Los hechos que dieron lugar esta celebración están contextualizados en
los albores de la revolución industrial en los Estados Unidos. A fines
del siglo XIX Chicago era la segunda ciudad de EE.UU. Del oeste y del
sudeste llegaban cada año por ferrocarril miles de ganaderos
desocupados, creando las primeras villas humildes que albergarían a
cientos de miles de trabajadores. Además, estos centros urbanos
acogieron a emigrantes venidos de todo el mundo a lo largo del siglo
XIX.
La reivindicación de la jornada laboral de 8 horas
Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada
de 8 horas. El hacer valer la máxima ocho horas para el trabajo, ocho
horas para el sueño y ocho horas para la casa.
En este contexto se produjeron varios movimientos, en 1829 se formó un
movimiento para solicitar a la legislatura de Nueva York la jornada de
ocho horas. Anteriormente existía una ley que prohibía trabajar más de
18 horas, salvo caso de necesidad. Si no había tal necesidad,
cualquier funcionario de una compañía de ferrocarril que hubiese
obligado a un maquinista o fogonero a trabajar jornadas de 18 horas
diarias debía pagar una multa de 25 dólares.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los
Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la American
Federation of Labor, Federación Estadounidense del Trabajo,
inicialmente socialista (algunas fuentes señalan el origen
anarquista).
En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, había
resuelto que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la
jornada de trabajo debería ser de ocho horas. En caso de no obtener
respuesta a este reclamo, se iría a una huelga. Recomendaba a todas
las uniones sindicales a tratar de hacer promulgar leyes con ese
contenido en todas sus jurisdicciones.
Esta resolución despertó el interés de todas las organizaciones, que
veían que la jornada de ocho horas posibilitaría obtener mayor
cantidad de puestos de trabajo (menos desocupación). Esos dos años
acentuaron el sentimiento de solidaridad y acrecentó la combatibilidad
de los trabajadores en general.
En 1886, el presidente de Estados Unidos Andrew Johnson promulgó la
llamada Ley Ingersoll, estableciendo las 8 horas de trabajo diarias.
Al poco tiempo, 19 estados sancionaron leyes que permitían trabajar
jornadas máximas de 8 y 10 horas (aunque siempre con cláusulas que
permitían hacer trabajar a los obreros entre 14 y 18 horas). Las
condiciones de trabajo eran similares, y las condiciones en que se
vivía seguían siendo insoportables.
Como la Ley Ingersoll no se cumplió, las organizaciones laborales y
sindicales de EE.UU. se movilizaron. La prensa calificaba el
movimiento en demanda de las ocho horas de trabajo como «indignante e
irrespetuoso», «delirio de lunáticos poco patriotas», y manifestando
que era «lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir
ninguna hora de trabajo».
La convocatoria de huelga
La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (la principal
organización de trabajadores en EE.UU.) remitió una circular a todas
las organizaciones adheridas donde manifestaba: «Ningún trabajador
adherido a esta central debe hacer huelga el 1° de mayo ya que no
hemos dado ninguna orden al respecto».
Este comunicado fue rechazado de plano por todos los trabajadores de
EE.UU. y Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden
por traidores al movimiento obrero.
En la prensa del día anterior a la huelga, el 29 de abril de 1886, se
podía leer: «Además de las ocho horas, los trabajadores van a exigir
todo lo que puedan sugerir los más locos anarco-socialistas». El New
York Times decía: «Las huelgas para obligar al cumplimiento de las
ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria,
disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra
nación, pero no lograrán su objetivo».
El Filadelfia Telegram decía: «El elemento laboral ha sido picado por
una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate:
piensa precisamente en estos momentos en iniciar una huelga por el
logro del sistema de ocho horas». El Indianápolis Journal decía: «Los
desfiles callejeros, las banderas rojas, las fogosas arengas de
truhanes y demagogos que viven de los impuestos de hombres honestos
pero engañados, las huelgas y amenazas de violencia, señalan la
iniciación del movimiento».
El día 1 de mayo, la huelga
El 1° de mayo de 1886, 200.000 trabajadores iniciaron la huelga
mientras que otros 200.000 obtenían esa conquista con la simple
amenaza de paro.
En Chicago donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peor
que en otras ciudades del país las movilizaciones siguieron los días 2
y 3 de mayo. La única fabrica que trabajaba era la fábrica de
maquinaria agrícola McCormik que estaba en huelga desde el 16 de
febrero porque querían descontar a los obreros una cantidad para la
construcción de una iglesia.
La producción se mantenía a base de esquiroles. El día 2 la polícia
había disuelto violentamente una manifestación de más de 50.000
personas y el día 3 se celebraba una concentración en frente sus
puertas, cuando estaba en la tribuna el anarquista August Spies sonó
la sirena de salida de un turno de rompehuelgas. Los concentrados se
lanzaron sobre los scabs (amarillos) comenzando una pelea campal. Una
compañía de policías, sin aviso alguno, procedió a disparar a
quemarropa sobre la gente produciendo 6 muertos y varias decenas de
heridos.
El redactor del Arbeiter Zeitung Fischer corrió a su periódico donde
proclama (que luego se utilizaría como principal prueba acusatoria en
el juicio que le llevó a la horca) imprimiendo 25.000 octavillas. La
proclama decía:
Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la
fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos
de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de
carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es
preferible la muerte que la miseria.
Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los
amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!.
Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a
sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se
llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos
del orden...
¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!
¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!.
La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día
siguiente, el cuatro, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket.
Se consiguió un permiso del alcalde Harrison para hacer un acto a las
19.30 en el parque Haymarket. Los hechos que allí sucedieron son
conocidos como Revuelta de Haymarket.
Consecución de la jornada laboral de ocho horas
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a
otorgar la jornada de 8 horas a varios centenares de miles de obreros.
El éxito fue tal, que la Federación de Gremios y Uniones Organizadas
expresó su júbilo con estas palabras: «Jamás en la historia de este
país ha habido un levantamiento tan general entre las masas
industriales.
El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a
millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes,
cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación
sindical»
.
En la actualidad
A lo largo del siglo XX, los progresos laborales se fueron
acrecentando con leyes para los trabajadores, para otorgarles derechos
de respeto, retribución y amparo social. En la última década del siglo
esos progresos retrocedieron bajo la influencia del neoliberalismo.
En la actualidad, casi todos los países democráticos rememoran el 1º
de mayo como el origen del movimiento obrero moderno. Estados Unidos,
Reino Unido y el Principado de Andorra son los únicos países, del
mundo occidental, que no lo recuerdan.
En 1954 el papa católico Pío XII apoyó tácitamente esta jornada de
memoria colectiva al declararla como festividad de San José Obrero.
Últimamente se viene denominando a esta día como Día Internacional del
Trabajo.
Fuente:http://www.caracol.com.co/nota.aspx?id=420036
los albores de la revolución industrial en los Estados Unidos. A fines
del siglo XIX Chicago era la segunda ciudad de EE.UU. Del oeste y del
sudeste llegaban cada año por ferrocarril miles de ganaderos
desocupados, creando las primeras villas humildes que albergarían a
cientos de miles de trabajadores. Además, estos centros urbanos
acogieron a emigrantes venidos de todo el mundo a lo largo del siglo
XIX.
La reivindicación de la jornada laboral de 8 horas
Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada
de 8 horas. El hacer valer la máxima ocho horas para el trabajo, ocho
horas para el sueño y ocho horas para la casa.
En este contexto se produjeron varios movimientos, en 1829 se formó un
movimiento para solicitar a la legislatura de Nueva York la jornada de
ocho horas. Anteriormente existía una ley que prohibía trabajar más de
18 horas, salvo caso de necesidad. Si no había tal necesidad,
cualquier funcionario de una compañía de ferrocarril que hubiese
obligado a un maquinista o fogonero a trabajar jornadas de 18 horas
diarias debía pagar una multa de 25 dólares.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los
Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la American
Federation of Labor, Federación Estadounidense del Trabajo,
inicialmente socialista (algunas fuentes señalan el origen
anarquista).
En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, había
resuelto que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la
jornada de trabajo debería ser de ocho horas. En caso de no obtener
respuesta a este reclamo, se iría a una huelga. Recomendaba a todas
las uniones sindicales a tratar de hacer promulgar leyes con ese
contenido en todas sus jurisdicciones.
Esta resolución despertó el interés de todas las organizaciones, que
veían que la jornada de ocho horas posibilitaría obtener mayor
cantidad de puestos de trabajo (menos desocupación). Esos dos años
acentuaron el sentimiento de solidaridad y acrecentó la combatibilidad
de los trabajadores en general.
En 1886, el presidente de Estados Unidos Andrew Johnson promulgó la
llamada Ley Ingersoll, estableciendo las 8 horas de trabajo diarias.
Al poco tiempo, 19 estados sancionaron leyes que permitían trabajar
jornadas máximas de 8 y 10 horas (aunque siempre con cláusulas que
permitían hacer trabajar a los obreros entre 14 y 18 horas). Las
condiciones de trabajo eran similares, y las condiciones en que se
vivía seguían siendo insoportables.
Como la Ley Ingersoll no se cumplió, las organizaciones laborales y
sindicales de EE.UU. se movilizaron. La prensa calificaba el
movimiento en demanda de las ocho horas de trabajo como «indignante e
irrespetuoso», «delirio de lunáticos poco patriotas», y manifestando
que era «lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir
ninguna hora de trabajo».
La convocatoria de huelga
La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (la principal
organización de trabajadores en EE.UU.) remitió una circular a todas
las organizaciones adheridas donde manifestaba: «Ningún trabajador
adherido a esta central debe hacer huelga el 1° de mayo ya que no
hemos dado ninguna orden al respecto».
Este comunicado fue rechazado de plano por todos los trabajadores de
EE.UU. y Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden
por traidores al movimiento obrero.
En la prensa del día anterior a la huelga, el 29 de abril de 1886, se
podía leer: «Además de las ocho horas, los trabajadores van a exigir
todo lo que puedan sugerir los más locos anarco-socialistas». El New
York Times decía: «Las huelgas para obligar al cumplimiento de las
ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria,
disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra
nación, pero no lograrán su objetivo».
El Filadelfia Telegram decía: «El elemento laboral ha sido picado por
una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate:
piensa precisamente en estos momentos en iniciar una huelga por el
logro del sistema de ocho horas». El Indianápolis Journal decía: «Los
desfiles callejeros, las banderas rojas, las fogosas arengas de
truhanes y demagogos que viven de los impuestos de hombres honestos
pero engañados, las huelgas y amenazas de violencia, señalan la
iniciación del movimiento».
El día 1 de mayo, la huelga
El 1° de mayo de 1886, 200.000 trabajadores iniciaron la huelga
mientras que otros 200.000 obtenían esa conquista con la simple
amenaza de paro.
En Chicago donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peor
que en otras ciudades del país las movilizaciones siguieron los días 2
y 3 de mayo. La única fabrica que trabajaba era la fábrica de
maquinaria agrícola McCormik que estaba en huelga desde el 16 de
febrero porque querían descontar a los obreros una cantidad para la
construcción de una iglesia.
La producción se mantenía a base de esquiroles. El día 2 la polícia
había disuelto violentamente una manifestación de más de 50.000
personas y el día 3 se celebraba una concentración en frente sus
puertas, cuando estaba en la tribuna el anarquista August Spies sonó
la sirena de salida de un turno de rompehuelgas. Los concentrados se
lanzaron sobre los scabs (amarillos) comenzando una pelea campal. Una
compañía de policías, sin aviso alguno, procedió a disparar a
quemarropa sobre la gente produciendo 6 muertos y varias decenas de
heridos.
El redactor del Arbeiter Zeitung Fischer corrió a su periódico donde
proclama (que luego se utilizaría como principal prueba acusatoria en
el juicio que le llevó a la horca) imprimiendo 25.000 octavillas. La
proclama decía:
Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la
fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos
de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de
carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es
preferible la muerte que la miseria.
Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los
amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!.
Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a
sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se
llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos
del orden...
¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!
¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!.
La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día
siguiente, el cuatro, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket.
Se consiguió un permiso del alcalde Harrison para hacer un acto a las
19.30 en el parque Haymarket. Los hechos que allí sucedieron son
conocidos como Revuelta de Haymarket.
Consecución de la jornada laboral de ocho horas
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a
otorgar la jornada de 8 horas a varios centenares de miles de obreros.
El éxito fue tal, que la Federación de Gremios y Uniones Organizadas
expresó su júbilo con estas palabras: «Jamás en la historia de este
país ha habido un levantamiento tan general entre las masas
industriales.
El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a
millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes,
cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación
sindical»
.
En la actualidad
A lo largo del siglo XX, los progresos laborales se fueron
acrecentando con leyes para los trabajadores, para otorgarles derechos
de respeto, retribución y amparo social. En la última década del siglo
esos progresos retrocedieron bajo la influencia del neoliberalismo.
En la actualidad, casi todos los países democráticos rememoran el 1º
de mayo como el origen del movimiento obrero moderno. Estados Unidos,
Reino Unido y el Principado de Andorra son los únicos países, del
mundo occidental, que no lo recuerdan.
En 1954 el papa católico Pío XII apoyó tácitamente esta jornada de
memoria colectiva al declararla como festividad de San José Obrero.
Últimamente se viene denominando a esta día como Día Internacional del
Trabajo.
Fuente:http://www.caracol.com.co/nota.aspx?id=420036
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