domingo, 12 de agosto de 2018

Tecnología y futuro: ¿Vendrá el cielo o el infierno? / Por Gustavo Gorriz

Internet y las redes sociales multiplican exponencialmente la información a la que tenemos acceso, pero a cambio, como nada es gratis en esta vida, brindamos a los gigantes de las nuevas tecnologías una infinita cantidad de datos sensibles. El gran peligro es la manipulación de la opinión pública, lo que podría convertir a la democracia en un ejercicio fallido y a los ciudadanos en esclavos de las plataformas virtuales.

.Si bien no resulta novedoso asegurar que los avances tecnológicos han provocado cambios definitivos en la vida de la aldea global, sin dudas, su impacto tiene aspectos absolutamente positivos y extraordinarios, y una contracara que se presenta extremadamente peligrosa. Por otra parte, su complejidad es tal, que podría provocar resultados catastróficos, tal como auguraron durante décadas, cientos de películas apocalípticas, desde la Guerra de los Mundos, de 1953, y la saga de Matrix de 1999-2003 –donde la humanidad quedaba esclavizada dentro de una realidad virtual–, hasta la extraordinaria Mad Max (Fury Road), de 2015, en la que un grupo oprimido huía del tirano que los gobernaba en la Ciudadela. Cada una de estas películas ha reflejado algún tipo de crisis terminal, que bien podría trasladarse a toda la humanidad hoy o, quizás, mañana.

Lo cierto es que el avance tecnológico es un tema tan complejo y de tantas implicancias que resulta imposible no dedicarle tiempo y suma atención. Como la Hidra de Lerma de la mitología griega, aquella que Hércules enfrentó y que tenía por virtud duplicar su cabeza por cada una que le era amputada, cada nueva respuesta o solución que trae el increíble devenir tecnológico implica también dos, tres, o docenas de nuevos interrogantes y nuevos ajustes –ya que los cambios se producen a una velocidad apabullante– que afectan tanto la cotidianeidad como las previsiones del mediano y largo plazo; y que implican infinitos costos, sociales, económicos y también individuales (psicológicos, éticos y morales).

El punto es que muchos de los que especulamos con esta problemática en movimiento constante creemos que los graves desafíos que la propia tecnología genera no se solucionarán tan fácilmente, a pesar del esfuerzo de intelectuales y científicos. El hambre, la escasez de agua potable, la falta de combustibles, las enfermedades y muchos problemas ambientales tendrán soluciones favorables más temprano que tarde, y con seguridad, cambiarán las prioridades y las

Pero pensemos: ¿cómo ocurrió esto?, ¿de qué estamos hablando? ¿cuáles fueron esos infinitos cambios? Quizás no sean percibidos con claridad por nosotros que vivimos inmersos en su cotidianeidad; lo cierto es que se produjo un click hacia fines del siglo XX, y la clave, tal como nos anticipó Neo, el personaje interpretado por el genial Keanu Reeves en Matrix, es la web que nos confronta a todos los humanos con un desarrollo que puede llegar a ser descontrolado. Entendamos que no hablamos de Internet, que es tan solo (y tan clave) un conjunto de protocolos y regulaciones que permiten conectar las redes informáticas.

La World Wide Web, creada por Tim Berners-Lee en 1989, es el sistema por el cual accedemos a textos, imágenes, videos y otros contenidos multimedia, usando el enlace que justamente nos proporciona Internet. Teniendo ese punto claro y como referencia de los infinitas y maravillosos adelantos que la web nos ha proporcionado y también de los muchísimos cambios y problemas que esa misma web nos permite vislumbrar en el futuro, deberíamos ser conscientes de que toda esta problemática es tan joven como un adolescente, y que su conducta, reacción y evolución, se torna tan voluble e incierta como un joven cargado de hormonas.

Si el lector está de acuerdo con estas observaciones, también aceptará que hoy el mundo se mueve alrededor de guías y soluciones que no existían hace veinte o treinta años, hasta sus nombres serían entelequias inexplicables en aquellas épocas tan cercanas. Facebook fue creada en 2004, Linkedin en 2003, Twitter en 2007. Y la propia Wikipedia, en 2001. Todos hijos o descendientes de Yahoo (1994), Google (1998) o Baidu, el símil chino de Google, nacido en 1999. Este brevísimo resumen de época reúne a miles de personas alrededor de estas armas imprescindibles para enfrentar el hoy, la modernidad y el futuro. Además, todas estas herramientas tienen en su haber la gratuidad o el bajísimo costo, en relación con la infinita cantidad de prestaciones que nos brindan.

Ahora bien, la experiencia nos indica que nada es gratis en esta vida y que, a cambio de toda esa interrelación social, laboral, educativa e informativa, entregamos información de nuestras propias vidas de una manera mucho más pormenorizada de lo que creemos y de la que está disponible para nuestros propios amigos. Porque hablamos de nuestra ideología, de nuestros gustos, de nuestras aspiraciones, de nuestras inquietudes y de nuestros miedos, que son captados a través de nuestras computadoras, tabletas, teléfonos inteligentes, operaciones bancarias, tarjetas de crédito y cientos de otras acciones que, interconectadas, nos atrapan como el Gran Hermano dentro de nuestras propias vidas.

Hace un tiempo, circulaba una broma en las redes relacionada con el gran interés de Mark Zuckerberg (Facebook) en conocer nuestro nuevo auto o el nuevo corte de cabello al llegar el verano. Pero esta broma ya no causa gracia, ante la obviedad de que cualquier intento o gestión que realicemos en cualquier dispositivo tiene de inmediato una oferta, un seguimiento, un intento de captación que ya ni siquiera nos sorprende y que dejamos pasar como parte de una cotidianeidad aceptada. Nuestra intimidad y nuestra privacidad son invadidas por una maquinaria sofisticada desde mil entradas diferentes, pero que, a cambio, nos ofrece facilidades, respuestas y beneficios, lo que genera una dependencia que es casi imposible de eludir.

 Nos atrapan como el Gran Hermano dentro de nuestras propias vidas

 

La pregunta es cómo trazar un límite, cómo enfrentar a corporaciones que tienen más poder que nuestros propios estados y con qué legislación, regulación o acuerdo se pueden evitar desastres informáticos que perjudiquen nuestra propia vida y la de millones de personas, como ya ha sido probado. El caso más notorio del uso irresponsable de la información que los cibernautas suministramos en la web es el escándalo de Cambridge Analytica, en el que se vio involucrado Facebook y por el cual Mark Zuckerberg debió responder ante el Congreso estadounidense. Su negligencia generó gravísimas filtraciones individuales: la red social fue utilizada como plataforma para la difusión de noticias falsas y tergiversaciones que orientaron a sus usuarios y consiguieron influir en la propia campaña electoral estadounidense. 

El problema central no es la situación descripta ni las consecuencias que acarrea hoy; ya, de hecho, las respuestas al problema fueron insatisfactorias y podrían.

 

El mayor problema es la cambiante evolución de este conocimiento interconectado en el mundo entero que nos impide imaginar su evolución y los desafíos por venir, que no solo pueden presentarse en los próximos años, sino quizás en meses. Dentro de las muy cautas precauciones que pueden adoptarse para evitar el uso indebido y no autorizado de nuestros datos, se habla, cada vez más, de comités de ética, de autorregulaciones y de fijar alcances controlados en temas tan delicados y sensibles como son, entre otros, el manejo de la información pública y calificada, la inteligencia artificial, la genética y otros experimentos, algunos de los cuales seguramente escapan al común de los mortales, aunque se consideran muy informados.

Sin embargo, pareciera que estas soluciones rozan lo utópico y los límites de las buenas intenciones. Los estados, con sus legislaciones y supervisiones, corren siempre por detrás, muy por detrás, de todo nuevo desarrollo o investigación, en principio, tratando de poder comprenderlos. Mientras eso ocurre, empresarios, laboratorios, científicos y políticos intentan obtener ventajas y beneficios antes de que los reguladores puedan cumplir su función, es decir, regular.

Es que podríamos asegurar que, si contamos con un poco de salud, nosotros mismos podremos ver pronto autos autónomos ya regulados y eficaces, miles y miles de robots que reemplacen infinitas tareas, manipulaciones genéticas relevantes que modifiquen patrones de miles de años, un mundo interconectado de manera global real y sin espacios descontrolados, la realidad virtual como un nuevo foco de adicción y las impresoras 3D que podrían modificar la historia milenaria de la logística. También veremos miles de millones de personas que se convertirán en usuarias de todos esos beneficios, pero también serán esclavas de ellos, con corporaciones cada vez más poderosas y cada vez menos personas que sean decisoras de esas plataformas virtuales. Eso que podría reducir las democracias a un ejercicio fallido y los gobiernos, a meros empleados ejecutores de esas políticas predeterminadas.

Comprender estos desafíos, finalmente, no es otra cosa que definir dónde estará el poder real en este siglo, quién tomará las decisiones y cómo influirán hasta en el último habitante del planeta.

Menudo desafío, la hora del cambio llegó para quedarse.

 


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