El gobierno nacional tardó diez años en llevar
la Secretaría de Cultura de la Nación a la villa 21. Extraña demora para quien la política cultural consiste en
cristalizarla en el mundo de la pobreza, en la idea de construir ghettos
culturales para los desamparados, similar a la política del subsidio.
Haciendo
de la villa el horizonte civilizatorio en el cual los marginados deben
moverse. Y quedarse, en lo posible, para siempre. Seguramente no es lo que
desean pero, por las naturales contradicciones del progresismo, es lo que
promueven. De todos modos algo es algo y el hecho de por sí auspicioso y
festivo no encontró al secretario de Cultura de la Nación, Jorge
Coscia, del mejor humor ni con la generosidad propia del funcionario
satisfecho por la labor cumplida.
Cierto es
que transitamos tiempos electorales y la compulsa obliga muchas veces al
entrevero, pero con la inauguración alcanzaba para mostrar lo realizado.
Sin embargo la naturaleza del kirchnerismo hace que sus funcionarios
salgan a pelear cualquiera sea la circunstancia, el motivo y el lugar. De
modo que el secretario de Cultura, que no es una excepción, aprovechó y
dijo: “Es difícil encontrar en Macri políticas claras para
las villas”.
El
argumento siempre es el mismo, Macri gobierna para los ricos y se olvida
de los pobres. Como
si el kirchnerismo fuera la expresión política de los desamparados y el
pobrerío de la Patria. Ni una cosa ni la otra. El secretario de
Cultura debería saber que en la villa 21 donde inauguró sus oficinas
existe un polo educativo sostenido por la ciudad, que
consta de un Jardín maternal, una escuela primaria, una escuela secundaria
para adolescentes, un centro de formación profesional, y un secundario
para adultos, además de la escuela Parroquial Caacupé, antigua
sede del padre Pepe, que como todas las escuelas parroquiales
cuenta con aportes del gobierno de la ciudad. De modo que no es justa la
acusación de que en las villas hay abandono y ausencia.
Por otro
lado el sur de la ciudad, que es la zona más postergada desde los tiempos
de Ibarra, aliado del gobierno kirchnerista hasta la tragedia
de Cromañón, las cosas han comenzado a cambiar. De treinta
y tres escuelas creadas, dieciocho se hicieron en el sur. Se aumentaron
las vacantes escolares en esa región a ocho mil quinientas. Y de trece
escuelas secundarias nuevas, cuatro se desarrollaron en la zona. En fin
sería ocioso continuar la enumeración.
El
clasismo del gobierno nacional que fomenta la fractura social sobre la
base de un discurso que promueve la lucha de clases (la Villa 21 y la Recoleta) nada tiene que ver con el
peronismo histórico que promovía la cooperación y el acuerdo. Tampoco la
política cultural del peronismo fue la construcción de ghettos que hacen
de la pobreza la bandera del statu quo. ¡No se lleva la
cultura a las villas y con eso la conciencia de los funcionarios queda
tranquila!
Si la
política económica del gobierno nacional fuera beneficiosa para
los sectores populares. Si hubiera trabajo, seguridad y no
existiera inflación, entonces los postergados saldrían a disfrutar la ciudad y
los espacios culturales en compañía de los restantes sectores sociales. Como ocurrió en la época del General Perón. Quien no hizo un hotel cinco estrellas
en la Salada sino que promovió el turismo a Mar del
Plata, en compañía de los sectores más altos de la sociedad, o los
fabulosos hoteles de Chapaldmalal o Embalse.
No se
trata de encerrar la pobreza en los barrios, se trata de sacarla. No se trata
de dividir sino de sumar.
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