En Argentina los pobres financian el
estudio de los ricos. Mientras el
grueso de los que se reciben son de sectores medios y altos, no hay becas
para que los de clase baja puedan
dedicarse sólo a estudiar
"En la mayoría de las carreras al
estado le saldría más barato dar a los estudiantes una beca durante
cinco años en Alemania o en Estados Unidos, cumpliendo el programa, que
sostener sus carreras en Argentina. Estamos en ese absurdo desde el punto de
vista de la inversión por graduado", afirma a Infobae Augusto Pérez Lindo, doctor en Filosofía y director
de la Maestría en Gestión y Políticas Universitarias del Mercosur, en la
Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
La causa de este sinsentido no es que
el gobierno argentino invierta cifras siderales en educación superior, sino la bajísima
proporción de graduados sobre el total de estudiantes de las universidades
nacionales.
Según un informe del Centro de Estudios de
la Educación Argentina (CEA), que depende de la Universidad de
Belgrano, en el trienio 2003-2005 ingresaron a las distintas universidades
públicas del país 885.100 personas, pero en el trienio 2008-2010 sólo se
graduaron 205.890. Esto significa que apenas se reciben 23 de cada 100
estudiantes. El número sube a 27 si se considera el total de las
universidades del país, porque las privadas tienen un porcentaje mayor de
graduados.
Considerando que el presupuesto
anual de las universidades nacionales es de 13.756.724.301 pesos, el
gasto por graduado asciende a 201.292 pesos, ya que entre 1.316.119
alumnos, cada año se reciben 68.342 (los datos corresponden a 2010, último año
con información oficial disponible). El caso extremo es el de la Universidad Patagonia
Austral, de la provincia de Santa Cruz, que por cada egresado invierte
1.459.561. Gradúa sólo 3 alumnos por cada 100 ingresantes.
Estos datos ubican a Argentina entre
los países con menores tasas de graduación en relación con la cantidad de
ingresantes, no sólo en la región, sino también en el mundo. En Brasil se
gradúan en promedio 50 de cada 100 ingresantes, en Chile 59, y en Francia 67.
Y si bien influye la particularidad
argentina del ingreso gratuito e irrestricto a las universidades públicas, que
facilita que haya un número mayor de ingresantes que en otros países, esto no
posibilitó que se gradúen más alumnos. Mientras que en Brasil se reciben más de
4 personas cada mil habitantes, aquí son sólo 2,5 cada mil.
Pero el dato más alarmante no es el
gasto en sí mismo, sino el destino que tiene. A pesar de ser gratuito, el
sistema público universitario argentino no consigue promover la graduación de
los sectores populares. Las estadísticas de todas las universidades
muestran que la mayor parte de los graduados provienen de los sectores medios,
una pequeña parte de los medios bajos, y un resto casi insignificante de los
más vulnerables.
Por citar un ejemplo, un estudio
realizado por el profesor Víctor Sigal sobre la estratificación social
de los estudiantes de la Universidad Nacional de Mar del Plata demuestra
que, entre los ingresantes, un 12,9 por ciento pertenece a estratos altos,
un 70,2 a
medios y un 14,8 a
bajos (1,4 por ciento queda sin especificar). La tendencia elitista se
acentúa mucho más si se consideran los graduados: un 11,5 por ciento
pertenece a sectores altos, un 85,7 a medios, y apenas un 0,3 a bajos (2
por ciento, sin especificar).
"Un genocidio pedagógico"
"El fenómeno del bajo
rendimiento académico en términos de graduación es una constante en los últimos
50 años -dice Pérez Lindo-. En toda la educación superior argentina, que
incluye a universidades y a institutos no universitarios, hay unos 2
millones de alumnos, de los cuales cerca de un 80 por ciento fracasa. Es
una especie de genocidio pedagógico: hay una gran inclusión en el ingreso a la
educación superior, pero que termina con una gran exclusión. Es rarísimo, somos
socialistas para el acceso, pero aristocráticos para el egreso".
"El 90 por ciento de los
estudios afirma que la principal causa del fenómeno es que hay una base muy
endeble del secundario -continúa-. La capacidad para pensar y reflexionar
es muy baja. En el Ciclo Básico Común (CBC) de la UBA calculamos que la media
de jóvenes ingresante utiliza un repertorio de no más de 300 palabras".
"Además, en la universidad
pública rige un sistema curricular atomístico, se puede ir cursando primero una
materia, después otra, dos por año, tres, etc. Desde el punto de vista
pedagógico, eso conspira con la idea de atravesar un ciclo normalmente. En
Europa el sistema de evaluación es global, se aprueba por año o por ciclos, no
por materias", agrega.
Por su parte, Adolfo Stubrin,
miembro de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria
(Coneau), y ex secretario de Educación de la Nación entre 1987 y 1989,
destaca que si bien la baja proporción de graduados es un problema histórico
innegable, en los últimos años creció tanto la matrícula como los que
concluyeron sus estudios.
"Las condiciones de ingreso
son muy liberales, lo cual es algo deseable por la tradición
institucional de la democracia argentina, pero permite que los estudiantes se
inscriban a más de una carrera al mismo tiempo, es decir que muchos de ellos
deciden su opción vocacional luego de formalizar la inscripción. Además, el
proceso de iniciación es todo lo riguroso que tiene que ser para la calidad
deseada de cada disciplina, lo que produce la deserción temprana, que
tiene tasas muy altas", explica Stubrin en diálogo con Infobae.
"También hay problemas
estadísticos, porque algunas universidades se ven estimuladas para que los
estudiantes figuren en sus registros, en tanto una mayor matriculación genera
señales favorables hacia el presupuesto. Por otro lado, el movimiento
estudiantil es muy fuerte y hay una tendencia a evitar la baja de los
estudiantes, porque es vista como la posibilidad de algún tipo de interrupción
del derecho a seguir estudiando", agrega.
A esto se suma que en muchas
universidades la educación a distancia está computada junto con la
presencial, y es universal que la primera tenga tasas de graduación y de
retención de una cuarta parte de la segunda. Eso aumenta el número agregado de
ingresantes y hace descender el de graduados.
"Además la política de gestión
curricular que implica el seguimiento del proceso de formación, el
análisis del itinerario de los estudiantes, y el modo en el que van
progresando en la secuencia de aprendizaje no tiene mucho desarrollo
técnico en general -dice Stubrin-. No somos un país que destaque por aplicar técnicas
y estrategias de seguimiento curricular que se centren en el estudiante y
en el proceso formativo, permitiendo monitorear su desempeño y reforzarlo
cuando está en crisis o a punto de desertar".
Por eso, una alternativa posible para
evitar se queden sin ninguna certificación quienes aprobaron muchas materias,
pero debieron abandonar en el camino, es la creación de títulos intermedios.
"Una persona que pasó tres o
cuatro años en la universidad, pero no se recibió, tal vez llegó a transformarse
como sujeto, pero no tiene ninguna constancia que lo valide y que enriquezca su
perfil para el mercado laboral", explica Mariana Foutel, especialista en Management Estratégico y
profesora de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
¿Una inclusión que excluye?
"Tenemos un gran problema de
retraso escolar en el sistema educativo argentino. En la primaria, en la
secundaria y en la universidad, donde la media se gradúa cerca de los 30
años, cuando en Europa y Estados Unidos a esa edad ya están doctorados. Por
ejemplo, la duración de la carrera promedio en la Universidad de Córdoba
es de 10 a
12 años", cuenta Pérez Lindo.
"La hipótesis es que esto
obedece al origen socioeconómico de los estudiantes -dice Foutel-. En
general los planes de estudio están pensados para alumnos de tiempo completo,
pero la mayoría no tienen esta condición, porque trabaja. El problema no es que
ingresen, sino que permanezcan. El debate es qué estrategias implementar desde
la gestión académica para conseguirlo, ya sea a través de tutorías o de planes
más flexibles, que sean compatibles con la realidad del alumno".
"Está comprobado que es un
régimen de becas el que permite realmente que los chicos de sectores populares
puedan dedicarse full time a realizar sus estudios y tener éxito en el
mismo nivel que los provenientes de otros niveles socioeconómicos. Esto sucede
en Francia, en Alemania, en Estados Unidos, etc. Contra el mito de que la mayor
parte del presupuesto de las universidades estadounidenses se invierte en
investigación, las estadísticas muestran que de los 120 mil millones de dólares
que gasta el país en educación superior, la mitad se destina a becas",
sostiene Pérez Lindo.
Según el ex secretario de Educación, la
inversión en becas representa en Argentina el uno o dos por ciento del
presupuesto, lo que dificulta seriamente a los alumnos la posibilidad de
dedicarse full time a estudiar.
"Aún así, el contingente de
estudiantes que no trabajan es mayoritario -afirma Stubrin-. Pero nosotros no
tenemos regímenes de becas que permitan a los de estratos bajos sostener el
estudio de manera profesional durante varios años. Contamos con becas de
apoyo, no integrales, entonces, el alumno que se ve forzado a asistir
tempranamente al mercado de trabajo no puede rehusarlo y tiene dificultades
para seguir estudiando".
Esto hace que muchos, como Foutel,
sostengan que la insistencia en la necesidad de reforzar la retención de los
estudiantes termina quedándose en algo abstracto, puramente discursivo,
ya que no se plasma en políticas y recursos concretos.
Por eso parece necesario rediscutir una
gratuidad aparentemente inclusiva que también se queda en algo discursivo
si, a medida que se avanza en la carrera, sólo continúan los estudiantes de
estratos más favorecidos. Pero teniendo en cuenta que, como sostiene
Foutel, "la gratuidad es vista como un rasgo de identidad de la
universidad pública argentina", parece un debate muy difícil de plantear.
"Pienso que la gratuidad ha
generado un perfil de democratización de la universidad que es bastante
sostenida. Si bien el perfil de estratificación social de la universidad no
incluye a sectores vulnerables, o de más bajos recursos, sí a los de clase
media baja y a los quintiles de ingreso intermedios, y eso probablemente se
deba a la gratuidad. Los resultados de las becas integrales que recién en los
últimos dos o tres años se implementaron, que son las del Bicentenario, todavía
no fueron evaluados, pero su estipendio es bastante satisfactorio", dice
Stubrin.
¿Pero es imaginable un aumento
presupuestario tan importante que permita mantener la gratuidad y agregue
un masivo sistema de becas que posibilite a los alumnos de menores recursos
dedicarse sólo a estudiar?
Mientras tanto, siguen siendo los más
necesitados los que financian la educación de los que menos lo necesitan.
Es algo que últimamente se escucha seguido, fui a la Uba y no encontré por ningún lado a los estudiantes provenientes de familias acomodadas, cuando me recibí ví chicos que evidentemente salían de sus trabajos y varias mujeres con niños; la solución creo yo está en crear mas fuentes de trabajo para carreras cortas alternativas y títulos intermedios. La exclusión el abandono de objetivos la delincuencia y las adicciones (fruto en parte de la falta de educación) también le "sale" a la población bastante cara en todo sentido, si preocupa tanto los costos se podría implementar un ciclo básico y un primer año no presencial, no creo que la respuesta sea arancelar y ciertamente la opinión de la Universidad de Belgrano en este tema no creo que resulte objetiva.
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