Por primera
vez se sumaron a La Noche de los Libros.En la era de Internet habían perdido espacio. Pero las modernizaron y consiguieron
acercar los ejemplares a la gente. Hoy ya se consultan 20 mil libros por mes.
En tiempos de e-books e
Internet, las bibliotecas siguen siendo un bastión del libro. En sus salas
confluyen jóvenes que van a estudiar con jubilados que se dan el gusto de leer
a sus anchas. En las 29 que integran la red de Bibliotecas Públicas porteñas se
consultan 20.000 libros por mes. Y ayer, por primera vez, participaron en La
Noche de los Libros, organizada por los ministerios de Cultura y Desarrollo
Económico de la Ciudad.
La red tiene 81.589
socios y cuenta con 360.468 ejemplares de 84.676 obras. En 15 de sus 29
bibliotecas hay dispositivos para leer e-books. Y existe un catálogo
centralizado (catalogo.bibliotecas.gov.ar), que en lo que va del año recibió
224.488 consultas.
En una sala de planta
baja de la Biblioteca Ricardo Güiraldes, en Retiro, los libros están al alcance
de quien los desee. Igual que en una librería, la gente puede hojearlos y
elegir el que quiera para leerlo allí o llevarlo a su casa. Prestan hasta tres
a la vez, por 15 días. El bibliotecario siempre está cerca, para ayudar, sugerir
y responder dudas.
Elsa Sábato, una
historiadora del arte de 68 años, toma “El buen dolor”, de Guillermo
Saccomanno. “Me gusta mucho esta generación de escritores argentinos”, cuenta.
Hace seis años que se asoció a la red. “Desde que me jubilé, leo tres libros
por semana –afirma–. Poder venir a este lugar y acceder a todos estos volúmenes
es un sueño hecho realidad. Es mucho más de lo que yo podría adquirir”.
“La biblioteca es
igualadora. A la Güiraldes vienen chicos de la Villa 31 y de los colegios privados
de la zona para participar en los grupos de apoyo escolar”, apunta Alejandra
Ramírez, la directora general del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura
de la Ciudad, que tiene su oficina en el primer piso. La funcionaria admite
que, en la era de Internet, las bibliotecas se alejaron de las personas y las
personas de las bibliotecas, “Hoy eso se está revirtiendo. Para lograrlo, las
modernizamos, armando estanterías abiertas para que la gente tenga contacto
directo con los libros”. Según Ramírez, las bibliotecas públicas reciben muchos
estudiantes, extranjeros y jubilados. Y lo que más se lee es la narrativa.
“Estudio Psicología y
empecé a venir para buscar libros de estudio –cuenta Federico (22), en la
Biblioteca Miguel–. Después comencé a llevarme literatura. En los prólogos de
los libros, suelen recomendar otros, o le pido al bibliotecario que me
aconseje. Leo unos cinco por mes”, asegura. Y muestra los tres que pidió
prestados: las obras completas de Dostoyevski, “El extranjero”, de Albert Camus,
y “Modernidad líquida”, del sociólogo Zygmunt Bauman.
“Llega toda clase de
lectores, desde el que busca best sellers hasta el que quiere pensar y se lleva
filosofía”, dice Osvaldo Ponce, el director de la biblioteca.
La Miguel Cané fue
fundada en 1927 y, desde 1935, funciona en Carlos Calvo y Muñiz, Boedo. Sus
muebles y estanterías son los mismos que estaban cuando, entre 1938 y 1946,
Jorge Luis Borges fue auxiliar de la biblioteca. El padre de Bioy Casares se lo
recomendó al entonces director, el poeta Francisco Bernardez. En el primer
piso, hay un cuartito donde Borges solía leer y escribir, que ahora está
dedicado al escritor. Hay primeras ediciones y ejemplares originales que leyó
en ese lugar. Como Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, de
Edward Gibbon.
“Siempre se le dio un
tratamiento a las bibliotecas como si fueran lugares solemnes, con libros
intocables, cuando son lugares de familiarización con los libros y su función
es acercárselos a la gente”, dice el ministro de Cultura porteño, Hernán
Lombardi. Y explica que las sumaron a la Noche de las Librerías para darles
visibilidad.
Participaron 50
bibliotecas, incluyendo a las 29 públicas, donde hubo desde encuentros corales
hasta liberaciones de libros. La gente llevó un ejemplar para soltar y pudo
apropiarse de otro, “olvidado” con la contraseña: “Llevame, estoy liberado”.
Esta actividad también se hizo en la Miguel Cané, donde Borges se inspiró para
escribir “La Biblioteca de Babel”. Un cuento que empieza así: “El universo (que
otros llaman la Biblioteca) ...”
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