Una vez más, los judíos habían perdido su libertad. El imperio de los asmoneos se deshizo y Judea se convirtió en un títere de Roma. Samaria y la franja costera, que habían sido constantemente saqueadas por los reyes judíos, se escindieron, y a Hircano se le permitió regir un reino muy reducido. Siria se convirtió en provincia romana y su gobernador era prácticamente el señor de Judea. Pero los judíos nunca aceptaron el dominio romano. Poco después volvieron a levantarse en armas y en el 57 a. C. el gobernador de Siria, Gabinio, tuvo que ayudar a Hircano a sofocar la rebelión, dividiendo el estado judío en cinco distritos autónomos. Hircano conservó el poder en Jerusalén, pero sólo nominalmente. El auténtico hombre fuerte era su primer ministro, Antípater.
Antípater se dio cuenta de que su única esperanza de mantener el poder estaba en no irritar a los romanos, pero esto iba a ser difícil. Soplaban vientos de guerra. El nuevo imperio parto amenazaba por el este, y en Roma parecía inevitable la guerra civil.
En el año 55 a. C. tres hombres controlaban Roma: Pompeyo, Craso y Julio César. Cada uno de ellos había jurado ayudar a los otros dos. César controlaba las provincias del norte de Italia y ya había emprendido la conquista de las Galias. A Pompeyo se le adjudicó España. Craso, famoso por su riqueza y ambición, era gobernador de Siria y se veía a sí mismo como el nuevo Alejandro. Antes de emprender la conquista del mundo robó el tesoro del templo de Jerusalén, y los judíos consideraron un castigo divino la destrucción de su ejército por los partos y la muerte del propio Craso en la batalla.
Tras la muerte de Craso, Pompeyo y César decidieron que el mundo no era lo bastante grande para ellos dos. César se apoderó de Italia y Pompeyo se retiró a Oriente. César le persiguió y le derrotó. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado.
Antípater se dio cuenta de que su única esperanza de mantener el poder estaba en no irritar a los romanos, pero esto iba a ser difícil. Soplaban vientos de guerra. El nuevo imperio parto amenazaba por el este, y en Roma parecía inevitable la guerra civil.
En el año 55 a. C. tres hombres controlaban Roma: Pompeyo, Craso y Julio César. Cada uno de ellos había jurado ayudar a los otros dos. César controlaba las provincias del norte de Italia y ya había emprendido la conquista de las Galias. A Pompeyo se le adjudicó España. Craso, famoso por su riqueza y ambición, era gobernador de Siria y se veía a sí mismo como el nuevo Alejandro. Antes de emprender la conquista del mundo robó el tesoro del templo de Jerusalén, y los judíos consideraron un castigo divino la destrucción de su ejército por los partos y la muerte del propio Craso en la batalla.
Tras la muerte de Craso, Pompeyo y César decidieron que el mundo no era lo bastante grande para ellos dos. César se apoderó de Italia y Pompeyo se retiró a Oriente. César le persiguió y le derrotó. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado.
En las últimas etapas de la guerra civil romana, Antípater, padre de Herodes, había apoyado a César. En agradecimiento, César repuso a Hircano como rey de los judíos y Antípater recibió el título oficial de procurador de Judea.
César dejó a su primo Sexto como gobernador de Siria y regresó a Roma. La posición de Antípater quedó muy fortalecida y pudo conceder importantes posiciones a sus dos hijos mayores. A Fasael le hizo gobernador de Jerusalén y a Herodes, que tenía entonces 25 años, le dio el control de Galilea.
Los galileos eran rabiosamente independientes y Herodes estableció su autoridad sin contemplaciones. Así, tuvo que presentarse ante el consejo de Jerusalén, el Sanedrín, dominado por sus enemigos, acusado de haber ejecutado ilegalmente a sus oponentes. Por consejo de su padre, Herodes se presentó acompañado de su guardia. El Sanedrín no se atrevió a condenarle, pero Herodes comprendió que su vida estaba en peligro y abandonó el país, aunque nunca olvidó esta humillación. Se dirigió a Siria, donde Sexto le puso al frente de las zonas retiraron a la muralla interna, que mantuvieron durante dos semanas más. Vencida esta barrera, los romanos penetraron en la parte baja de la ciudad, cortando Jerusalén en dos. Algunos defensores huyeron al templo, mientras el resto buscaban refugio en la parte alta de la ciudad. Intentando llegar a un acuerdo y evitar una masacre, Herodes envió animales al templo, para que los sacrificios diarios pudieran continuar, pero no le sirvió de nada, al ser imposible contener a las tropas romanas, frustradas por la duración del asedio.
Las tropas judías de Herodes, con el exceso habitual de las guerras civiles, estaban igual de impacientes por el asalto final. El templo y la zona alta de la ciudad fueron arrasadas, y no se perdonó a mujeres, ancianos o niños. Herodes consiguió impedir la profanación del templo, y rogó a Sosio que contuviera sus tropas antes de que la ciudad quedara totalmente destruida, alegando que quería gobernar un reino, no un desierto. Antígono fue ejecutado, con lo que se extinguió la dinastía asmonea, y en el verano del año 37 a. C. Herodes ascendió a un trono cubierto de sangre.
Herodes tomó medidas inmediatas para asegurar su trono. Diez años antes el Sanedrín le había acusado de un delito capital. Ahora disfrutaría de su venganza. El consejo estaba dominado por los saduceos, que habían sido partidarios de Antígono. Herodes ejecutó a 45 de sus 70 miembros y confiscó sus propiedades, con lo que aumentó apreciablemente su tesoro. El poder del consejo quedó limitado a cuestiones religiosas. Sosio dejó en Judea una legión, pero ésta no podía quedarse indefinidamente. Para asegurar su posición, Herodes estableció fortalezas y colonias militares por todo el país.
César dejó a su primo Sexto como gobernador de Siria y regresó a Roma. La posición de Antípater quedó muy fortalecida y pudo conceder importantes posiciones a sus dos hijos mayores. A Fasael le hizo gobernador de Jerusalén y a Herodes, que tenía entonces 25 años, le dio el control de Galilea.
Los galileos eran rabiosamente independientes y Herodes estableció su autoridad sin contemplaciones. Así, tuvo que presentarse ante el consejo de Jerusalén, el Sanedrín, dominado por sus enemigos, acusado de haber ejecutado ilegalmente a sus oponentes. Por consejo de su padre, Herodes se presentó acompañado de su guardia. El Sanedrín no se atrevió a condenarle, pero Herodes comprendió que su vida estaba en peligro y abandonó el país, aunque nunca olvidó esta humillación. Se dirigió a Siria, donde Sexto le puso al frente de las zonas retiraron a la muralla interna, que mantuvieron durante dos semanas más. Vencida esta barrera, los romanos penetraron en la parte baja de la ciudad, cortando Jerusalén en dos. Algunos defensores huyeron al templo, mientras el resto buscaban refugio en la parte alta de la ciudad. Intentando llegar a un acuerdo y evitar una masacre, Herodes envió animales al templo, para que los sacrificios diarios pudieran continuar, pero no le sirvió de nada, al ser imposible contener a las tropas romanas, frustradas por la duración del asedio.
Las tropas judías de Herodes, con el exceso habitual de las guerras civiles, estaban igual de impacientes por el asalto final. El templo y la zona alta de la ciudad fueron arrasadas, y no se perdonó a mujeres, ancianos o niños. Herodes consiguió impedir la profanación del templo, y rogó a Sosio que contuviera sus tropas antes de que la ciudad quedara totalmente destruida, alegando que quería gobernar un reino, no un desierto. Antígono fue ejecutado, con lo que se extinguió la dinastía asmonea, y en el verano del año 37 a. C. Herodes ascendió a un trono cubierto de sangre.
Herodes tomó medidas inmediatas para asegurar su trono. Diez años antes el Sanedrín le había acusado de un delito capital. Ahora disfrutaría de su venganza. El consejo estaba dominado por los saduceos, que habían sido partidarios de Antígono. Herodes ejecutó a 45 de sus 70 miembros y confiscó sus propiedades, con lo que aumentó apreciablemente su tesoro. El poder del consejo quedó limitado a cuestiones religiosas. Sosio dejó en Judea una legión, pero ésta no podía quedarse indefinidamente. Para asegurar su posición, Herodes estableció fortalezas y colonias militares por todo el país.
Tras firmar la paz con Octaviano, Antonio se dirigió al este, llevando consigo a su nueva esposa, Octavia. Esta se esforzó por enderezar la desenfrenada vida de Antonio, y lo consiguió por algún tiempo. Pero pronto resurgió la hostilidad entre Antonio y Octaviano. Octavia consiguió reunir de nuevo a los dos hombres, pero esto al parecer destruyó todo el amor que Antonio pudiera sentir por ella. La sobria vida de Octavia comenzaba a aburrirle, y sus pensamientos volvían hacia Egipto y Cleopatra, a la que no había visto en casi cuatro años. Octavia esperaba un hijo y Antonio la envió de regreso a Roma. A continuación se citó con Cleopatra en Antioquia, Siria, donde se casó con ella. Este insulto a su familia enfureció a Octaviano.
El matrimonio fue también un terrible golpe para Herodes, quien sabía que Cleopatra deseaba reconstruir el imperio de sus antepasados, y que ese imperio incluía Judea. Reforzó Masada y construyó palacios en la roca, que sirvieran de refugio para él y su familia en caso de invasión egipcia. Se excavaron grandes cisternas en la roca para recoger la lluvia y poder acumular agua para años.
Pero a pesar del amor que Antonio sentía por Cleopatra, se negó a satisfacer sus ambiciosas pretensiones. Le quitó a Herodes el fértil oasis de Jericó, con su rica cosecha de dátiles y bálsamo y se la dio a la reina, la cual agravó el insulto ofreciéndoselo a Herodes en alquiler. Cleopatra recibió también otras pequeñas secciones de las tierras de Herodes, pero éste consiguió retener la mayor parte de su reino.
Herodes había establecido su autoridad en el reino, pero en su casa no tenía tanto éxito. Desde el primer momento de su reinado, los problemas domésticos le atormentaban. Muerto Antígono, era necesario nombrar un nuevo Sumo Sacerdote. En tiempos de los asmoneos, el rey ostentaba también este cargo, pero el origen de Herodes lo hacía imposible. Hircano había sido liberado por los partos y Herodes lo recibió con grandes honores, pero no podía volver a ser Sumo Sacerdote al faltarle las orejas que le había cortado Antígono. El nombramiento de un asmoneo hubiera representado una constante amenaza para Herodes, de manera que éste buscó un candidato de historial impecable pero de otra familia. El hombre escogido para ocupar el cargo fue Hananel, sacerdote de los judíos de Babilonia.
Este nombramiento enfureció a los asmoneos de la familia de Herodes. Éste alegó que Hananel era descendiente directo de Zadok, que había sido Sumo Sacerdote en tiempos de Salomón, pero no le valió de nada. Su suegra Alejandra escribió una carta airada a Cleopatra, convencida de que ésta podía convencer a Antonio para que desautorizase a Herodes y otorgara el título de Sumo Sacerdote a su hijo Aristóbulo, de 17 años. También Miriam utilizó sus encantos en apoyo de su hermano Aristóbulo. Fue demasiada presión para Herodes, quien al fin cedió, destituyendo a Hananel y haciendo Sumo Sacerdote a Aristóbulo.
Herodes sospechaba que éste era el primer paso de una trama para destronarle e hizo vigilar a su suegra. Alejandra, enfurecida, planeó escapar a Egipto con su hijo. Herodes fue informado del plan, pero no podía hacer nada abiertamente. Fingió perdonar y esperó su momento.
Aristóbulo ofició por primera vez como Sumo Sacerdote en la fiesta del Tabernáculo del año 35 a. C. Cuando la multitud vio al joven con sus vestimentas sagradas, recordaron la posición real que su familia había disfrutado y comenzaron a murmurar contra el usurpador.
Al enterarse, Herodes decidió actuar inmediatamente. La fiesta duró una semana o más, y al terminar, toda la familia se desplazó a Jericó, donde fueron agasajados por Alejandra en su palacio de invierno. Herodes animó al joven Aristóbulo a beber, y una vez borracho lo llevó a pasear junto a las piscinas del palacio, donde jugaban algunos jóvenes, previamente aleccionados por Herodes. El rey invitó a Aristóbulo a unirse a ellos y, fingiendo jugar, los jóvenes le metieron la cabeza bajo el agua hasta que se ahogó. Herodes se mostró muy afligido por el "accidente" y preparó un lujoso funeral, pero Alejandra sospechó la verdad. Sin decir nada a Herodes volvió a escribir a Cleopatra. Al oir la acusación, Marco Antonio hizo llamar a Herodes. Herodes se presentó amedentrado, cargado de excusas y de dinero. Pero no le recibieron como había temido. Marco Antonio comprendió los motivos que habían impulsado a Herodes y ni siquiera mencionó las acusaciones.
Los problemas de Herodes con su familia no habían hecho más que comenzar. Cuando regresó de su visita a Antonio, su hermana Salomé acusó a su esposo José de adulterio con Miriam. Herodes era un amante celoso e hizo ejecutar a José, pero su pasión por su hermosa esposa le impidió condenarla. A partir de este momento, creció una fuerte enemistad entre Miriam y Salomé, cada una de ellas respaldada por su madre. Este pleito inacabable iba a amargar la vida de Herodes.
Mientras tanto, el mundo romano se conmovía de nuevo. Las relaciones entre Antonio y Octaviano empeoraron y la influencia de Cleopatra sobre Antonio era mal vista en Roma, donde Octavia, su sufrida esposa, era muy apreciada. Ante la hostilidad, Antonio se fue a Éfeso con Cleopatra en el otoño del año 33 a. C. y comenzó a reunir sus tropas. Herodes advirtió a Antonio en contra de Cleopatra. No podía creer que las legiones de Antonio lucharan contra sus compatriotas en favor de Cleopatra. El consejo de Herodes simple y despiadado: "mátala y anexiónate Egipto".
En la primavera siguiente, las tropas de Antonio se dirigieron a Grecia, donde se comprometió definitivamente con Cleopatra, lo cual fue también su peor equivocación. Se divorció de Octavia y la hizo expulsar de su casa de Roma. El rumor de que pretendía trasladar la capital del imperio de Roma a Alejandría añadió leña al fuego. Sus tropas empezaron a desertar. En el invierno del 32 al 31 a. C., Roma declaró la guerra, no contra Antonio, sino contra "la ramera de éste".
Los dos bandos se enfrentaron en el verano siguiente. En vista de las continuas deserciones, Antonio se decidió por una batalla naval en Actium. En el punto álgido de la batalla, viendo escapar la victoria, Cleopatra desplegó sus velas y huyó a Egipto, seguida por Antonio. Allí, abandonado por sus fuerzas, se apuñaló y murió en brazos de su amada. Cleopatra trató de pactar con Octaviano, ofreciendo su propia vida a cambio de la de los hijos que había tenido con Antonio. Finalmente, ella también se suicidó. La única persona que salió con bien de la historia fue Octavia, que adoptó a los hijos de Antonio y Cleopatra y los crió como propios.
Herodes tenía un nuevo señor. Aunque había preparado tropas para ayudar a Antonio, no habían llegado a intervenir en la guerra. Unos años antes, Antonio había impuesto un tributo a los árabes nabateos, que debía pagarse a Cleopatra, pero esta había insistido en que Herodes lo cobrara para ella. Al declinar el poder de Antonio los árabes se negaron a pagar el tributo y se ordenó a Herodes que usase sus tropas para recaudarlo. Fueron malos tiempos para Herodes. La campaña contra los nabateos distó mucho de ser gloriosa. En su ausencia, Judea fue devastada por un terremoto (año 31 a. C.) en el que murieron miles de personas y se destruyeron numerosas propiedades y rebaños.
Herodes sabía que debía presentarse a Octaviano lo antes posible, pero antes quería asegurar su posición. Una sola persona podía representar una amenaza para él: el anciano Hircano. Este no sentía ninguna inquietud política y se conformaba con vivir en paz el resto de sus días, pero no así su hija Alejandra, que deseaba ardientemente vengar la muerte de su hijo, ahogado por orden de Herodes. Por ello, instó a su padre a reclamar el trono. Ante esta amenaza, Herodes acusó de traición al ex-rey y lo hizo ejecutar. Tras esto, se consideró listo para entrevistarse con Octaviano. Por si las cosas fueran mal, Herodes envió a su madre, a su hermana Salomé y a sus hijos a la fortaleza de Masada. Era imposible enviar allí a Miriam y Alejandra, dada su enemistad con Salomé y a sus hijos a la fortaleza de Masada. Era imposible enviar allí a Miriam y Alejandra, dada su enemistad con Salomé, de manera que las envió a la fortaleza de Alexandrium, que dominaba el valle del Jordán. Su incontenible pasión por Miriam hacía insoportable la idea de que ésta se casara con otro tras su muerte, así que Herodes dejó órdenes secretas de que la mataran en caso de que algo le sucediera a él.
Dejando a su hermano Feroras en su puesto, Herodes se embarcó hacia Rodas para ver a Octaviano, llevándole como regalo una fuerte suma de dinero. Antes de la entrevista se quitó la corona, pero no se excusó por haber apoyado a Antonio. Antes bien, recalcó su lealtad a su antiguo señor, y pidió la oportunidad de mostrarse igualmente leal a Octaviano. El nuevo amo del mundo quedó impresionado por esta franqueza y le devolvió su corona. Herodes había sobrevivido una vez más.
Herodes regresó eufórico a Judea y corrió a contarle a Miriam las buenas noticias. Esta le recibió con una sarta de insultos ya que se había enterado de las órdenes referentes a su muerte. Herodes trató de explicarse, insistiendo en su amor por ella, pero todo fue en vano. La hermana de Herodes, Salomé, y su madre Cypros hicieron todo lo que pudieron por empeorar la situación. Deprimido, Herodes dio crédito a sus mentiras.
Mientras tanto, Octaviano se dirigía a Egipto. Cleopatra aún se mantenía a la espera de un cambio de suerte. Herodes, buscando una excusa para escapar de sus problemas domésticos, acudió al lado de su nuevo señor. Octaviano premió su lealtad devolviéndole los territorios que Cleopatra le había quitado, y añadiendo Samaria y la franja costera al reino de Herodes. Además, le cedió 400 de los guardias galos de Cleopatra.
El éxito político de Herodes contrastaba con sus problemas familiares. El amor de Miriam se había convertido en odio. Convencida de que Herodes estaba prendado de ella, y nunca se atrevería a hacerle daño, se dedicó a atormentarle sin piedad, burlándose de su familia por su bajo origen. Durante un año, Herodes aguantó constantes humillaciones. Finalmente instigado por Salomé y Cypros, que fraguaron un complicado plan contra Miriam, la acusó de adulterio. Se la encontró culpable y fue ejecutada.
Herodes sufría terribles remordimientos por la muerte de Miriam; se entregó a la bebida y pronto cayó enfermo. Durante su enfermedad, Alejandra trató de tomar el control de Jerusalén, pero su plan falló y Herodes, que ya no tenía que considerar los sentimientos de Miriam, ordenó la ejecución de Alejandra. Todo esto embruteció a Herodes, cuyo gobierno se hizo más opresivo a partir de entonces.
Alejandra era la última de los asmoneos. Herodes ordenó una purga de su partidarios, y en los siguientes meses muchos de ellos, incluyendo varios de sus amigos, fueron a galeras. Como de costumbre, la represión engendró nuevas conspiraciones. Diez conspiradores que pretendía asesinar a Herodes en el teatro por sus "actividades antijudías" fueron delatados y ejecutados. Pero la mayoría desaparecían en Hircania. La fortaleza adquirió una siniestra reputación, ya que muchos disidentes fueron a parar allí sin que se volviera a saber de ellos.
Antes de la caída de Antonio, Judea empezaba ya a florecer. Cuando Octaviano, convertido en el emperador Augusto, amplió el reino de Herodes, el rey emprendió un ambicioso programa de obras. Se edificaron dos ciudades para gobernar los territorios recién adquiridos. En Samaria, se agrandó la antigua ciudad del mismo nombre y se la rebautizó Sebaste (Augusta en griego). Era una ciudad gentil, coronada por un templo a Augusto. Disponía de una colonia militar, y parece que Herodes consideró la posibilidad de gobernar desde Sebaste para escapar de las restricciones de Jerusalén. En el fondo, era un gentil y le atraía un modo de vida más relajado y liberal. Trató de promocionar la cultura griega en Judea, e incluso construyó un teatro y un anfiteatro en Jerusalén. Pero constantemente se enfrentaba con las objeciones de los judíos estrictos, que veían en toda influencia externa una amenaza contra su cultura y religión.
Unos dos años después de que Herodes empezase a reconstruir Samaria, Judea cayó víctima del hambre y las epidemias. Muchos interpretaron el desastre como un castigo de Dios por las inclinaciones gentiles de Herodes. Pero el rey, en un acto de auténtica compasión por sus súbditos, convirtió en monedas todos los ornamentos de oro y plata de su palacio y compró a Egipto alimentos para su pueblo.
Una vez superada el hambre, Herodes pudo dedicar sus energías a su programa de obras públicas. En el oeste de Samaria fundó una ciudad llamada Antipatris en honor de su padre, y estableció una colonia militar, Gaba, en el valle de Jezrael, en la frontera de Samaria y Galilea, para evitar violencias entre ambas regiones.
La más famosa de las construcciones de Herodes fue la ciudad de Cesarea, que se comenzó el año 22 a. C. y tardó 12 años en terminarse. Tenía una gran bahía artificial semicircular, un teatro, un anfiteatro y un templo a Augusto que dominaba la bahía. Cesarea era una ciudad gentil, como las demás ciudades costeras. Estaba cerca de la provincia de Siria, lo que la hacía muy adecuada como punto de embarque.
Había en Cesarea una comunidad judía que ocupaba el norte de la ciudad, en el antiguo emplazamiento de la Torre de Estratón. Se han encontrado allí los cimientos de una sinagoga y parece seguro que Herodes intentó trasladar allí su gobierno, ya que disponía de todas las comodidades que el rey amaba tanto.
No se sabe nada de la vida amorosa de Herodes durante los cuatro años siguientes a la muerte de Miriam, pero el rey no podía resistir una cara bonita. Oyó hablar de otra Miriam, con fama de ser la mujer más bella de su época. Esta combinación de belleza y nombre fatídico no dejó de excitar a Herodes, que volvió a enamorarse a primera vista. El padre de Miriam era un insignificante sacerdote llamado Simón. Herodes sabía que no podía emparentar con tal familia sin sacrificar su dignidad, pero no estaba dispuesto a renunciar a su pasión, así que destituyó al Sumo Sacerdote y nombró a Simón en su lugar. Su matrimonio con Miriam quedaba así dignificado.
La primera Miriam le había dado a Herodes dos hijos, Alejandro y Aristóbulo. Al casarse de nuevo, los envió a Roma para que se educaran, y el emperador Augusto los alojó en su propia casa. Por esta época se produjeron disturbios al nordeste del mar de Galilea y Augusto dejó la zona bajo el control de Herodes. Tiempo después, Herodes decidió visitar Roma para ver a sus hijos y presentar sus respetos al emperador. Augusto, que apreciaba a los dos muchachos, se mostró dispuesto a permitir que Herodes escogiera a su sucesor. Como su educación había terminado, Herodes volvió a Jerusalén con los dos príncipes y dispuso sus matrimonios. Durante varios años había disfrutado de paz en su hogar, pero con el retorno de los príncipes volvieron todas las rivalidades familiares.
La hermana de Herodes, Salomé, sabía que si los muchachos ascendían al poder tratarían de vengar la muerte de su madre. Las intrigas de palacio comenzaron de nuevo. A base de insidias y medias verdades, Salomé y Feroras, el hermano de Herodes, fueron poniendo al rey en contra de los dos príncipes, quienes respondieron con odio hacia su padre y su familia. Herodes trató de ignorarlo todo al principio, pero al final su hermano y su hermana acabaron embaucándole. Herodes siempre había pretendido que Alejandro y Aristóbulo le sucedieran, y ellos lo sabían. Pero ahora mandó llamar a su primera esposa Doris, y a su hijo Antípater, a los que había desterrado hacía más de 20 años cuando se prometió a Miriam. Con ello, quería advertir a los dos príncipes de que la sucesión no estaba decidida. Esto empeoró la situación. Antípater se unió a la campaña de Salomé contra los jóvenes, pero era mucho más sutil que su tía. Mientras hacía correr maliciosos rumores sobre sus hermanastros, los defendía ante su padre, el cual se conmovió ante su aparente falta de egoísmo y escribió una carta a Roma elogiando a Antípater, que pronto quedó aceptado como sucesor de Herodes.
La campaña de Antípater y Salomé tuvo tanto éxito que Herodes empezó a odiar y temer a los jóvenes. Desesperado, decidió pedir consejo al emperador Augusto. Los llevó a Italia y les acusó de planear asesinarle y usurpar el trono. Pero Augusto conocía bien a los dos príncipes y no le convencieron las acusaciones de Herodes. Reprendió a los príncipes por no mostrar el debido respeto a su padre y consiguió reconciliarlos. A su regreso de Italia, Herodes se dirigió al pueblo en la plataforma del templo para contar lo sucedido y nombró públicamente a sus sucesores: primero a Antípater, y después a Alejandro y Aristóbulo.
Cesarea quedo terminada el año 10 a. C. y el rey inauguró la nueva ciudad con juegos y festejos que también pretendían celebrar la nueva concordia que creía haber encontrado en su familia. Pero estaba equivocado. La edad no atenuó la pasión de Herodes por las mujeres. Al extinguirse su amor por Miriam II, volvió a casarse una y otra vez. Cada nueva esposa que entraba en el harén tomaba inmediatamente partido en los conflictos domésticos. A pesar de este descontrol, Herodes siguió contrayendo matrimonios, quizás con la esperanza de llegar a encontrar una esposa que le amase de verdad. Al final, tenía por lo menos nueve esposas peleando por el palacio, que le dieron una interminable sucesión de hijos.
La confusión aumentó al casarse algunos de los hijos dentro de la misma familia. Aristóbulo se había casado con la hija de Salomé, pero Salomé, movida por el odio que sentía hacia los hijos de Miriam, convenció a su hija de que le negase a Aristóbulo sus derechos maritales. Herodes había destinado una de sus propias hijas a su hermano, pero Feroras insultó al rey al rechazar su oferta, ya que quería casarse con una esclava. Esto separó a los dos hermanos. Entonces Feroras acusó al rey de cortejar a Glafira, la esposa de Alejandro. El joven Alejandro respondió con una sarta de insultos contra su padre. Finalmente Herodes acusó a Feroras y Feroras culpó de todo a la intrigante Salomé.
Por increíble que pueda parecer, la anciana Salomé se enamoró. El desafortunado era Sileo, primer ministro de los árabes nabateos, los viejos enemigos de Herodes, el cual quedó horrorizado al enterarse. Quedó aún más sorprendido cuando Sileo le pidió la mano de su hermana. Herodes le respondió que tendría que circuncidarse y abrazar la fe judía. Esto fue demasiado para Sileo, que regresó a su país.
Corrió el rumor de que Alejandro había tenido relaciones con algunos de los eunucos de Herodes. Herodes los hizo torturar en el potro y Antípater consiguió que declarasen en contra de Alejandro. La ira de Herodes llegó casi a la locura, y comenzó a purgar su corte de todos aquellos cuya lealtad estuviera en duda. Para salvar sus vidas, los cortesanos empezaron a acusarse entre sí, y rodaron muchas cabezas. Pero pronto Herodes se recuperó y se dio cuenta de lo que sucedía. Sentía remordimientos por los inocentes que había ejecutado, pero con su habitual estilo impetuoso lo compensó ejecutando también a los denunciantes.
Antípater logró mancillar los nombres de Alejandro y Aristóbulo. Herodes estaba convencido de que conspiraban contra él. Los amigos de Alejandro fueron torturados y, cuando murieron sin decir nada, Antípater fingió admiración por su lealtad al príncipe, volviendo en su favor la falta de evidencia. Finalmente, sus esfuerzos tuvieron éxito y una aparente conspiración empezó a salir a la luz. Se dijo que Alejandro planeaba un accidente de caza para su padre, y se apoyó esta declaración con una carta falsa de Alejandro a Aristóbulo. Herodes creyó la falsa evidencia y arrestó a Alejandro. Cegado por su odio hacia la familia de su padre, Alejandro admitió los cargos y se vengó declarando que Feroras y Salomé también formaban parte de la conspiración. En medio de esta confusión, el rey de Capadocia, suegro de Alejandro, llegó a Judea, temiendo por la vida de su hija. El astuto capadocio, a base de insultar a Alejandro, consiguió que Herodes saliera en defensa de su hijo, logrando desviar las sospechas hacia Feroras. Herodes, ya resentido con su hermano, le aceptó como chivo expiatorio. Los dos príncipes quedaron rehabilitados.
Como si no tuviera bastante con sus problemas domésticos, Herodes comenzó a cometer errores políticos. Al no autorizar el matrimonio de Sileo con Salomé había ganado un enemigo. Sileo empezó a apoyar a los advesarios de Herodes en Traconitis, al este del mar de Galilea, región cedida a Herodes por Augusto. Se inició una guerra de guerrillas, y Herodes no conseguía capturar a los rebeldes porque estos se refugiaban en Arabia. En represalia, el rey masacró a la población de Traconitis, lo cual, por supuesto, empeoró las cosas e hizo aumentar los ataques. Herodes esperó hasta que Sileo estuvo fuera del país, y con el consentimiento del gobernador de Siria, hizo una incursión en Arabia, aniquiló a las guerrillas y volvió a su reino. Sileo, que en ese momento estaba en Roma, se quejó a Augusto, exagerando enormemente la escala de la operación de Herodes. El emperador reaccionó con ira y, sin atender detalles, preguntó solamente si la historia era cierta. A continuación escribió una carta a Herodes, rebajándole de la posición de amigo a la de súbdito. El mundo de Herodes parecía venirse abajo. Envió embajadores a Roma para explicar sus razones al emperador, pero se vieron obligados a regresar sin haber sido escuchados.
Alejandro y Aristóbulo volvieron a conspirar contra su padre, y una vez más Salomé instigó a su hermano a castigarles. Esta vez tuvo éxito y Herodes escribió a Augusto exponiéndole las pruebas. Para entonces el emperador se había dado cuenta de su precipitación al condenar a Herodes por su incursión en Arabia. No obstante, debía estar harto de los problemas domésticos de Herodes y le recomendó nombrar un jurado en la colonia romana de Beirut, y llevar a los príncipes a juicio ante el gobernador de Siria y otras autoridades. El tribunal definitivo constaba de 150 miembros y Herodes acusó ante ellos a sus hijos sin permitirles comparecer a juicio ni presentar una defensa. El gobernador de Siria recomendó clemencia, pero el resto de los miembros del tribunal, elegidos por Herodes, emitió el deseado veredicto de culpabilidad.
El rey regresó a Cesarea, donde tuvo problemas con sus soldados, que apreciaban a los príncipes. Trescientos soldados fueron arrestados y muertos a palos. Aristóbulo y Alejandro fueron llevados a Sebaste y estrangulados. Por la noche, se trasladaron sus cuerpos a Alexandrium, donde estaban enterrados la mayoría de los asmoneos.
Feroras había permanecido todo este tiempo fiel a su esclava, y se negaba a repudiarla a pesar de las constantes amenazas de Herodes. Desesperado, el rey le expulsó de la corte, enviándole a gobernar Perea. Feroras juró que no volvería hasta que tuviera noticia de la muerte de su hermano.
Antípater parecía confirmado como heredero, y Herodes empezó a transferirle el poder gradualmente. Pero Antípater no estaba satisfecho con esto. No podía esperar y se lamentaba de la vida aparentemente interminable de Herodes. Salomé, temerosa del creciente poder de Antípater, decidió socavar su posición. Pero Herodes conocía muy bien a su hermana y esta vez se negó a dar crédito a sus historias. Para demostrar su plena confianza en Antípater, le envió como embajador a Roma.
Antes de partir, Antípater se reunió en secreto con Feroras, y entre ambos tramaron un plan para envenenar al rey durante la ausencia de Antípater. Sin embargo, antes de poderlo llevar a cabo, Feroras murió en circunstancias sospechosas. Bajo tortura, sus esclavos comenzaron a descubrir otda una maraña de intrigas, que parecían confirmar lo que Salomé había dicho. A Herodes no le cupo más remedio que dar crédito a las denuncias de su hermana. La esposa-esclava de Feroras confirmó la existencia de un plan de Antípater para hacer envenenar a su padre, y Herodes quedó finalmente convencido cuando se le presentó el veneno. También se reveló que la hermosa Miriam II estaba implicada, lo cual debió constituir un terrible golpe para el orgullo de Herodes, que se divorció de ella inmediatamente y destituyó a su padre como Sumo Sacerdote.
Herodes estaba decidido a que Antípater no escapara. Aunque faltaban siete meses para su regreso, la policía secreta de Herodes fue tan eficiente que no le llegó ninguna noticia del descubrimiento de la conspiración. Así, Antípater llegó a Cesarea y de allí fue a Jerusalén, donde le esperaba su padre con el gobernador de Siria. Al día siguiente, se le llevó a juicio ante el gobernador. Trató de defenderse, pero las pruebas eran abrumadoras. El gobernador no emitió un veredicto formal, pero Herodes encerró a su hijo y escribió a Augusto informándole de la situación.
Agotado por las incesantes intrigas, Herodes cayó enfermo de gravedad. Revisó su testamento y dejó el reino a su hijo menor, Antipas. Cruzó el Jordán para bañarse en los manantiales cálidos, pero tuvo que regresar a Jericó sin experimentar mejoría. En su lecho de muerte recibió una carta de Augusto concediéndole permiso para proceder como juzgara conveniente con respecto a Antípater. Aunque se sintió complacido, Herodes no dio la orden de ejecución.
Mientras tanto, corrió el rumor de que el rey había muerto. Al oírlo, Antípater se sintió esperanzado y trató de sobornar a sus carceleros, pero Herodes fue informado y dio la orden fatal. El cuerpo de Antípater fue enterrado sin ceremonias en Hircania. Cinco días más tarde moría el rey, después de haber cambiado de nuevo su testamento, en el que dividía su reino entre tres de sus hijos, Antipas, Arquelao y Filipo.
El reinado de Herodes había sido largo. Habían pasado 35 años desde que volviera de Roma coronado rey. Es muy difícil valorar su reinado, ya que judíos y gentiles lo veían desde perspectivas diferentes. Aunque siempre procuró obedecer la ley judía cuando estaba en Judea, era gentil en el fondo y los judíos ortodoxos nunca se lo perdonaron.
Su reinado les proporcionó un tercio de siglo de paz y prosperidad, y el nuevo puerto de Cesarea favoreció el comercio. Pero su programa de obras públicas costó inmensas sumas de dinero, y los impuestos eran necesariamente elevados. Para los criterios de la época no fue un mal gobernante. Fue brutal, pero mucho menos que los asmoneos. Su principal mérito fue precisamente lo que le criticaban los judíos: su ambigua actitud hacia el judaísmo. Augusto sabía lo que hacía cuando le cedió a Herodes Samaria y la franja costera ya que, aunque el rey procuró no ofender a los judíos, tampoco oprimió a los samaritanos y a los no judíos. Un rey asmoneo les hubiera perseguido y un gobernante no judío hubiera mostrado poca simpatía por los hebreos.
El principal defecto de Herodes fue su incontrolable pasión, tanto en el amor como en el odio, que unido a su miedo a perder el trono le empujó a la mayoría de sus crímenes, especialmente los cometidos dentro de su propia familia.
El matrimonio fue también un terrible golpe para Herodes, quien sabía que Cleopatra deseaba reconstruir el imperio de sus antepasados, y que ese imperio incluía Judea. Reforzó Masada y construyó palacios en la roca, que sirvieran de refugio para él y su familia en caso de invasión egipcia. Se excavaron grandes cisternas en la roca para recoger la lluvia y poder acumular agua para años.
Pero a pesar del amor que Antonio sentía por Cleopatra, se negó a satisfacer sus ambiciosas pretensiones. Le quitó a Herodes el fértil oasis de Jericó, con su rica cosecha de dátiles y bálsamo y se la dio a la reina, la cual agravó el insulto ofreciéndoselo a Herodes en alquiler. Cleopatra recibió también otras pequeñas secciones de las tierras de Herodes, pero éste consiguió retener la mayor parte de su reino.
Herodes había establecido su autoridad en el reino, pero en su casa no tenía tanto éxito. Desde el primer momento de su reinado, los problemas domésticos le atormentaban. Muerto Antígono, era necesario nombrar un nuevo Sumo Sacerdote. En tiempos de los asmoneos, el rey ostentaba también este cargo, pero el origen de Herodes lo hacía imposible. Hircano había sido liberado por los partos y Herodes lo recibió con grandes honores, pero no podía volver a ser Sumo Sacerdote al faltarle las orejas que le había cortado Antígono. El nombramiento de un asmoneo hubiera representado una constante amenaza para Herodes, de manera que éste buscó un candidato de historial impecable pero de otra familia. El hombre escogido para ocupar el cargo fue Hananel, sacerdote de los judíos de Babilonia.
Este nombramiento enfureció a los asmoneos de la familia de Herodes. Éste alegó que Hananel era descendiente directo de Zadok, que había sido Sumo Sacerdote en tiempos de Salomón, pero no le valió de nada. Su suegra Alejandra escribió una carta airada a Cleopatra, convencida de que ésta podía convencer a Antonio para que desautorizase a Herodes y otorgara el título de Sumo Sacerdote a su hijo Aristóbulo, de 17 años. También Miriam utilizó sus encantos en apoyo de su hermano Aristóbulo. Fue demasiada presión para Herodes, quien al fin cedió, destituyendo a Hananel y haciendo Sumo Sacerdote a Aristóbulo.
Herodes sospechaba que éste era el primer paso de una trama para destronarle e hizo vigilar a su suegra. Alejandra, enfurecida, planeó escapar a Egipto con su hijo. Herodes fue informado del plan, pero no podía hacer nada abiertamente. Fingió perdonar y esperó su momento.
Aristóbulo ofició por primera vez como Sumo Sacerdote en la fiesta del Tabernáculo del año 35 a. C. Cuando la multitud vio al joven con sus vestimentas sagradas, recordaron la posición real que su familia había disfrutado y comenzaron a murmurar contra el usurpador.
Al enterarse, Herodes decidió actuar inmediatamente. La fiesta duró una semana o más, y al terminar, toda la familia se desplazó a Jericó, donde fueron agasajados por Alejandra en su palacio de invierno. Herodes animó al joven Aristóbulo a beber, y una vez borracho lo llevó a pasear junto a las piscinas del palacio, donde jugaban algunos jóvenes, previamente aleccionados por Herodes. El rey invitó a Aristóbulo a unirse a ellos y, fingiendo jugar, los jóvenes le metieron la cabeza bajo el agua hasta que se ahogó. Herodes se mostró muy afligido por el "accidente" y preparó un lujoso funeral, pero Alejandra sospechó la verdad. Sin decir nada a Herodes volvió a escribir a Cleopatra. Al oir la acusación, Marco Antonio hizo llamar a Herodes. Herodes se presentó amedentrado, cargado de excusas y de dinero. Pero no le recibieron como había temido. Marco Antonio comprendió los motivos que habían impulsado a Herodes y ni siquiera mencionó las acusaciones.
Los problemas de Herodes con su familia no habían hecho más que comenzar. Cuando regresó de su visita a Antonio, su hermana Salomé acusó a su esposo José de adulterio con Miriam. Herodes era un amante celoso e hizo ejecutar a José, pero su pasión por su hermosa esposa le impidió condenarla. A partir de este momento, creció una fuerte enemistad entre Miriam y Salomé, cada una de ellas respaldada por su madre. Este pleito inacabable iba a amargar la vida de Herodes.
Mientras tanto, el mundo romano se conmovía de nuevo. Las relaciones entre Antonio y Octaviano empeoraron y la influencia de Cleopatra sobre Antonio era mal vista en Roma, donde Octavia, su sufrida esposa, era muy apreciada. Ante la hostilidad, Antonio se fue a Éfeso con Cleopatra en el otoño del año 33 a. C. y comenzó a reunir sus tropas. Herodes advirtió a Antonio en contra de Cleopatra. No podía creer que las legiones de Antonio lucharan contra sus compatriotas en favor de Cleopatra. El consejo de Herodes simple y despiadado: "mátala y anexiónate Egipto".
En la primavera siguiente, las tropas de Antonio se dirigieron a Grecia, donde se comprometió definitivamente con Cleopatra, lo cual fue también su peor equivocación. Se divorció de Octavia y la hizo expulsar de su casa de Roma. El rumor de que pretendía trasladar la capital del imperio de Roma a Alejandría añadió leña al fuego. Sus tropas empezaron a desertar. En el invierno del 32 al 31 a. C., Roma declaró la guerra, no contra Antonio, sino contra "la ramera de éste".
Los dos bandos se enfrentaron en el verano siguiente. En vista de las continuas deserciones, Antonio se decidió por una batalla naval en Actium. En el punto álgido de la batalla, viendo escapar la victoria, Cleopatra desplegó sus velas y huyó a Egipto, seguida por Antonio. Allí, abandonado por sus fuerzas, se apuñaló y murió en brazos de su amada. Cleopatra trató de pactar con Octaviano, ofreciendo su propia vida a cambio de la de los hijos que había tenido con Antonio. Finalmente, ella también se suicidó. La única persona que salió con bien de la historia fue Octavia, que adoptó a los hijos de Antonio y Cleopatra y los crió como propios.
Herodes tenía un nuevo señor. Aunque había preparado tropas para ayudar a Antonio, no habían llegado a intervenir en la guerra. Unos años antes, Antonio había impuesto un tributo a los árabes nabateos, que debía pagarse a Cleopatra, pero esta había insistido en que Herodes lo cobrara para ella. Al declinar el poder de Antonio los árabes se negaron a pagar el tributo y se ordenó a Herodes que usase sus tropas para recaudarlo. Fueron malos tiempos para Herodes. La campaña contra los nabateos distó mucho de ser gloriosa. En su ausencia, Judea fue devastada por un terremoto (año 31 a. C.) en el que murieron miles de personas y se destruyeron numerosas propiedades y rebaños.
Herodes sabía que debía presentarse a Octaviano lo antes posible, pero antes quería asegurar su posición. Una sola persona podía representar una amenaza para él: el anciano Hircano. Este no sentía ninguna inquietud política y se conformaba con vivir en paz el resto de sus días, pero no así su hija Alejandra, que deseaba ardientemente vengar la muerte de su hijo, ahogado por orden de Herodes. Por ello, instó a su padre a reclamar el trono. Ante esta amenaza, Herodes acusó de traición al ex-rey y lo hizo ejecutar. Tras esto, se consideró listo para entrevistarse con Octaviano. Por si las cosas fueran mal, Herodes envió a su madre, a su hermana Salomé y a sus hijos a la fortaleza de Masada. Era imposible enviar allí a Miriam y Alejandra, dada su enemistad con Salomé y a sus hijos a la fortaleza de Masada. Era imposible enviar allí a Miriam y Alejandra, dada su enemistad con Salomé, de manera que las envió a la fortaleza de Alexandrium, que dominaba el valle del Jordán. Su incontenible pasión por Miriam hacía insoportable la idea de que ésta se casara con otro tras su muerte, así que Herodes dejó órdenes secretas de que la mataran en caso de que algo le sucediera a él.
Dejando a su hermano Feroras en su puesto, Herodes se embarcó hacia Rodas para ver a Octaviano, llevándole como regalo una fuerte suma de dinero. Antes de la entrevista se quitó la corona, pero no se excusó por haber apoyado a Antonio. Antes bien, recalcó su lealtad a su antiguo señor, y pidió la oportunidad de mostrarse igualmente leal a Octaviano. El nuevo amo del mundo quedó impresionado por esta franqueza y le devolvió su corona. Herodes había sobrevivido una vez más.
Herodes regresó eufórico a Judea y corrió a contarle a Miriam las buenas noticias. Esta le recibió con una sarta de insultos ya que se había enterado de las órdenes referentes a su muerte. Herodes trató de explicarse, insistiendo en su amor por ella, pero todo fue en vano. La hermana de Herodes, Salomé, y su madre Cypros hicieron todo lo que pudieron por empeorar la situación. Deprimido, Herodes dio crédito a sus mentiras.
Mientras tanto, Octaviano se dirigía a Egipto. Cleopatra aún se mantenía a la espera de un cambio de suerte. Herodes, buscando una excusa para escapar de sus problemas domésticos, acudió al lado de su nuevo señor. Octaviano premió su lealtad devolviéndole los territorios que Cleopatra le había quitado, y añadiendo Samaria y la franja costera al reino de Herodes. Además, le cedió 400 de los guardias galos de Cleopatra.
El éxito político de Herodes contrastaba con sus problemas familiares. El amor de Miriam se había convertido en odio. Convencida de que Herodes estaba prendado de ella, y nunca se atrevería a hacerle daño, se dedicó a atormentarle sin piedad, burlándose de su familia por su bajo origen. Durante un año, Herodes aguantó constantes humillaciones. Finalmente instigado por Salomé y Cypros, que fraguaron un complicado plan contra Miriam, la acusó de adulterio. Se la encontró culpable y fue ejecutada.
Herodes sufría terribles remordimientos por la muerte de Miriam; se entregó a la bebida y pronto cayó enfermo. Durante su enfermedad, Alejandra trató de tomar el control de Jerusalén, pero su plan falló y Herodes, que ya no tenía que considerar los sentimientos de Miriam, ordenó la ejecución de Alejandra. Todo esto embruteció a Herodes, cuyo gobierno se hizo más opresivo a partir de entonces.
Alejandra era la última de los asmoneos. Herodes ordenó una purga de su partidarios, y en los siguientes meses muchos de ellos, incluyendo varios de sus amigos, fueron a galeras. Como de costumbre, la represión engendró nuevas conspiraciones. Diez conspiradores que pretendía asesinar a Herodes en el teatro por sus "actividades antijudías" fueron delatados y ejecutados. Pero la mayoría desaparecían en Hircania. La fortaleza adquirió una siniestra reputación, ya que muchos disidentes fueron a parar allí sin que se volviera a saber de ellos.
Antes de la caída de Antonio, Judea empezaba ya a florecer. Cuando Octaviano, convertido en el emperador Augusto, amplió el reino de Herodes, el rey emprendió un ambicioso programa de obras. Se edificaron dos ciudades para gobernar los territorios recién adquiridos. En Samaria, se agrandó la antigua ciudad del mismo nombre y se la rebautizó Sebaste (Augusta en griego). Era una ciudad gentil, coronada por un templo a Augusto. Disponía de una colonia militar, y parece que Herodes consideró la posibilidad de gobernar desde Sebaste para escapar de las restricciones de Jerusalén. En el fondo, era un gentil y le atraía un modo de vida más relajado y liberal. Trató de promocionar la cultura griega en Judea, e incluso construyó un teatro y un anfiteatro en Jerusalén. Pero constantemente se enfrentaba con las objeciones de los judíos estrictos, que veían en toda influencia externa una amenaza contra su cultura y religión.
Unos dos años después de que Herodes empezase a reconstruir Samaria, Judea cayó víctima del hambre y las epidemias. Muchos interpretaron el desastre como un castigo de Dios por las inclinaciones gentiles de Herodes. Pero el rey, en un acto de auténtica compasión por sus súbditos, convirtió en monedas todos los ornamentos de oro y plata de su palacio y compró a Egipto alimentos para su pueblo.
Una vez superada el hambre, Herodes pudo dedicar sus energías a su programa de obras públicas. En el oeste de Samaria fundó una ciudad llamada Antipatris en honor de su padre, y estableció una colonia militar, Gaba, en el valle de Jezrael, en la frontera de Samaria y Galilea, para evitar violencias entre ambas regiones.
La más famosa de las construcciones de Herodes fue la ciudad de Cesarea, que se comenzó el año 22 a. C. y tardó 12 años en terminarse. Tenía una gran bahía artificial semicircular, un teatro, un anfiteatro y un templo a Augusto que dominaba la bahía. Cesarea era una ciudad gentil, como las demás ciudades costeras. Estaba cerca de la provincia de Siria, lo que la hacía muy adecuada como punto de embarque.
Había en Cesarea una comunidad judía que ocupaba el norte de la ciudad, en el antiguo emplazamiento de la Torre de Estratón. Se han encontrado allí los cimientos de una sinagoga y parece seguro que Herodes intentó trasladar allí su gobierno, ya que disponía de todas las comodidades que el rey amaba tanto.
No se sabe nada de la vida amorosa de Herodes durante los cuatro años siguientes a la muerte de Miriam, pero el rey no podía resistir una cara bonita. Oyó hablar de otra Miriam, con fama de ser la mujer más bella de su época. Esta combinación de belleza y nombre fatídico no dejó de excitar a Herodes, que volvió a enamorarse a primera vista. El padre de Miriam era un insignificante sacerdote llamado Simón. Herodes sabía que no podía emparentar con tal familia sin sacrificar su dignidad, pero no estaba dispuesto a renunciar a su pasión, así que destituyó al Sumo Sacerdote y nombró a Simón en su lugar. Su matrimonio con Miriam quedaba así dignificado.
La primera Miriam le había dado a Herodes dos hijos, Alejandro y Aristóbulo. Al casarse de nuevo, los envió a Roma para que se educaran, y el emperador Augusto los alojó en su propia casa. Por esta época se produjeron disturbios al nordeste del mar de Galilea y Augusto dejó la zona bajo el control de Herodes. Tiempo después, Herodes decidió visitar Roma para ver a sus hijos y presentar sus respetos al emperador. Augusto, que apreciaba a los dos muchachos, se mostró dispuesto a permitir que Herodes escogiera a su sucesor. Como su educación había terminado, Herodes volvió a Jerusalén con los dos príncipes y dispuso sus matrimonios. Durante varios años había disfrutado de paz en su hogar, pero con el retorno de los príncipes volvieron todas las rivalidades familiares.
La hermana de Herodes, Salomé, sabía que si los muchachos ascendían al poder tratarían de vengar la muerte de su madre. Las intrigas de palacio comenzaron de nuevo. A base de insidias y medias verdades, Salomé y Feroras, el hermano de Herodes, fueron poniendo al rey en contra de los dos príncipes, quienes respondieron con odio hacia su padre y su familia. Herodes trató de ignorarlo todo al principio, pero al final su hermano y su hermana acabaron embaucándole. Herodes siempre había pretendido que Alejandro y Aristóbulo le sucedieran, y ellos lo sabían. Pero ahora mandó llamar a su primera esposa Doris, y a su hijo Antípater, a los que había desterrado hacía más de 20 años cuando se prometió a Miriam. Con ello, quería advertir a los dos príncipes de que la sucesión no estaba decidida. Esto empeoró la situación. Antípater se unió a la campaña de Salomé contra los jóvenes, pero era mucho más sutil que su tía. Mientras hacía correr maliciosos rumores sobre sus hermanastros, los defendía ante su padre, el cual se conmovió ante su aparente falta de egoísmo y escribió una carta a Roma elogiando a Antípater, que pronto quedó aceptado como sucesor de Herodes.
La campaña de Antípater y Salomé tuvo tanto éxito que Herodes empezó a odiar y temer a los jóvenes. Desesperado, decidió pedir consejo al emperador Augusto. Los llevó a Italia y les acusó de planear asesinarle y usurpar el trono. Pero Augusto conocía bien a los dos príncipes y no le convencieron las acusaciones de Herodes. Reprendió a los príncipes por no mostrar el debido respeto a su padre y consiguió reconciliarlos. A su regreso de Italia, Herodes se dirigió al pueblo en la plataforma del templo para contar lo sucedido y nombró públicamente a sus sucesores: primero a Antípater, y después a Alejandro y Aristóbulo.
Cesarea quedo terminada el año 10 a. C. y el rey inauguró la nueva ciudad con juegos y festejos que también pretendían celebrar la nueva concordia que creía haber encontrado en su familia. Pero estaba equivocado. La edad no atenuó la pasión de Herodes por las mujeres. Al extinguirse su amor por Miriam II, volvió a casarse una y otra vez. Cada nueva esposa que entraba en el harén tomaba inmediatamente partido en los conflictos domésticos. A pesar de este descontrol, Herodes siguió contrayendo matrimonios, quizás con la esperanza de llegar a encontrar una esposa que le amase de verdad. Al final, tenía por lo menos nueve esposas peleando por el palacio, que le dieron una interminable sucesión de hijos.
La confusión aumentó al casarse algunos de los hijos dentro de la misma familia. Aristóbulo se había casado con la hija de Salomé, pero Salomé, movida por el odio que sentía hacia los hijos de Miriam, convenció a su hija de que le negase a Aristóbulo sus derechos maritales. Herodes había destinado una de sus propias hijas a su hermano, pero Feroras insultó al rey al rechazar su oferta, ya que quería casarse con una esclava. Esto separó a los dos hermanos. Entonces Feroras acusó al rey de cortejar a Glafira, la esposa de Alejandro. El joven Alejandro respondió con una sarta de insultos contra su padre. Finalmente Herodes acusó a Feroras y Feroras culpó de todo a la intrigante Salomé.
Por increíble que pueda parecer, la anciana Salomé se enamoró. El desafortunado era Sileo, primer ministro de los árabes nabateos, los viejos enemigos de Herodes, el cual quedó horrorizado al enterarse. Quedó aún más sorprendido cuando Sileo le pidió la mano de su hermana. Herodes le respondió que tendría que circuncidarse y abrazar la fe judía. Esto fue demasiado para Sileo, que regresó a su país.
Corrió el rumor de que Alejandro había tenido relaciones con algunos de los eunucos de Herodes. Herodes los hizo torturar en el potro y Antípater consiguió que declarasen en contra de Alejandro. La ira de Herodes llegó casi a la locura, y comenzó a purgar su corte de todos aquellos cuya lealtad estuviera en duda. Para salvar sus vidas, los cortesanos empezaron a acusarse entre sí, y rodaron muchas cabezas. Pero pronto Herodes se recuperó y se dio cuenta de lo que sucedía. Sentía remordimientos por los inocentes que había ejecutado, pero con su habitual estilo impetuoso lo compensó ejecutando también a los denunciantes.
Antípater logró mancillar los nombres de Alejandro y Aristóbulo. Herodes estaba convencido de que conspiraban contra él. Los amigos de Alejandro fueron torturados y, cuando murieron sin decir nada, Antípater fingió admiración por su lealtad al príncipe, volviendo en su favor la falta de evidencia. Finalmente, sus esfuerzos tuvieron éxito y una aparente conspiración empezó a salir a la luz. Se dijo que Alejandro planeaba un accidente de caza para su padre, y se apoyó esta declaración con una carta falsa de Alejandro a Aristóbulo. Herodes creyó la falsa evidencia y arrestó a Alejandro. Cegado por su odio hacia la familia de su padre, Alejandro admitió los cargos y se vengó declarando que Feroras y Salomé también formaban parte de la conspiración. En medio de esta confusión, el rey de Capadocia, suegro de Alejandro, llegó a Judea, temiendo por la vida de su hija. El astuto capadocio, a base de insultar a Alejandro, consiguió que Herodes saliera en defensa de su hijo, logrando desviar las sospechas hacia Feroras. Herodes, ya resentido con su hermano, le aceptó como chivo expiatorio. Los dos príncipes quedaron rehabilitados.
Como si no tuviera bastante con sus problemas domésticos, Herodes comenzó a cometer errores políticos. Al no autorizar el matrimonio de Sileo con Salomé había ganado un enemigo. Sileo empezó a apoyar a los advesarios de Herodes en Traconitis, al este del mar de Galilea, región cedida a Herodes por Augusto. Se inició una guerra de guerrillas, y Herodes no conseguía capturar a los rebeldes porque estos se refugiaban en Arabia. En represalia, el rey masacró a la población de Traconitis, lo cual, por supuesto, empeoró las cosas e hizo aumentar los ataques. Herodes esperó hasta que Sileo estuvo fuera del país, y con el consentimiento del gobernador de Siria, hizo una incursión en Arabia, aniquiló a las guerrillas y volvió a su reino. Sileo, que en ese momento estaba en Roma, se quejó a Augusto, exagerando enormemente la escala de la operación de Herodes. El emperador reaccionó con ira y, sin atender detalles, preguntó solamente si la historia era cierta. A continuación escribió una carta a Herodes, rebajándole de la posición de amigo a la de súbdito. El mundo de Herodes parecía venirse abajo. Envió embajadores a Roma para explicar sus razones al emperador, pero se vieron obligados a regresar sin haber sido escuchados.
Alejandro y Aristóbulo volvieron a conspirar contra su padre, y una vez más Salomé instigó a su hermano a castigarles. Esta vez tuvo éxito y Herodes escribió a Augusto exponiéndole las pruebas. Para entonces el emperador se había dado cuenta de su precipitación al condenar a Herodes por su incursión en Arabia. No obstante, debía estar harto de los problemas domésticos de Herodes y le recomendó nombrar un jurado en la colonia romana de Beirut, y llevar a los príncipes a juicio ante el gobernador de Siria y otras autoridades. El tribunal definitivo constaba de 150 miembros y Herodes acusó ante ellos a sus hijos sin permitirles comparecer a juicio ni presentar una defensa. El gobernador de Siria recomendó clemencia, pero el resto de los miembros del tribunal, elegidos por Herodes, emitió el deseado veredicto de culpabilidad.
El rey regresó a Cesarea, donde tuvo problemas con sus soldados, que apreciaban a los príncipes. Trescientos soldados fueron arrestados y muertos a palos. Aristóbulo y Alejandro fueron llevados a Sebaste y estrangulados. Por la noche, se trasladaron sus cuerpos a Alexandrium, donde estaban enterrados la mayoría de los asmoneos.
Feroras había permanecido todo este tiempo fiel a su esclava, y se negaba a repudiarla a pesar de las constantes amenazas de Herodes. Desesperado, el rey le expulsó de la corte, enviándole a gobernar Perea. Feroras juró que no volvería hasta que tuviera noticia de la muerte de su hermano.
Antípater parecía confirmado como heredero, y Herodes empezó a transferirle el poder gradualmente. Pero Antípater no estaba satisfecho con esto. No podía esperar y se lamentaba de la vida aparentemente interminable de Herodes. Salomé, temerosa del creciente poder de Antípater, decidió socavar su posición. Pero Herodes conocía muy bien a su hermana y esta vez se negó a dar crédito a sus historias. Para demostrar su plena confianza en Antípater, le envió como embajador a Roma.
Antes de partir, Antípater se reunió en secreto con Feroras, y entre ambos tramaron un plan para envenenar al rey durante la ausencia de Antípater. Sin embargo, antes de poderlo llevar a cabo, Feroras murió en circunstancias sospechosas. Bajo tortura, sus esclavos comenzaron a descubrir otda una maraña de intrigas, que parecían confirmar lo que Salomé había dicho. A Herodes no le cupo más remedio que dar crédito a las denuncias de su hermana. La esposa-esclava de Feroras confirmó la existencia de un plan de Antípater para hacer envenenar a su padre, y Herodes quedó finalmente convencido cuando se le presentó el veneno. También se reveló que la hermosa Miriam II estaba implicada, lo cual debió constituir un terrible golpe para el orgullo de Herodes, que se divorció de ella inmediatamente y destituyó a su padre como Sumo Sacerdote.
Herodes estaba decidido a que Antípater no escapara. Aunque faltaban siete meses para su regreso, la policía secreta de Herodes fue tan eficiente que no le llegó ninguna noticia del descubrimiento de la conspiración. Así, Antípater llegó a Cesarea y de allí fue a Jerusalén, donde le esperaba su padre con el gobernador de Siria. Al día siguiente, se le llevó a juicio ante el gobernador. Trató de defenderse, pero las pruebas eran abrumadoras. El gobernador no emitió un veredicto formal, pero Herodes encerró a su hijo y escribió a Augusto informándole de la situación.
Agotado por las incesantes intrigas, Herodes cayó enfermo de gravedad. Revisó su testamento y dejó el reino a su hijo menor, Antipas. Cruzó el Jordán para bañarse en los manantiales cálidos, pero tuvo que regresar a Jericó sin experimentar mejoría. En su lecho de muerte recibió una carta de Augusto concediéndole permiso para proceder como juzgara conveniente con respecto a Antípater. Aunque se sintió complacido, Herodes no dio la orden de ejecución.
Mientras tanto, corrió el rumor de que el rey había muerto. Al oírlo, Antípater se sintió esperanzado y trató de sobornar a sus carceleros, pero Herodes fue informado y dio la orden fatal. El cuerpo de Antípater fue enterrado sin ceremonias en Hircania. Cinco días más tarde moría el rey, después de haber cambiado de nuevo su testamento, en el que dividía su reino entre tres de sus hijos, Antipas, Arquelao y Filipo.
El reinado de Herodes había sido largo. Habían pasado 35 años desde que volviera de Roma coronado rey. Es muy difícil valorar su reinado, ya que judíos y gentiles lo veían desde perspectivas diferentes. Aunque siempre procuró obedecer la ley judía cuando estaba en Judea, era gentil en el fondo y los judíos ortodoxos nunca se lo perdonaron.
Su reinado les proporcionó un tercio de siglo de paz y prosperidad, y el nuevo puerto de Cesarea favoreció el comercio. Pero su programa de obras públicas costó inmensas sumas de dinero, y los impuestos eran necesariamente elevados. Para los criterios de la época no fue un mal gobernante. Fue brutal, pero mucho menos que los asmoneos. Su principal mérito fue precisamente lo que le criticaban los judíos: su ambigua actitud hacia el judaísmo. Augusto sabía lo que hacía cuando le cedió a Herodes Samaria y la franja costera ya que, aunque el rey procuró no ofender a los judíos, tampoco oprimió a los samaritanos y a los no judíos. Un rey asmoneo les hubiera perseguido y un gobernante no judío hubiera mostrado poca simpatía por los hebreos.
El principal defecto de Herodes fue su incontrolable pasión, tanto en el amor como en el odio, que unido a su miedo a perder el trono le empujó a la mayoría de sus crímenes, especialmente los cometidos dentro de su propia familia.
Fuente: Historiarte.net
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