El
violento desenlace de la huelga de Chicago de 1886 que reivindicaba la jornada
laboral de 8 horas fue el origen del Día del Trabajador que hoy se celebra.
«Ocho horas para trabajar, ocho horas para
dormir y ocho horas para la casa» reivindicaban los miles de obreros
que el 1 de mayo de 1886 comenzaron una huelga en las fábricas de Chicago para
exigir a los patronos una jornada laboral de 8 horas.
La Ley Ingersoll, firmada por el presidente
estadounidense Andrew Johnson en 1868, establecía la jornada de 8 horas para
empleados de oficinas federales y trabajadores en obras públicas salvo excepciones
en «casos absolutamente urgentes», pero no afectaba a los obreros industriales
con jornadas de más de 11 horas diarias.
La Federación Estadounidense del Trabajo lideraba la protesta en todo el país
que movilizó a unos 350.000 obreros.
Chicago, la segunda ciudad más industrializada
de Estados Unidos, se había convertido en el centro del movimiento anarquista
americano y en el centro más reivindicativo, quizá porque sus trabajadores
vivían en peores condiciones que en otros estados, con jornadas de hasta 14
horas diarias. La tensión desatada en torno a la fábrica de maquinaria agrícola
McCormik, llevó a la convocatoria de una manifestación el 4 de mayo en el
parque de Haymarket a la que asistieron 20.000 obreros.
Durante el discurso del anarquista Samuel Fielden, un
desconocido arrojó una bomba contra la Policía, matando a un agente e hiriendo
a otros 60. Se desató el pánico y la Policía abrió fuego contra la gente para
disolver a la multitud. El balance dejó un total de 38 obreros muertos y 115
heridos. Otros 6 policías alcanzados por la bomba murieron en el hospital,
según recoge UGT en su relato de la historia del 1º de mayo.
Los líderes (anarquistas, socialistas y marxistas) fueron detenidos y ocho de
ellos sometidos a un cuestionado proceso judicial. Cinco dirigentes sindicales
fueron finalmente ahorcados en 1887.
«La voz que van a sofocar será más poderosa en el futuro que
cuantas palabras pudiera yo decir ahora» , dijo August Spies, uno de los
llamados «mártires de Chicago», momentos antes de su ejecución.
Varias patronales accedieron a finales de 1886 a otorgar la
jornada laboral de ocho horas y tres años después el Congreso Obrero Socialista
de la Segunda Internacional celebrado en París instituía el 1 de mayo como el
Día Internacional de los Trabajadores. Hoy se celebra oficialmente en 80
países, aunque paradójicamente no en Estados Unidos cuyo «Labor Day» es el
primer lunes de septiembre, ni tampoco en el Reino Unido.
En 1955,
el Papa Pío XII estableció la fecha como la festividad de San José Obrero ante más de 200.000 obreros,
reafirmando «en este día primero de mayo que el mundo del trabajo ha reclamado
para sí como el día propio de fiesta, con la intención de que todos puedan reconocer la dignidad
del trabajo y de que esta
dignidad pueda ser motivación de la formación de las leyes y del orden social,
fundados sobre la equitativa conjunción de derechos y deberes», según recogió ABC en sus páginas.
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