Visto desde lejos parece una disputa
de patio o de pasillo que, aunque tenga su pátina de cultura, no dejaría de ser
una cuestión de egos revueltos. Pero no lo es: la Argentina es este año el país
invitado de honor al tradicional y muy marketinero Salón del Libro de París, y
ha llegado hasta allí con un mezquino toque de sectarismo kirchnerista.
La nutrida delegación de escritores nacionales
asiste con las exclusiones ideológicas de
este tiempo. No todos los que están militan en las filas K, pero no están
ninguno de los intelectuales opositores de peso.
Hay autores indiscutibles como
Dujovne Ortiz, Almada, Calveyra, Bizzio, Piñeiro, Martínez y Alcoba y ningún
autor indiscutible del universo anti K como Caparrós, Birmajer o Aguinis. Tal
vez las ausencias
más inexplicables sean las de
Edgardo Cozarinsky y Beatriz Sarlo.
Treinta de los casi cincuenta
invitados fueron seleccionados por una comisión de los dos países. Las becas y
los viajes son la forma más eficaz de reclutar intelectuales. ¿Y el resto?:
“Fueron elegidos con criterios que desconocemos por completo”, dijo Bertrand
Morisset, director del Salón.
Yo,
argentino, dijo el francés.
Morisset lo dijo, sin decirlo, por
algunos de Carta Abierta y funcionarios como Rinesi o María Pía López o el
entrevistador presidencial Brienza. Pero nada dijo de la orden de restricción
sobre intelectuales
de fuste como Luis Alberto Romero o Santiago Kovadloff.
La sorpresiva deserción de Ricardo
Piglia, la figura más fuerte de la delegación, lo puso
como loco: lo acusó de cobarde y deshonesto. Piglia le contestó como un
diplomático francés (ver pág. 32).
Dos años atrás, en la Feria de
Guadalajara, el país invitado fue Chile. El Chile de Piñera. En la delegación
estaba Pedro Lemebel, que desde el escenario no se privó de denostar al
gobierno y a su manera, es decir, con brutalidad. Aquí el
kirchnerismo sólo tolera adhesiones.
Nuestra relación con París es antigua
y fuerte. Cortázar amaba París y amaba Buenos Aires y Rayuela,
su novela emblemática, es un homenaje a las dos ciudades y a ese vínculo
posible y a la vez imposible que las une.
Alguien del círculo presidencial
calificó a Cortázar de gorila, lo mismo que se ha dicho de Borges. Es esa
mirada política la que empobrece la literatura y es la mirada políticamente más pobre
de las miradas posibles.
Lo que ha hecho el kirchnerismo en el
poder debería darle un poco más de modestia y un poco menos de intolerancia.
Jorge Coscia, el encargado de Cultura, lo cual no deja de ser una contradicción,
dijo: “Vamos a París por la amplitud, la diversidad sin exclusiones. Cristina
debería ser recordada como la gran presidenta cultural de la historia”. Obvio,
refleja más lo que él es que como quiere que lo veamos. Literatura, la de
Coscia, de alta ficción y baja calidad.
## La editorial FUE ESCRITA POR EL editor del diario
CLARIN RICARDO ROA
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