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martes, 22 de septiembre de 2015

Vanguardia bibliotecaria / Matías Maggio





La Biblioteca Nacional es la única institución creada por la Junta Revolucionaria de Mayo de 1810 que aún se encuentra en funcionamiento. El 13 de septiembre de 1810 en la Gaceta de Buenos Ayres se publicó un texto, sin firma, que ofició como acta fundacional de la biblioteca que tendría como finalidad aumentar los conocimientos de los amantes de los libros entre lecturas y amenas discusiones. La sociabilidad literaria, centrada en el intercambio dialógico y en el libro como soporte de transmisión del saber, fue una constante en el rol que llevaron adelante las bibliotecas y librerías.

En 1833 Marcos Sastre en su librería La Argentina aunaba las tertulias con la venta de “excelentes devocionarios y algunas buenas novelas. Pinturas finas de diversas clases, hojas de marfil para la miniatura, pinceles finos ingleses y de la Gran China, papel de marquilla, lápices negros para dibujo de la mejor clase de París, estudios o modelos para dibujo, papel de música y otros muchos objetos pertenecientes a las ciencias y bellas artes. Hay también varios artículos de mercería y perfumería exquisita: todo a precios moderados”, según el aviso que publicó en el Diario de la tarde y que fue recopilado en la erudita investigación de Félix Weinberg, El Salón Literario de 1837. Sastre, entre novelas y perfumes, organizó un gabinete de lectura que tuvo ilustres contertulios, como Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez, y horarios más amplios que la Biblioteca Pública, ya que su primer director había argumentado que  leer después de almorzar era perjudicial para la salud. El 21 de septiembre de 1870 se sancionó la ley 419 de fomento de las bibliotecas populares y años más tarde la ley 1420 de educación común. Estas legislaciones fueron el marco que años después permitió el crecimiento de las bibliotecas populares por parte de las organizaciones sociales y la escolarización de las clases populares. El aumento poblacional inmigratorio, ligado a los procesos de alfabetización y a los espacios comunitarios de sociabilidad literaria fueron algunas de las bases del incipiente mercado editorial a principios del siglo XX.

En los años 80 del siglo XIX, los estudiantes de biblioteconomía en la Universidad de Columbia en Estados Unidos, comenzaron a formarse en el rol de bibliotecarios referencistas, con la función de informar, orientar y formar. En el siglo XX las bibliotecas incorporaron desde el teléfono hasta nuevas herramientas de comunicación como el correo electrónico, los formularios web, mensajes de textos y chats, además de softwares de gestión y bases de datos, para fortalecer la implementación de servicios de referencia digital.

Una investigación de Virginia Bazán y Virginia Ortiz-Repiso puso de manifiesto cómo las preocupaciones de los bibliotecarios para brindar un mejor servicio a los ciudadanos antecedieron a los debates centrados en la librería y la utilización de recomendaciones realizadas por algoritmos. La gestión del espacio al interior de las bibliotecas dejó áreas con libros de referencia a la mano del lector antes que las librerías se desentendieran del mostrador, como el que se encuentra en la librería Huemul en Buenos Aires, que obligaba al lector a interactuar con el librero. Cuando las librerías desarrollaran los espacios de literatura infantil con almohadones y sillas liliputienses las bibliotecas ya habían apelado a un amplio abanico de acciones para el fomento de la lectura. La catalogación decimal de Melvil Dewey, elaborada a finales del siglo XIX, se encuentra en los cimientos de los metadatos necesarios para hallar un libro en una librería digital como Amazon. Las reseñas bibliográficas, los resúmenes y los descriptores propios de la labor bibliotecaria para facilitar el acceso a sus fondos documentales son saberes necesarios para los editores a la hora de elaborar el catálogo de sus publicaciones. 

El papel de community manager fue explorado desde las bibliotecas antes que los libreros, poco menos afectos a las tecnologías, abrieran cuentas de sus negocios en las redes sociales. Entre los estereotipos del bibliotecario se suele olvidar a Barbara Gordon, hija del comisionado de ciudad Gótica, que en la serie televisiva fue la bibliotecaria pop que llevó sus ideales de justicia más allá de la sociabilidad literaria y las bibliotecas circulantes en los suburbios metropolitanos para luchar junto con Batman y Robin.

Los bibliotecarios como mediadores en el mundo del libro, las lecturas y la información son jugadores imprescindibles para la implementación de estrategias para el fortalecimiento de una sociedad lectora. En el informe del Cerlalc, Alianza regional para la construcción de sociedades lectores, se destacó la necesidad de articular medidas contra el analfabetismo, que en América es del 7,1%, y de enfrentar el analfabetismo funcional o de comprensión lectora que en la región era para el 2011, según la UNESCO, de 73 millones de “analfabetos funcionales, incapaces de comprender lo que leen y, en consecuencia de incorporarse a las transformaciones del mundo actual”, así como una alta tasa de no lectores. Frente a este panorama los bibliotecarios son unos de los actores que emergen como mediadores vitales de la promoción de la lectura y en la democratización del acceso a la información. Las bibliotecas públicas y populares fueron en tiempos difíciles lugares de resistencia y sufrieron notorios casos de represión, persecución y desmantelamiento (como la Biblioteca Popular “C. Vigil”, de Rosario, durante la última dictadura). Las bibliotecas populares fueron agentes promotores de transformación social, especialmente después de la crisis del 2001 en Argentina. En el estado de California (Estados Unidos) la biblioteca pública de San Francisco tiente entre su personal a un trabajador social para democratizar el acceso a la información.

Las bibliotecas públicas y populares son un espacio para la sociabilidad y el conocimiento dialógico. La configuración de la biblioteca y del bibliotecario mutaron con el tiempo de acuerdo a las demandas de acceso a la información, de los soportes y de las funciones sociales que acompañaron su trabajo. El bibliotecario en tanto gestor y animador cultural ocupado en los procesos técnicos de catalogación de la información comparte acciones e inquietudes con el librero, como la formación de lectores. El trabajo en conjunto entre ellos redundará en el crecimiento de una comunidad que podrá “aumentar sus conocimientos” tal como preveía el anuncio de creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires en tiempos de la Revolución de Mayo. 

Matías Maggio para Noticias del Libro

sábado, 27 de junio de 2015

Citar vs. Plagiar: citas y referencias. Recomendaciones y aspectos básicos del estilo APA




Quevedo-Pacheco, N. (2014). [e-Book] Citar vs. Plagiar: citas y referencias. Recomendaciones y aspectos básicos del estilo APA (3a ed. en español, 6a. ed. en inglés), Biblioteca de la Universidad de Lima, 2014.

Texto completo

. ¿Qué es plagiar?. ¿Por qué plagiamos?. ¿Cómo evitamos plagiar?. 2. ¿Qué es citar?. ¿Qué se debe citar?. ¿Cómo se cita?. 3. ¿Qué es el derecho de autor?. 4. Diferencias entre citas, referencias y bibliografía. 5. Citas y referencias según APA, 3ª ed. en español. 6. Elementos básicos de un artículo según APA

http://eprints.rclis.org/24910/2/citas_referencias_apa.pdf

Fuente: http://www.universoabierto.com/

viernes, 27 de marzo de 2015

Los Libros efímeros



Tener un libro entre las manos es una experiencia vital, su peso, su olor, su tacto… un libro asocia imagen y concepto, un libro es cultura además de ser un objeto. Esa asociación se ha conseguido tras varios siglos en los que el uso del libro apenas ha cambiado. Su diseño se ha estilizado y su producción se ha perfeccionado al máximo, pero, en definitiva, un libro del siglo XIX se usa igual que un libro del siglo XX.


Uno de los grandes puntos a favor de los libros es que nos hacen sentir que fijan la cultura. El conocimiento está ahí, entre sus páginas, son el vehículo entre el mundo de las ideas y el mundo real, no importa lo que pase fuera, una vez el libro está escrito servirá para siempre, todos podrán acceder a él. Por eso acumulamos libros, por eso pensamos que un libro no se puede perder, ni tirar, ni destruir, ya que siempre, en algún lugar, le puede servir a alguien. No sé vosotros, pero a mi me sienta fatal ver libros en la basura, aunque es cierto que cuando se transforman en obras de arte no me afecta en absoluto, ya que lo considero una manera de reciclaje.

Reciclaje, ese es un tema interesante. ¿Alguna vez os habéis parado a pensar en el impacto ambiental de la industria editorial? Tened en cuenta que una vez que se produce un libro tiene un número determinado de usos/lecturas y se acabó. Muchos libros son leídos una vez durante su vida útil, otros ni eso. Los hay, claro, que acaban en bibliotecas y colegios y en muy poco tiempo pasan por decenas de manos. Muchos acaban en casas particulares y son leídos tres o cuatro veces. No voy a descubriros nada si os digo que los libros están hechos de papel, claro, y que la industria papelera no es precisamente de las menos contaminantes. Lo normal sería que cuando un libro ya no va a ser leído más pasara a una biblioteca, a una ONG o al cubo de reciclaje. Sin embargo, no lo hacemos. Ese libro es nuestro, ese pedazo de conocimiento se queda en casa, en nuestra librería. Aunque sepamos positivamente que no volveremos a leerlo nunca más, aunque fuera un best-seller malo malísimo; como mucho lo prestaremos con la esperanza de que no vuelva a casa.

Y es que los libros no son sagrados. Tendríamos todos que tenerlo en cuenta. No son vasijas receptoras de cualidades eternas. Si dejas un libro en el exterior verás que tarda menos de un año en desaparecer por completo, pero sólo unas pocas semanas en dejar de ser útil. Los libros que atesoras en casa sin un complejo sistema de climatización no vivirán para siempre, se irán degradando poco a poco -liberando esos olores que tanto gustan- antes de volverse quebradizos y ser atacados por hongos y gusanos. No tenemos libros como los viejos incunables en casa, no nos engañemos, la vida útil de los libros no llegará en muchas ocasiones a nuestros nietos. Y eso con suerte.

Por eso me gustaría que todos pensáramos bien en lo que hacemos con los libros que atesoramos en casa. Es cierto que un libro puede servir a mucha gente antes de que el uso lo degrade, no somos quienes para negarle esa vida. ¿Tienes libros en casa que no usas? ¿Que sólo leíste una vez? ¿Que te regalaron y ni siquiera has abierto? Dónalos, regálalos, llévalos a una biblioteca, ponlos en puntos bookcrossing, pero no dejes que la cultura desaparezca poco a poco entre las cuatro paredes de una habitación cerrada. Debería ser libre. En el mejor de los sentidos.

Fuente:   http://www.lecturalia.com/blog/2012/05/28/los-libros-efimeros/

viernes, 20 de marzo de 2015

Los libros imprescindibles para Jorge Luis Borges


Una lista de más de sesenta títulos que fueron fundamentales para uno de los escritores más importantes del siglo pasado.

Si dentro de cada gran escritor se esconde un gran lector, Jorge Luis Borges es un ejemplo claro (no en vano aseguraba que, si de algo se enorgullecía, era de los libros que había leído). Era, además, un consumidor ecléctico y libre, que no se guiaba por pretensiones intelectuales (se atrevía a despreciar a Goethe, James Joyce o Gabriel García Márquez) sino simple y llanamente por el gozo de leer. Por eso, uno no puede menos que confiar en su criterio.

Y los de la editorial Hyspaméria debían de tenerlo también muy claro cuando le pidieron, allá por 1985, que seleccionase 100 títulos de lectura imprescindible, y que escribiera el prólogo de cada uno de ellos. Solo le dio tiempo a elegir 61 libros antes de morir, pero fueron todos publicados en una colección llamada “Biblioteca personal”.
Es también famoso (y bellísimo) el prólogo a la colección, que dice lo siguiente:

“A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que a los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector.
La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”, dije alguna vez. No sé si soy un
buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de tantas literaturas. Sé que la novela no es menos artificial que la alegoría o la ópera, pero incluiré novelas porque también ellas entraron en mi vida. Esta serie de libros heterogéneos es, lo repito, una biblioteca de preferencias.
María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorreremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.
Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción, singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. “La rosa es sin porqué”, dijo Ángelus Silesius; siglos después, Whistler declararía “El arte sucede”.

Ojalá seas el lector que este libro aguardaba”.
¡Pero vayamos ya con esos 61 títulos imprescindibles para Jorge Luis Borges!
  1. Julio Cortázar: Cuentos
  2. Evangelios apócrifos
  3. Franz Kafka: América. Relatos breves
  4. Gilbert Keith Chesterton: La cruz azul y otros cuentos.
  5. Maurice Maeterlinck: La inteligencia de las flores
  6. Dino Buzzati: El desierto de los tártaros
  7. Henrik Ibsen: Peer Gynt. Hedda Glaber
  8. José María Eça de Queiroz: El mandarín
  9. Leopoldo Lugones: El imperio jesuítico
  10. André Gide: Los monederos falsos
  11. Herbert George Wells: La máquina del tiempo. El hombre invisible
  12. Robert Graves: Los mitos griegos
  13. Fiodor Dostoievski: Los demonios
  14. Edward Kasner & James Newman: Matemáticas e imaginación
  15. Eugene O’Neill: El gran dios Brown. Extraño interludio.
  16. Herman Melville: Benito Cereno. Bily Budd. Bartleby, el escribiente
  17. Giovanni Papini: Lo trágico cotidiano. El piloto ciego. Palabras y sangre
  18. Arthur Machen: Los tres impostores
  19. Fray Luis de León: Cantar de cantares. Exposición del Libro de Job
  20. Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas. Con la soga al cuello
  21. Oscar Wilde: Ensayos y diálogos
  22. Henri Michaux: Un bárbaro en Asia
  23. Hermann Hesse: El juego de los abalorios
  24. Enoch A. Bennett: Enterrado en vida
  25. Claudio Eliano: Historia de los animales
  26. Thorstein Veblen: Teoría de la clase ociosa
  27. Gustave Flaubert: Las tentaciones de San Antonio
  28. Marco Polo: La descripción del mundo
  29. Marcel Schwob: Vidas imaginarias
  30. George Bernard Shaw: César y Cleopatra. La comandante Bárbara. Cándida
  31. Francisco Quevedo: La Fortuna con seso y la hora de todos. Marco Bruto
  32. Eden Phillpotts: Los rojos Redmayne
  33. Sóren Kierkegaard: Temor y temblor
  34. Gustav Meyrink: El Golem
  35. Henry James: La lección del maestro. La vida privada. La figura en la alfombra ((H. Isnardi)
  36. Heródoto: Los nueve libros de la Historia
  37. Juan Rulfo: Pedro Páramo
  38. Rudyard Kipling: Relatos
  39. Moll Flanders . Jean Cocteau: El secreto profesional y otros textos
  40. Thomas de Quincey: Los últimos días de Emmanuel Kant y otros escritos
  41. Ramón Gómez de la Serna : Prólogo a la obra de Silverio Lanza
  42. Selección de Antoine Galland: Las mil y una noches
  43. Robert Louis Stevenson: Las nuevas noches árabes.
  44. León Bloy: La salvación por los judíos. La sangre del pobre. En las tinieblas
  45. Poema de Gilgamesh. Bhagavad-Gita
  46. Juan José Arreola: Cuentos fantásticos
  47. David Garnett: De dama a zorro. Un hombre en el zoológico. La vuelta del marinero
  48. Jonathan Swíft: Viajes de Gulliver
  49. Paul Groussac: Crítica literaria
  50. Manuel Mujica Láinez: Los ídolos
  51. Juan Ruiz: Libro de buen amor
  52. William Blake: Poesía completa
  53. Hugh Walpole: En la plaza oscura
  54. Ezequiel Martínez Estrada: Obra poética
  55. Edgar Allan Poe: Cuentos
  56. Publio Virgilio Marón: La Eneida
  57. Voltaire: Cuentos
  58. J. W Dunne: Un experimento con el tiempo
  59. Attilio Momigliano.: Ensayo sobre el Orlando Furioso.
  60. William James: Las variedades de la experiencia religiosa. Estudio sobre la naturaleza humana
  61. Snorri Sturiuson: Saga de Egil Skallagrimsson



domingo, 28 de diciembre de 2014

El hombre que lucha mientras los libros arden / por Jorge Fernández Díaz





A veces la muerte más horrible se empeña en parecer poética. Hace unos días un escritor de Sevilla murió intentando salvar su biblioteca del fuego. Sucedió en el pequeño pueblo de Bormujos, y el hombre era pintor, poeta, novelista y erudito. Se llamaba Rafael de Cózar, un filólogo hispánico, estudioso de la vanguardia y amigo personal de Arturo Pérez-Reverte, quien lo homenajea cómicamente en algunos capítulos del capitán Alatriste. Dicen que el incendio se debió a un cortocircuito y que el profesor tomó un extintor e intentó proteger desesperadamente de las llamas a sus 9000 libros. La sorda y rápida batalla sucedió un viernes por la noche, y resultó en vano: Rafael murió asfixiado y el fuego devoró ese tesoro incalculable. Los libros, que fueron su vida, arden en el santuario, y el lector impenitente expira con ellos.

El episodio nos estremece porque lleva cifrada la fatal pasión de quienes alguna vez hemos entrevisto, como diría Borges, el paraíso bajo la forma de una biblioteca. Y porque esta muerte suena heroica y crepuscular en un mundo que se digitaliza, pierde su memoria histórica para vivir un presente vacuo y eterno, y reemplaza al libro por la telefonía móvil. También porque esa luctuosa desgracia recuerda que a todos los navegantes nos espera nuestro iceberg. Son las reglas del juego. Pérez-Reverte suele comprar para sus amigos, en un pequeño local junto a Puerta Cerrada de Madrid, una semiesfera de cristal que al sacudirla produce efecto de nevada y que lleva en su interior un Titanic en miniatura. Tengo uno de esos souvenires en mi propia biblioteca, y a veces cuando levanto la vista para buscar un adjetivo me encuentro con esa advertencia cariñosa.

Cierta noche un grupo de periodistas culturales lo invitó a cenar un cocido, y Arturo les llevó de regalo unas cuantas esferas. Ustedes son la orquesta del Titanic, les advirtió en la sobremesa. "En tiempos como los de ahora, cuando los periódicos reducen las páginas de Cultura a la mínima expresión, y además las ocupan en el último diseño del calamar al dátil deconstruido en sake por Ferrán Adriá y a desfiles de la colección de primavera de Danti y Tomanti, la existencia de los que no se resignan y siguen dispuestos a contarle a la gente la historia de los libros que se publican, las exposiciones que se inauguran y la música que es posible escuchar, me parece más necesaria que nunca". Y después agregó: "El mundo para el que muchos de nosotros fuimos educados hace medio siglo ya no existe. Y los suplementos culturales son la música de la orquesta que suena, no para adormecer conciencias, sino como compañía y alivio de muchos. Como último bastión. Como analgésico que no quita la causa irremediable del dolor, pero la alivia".

Unos años atrás visité una escuela carenciada, ubicada en un suburbio peligroso, y la maestra me pidió que les explicara a sus alumnos por qué debían abrazar la lectura. Parecía una tarea sencilla, pero a mí me temblaban las piernas. Dije buenos días y me paré como pude frente a ellos: algunos ya tenían cara patibularia y la mayoría, al borde de la abulia y la marginalidad, parecía desinteresada de todo. Vacilé uno segundos. Les conté que mi vieja también provenía del hambre y que a pesar de su falta de instrucción había tenido un momento de enorme lucidez; hizo algo que muchas madres instruidas y pudientes no son capaces de hacer: me regaló la Colección Robin Hood. Ni ella ni yo sabíamos que con ese gesto me estaba obsequiando un universo; la chance de vivir muchas otras vidas y de no sentir nunca más la soledad.

Los chicos no parecían muy impresionados por esa argumentación. Y entonces me desesperé y les dije (con perdón) lo único que me salió de adentro: "¿Saben qué? Lean para que no los caguen". Fue como si un relámpago los atravesara. Los desconectados hijos de la indiferencia y la pobreza abrieron de pronto los ojos y se conectaron. Che, parece que los libros salvan. Sí, los libros siguen salvando.

Tal vez los defensores de estos pequeños asuntos, en un planeta que se desliza por la agrafía y por la tiranía de lo visual y de lo fácil, seamos criaturas en vías de extinción. Náufragos que juegan cartas con angustiada dignidad mientras suena la orquesta del Titanic. Acaso hombres y mujeres desesperados luchando contra el fuego, munidos del inútil extintor, tratando de salvar vanamente de las llamas lo que más amamos..