enfrentando dificultades de todo
tipo, con bajos sueldos y dando mucho más de lo que reciben, sigue siendo uno
de los mejores ejemplos de aquello a lo cual hay que volver a apostar, una vez
más: la entrega personal a un proyecto de un país para todos. Proyecto que,
desde lo educativo, lo religioso o lo social, se torna político en el sentido
más alto de la palabra: construcción de la comunidad.
El "tiempo nuevo" se gesta desde la
vida concreta y cotidiana de cada uno de los miembros de la Nación , en cada decisión
ante el prójimo, ante las propias responsabilidades, en lo pequeño y en lo
grande, cuanto más en el seno de las familias y en nuestra cotidianeidad
escolar o laboral.
"Mas Dios ha de permitir
que esto llegue a mejorar pero se ha de recordar / para hacer bien el trabajo
que el fuego pa calentar debe ir siempre por abajo."
Pero
esto merece una reflexión más completa.
Martín Fierro, compendio de
ética cívica
Seguramente,
tampoco a Hernández se le escapaba que los gauchos "verdaderos", los
de carne y hueso, no se iban a comportar tampoco como "señoritos
ingleses" en la "nueva sociedad a fraguar".
Provenientes
de otra cultura, sin alambrado, acostumbrados a décadas de resistencia y lucha,
ajenos en un mundo que se iba construyendo con parámetros muy distintos a los
que ellos habían vivido, también ellos deberían realizar un importante esfuerzo
para integrarse, una vez que se les abrieran las puertas.
1. Los recursos de la cultura
popular
La
segunda parte de nuestro "poema nacional" pretendió ser una especie
de "manual de virtudes cívicas" para el gaucho, una "llave"
para integrarse en la nueva organización nacional.
"Y en lo que explica mi
lengua todos deben tener fe.
Ansí, pues, entiéndanme, con
codicias no me mancho. No se ha de llover el rancho en donde este libro
esté."
Martín Fierro
está repleto de los elementos que el mismo Hernández había mamado de la cultura
popular, elementos que, junto con la defensa de algunos derechos concretos e
inmediatos, le valieron la gran adhesión que pronto recibió. Es más: con el
tiempo, generaciones y generaciones de argentinos releyeron a Fierro... y lo
reescribieron, poniendo sobre sus palabras las muchas experiencias de lucha,
las expectativas, las búsquedas, los sufrimientos... Por eso todavía hoy
tiene algo que decir. Es por eso que aquellos "consejos" para
"domesticar" al gaucho trascendieron con mucho el significado con que
fueron escritos y siguen hoy siendo un espejo de virtudes cívicas no
abstractas, sino profundamente encarnadas en nuestra historia. A esas virtudes
y valores, vamos a prestarles atención ahora.
2. Los consejos de Martín
Fierro
Los invito a
leer una vez más este poema. Háganlo no con un interés sólo literario, sino
como una forma de dejarse hablar por la sabiduría de nuestro pueblo, que ha
sido plasmada en esta obra singular. Más allá de las palabras, más allá de la
historia, verán que lo que queda latiendo en nosotros es una especie de
emoción, un deseo de torcerle el brazo a toda injusticia y mentira y seguir
construyendo una historia de solidaridad y fraternidad, en una tierra común
donde todos podamos crecer como seres humanos. Ojalá sientan lo mismo que
yo: que no es un libro que habla del pasado, sino, más bien, del futuro que
podemos construir. No voy a prolongar este mensaje —ya muy extenso— con el desarrollo
de los muchos valores que Hernández pone en boca de Fierro y otros personajes
del poema. Simplemente, los invito a profundizar en ellos, a través de la
reflexión y, por qué no, de un diálogo en cada una de nuestras comunidades
educativas. Aquí, presentaré solamente algunas de las ideas que podemos
rescatar, entre muchas.
2.1. Prudencia o
"picardía": obrar desde la verdad y el bien... o por conveniencia.
"Nace el hombre con la
astucia que ha de servirle de guía.
Sin ella sucumbiría, pero sigún
mi experiencia
se vuelve en unos prudencia y
en los otros picardía.
Hay hombres que de su cencia
tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas, mas
digo sin ser muy ducho,
es mejor que aprender mucho el
aprender cosas buenas."
Un
punto de partida. "Prudencia" o "picardía" como formas de
organizar los propios dones y la experiencia adquirida. Un actuar adecuado,
conforme a la verdad y al bien posibles aquí y ahora, o la consabida
manipulación de informaciones, situaciones e interacciones desde el propio
interés.
Mera
acumulación de ciencia (utilizable para cualquier fin) o verdadera sabiduría,
que incluye el "saber" en su doble sentido, conocer y saborear, y que
se guía tanto por la verdad como por el bien. "Todo me es permitido, pero
no todo me conviene", diría San Pablo. ¿Por qué? Porque, además de mis
necesidades, apetencias y preferencias, están las del otro. Y lo que satisface
a uno a costa del otro termina destruyendo a uno y otro.
2.2. La jerarquía de los
valores y la ética exitista del "ganador".
"Ni el miedo ni la
codicia es bueno que a uno lo asalten.
Ansí no se sobresalten por los
bienes que perezcan.
Al rico nunca le ofrezcan y al
pobre jamás le falten."
Lejos de
invitarnos a un desprecio de los bienes materiales como tales, la sabiduría
popular, que se expresa en estas palabras, considera los bienes perecederos
como medio, herramienta para la realización de la persona en un nivel más alto.
Por eso, prescribe no ofrecerle al rico (comportamiento interesado y servil que
sí recomendaría la "picardía" del Viejo Vizcacha) y no mezquinarle al
pobre (que sí necesita de nosotros y, como dice el Evangelio, no tiene nada con
que pagarnos). La sociedad humana no puede ser una "ley de la selva"
en la cual cada uno trate de manotear lo que pueda, cueste lo que costare. . Sólo
una opción ética convertida en prácticas concretas, con medios eficaces, es
capaz de evitar que el hombre sea depredador del hombre. Pero esto es lo mismo
que postular un orden de valores que es más importante que el lucro personal y,
por lo tanto, un tipo de bienes que es superior a los materiales. Y no estamos
hablando de cuestiones que exijan determinada creencia religiosa para ser
comprendidas: nos referimos a principios como la dignidad de la persona humana,
la solidaridad, el amor.
"Ustedes me llaman
Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo que soy Señor y Maestro,
les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
(Juan
13,13-15)
Una
comunidad que deje de arrodillarse ante la riqueza, el éxito y el prestigio y
que sea capaz, por el contrario, de lavar los pies de los humildes y
necesitados sería más acorde con esta enseñanza que la ética del
"ganador" (a cualquier precio) que hemos malaprendido en tiempos
recientes.
2.3. El trabajo y la clase de
persona que queremos ser
"El trabajar es la ley
porque es preciso alquirir. No se espongan a sufrir una triste situación.
Sangra mucho el corazón del que tiene que pedir."
¿Hacen falta comentarios? La historia ha marcado a fuego en nuestro pueblo el sentido
de la dignidad del trabajo y el trabajador. ¿Existe algo más humillante que la
condena a no poder ganarse el pan? ¿Hay forma peor de decretar la
inutilidad e inexistencia de un ser humano? ¿Puede una sociedad, que acepta
tamaña iniquidad escudándose en abstractas consideraciones técnicas, ser camino
para la realización del ser humano?
Pero
este reconocimiento, que todos declamamos, no termina de hacerse carne. No sólo
por las condiciones objetivas que generan el terrible desempleo actual
(condiciones que, nunca hay que callarlo, tienen su origen en una forma de
organizar la convivencia que pone la ganancia por encima de la justicia y el
derecho), sino también por una mentalidad de "viveza" (¡también
criolla!) que ha llegado a formar parte de nuestra cultura.
"Salvarse" y "zafar"... por el medio más directo y fácil
posible. "La plata trae la plata"... "nadie se hizo rico
trabajando"... creencias que han ido abonando una cultura de la corrupción
que tiene que ver, sin duda, con esos "atajos" por los cuales muchos
han tratado de sustraerse a la ley de ganar el pan con el sudor de la frente.
2.4. El urgente servicio a los
más débiles
"La cigüeña cuando es
vieja pierde la vista, y procuran cuidarla en su edá madura todas sus hijas
pequeñas. Apriendan de las cigüeñas este ejemplo de ternura."
En la ética
de los "ganadores", lo que se considera inservible, se tira. Es la
civilización del "descarte". En la ética de una verdadera comunidad
humana, en ese país que quisiéramos tener y que podemos construir, todo ser
humano es valioso, y los mayores lo son a título propio, por muchas razones:
por el deber de respeto filial ya presente en el Decálogo bíblico; por el
indudable derecho de descansar en el seno de su comunidad que se ha ganado
aquél que ha vivido, sufrido y ofrecido lo suyo; por el aporte que sólo él
puede dar todavía a su sociedad, ya que, como pronuncia el mismo Martín Fierro,
"es de la boca del viejo / de ande salen las verdades".
No
hay que esperar hasta que se reconstituya el sistema de seguridad social
actualmente destruido por la depredación: mientras tanto, hay innumerables
gestos y acciones de servicio a los mayores que estarían al alcance de nuestra
mano con una pizca de creatividad y buena voluntad. Y del mismo modo, no
podemos dejar de volver a considerar las posibilidades concretas que tenemos de
hacer algo por los niños, los enfermos, y todos aquellos que sufren por
diversos motivos. La convicción de que hay cuestiones "estructurales",
que tienen que ver con la sociedad en su conjunto y con el mismo Estado, de
ningún modo nos exime de nuestro aporte personal, por más pequeño que sea.
2.5. Nunca más el robo, la
coima y el "no te metás"
"Ave de pico encorvado le
tiene al robo afición. Pero el hombre de razón no roba jamás un cobre, pues no
es vergüenza ser pobre y es vergüenza ser ladrón."
Quizás,
en nuestro país, esta enseñanza haya sido de las más olvidadas. Pero más allá
de ello, además de no permitir ni justificar nunca más el robo y la coima,
tendríamos que dar pasos más decididos y positivos. Por ejemplo, preguntarnos
no sólo qué cosas ajenas no tenemos que tomar, sino más bien qué podemos
aportar. ¿Cómo podríamos formular que, también, son "vergüenza" la
indiferencia, el individualismo, el sustraer (robar) el propio aporte a la
sociedad para quedarse sólo con una lógica de "hacer la mía"?
Pero el doctor de la Ley , para justificar su
intervención, le hizo esta pregunta: "¿y quién es mi prójimo?" Jesús
volvió a tomar la palabra y le respondió: un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron
y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un
sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y
siguió de largo. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él,
lo vio y se conmovió. Entonces, se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con
aceite y vino; después lo puso sobre su propia montadura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los
dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más,
te lo pagaré al volver."¿Cuál de los tres te parece que se portó como
prójimo del hombre asaltado por los ladrones?" "El que tuvo compasión
de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, procede tú de
la misma manera."
(Lucas
10,29-37)
2.6. Palabras vanas, palabras
verdaderas
"Procuren, si son
cantores, el cantar con sentimiento. No tiemplen el estrumento por solo el
gusto de hablar y acostúmbrense a cantar en cosas de jundamento."
Comunicación,
hipercomunicación, incomunicación.
¿Cuántas
palabras "sobran" entre nosotros? ¿Cuánta habladuría, cuánta
difamación, cuánta calumnia? ¿Cuánta superficialidad, banalidad, pérdida de
tiempo? Un don maravilloso, como es la capacidad de comunicar ideas y
sentimientos, que no sabemos valorar ni aprovechar en toda su riqueza.
¿No podríamos
proponernos evitar todo "canto" que sólo sea "por el gusto de
hablar"? Conclusión: palabra y amistad ¿Sería posible que estuviéramos más atentos a lo que
decimos de más y a lo que decimos de menos, particularmente quienes tenemos la
misión de enseñar, hablar, comunicar?
Finalmente,
citemos aquella estrofa en la cual hemos visto tan reflejado el mandamiento del
amor en circunstancias difíciles para nuestro país. Aquella estrofa que se ha
convertido en lema, en programa, en consigna, pero que debemos recordar una y
otra vez:
"Los hermanos sean unidos,
porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que
sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de ajuera"
Estamos
en una instancia crucial de nuestra Patria. Crucial y fundante: por eso mismo,
llena de esperanza. La esperanza está tan lejos del facilismo como de la
pusilanimidad. Exige lo mejor de nosotros mismos en la tarea de reconstruir lo
común, lo que nos hace un pueblo.
Estas reflexiones han pretendido solamente
despertar un deseo: el de poner manos a la obra, animados e iluminados por
nuestra propia historia, el de no dejar caer el sueño de una Patria de hermanos
que guió a tantos hombres y mujeres en esta tierra.
¿Qué
dirán de nosotros las generaciones venideras?
¿Estaremos
a la altura de los desafíos que se nos presentan?
¿Por
qué no?, es la respuesta.
Sin
grandilocuencias, sin mesianismos, sin certezas imposibles, se trata de volver
a bucear valientemente en nuestros ideales, en aquellos que nos guiaron en
nuestra historia y de empezar, ahora mismo, a poner en marcha otras
posibilidades otros valores, otras conductas.
Casi
como una síntesis, me sale al paso el último verso que citaré del Martín
Fierro, un verso que Hernández pone en boca del hijo mayor del gaucho en su
amarga reflexión sobre la cárcel:
"Pues que de todos los
bienes, en mi inorancia lo infiero, que le dio al hombre altanero Su Divina
Magestá, la palabra es el primero, el segundo es la amistá."
La
palabra que nos comunica y vincula, haciéndonos compartir ideas y sentimientos,
siempre y cuando hablemos con la verdad, siempre, sin excepciones. La amistad,
incluso la amistad social, con su "brazo largo" de la justicia, que
constituye el mayor tesoro, aquel bien que no se puede sacrificar por ningún
otro, lo que hay que cuidar por sobre todas las cosas.
Palabra
y amistad. "La Palabra
se hizo carne y habitó entre nosotros"(Juan 1,14). No hizo rancho aparte;
se hizo amigo nuestro. "No hay amor más grande que dar la vida por los
amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo
servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo
amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre" (Juan
15,13-15). Si empezamos, ya mismo, a valorar estos dos bienes, otra puede ser
la historia de nuestro país.
Concluyamos
poniendo estos deseos en las manos del Señor con la oración por la Patria que nos han ofrecido
los obispos argentinos:
Jesucristo, Señor de la
historia, te necesitamos
Nos sentimos heridos y
agobiados.
Precisamos tu alivio y
fortaleza.
Queremos ser una nación,
una nación, cuya identidad sea
la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien
común.
Danos la valentía de la
libertad de los hijos de Dios,
para amar a todos, sin excluir
a nadie,
privilegiando a los pobres y
perdonando a que nos ofenden,
aborreciendo el odio y
construyendo la paz.
Concédenos la sabiduría del
diálogo
y la alegría de la esperanza
que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos
Señor,
cercanos a María,
que, desde Luján, nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la
historia, te necesitamos.
Amén.
Jorge Bergoglio
(Buenos
Aires, Pascua de 2002)
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