La crisis económica amenaza el sistema de préstamo gratuito de libros en Estados Unidos, iniciado hace más de 160 años. También afecta a las librerías del país, convertidas en una especie en peligro de extinción "Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo". John Steinbeck, uno de los más grandes escritores estadounidenses de mediados del siglo XX, era consciente de la Importancia del acceso a la literatura para el desarrollo de la sociedad. Vivió en primera persona los rigores de la Gran Depresión, pero salió adelante y convirtió su desdicha en una inolvidable colección de novelas que le valió el Premio Nobel de Literatura en 1962. Fue testigo de cómo la creación de una red pública de bibliotecas permitió el acceso a la alfabetización para los más desfavorecidos, al Estado del bienestar y a un nivel cultural con el que sus propios abuelos sólo podrían soñar. Sin embargo, el sueño de Steinbeck y su propio legado están a punto de perecer víctimas de una crisis económica y cultural que amenaza con acabar de un plumazo con el agonizante sistema estatal de préstamo gratuito de libros nacido en 1848 con la inauguración de la biblioteca de Boston. Los datos que maneja la Asociación Nacional de Bibliotecas (ALA, según sus siglas en inglés) son estremecedores. Desde la llegada de la inestabilidad financiera, 438 de los cerca de 16.000 archivos literarios que hay en el país han cerrado sus puertas y varios centenares más están en la cuerda floja, entre ellos el de Salinas (California), cuna de Steinbeck y guardián de su obra. Esta pequeña biblioteca ya consiguió regatear la crisis en 2005 gracias a los 3,2 millones de dólares de un donante privado, a los que se unieron medidas de control del gasto, como la rebaja del 5% en los salarios de sus trabajadores, y a una considerable reducción del horario de apertura durante el verano: desde el cierre de los colegios en junio hasta el inicio del nuevo curso sólo permanece abierta ocho horas a la semana. De forma parecida, todas las ciudades en Estados Unidos, grandes, medianos y pequeños núcleos urbanos, se están viendo obligadas a cerrar sus bibliotecas públicas o, al menos, limitar su horario hasta la mínima expresión. Cerrojazo a la cultura gratuita en Detroit, que estudia echar la persiana en todas sus sucursales, y Denver, dispuesta a cercenar el número de sedes a la mitad. Mientras, el estado de Michigan ya tiene fecha para cerrar tres de sus 103 bibliotecas, el 10 de junio. Recortes anticonstitucionales La noticias no son mejores en Nueva York, donde gracias a estas instituciones circulan más de 35 millones de libros, CD y DVD cada año. El nuevo presupuesto de la ciudad para 2012 prevé un recorte de 40 millones de dólares en la financiación de bibliotecas públicas, además de la destrucción de 1.500 empleos. Para los expertos de ALA, lo que los gobiernos locales, estatales y la mismísima Casa Blanca están haciendo con las oficinas de préstamo de libros es inconstitucional, ya que "las bibliotecas son un bien público esencial, un pilar fundamental en las sociedades democráticas". La asociación recuerda a los políticos que "el derecho de los ciudadanos a leer, buscar información y expresarse libremente en las bibliotecas está garantizado por la primera enmienda" de la Carta Magna estadounidense. Pero las quejas de los bibliotecarios están cayendo en saco roto. Las bibliotecas públicas de todo el país son las víctimas preferidas de los asesores presupuestarios. En los últimos cuatro años, más de la mitad de los estados del país han recortado la ya ajustada financiación de las bibliotecas por encima del 10%. Los gobiernos estatales y locales con problemas de caja han visto en las bibliotecas una presa fácil. Un estudio de la Federación Nacional de Alcaldes afirma que, tras los servicios de mantenimiento de parques y jardines, los archivos de libros fueron la segunda opción preferida para pasar el cuchillo del ahorro: el 39% de los gobiernos locales reconoció que recortó el presupuesto a las bibliotecas durante el año pasado. Para justificar la caza de brujas, los estadistas se basan en los informes que hablan de una caída del uso de estas instituciones para justificar los recortes. Desde mediados de 1990, la tendencia a la baja en el uso de la biblioteca ha sido bien documentada por medios y asociaciones. Con la rápida expansión de internet, los ciudadanos comenzaron a buscar respuestas en la forma más rápida y más conveniente. Una reciente investigación realizada por la Asociación de Bibliotecas de Investigación revela que las consultas se han reducido una media del 4,5% al año, mientras que los datos de circulación han caído al nivel de 1991. Menos profesionalidad Pero a este argumento también se le puede dar la vuelta: defender que las bibliotecas son mucho más que centros de lectura y que permiten a las personas sin recursos acceder a educación y utilizar nuevas tecnologías como ordenadores o internet. El Ayuntamiento de Filadelfia ha llegado a la conclusión de que los archivos públicos crearon un impacto económico en la ciudad de más de 30 millones de dólares en el año fiscal 2010. De hecho, se estima que 8.600 empresas no se han iniciado o mantenido sin los conocimientos adquiridos en la Biblioteca Pública de Filadelfia. Con el presupuesto exprimido, si las bibliotecas quieren mantenerse abiertas, deben entregarse a la privatización. Varias sucursales de California se han visto obligadas a acudir a Sistemas de Bibliotecas y Servicios LLC (LSSI), una empresa que se compromete a mantenerlas en funcionamiento por menos dinero. "Las bibliotecas en California ya no podemos cumplir con nuestra misión básica", reconoce Clara DiFelice, responsable de la biblioteca del Distrito Beaumont, para quien "dejarse engullir por los depredadores a través de la privatización reducirá la profesionalidad de las bibliotecas". El pasado mes de octubre, la biblioteca del municipio californiano de Santa Clarita fue la primera en retirarse del sistema del condado de Los Ángeles para firmar un contrato con LSSI. La decisión generó numerosas críticas y provocó que los votantes de California aprobasen la Proposición 22 en las elecciones legislativas de noviembre, impidiendo que el estado paliase su deuda desviando a sus arcas los fondos con los que se financian las bibliotecas. De hecho, el 93% de los estadounidenses cree que las bibliotecas, a las que acuden más de 87 millones de personas en todo el país, deben ser "un servicio público y gratuito". Grandes y pequeñas librerías La crisis bibliotecaria se ha trasladado también a las tiendas de libros. Tras el desmantelamiento de más de 200 establecimientos de la cadena Borders, en Estados Unidos apenas quedan 3.000 librerías, de las que únicamente entre 700 y 900 son independientes, es decir, no pertenecen a ningún gran grupo. Desde principios de año, varias librerías emblemáticas de todo el país han cerrado sus puertas esta semana, incluyendo la librería Cody de San Francisco, con más de medio siglo de historia y que se hizo famosa durante las protestas contra la Guerra de Vietnam dando cobijo a los estudiantes de la Universidad de Berkeley que huían de las cargas policiales y los gases lacrimógenos. "Simplemente no teníamos trabajo. Nos hemos convertido en un gran almacén de libros con muchos gastos y pocos ingresos". Así justificaba el cierre de sus tiendas Andy Ross, propietario de una cadena de librerías en la que en sus momentos de gloria firmaron autógrafos autores y personalidades como Norman Mailer, Bill Clinton, Jimmy Carter, Tom Robbins, Mohammed Ali o Salman Rushdie, que fue atacado con un cóctel molotov durante su visita a Cody. Pero no sólo los pequeños libreros independientes se han llevado el golpe de la caída del interés por los libros en formato papel. El gigante Barnes & Noble, el mayor grupo de venta de literatura, cerrará su tienda insignia en Nueva York a finales de año. Situada en uno de los lugares más exclusivos de la Gran Manzana, en el número 4 de Astor Place, la cadena no puede afrontar el alquiler. Según reconoció la portavoz del grupo, Mary Ellen Keating, "nos gustaría estar allí, pero realmente no nos lo podemos permitir". La pregunta que ahora se hacen los agentes del sector es: si la situación actual es grave, cuando aún el 70% de los libros se compran en librerías, ¿qué sucederá cuando, como pronostican los expertos, las ventas online lleguen al 75% en 2020?
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