Probablemente leer no sea la actividad más practicada por quien decide visitar Barcelona durante unos días: se ha de realizar en solitario y requiere silencio y concentración, conductas impopulares entre muchos de los que andan de vacaciones; pero como, afortunadamente, los letraheridos le sacan partido a toda actividad relacionada con su afición favorita, aquí van algunas sugerencias rescatadas entre las muchas que Barcelona ofrece a los bibliófilos del mundo.
No nos engañemos: el amor a la literatura es, en más de un caso, un amor desmesurado, cercano al fetichismo, hacia el objeto libro. De ahí que la sola presencia de letra impresa encuadernada en lugares no designados con los apelativos de "librería" o "biblioteca" sea un aliciente para los bibliófilos. El café Lletraferit, situado en una de las calles más animadas del Raval, nos llama desde ese nombre sugerente con sus cantos de sirena provista de gafas de cerca: en sus cómodos sillones se pueden hojear -y comprar después- libros nuevos y de segunda mano, mientras se dan sorbos a los cócteles del local.
Si se nos abre el apetito, ¿dónde encontrar un lugar semejante que sirva, sin ir más lejos, arroz con pichón para cenar? En Barcelona existe: es el Restaurante Biblioteca, provisto de estanterías bien surtidas de libros de cocina para consultar -mayor coherencia temática, imposible-. Además, los críticos gastronómicos del New York Times afirman soñar con su tarta de manzana. Nos fiamos de ellos y de su cocina a la vista de todos, donde no nos pueden dar gato por liebre. Pero el restaurante no se llama así únicamente por sus estantes repletos de recetarios, sino también por su proximidad con la Biblioteca Nacional de Catalunya. Todo aficionado a la palabra escrita, aunque no precise consultar ninguno de sus fondos, debería al menos darse un paseo por sus inmediaciones, a modo de acto litúrgico pagano, y recordar que dentro se encuentran los principales tesoros bibliográficos de Cataluña. La mejor manera de abordarla es visitar su patio
sombreado por naranjos: el jardín Rubió i Lluch, compartido con la Massana, la escuela de artes aplicadas donde estudiaron la mayoría de los diseñadores que han generado la deseada imagen actual de la ciudad.
Otro espacio donde confluyen literatura y gastronomía es la librería Laie en su sucursal de la calle Pau Claris. Libros y revistas en varios idiomas y un restaurante luminoso para recopilar fuerzas son sus puntos fuertes. La Central de la calle Mallorca también guarda una sorpresa en su planta de arriba: el Central Café, con su galería rodeada de cristaleras en la que se celebran talleres de crítica literaria, presentaciones de libros y otras hierbas literarias. Quizá no encontremos en sus sedes el libro más vendido del mundo, pero en ello precisamente radica su identidad: quien lleve en la mano la bolsa roja de papel característica de la librería seguramente no ande cargando un best seller en su interior, sino las memorias de un arquitecto checo o un ensayo sobre la dimensión antropológica del turismo.
Catálogos copiosos
El colmo de la especialización libresca se halla en Rosa de Foc, que, con horario vespertino, ofrece un catálogo copioso sobre anarquía, revoluciones, Semana Trágica de Barcelona y movimientos sociales. A pocos metros, cerca del CCCB y del Macba, se encuentra Medios, librería que cuenta con una buena selección de libros y revistas internacionales centrados en comunicación, publicidad y diseño.
La tentación de comprar gangas encuadernadas o ese libro que leímos a los 19 y que ni soñábamos con encontrar acecha en muchas esquinas barcelonesas. En la calle Aribau, junto a la plaça Universitat, una notable concentración de esta modalidad de librería nos permite hurgar entre páginas amarillentas y encontrar antiguallas y, a veces, novedades a precios módicos. Sirvan como muestra dos de ellas: Muntaner y Gibernau, en el 22 y 24 de la calle, respectivamente. Y si para sentarse a leer los ejemplares adquiridos fuese estrictamente necesario tomarse una horchata con fartons, lo podemos hacer en la blascoibañesca Horchatería Valenciana del número 16 de la misma calle.
El buque insignia de las librerías de viejo del barrio de Gracia es Taifa, complemento perfecto de una sesión en los cercanos cines Verdi. Su legendario librero, el poeta, traductor y, en su día, editor José Batlló, sigue comprando bibliotecas particulares para ponerlas a disposición de los visitantes de su local.
Los domingos por la mañana hay que pasarse sin falta por las inmediaciones del Mercat de Sant Antoni para encontrar revistas y cómics añejos, entre otros textos. Y al cruzar la Rambla, en el Barrio Gótico, la librería Canuda lleva ofreciendo libros de lance desde el mismísimo 14 de abril de 1931. A su lado, el parque temático de lo legible: el Ateneu Barcelonès, emplazado en el Palau Savassona, de inspiración gótica. Si asistimos a algún curso en la escuela de escritores que alberga, consultamos los fondos de su biblioteca o llevamos a cabo una visita guiada por su edificio, envidiaremos profundamente a los socios de la institución, ya que ellos, además, pueden ejercer el arte de la tertulia no radiofónica en la llamada sala de conversa y tomarse un café para descansar la vista tras sus búsquedas bibliográficas mirando el Jardín Romántico, al que han vuelto las tortugas en 2005. Por suerte, el día de Sant Jordi y el del Corpus se
realizan jornadas de puertas abiertas y, entonces sí, ahí podremos valorar lo grato que es hallarse en un vergel en pleno centro de Barcelona: ver cómo se remojan las célebres tortugas y cómo baila un huevo sobre los chorros de agua de la fuente, siguiendo la tradición catalana del ou com balla. Si bien es cierto que todo está en los libros, parece estarlo más aún en los lugares donde éstos se leen, escriben y conservan.
MERCEDES CEBRIÁN - 16/01/2010
Fuente:
http://elviajero.elpais.com/articulo/viajes/Barcelona/paginas/elpviavia/20100116elpviavje_6/Tes
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