"Todas las revoluciones las hicieron los hijos de los libros", sentenció Ricardo Piglia en la Feria del Libro. Apenas dos semanas después, la muestra Libros para pensar una Revolución, que se expone en la Sala Marechal de la Biblioteca Nacional es el mejor argumento para sostener la afirmación del autor de Crítica y ficción. Allí se exhiben algunas de las ediciones originales que circulaban en la época y que forjaron el ideario de los criollos revolucionarios. Sobresalen textos del siglo XVI, XVII y XVIII de Bartolomé de las Casas; Descartes, John Locke, Voltaire y, por supuesto, la edición traducida de El contrato social de Rousseau, que Mariano Moreno ordenó imprimir para que circularan en las escuelas porteñas. Los escritos de los protagonistas y testigos de la Revolución de 1810 también ocupan un rol preponderante. Allí está el Plan de Operaciones de Moreno, que a más de 100 años de su hallazgo todavía genera polémica entre los investigadores. Para dar testimonio de la complejidad de semejante hito histórico, se encuentra una copia del acta en la que los integrantes de la Primera Junta -incluido el propio Moreno- juraron "fidelidad al Rey y Señor Don Fernando VII". Como apunta el director de la Biblioteca Horacio González, la Revolución sólo admite ser comprendida como una historia en constante interrogación. Por eso son tan relevantes las reediciones y lecturas realizadas por la generación romántica, del '80, la del Centenario y, también, aquellas más recientes y discutidas.
Por: Guido Carelli Lynch
Fuente: http://www.clarin.com/diario/2010/05/19/sociedad/s-02197227.htm
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