El
Descamisado. El libro de Grassi historiza la vida de la revista que cubrió
la tensión de los años 73 y 74.
El Descamisado es un libro
escrito desde adentro y desde afuera de Montoneros. Quizá esta sea la
perspectiva más interesante para reconstruir la historia de un semanario que
reflejó y padeció en carne propia las contradicciones ideológicas de la
izquierda peronista con Perón en los años 73-74. De los tres artífices de la
revista, el único que sobrevivió fue Ricardo Grassi, que se alejó del debate
político argentino de los 70 –vive en Kabul– y cuarenta años después vuelve a
revisar la colección de “El Descamisado”, la publicación del “montonerismo” que
vendía 150.000 ejemplares semanales.
Grassi, aún reconociéndose como un
periodista militante, ofrece una mirada nueva porque hace una reconstrucción
profesional de esos meses iniciáticos de la revista en que “nos sentíamos tan
libres que la palabra imposible no cuajaba” hasta reflejar la sorpresa e
impotencia de los discursos de Perón tras su regreso a la Argentina, sobre los
cuales no sabían qué escribir. Todo inmerso en un contexto de tensión, granadas
y también de tristeza. Esta es otra de las virtudes del libro: el realismo. Sus
páginas no están asfixiadas por la imagen romántica de “la juventud
maravillosa” ni de la melancolía de los recuerdos; y está bien escrito.
En El
Descamisado. Periodismo sin aliento (Editorial
Sudamericana) se respiran los años 1973-74 desde todas las texturas: la reunión
del crimen de Rucci en la que el jefe de Montoneros comunica a la redacción que
“fuimos nosotros”, la transformación de la revista en un búnker con un grupo de
seguridad que daba instrucción militar a los periodistas para rechazar ataques
“parapoliciales”, el agónico y dramático reclamo para disentir con Perón, pero
no romper con él, por temor al vacío político (“Si rompíamos con Perón, ¿dónde
nos poníamos, en qué lugar del peronismo?”, se pregunta Grassi), y también los
sucesivos cierres de El Descamisado por orden
del gobierno, que los obligó a sobrevivir después con el nombre de El
Peronista y luego La causa
peronista . El subtítulo del libro dice: “La revista que cubrió el
conflicto y la ruptura de Perón con Montoneros”.
En la reconstrucción del vértigo
del día a día, se advierte con claridad que Perón y Montoneros tenían proyectos
de país diferentes y que cada uno de los actores iría hasta el final con el
propio. No había puntos intermedios. Y si el enfrentamiento con Perón al inicio
se entreveía como una imagen borrascosa –basada en cierta negación a una
realidad política que aplastaba a la izquierda peronista–, con el correr de las
páginas y las semanas la división se convierte en una percepción totalizadora.
De allí a la fractura inevitable del 1° de mayo del 74 y a la inmediata muerte
de Perón hay un paso, y en los pocos meses que restaron antes del cierre
definitivo, la revista, ya más libre en su discurso político para preguntar y
provocar desde su tapa –“¿Quién votó a Isabel-López Rega?”– juega sus últimas
balas contra la burocracia sindical y la propia Isabel. Pero allí no termina la
historia ni el libro y esto es lo que hace que El
Descamisado de Grassi exceda el género de “memorias y testimonios”
del setentismo.
Casi cuarenta años después de los
hechos, mientras trabajaba para este libro, Grassi sale a entrevistar a
aquellos que escribieron o estuvieron cerca de la revista. Va en busca de
información, de atmósferas, de precisiones, en busca del Renault 4L con el que
escapaba de un posible atentado. Y también va en busca de sus textos, los que
ahora –al momento de escribir– comienza a advertir que hay piezas que no
encajan. Particularmente de su artículo anónimo más legendario, su “Cómo murió
Aramburu”, que Grassi había publicado en La causa
peronista, después de entrevistar a Firmenich en una casa de Belgrano y a
Norma Arrostito en un bar del centro, para que revelasen la anatomía del
secuestro y crimen del general de la Revolución Libertadora. Apenas el texto
vio la luz, Montoneros pasó a la clandestinidad. Pero dejaron en claro quiénes
eran y de qué eran capaces.
Pero para entender el texto que
había escrito –que Beatriz Sarlo consideró “extraordinario” y cuya autoría
otros atribuyeron a Rodolfo Walsh–, Grassi necesitaba mayores precisiones.
Había puntos ciegos en el relato –“la fría narrativa de un crimen”, como lo
define– y otros que no tenían lógica alguna. Y si entonces, en el ardor
periodístico lo publicó, cuarenta años después comenzó a indagar su texto.
Firmenich no respondió los correos electrónicos con sus dudas. Entonces Grassi
averiguó un poco más y encontró a “El otro”, el hombre que faltaba en la escena
del acto final de Aramburu en el sótano de la estancia de Timote, que había
permanecido oculto en la historia del crimen y de Montoneros. Y habló con él.
Entonces el libro vuelve a empezar. Esa es otra virtud.
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