miércoles, 20 de marzo de 2013

H. González sigue siendo González y Bergoglio es el vicario de Cristo

En el kirchnerismo, negar la realidad produce desencantos / Por Pablo Sirvén | LA NACION 
 

De pronto, Horacio González se despabiló. Y proyectó sobre el flamante papa Francisco mucho de todo lo que debió callar en estos años de mansedumbre intelectual frente al kirchnerismo.

Precisamente el sábado último, en la asamblea de la muy dócil agrupación Carta Abierta, de la que es integrante y que tiene como sede natural la Biblioteca Nacional, que él dirige, comenzó a desplegar los ritos de un exorcismo singular. Ayer, en Página 12, los ratificó.

González ahora descubre peligros y acechanzas por todos lados, muchos más, incluso, que los que creyó entrever hace dos años cuando palpitó una conjura del mal, y armó una batahola inmensa, al anunciarse que Mario Vargas Llosa abriría la Feria del Libro.

En ese momento, hasta debió intervenir la Presidenta para bajar sus recalentados decibeles. Igual, su advertencia (como suele suceder con cualquier mecanismo de censura directa, sugerida o embozada) detonó un interés varias veces superior por la presentación del premio Nobel de Literatura. Terminó haciéndole un favor. Este año, en ese aspecto, puede estar más tranquilo porque la muestra literaria tendrá en el acto inaugural a un compañero de la agrupación oficialista que integra, Vicente Battista. Y todo estará al menos más controlado.

Pero ahora González tiene una pesadilla más grande: el papa Bergoglio. Como en un estado de alucinación ominosa, el director de la Biblioteca Nacional ve signos, gestualidades y palabras en el nuevo pontífice que le suenan familiares, pero que ahora podrían ser "mal utilizados". Sus advertencias, de todos modos, no podrían multiplicar aún más el interés por el papa Francisco porque desde que fue ungido por el cónclave de cardenales gran parte de Occidente no le saca los ojos de encima y parece embobado con sus dichos y maneras ideales para este mundo de economías maltrechas.

Se explica su preocupación: González tiene un diagnóstico sombrío por la aparición de un argentino por encima de Cristina Kirchner que, aunque no se lo proponga, disputará todo el tiempo tácitamente con ella el orden simbólico de cuestiones caras al oficialismo, al menos en el discurso: la justicia social, la desigualdad, la pobreza. Y, como si fuese poco, teme todavía más que se restablezca "el mito de la nación católica", que dé por tierra con el capital político actual y que se pongan de moda de vuelta los ultramontanos.

A González, que siempre ha parecido un tipo de costumbres austeras, lo fastidia que la gente repare en los zapatos gastados del Papa, como si hubiese alzado su voz cuando se aquilataban los mocasines de Néstor Kirchner, que hoy se veneran, junto con su birome, en el Museo del Bicentenario.

Le molesta al bibliotecario oficial que la gente y, especialmente, sus correligionarios saquen conclusiones apresuradas por fascinarse ante un papa que exhibe una cruz y un anillo menos lujosos y que abona de su bolsillo el hotel en que se alojaba. Pero, en cambio, González nunca vio nada digno de ser mencionado, aunque más no fuese en una reflexión al paso, sobre los hoteles, las cuentas poderosas y los bienes de los sumos pontífices del kirchnerismo.

González teme que cale popularmente hondo lo del "papa peronista" no sólo en algunos dirigentes cercanos al Gobierno, sino en los barrios humildes que ya conocían a Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires y el oficialismo simplemente lo ninguneaba dándole la espalda.

Lo del "papa peronista" es más una licencia periodística que una realidad que Bergoglio piense implementar de manera específica (como si eso fuera posible) en su recién iniciado papado. Pero a González ese rótulo le trae indeseadas resonancias de un pasado remoto: los años 70, cuando él y Bergoglio estaban en veredas enfrentadas del justicialismo.

El tema es que González sigue siendo González y Bergoglio es el vicario de Cristo. Son fuerzas desiguales.

Teme, tal vez, que el "cambio de clima" que se advierte haga de Francisco, aunque no lo quiera, un jugador clave en las elecciones de este año y, peor aún, que desde su vistoso trono de San Pedro bendiga a posibles candidatos presidenciales de 2015.

Lo intranquiliza algo inevitable y más cercano: las repercusiones aquí, porque aunque el Santo Padre siempre hablará desde una vidriera universal, todo, absolutamente todo lo que diga, aun aquello que pronuncie sin pensar en la Argentina, tendrá inmediato rebote entre nosotros y consecuencias inesperadas con dobles y triples lecturas.

Con una suerte de "infalibilidad" política, no se sabe emanada de dónde, González decreta que la visión de un "papa peronista" está "equivocada", pero que es "dificultoso descubrir la raíz del error".

González señala al papa Bergoglio casi como un falso peronista y lo acusa de conservador popular, una de las reconocidas cunas del justicialismo y partido de Vicente Solano Lima, vicepresidente del siempre reivindicado Héctor J. Cámpora.

No lo preocupó el feroz anticlericalismo espontáneo que inmovilizó al oficialismo en cuanto se supo que Bergoglio era papa. Sí, por el contrario, sufre con que a cada minuto que pasa más compañeros engrosan el bando de los eufóricos. Es que, más allá de creencias, festejan la llegada de un argentino a tales cumbres universales.

Negar la realidad a veces produce este tipo de desencantos

 

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