Mostrando entradas con la etiqueta Premio Nobel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Premio Nobel. Mostrar todas las entradas

martes, 14 de octubre de 2014

La EDUCACIÓN es la única SOLUCIÓN… / Malala Yousafzai



"El sabio dijo: `La pluma es más poderosa que la espada.´ Es cierto. Los extremistas tienen miedo a los libros y bolígrafos. El poder de la educación les da miedo. Tienen miedo de las mujeres. El poder de la voz de las mujeres les da miedo. Esto es por qué mataron a 14 estudiantes inocentes en el reciente ataque en Quetta. Y es por eso que matan a las maestras…

 "Queridos hermanos y hermanas: no debemos olvidar que millones de personas sufren de pobreza, injusticia e ignorancia. No hay que olvidar que millones de niños están fuera de sus escuelas. No debemos olvidar que nuestros hermanos y hermanas están esperando por un futuro pacífico y luminoso. Libraremos una lucha gloriosa contra el analfabetismo, la pobreza y el terrorismo; tomaremos nuestros libros y lápices porque son armas más poderosas.

Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución. Educación primero. Gracias."


Parte del discurso que pronunció Malala Yousafzai  en la ONU el 12 de Julio de 2013.

viernes, 22 de abril de 2011

Una oda a la libertad y los libros...



Este es el discurso que brindó el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro, antes de su charla con el periodista Jorge Fernández Díaz. (abril 2011, 37*Feria)


Agradezco a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires honrarme con la invitación a ocupar esta tribuna el día de la inauguración. He tenido ya ocasión de participar en ella hace algunos años y me alegra saber que ha ido creciendo y atrayendo cada vez a más editores, libreros y lectores hasta convertirse en una de las ferias del libro más importantes en todo el ámbito de nuestra lengua. No me extraña nada que haya ocurrido así.

Desde la primera vez que pisé Buenos Aires, hace de esto cerca de medio siglo, advertí que esta ciudad y los libros tenían una afinidad recóndita, comparable a la que sólo había advertido antes en París, y que, al igual que esta última, Buenos Aires era una ciudad de librerías -modernas y anticuarias-, de cafés literarios, de escribidores y lectores, donde todo letraherido se sentía inmediatamente en su casa. No es por eso nada raro que uno de los más grandes creadores de nuestro tiempo, Jorge Luis Borges, fuera un porteño y que se pueda decir de su extraordinaria obra que toda ella es como la exhalación imaginaria emanada de una biblioteca, institución en la que Borges, recordemos, en uno de sus más bellos textos, materializó el Paraíso.

Agradezco a los organizadores de este certamen haber resistido las presiones de algunos colegas y adversarios de mis ideas políticas para desinvitarme. Y extiendo mi agradecimiento a la Presidenta , señora Cristina Fernández de Kirchner, cuya oportuna intervención atajó aquel intento de veto. Ojalá esta toma de posición en favor de la libertad de expresión de la mandataria argentina se contagie a todos sus partidarios y guíe su propia conducta de gobernante. Este episodio, me parece, más allá de lo anecdótico, plantea un asunto interesante y actual que no me parece inadecuado abordar en el marco de este certamen con una breve exposición que se podría titular: "La libertad y los libros".

Manuscritos, impresos y, ahora, digitales, los libros representan la diversidad humana (mientras no sean expurgados, claro está). A condición de que puedan participar en ella sin discriminación, cortes, sin censura, los libros de una Feria del Libro son, en pequeño formato, la humanidad viviente, con lo mejor y lo peor que ella tiene: sus creencias, sus fantasías, sus conocimientos, sus sueños, sus amores y sus odios, sus prejuicios, sus pequeñeces y grandezas. Ningún espejo retrata mejor a esa colectividad de hombres y mujeres que conforman las diversas tradiciones, culturas, etnias, lenguajes, mitos, costumbres, modos y modas del fenómeno humano. Esa extraordinaria variedad desaparece cuando, abandonando la superficie, gracias a los libros nos sumergimos en lo profundo hasta llegar a aquellas raíces o denominadores comunes de la especie, pues allí descubrimos lo que hay de solidario y semejante por debajo de aquella frondosa variedad: una condición, unos sentimientos, unos anhelos, unas alegrías y unos miedos que establecen una identidad recóndita sobre las diferencias y distancias que la historia ha ido forjando entre razas, pueblos y culturas a lo largo de los siglos.

Los libros nos ayudan a derrotar los prejuicios racistas, étnicos, religiosos e ideológicos entre los pueblos y las personas y a descubrir que, por encima o por debajo de las fronteras regionales y nacionales, somos iguales en el fondo, que los "otros" somos en verdad "nosotros" mismos. Gracias a los libros viajamos en el espacio y en el tiempo, como hizo Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos sin salir de su biblioteca, y comprobamos que, con todos sus matices y variantes, la humanidad es una sola y compartida. Podemos comparar el mundo de los libros que en estos momentos nos rodea con un bosque encantado. Ellos están allí, quietos, inertes, silenciosos, como los árboles y las plantas de las fantásticas historias infantiles, esperando la varita mágica que los anime. Basta que los abramos y celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos convocada por la hechicería de sus letras y palabras, y un surtidor de ideas, imágenes y sugestiones se eleve del papel hacia nosotros, nos impregne, arrebate y traslade a otra vida, a menudo más rica, coherente, intensa y entretenida que la vida verdadera, en la que a menudo las rutinas embrutecedoras cotidianas nos dejan apenas resquicios para la exaltación y la felicidad.

La vida de los libros nos enriquece y nos transforma. Nos hace más sensibles, más imaginativos y, sobre todo, más libres. Más críticos del mundo tal como es y más empeñados en que cambie también él y se vaya acercando a los mundos que inventamos a imagen y semejanza de nuestros deseos y sueños. Por eso, los libros son un testimonio inapelable de las carencias y deficiencias de la vida, aquellas que incitan a los seres humanos a crear mundos de fantasías y a volcarlos en ficciones para poder tener aquello que la vida que vivimos no nos da. El viaje al corazón de ese bosque encantado de los libros no es gratuito, un paseo divertido y sin secuelas. Es un viaje que deja huellas en el sentimiento y la inteligencia del lector, la comprobación de que el mundo real está mal hecho, pues no basta para colmar nuestros anhelos. ¿Para qué inventaríamos otros mundos si con éste nos bastara? Es imposible no salir de un buen libro sin la extraña insatisfacción de estar abandonando algo perfecto para volver a lo imperfecto y empezar a mirar el entorno con cierto desánimo y frustración. Nada ha hecho que el mundo progrese tanto desde los tiempos de la caverna primitiva hasta la era de la globalización como ese viaje a lo imaginario que acompaña a hombres y mujeres desde su más remoto pasado y del que da testimonio inequívoco el mundo vertiginoso y laberíntico de los libros.

No es sorprendente, por ello, que los libros hayan despertado, a lo largo de la historia, la desconfianza, el recelo y el temor de los enemigos de la libertad, de quienes se creen dueños de las verdades absolutas, de todos los dogmáticos y fanáticos que han sembrado de odio y violencia zigzagueante el curso de la civilización. La Inquisición lo vio clarísimo: los libros deben ser examinados y purgados por censores estrictos para asegurar que sus contenidos se ajusten a la ortodoxia y no se deslicen en ellos apostasías y desviaciones de la doctrina verdadera. Dejarlos prosperar sin esa camisa de fuerza de la censura previa sería poblar el mundo de heterodoxias, teorías subversivas, tentaciones peligrosas y desafíos múltiples a las verdades canónicas.

Esta mentalidad llevó a decidir que todo un género literario -la novela- fuera prohibida durante los tres siglos que duró la colonia en todas las posesiones españolas de América. Durante trescientos años no se pudo editar ni importar ficciones en las colonias americanas. El contrabando se encargó de que muchas novelas circularan en nuestras tierras, felizmente. Pero una de las perversas -o tal vez felices- consecuencias de esta prohibición fue que, en América latina, como la ficción fue reprimida en el género que la expresaba mejor -las novelas- y como los seres humanos no podemos vivir sin ficciones, éstas se la arreglaron para contaminarlo todo -la religión, desde luego, pero también las instituciones laicas, el derecho, la ciencia, la filosofía y, por supuesto, la política-, con el previsible resultado de que, todavía en nuestros días, los latinoamericanos tengamos grandes dificultades para discernir entre lo que es ficción y lo que es realidad. Eso ha sido muy beneficioso en los dominios del arte y la literatura, pero bastante catastrófico en otros, en los que sin una buena dosis de pragmatismo y de realismo -saber diferenciar el suelo firme de las nubes- un país puede estancarse o irse a pique. Los comisarios políticos han reemplazado en la vida moderna a los inquisidores de antaño.

Toda vez que se ha apoderado de un gobierno un fanático religioso, ideológico o un caudillo megalómano que se cree dueño de la verdad absoluta, los libros se han visto sometidos a purgas, recortes y vejaciones para tratar de evitar que lo que ellos encarnan mejor que nadie -la diversidad humana, la variedad de ideas, creencias, puntos de vista, costumbres y tradiciones- se divulgue y contradiga la visión dogmática, excluyente y autoritaria entronizada. Nazis, fascistas, comunistas, caudillos militares o civiles enceguecidos por los espejismos de las verdades absolutas han tratado a lo largo de toda la historia y en todas las geografías del planeta de domesticar y embridar el espíritu creativo, insumiso y crítico -que ha sido siempre el motor del cambio-, pero, por fortuna, siempre han fracasado. Dejando, eso sí, en el camino una miríada de víctimas -torturados, encarcelados y asesinados- que, pese a la represión y a las persecuciones, mantuvieron siempre viva aquella llama de libertad que anida, como un alma secreta, en el corazón de los libros. Leer nos hace libres, a condición, claro está, de que podamos elegir los libros que queremos leer y que los libros puedan escribirse e imprimirse sin inquisidores ni comisarios que los mutilen para que encajen dentro de las estrechas orejeras con que ellos aprisionan la vida.

Defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos, el precioso fuego que la atiza, mantiene y renueva. Una de las mejores tradiciones de la Argentina ha sido ser un país de libros, escritores y lectores. Yo lo recuerdo muy bien, pues mi infancia y mi adolescencia se nutrieron de revistas y libros (y, añadiré, películas y canciones) que se producían y editaban en este país y se difundían por todos los rincones de América. Por ejemplo, llegaban puntualmente a Cochabamba, la ciudad boliviana donde viví hasta los diez años. Recuerdo muy bien la llegada periódica de Leoplán para el abuelo, el Para Ti que leían mi madre y m abuela y el Billiken que yo esperaba como maná del cielo. Más tarde, de universitario en San Marcos, en Lima, conocí la literatura más renovadora y moderna (de Faulkner a Thomas Mann, de Joyce a Sartre, de Camus a Forster, de Eliot a Hemingway) gracias a las traducciones que editoriales como Losada, Sudamericana, Emecé, Sur y otras publicaban y distribuían por todo el continente.

Como innumerables jóvenes latinoamericanos de mi generación, puedo decir por eso que debo buena parte de mi formación literaria a esa pasión por los libros que anida en el corazón de la cultura argentina. Hago votos por que esa hermosa tradición se renueve y fortalezca y que sea la mejor expresión de ello esta Feria del Libro de Buenos Aires.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1367577-una-oda-a-la-libertad-y-los-libros

viernes, 18 de marzo de 2011

"A Borges no le dieron el Nobel debido a sus simpatías políticas" (Confesiones...)


Peter Englund, secretario de la Academia Sueca e historiador. Publica 'La belleza y el dolor de la batalla', un mosaico de la I Guerra Mundial a partir de pequeñas historias

Qué hay detrás de la famosísima puerta desde la que cada año vemos por televisión anunciar al ganador del Nobel de Literatura? Entre otras cosas: dos mesas, una de ellas con un ordenador y un teléfono para avisar al galardonado una hora antes de hacerse público; media docena de sillas que aguantan estoicamente sobre sus cuatro patas desde 1786, año de la fundación de la Academia sueca; varios retratos y bustos (entre otros, de su fundador, el rey Gustavo III de Suecia); y un solemne reloj de pared cuyo tictac acompaña toda esta entrevista. Es el despacho de Peter Englund (1957), historiador y, desde junio de 2009, secretario perpetuo de la institución. "Mi tarea es equivalente al director de una empresa mediana. Anunciar al ganador es lo más pequeño que hago", dice Englund, autor de La belleza y el dolor de la batalla (Roca Editorial), una crónica de la I Guerra Mundial a través de las "pequeñas historias" de 20 personas que participaron en ella.
Camilo José Cela contaba que había viajado varios años a Estocolmo para "venderse" como candidato al Nobel. ¿Funcionan los lobbies en estos premios?
No, no, al revés: si la Academia se siente presionada, es cuando rechaza esa propuesta. Es muy firme en su independencia. No dependemos para nada del Estado y, aunque el rey tenga la última palabra en los premiados, es algo simbólico. Gestionamos nuestro propio dinero. Un ejemplo al contrario sería Mario Vargas Llosa. Él sí conocía a un miembro de la Academia y siempre tuvo cuidado de no utilizar esa influencia.
Se ha acusado a la Academia de un giro conservador, algo que se acentuó tras la concesión del galardón a Vargas Llosa.
Estas especulaciones suelen ser erróneas. Ahora se nos acusa de ser conservadores. Pero antes, tras premiar a Doris Lessing, Elfriede Jelinek y Harold Pinter, especialmente, se nos acusó de ser de izquierdas. Y, en parte, porque los propios escritores han tenido esa simpatía por la izquierda. Creo que la culpa es de los propios periodistas, que tienen recursos y conocimientos en política pero no en literatura, y todo lo ven desde el prisma político. No suelen conocer a fondo la obra del escritor premiado. Hay un dicho sueco que dice: "Para el que sólo tiene un martillo en un caja de herramientas, todos los problemas van a ser siempre un clavo".
¿Qué le pareció la polémica en la Feria del Libro argentina, donde varios intelectuales pidieron que Vargas Llosa no la inaugurara por motivos políticos?
El Premio Nobel se da por méritos literarios. No tenemos en consideración si tiene enemigos en la derecha o en la izquierda. No nos importa. Pero no conocía esta polémica.
Pero en otros casos sí que se ha tenido en cuenta la actitud o defensa de ciertos valores en un contexto político determinado.
Es algo que va con el propio escritor, hay muchos involucrados políticamente. No pensamos explícitamente en ello, pero de modo indirecto está en sus obras. Reconozco que hay una parte que no puedes evitar tener en cuenta. Antes de mi cargo, por ejemplo, en el caso de Borges, se cuestionó su simpatía con la junta militar argentina o con Pinochet. Fue un problema para los miembros de la Academia, que nunca se habían encontrado con algo así. En aquel caso se hallaron ante un dilema. Por supuesto, creo que se lo merecía.
¿Por qué eligió la I Guerra Mundial y por qué reconstruirla a partir de pequeños testimonios?
Es un libro sobre el arranque del siglo XX y la era que empieza con esta guerra. Está en el ADN de todo el siglo XX. Además, es un hecho histórico que siempre ha estado en la sombra de la II Guerra Mundial, aunque es el inicio de todo: sin una I Guerra Mundial no habría existido Hitler, Stalin, la Guerra Fría, ni tantas otras cosas. Tenía la ambición de escribir y abordar la Historia de otro modo. Me inspiré precisamente en Vargas Llosa: hablar de un gran acontecimiento a partir de pequeñas historias, como un mosaico, hecho de piezas que dan una imagen final. Lo que he querido cubrir en este libro es lo que precisamente no se suele cubrir en los libros de Historia: no qué ocurrió, sino cómo ocurrió. Esta fue la guerra más literaria: la gente escribía en diarios y cartas y quedó plasmado en muchos escritos.
El libro acaba con un fragmento de Mi lucha', de Hitler, donde afirma que a partir de la I Guerra Mundial decidió dedicarse a la política.
La II Guerra Mundial se podría definir como la segunda fase de una gran guerra civil europea. Todo lo que es fundamental en la II Guerra Mundial, los fascismos, las revanchas, la corrección de las nuevas fronteras... todo esto arranca en la primera.
Como antiguo corresponsal que ha estado en los Balcanes, Irak y Afganistán, ¿se puede hacer una lectura contemporánea de esta guerra, por ejemplo, con Irak?
Sí. Hay que tener las dos imágenes paralelas, simultáneas en la cabeza. Si los americanos hubieran recordado 1914 tanto como recordaban 1944 a la hora de invadir Irak, quizá se hubieran tomado otras decisiones. Todas las guerras no son absurdas, ni todas las guerras son de liberación. Los dos tipos de guerra existen, por eso es importante mantener con vida la memoria de la I Guerra Mundial.
En su libro se muestra cómo la gente estaba impaciente por participar en la guerra, algo muy distinto a la visión de hoy.
Somos hijos de un periodo muy oscuro y de estas guerras, así que la visión que tenemos es muy diferente. Fueron personas que no estaban ni locas ni tontas por creer que la guerra podría solucionar cosas y mostrar su entusiasmo por ello.
¿Fue la I Guerra Mundial el final de una época donde hasta las guerras habían tenido unas reglas, cierta nobleza?
Todo lo que aconteció antes, a nivel moral, es mucho más elevado que la posición que tenemos nosotros, que estamos como a la sombra de ese acontecimiento. Un mundo más civilizado finalizó con esta guerra. Por eso quiero hablar también de las consecuencias positivas de la I Guerra Mundial, como el cambio del papel de la mujer y la democracia. Hay un grado de civilización que, tras esta guerra, cae en picado. Todavía hoy intentamos recuperarnos de las consecuencias. Aunque no quiero glorificar esta guerra, en la que murieron 10 millones de personas. Antes de eso, la guerra en que más personas murieron fue en la franco-prusiana, 150.000 personas (1870-1871). Nosotros somos la consecuencia de este siglo oscuro donde la muerte es lo corriente.






Daniel Díaz / Bibliotecario Argentino http://www.facebook.com/danieldiaz.ar





viernes, 8 de octubre de 2010

Un premio también para Borges…[Nobel de Literatura]

Parecida a la de Borges, la vida literaria de Mario Vargas Llosa estuvo y está ninguneada por sus ideas políticas. Por esa razón, hay quienes ni siquiera le reconocen méritos a su obra. Otros la elogian pero aclarando que no comparten su ideología liberal, como por temor a que los consideren de derecha si no lo hacen. Prejuicio y mezquindad en iguales proporciones.
 

El Nobel de Literatura parecía responder a esta estrechísima lógica de lo políticamente correcto. Por lo mismo se sospecha que Borges fue marginado de algo que mereció sobradamente. Apenas conocida la noticia del premio, Alvaro, el hijo de Vargas Llosa, dijo que toda su familia "había pensado intensamente en Borges". Y el propio Vargas Llosa afirmó que sentía vergüenza por recibir una distinción que le fue negada al más grande escritor de lengua castellana del siglo 20. La decisión fue una sorpresa. Y el comentario de Vargas Llosa, un palo para la Academia Sueca.

A diferencia de Borges, el peruano se metió de lleno en la actividad política. Y dejó de escribir para ser candidato a presidente. Estuvo muy cerca de ganar pero el Gobierno le montó una monumental campaña sucia. Lo acusaron desde evadir impuestos por cobrar derechos de autor en el extranjero hasta de ser un perverso porque estuvo casado con una tía y se declaró agnóstico. Final: triunfó Fujimori.
Abrazar y pelear por ideas liberales a Vargas Llosa le significó además que buena parte del progresismo lo excomulgara. Ni siquiera repararon en que toda su vida fue enemigo de cualquier dictadura y un militante en la defensa de los derechos humanos. Hay una izquierda que no admite ningún pensamiento que no sea el propio.
El Nobel no sólo es un reconocimiento a Vargas Llosa. De algún modo, también lo es a Borges...
 
Por Ricardo Roa




Daniel Diaz / Bibliotecario Argentino
http://www.facebook.com/danieldiaz.ar

jueves, 7 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa Premio Nobel de Literatura 2010

 Mario Vargas Llosa superó finalmente esa lugar que integraba como eterno candidato y desde hoy integra el relativamente reducido olimpo de escritores latinoamericanos reconocido con el Nobel de Literatura. A los 74 años, la Academia sueca lo premio "por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo".
El peruano, nacido en 1936 en Arequipa y que también tiene la nacionalidad española, estaba desde hace años en las quinielas de los favoritos de los Nobel. Es el primer escritor latinoamericano que lo gana desde el mexicano Octavio Paz, en 1990.
En una primera declaración, transmitida por el presidente del jurado del Nobel de Literatura, Peter Englund, Vargas Llosa dijo sentirse "muy conmovido y entusiasmado" por el galardón. El escritor está en Nueva York, donde da clases en la Universidad de Princeton. "Se había levantado a las cinco de la mañana para presentar una clase, cuando recibió nuestra llamada a las siete menos cuarto, mientras trabajaba intensamente", dijo Englund.
La decisión de la Academia Sueca de celebrar su "cartografía de las estructuras de poder" refleja certeramente el núcleo de varias de sus novelas, desde las jerarquías y los vínculos de complicidad pero también de humillación del liceo militar Leoncio Prado (La ciudad y los perros, 1962, su primera novela publicada) hasta el singularísimo autoritarismo del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo (La fiesta del Chivo, 2000), descrito desde diferentes puntos de vista y que desató no pocas críticas en la alta sociedad de la república insular.
También muestra las estructuras de poder, en este caso las de la política de su Perú natal, Conversación en la Catedral (1969), considerada una de las más grades obras de Vargas Llosa y centrada en el encuentro casual que mantiene Santiago Zabala con Ambrosio, un ex chofer del padre de "Zabalita", en tiempos de la dictadura del general Manuel Odría.
Y no muy lejos de esas estructuras, Pantaleón y las visitadoras (1973), en un tono más risueño que el de las anteriores, describe el fanatismo con el que el militar Pantaleón Pantoja cumple a rajatabla la orden que recibió de sus superiores y termina instalando un prostíbulo para militares en plena amazonia peruana.
Entre sus libros más conocidos hay varios más de su obra de ficción, como Los Jefes (una serie de relatos de 1959), La casa verde (1966, por el que recibió el Premio Rómulo Gallegos), Los cachorros (1967), La tía Julia y el escribidor (1977), ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), Lituma en los Andes (1993, Premio Planeta), Los cuadernos de don Rigoberto (1997 y que resultó en una interesante experiencia del escritor en la literatura erótica) y su más reciente Travesuras de la niña mala (2006).
La prosa de José Mario Pedro Vargas Llosa (tal su nombre completo) tiene entre sus varios puntos fuertes un desarrollo paulatino y profundo de los personajes, inmersos en tramas cautivantes que, además, logran describir con precisión, amplitud y un fuerte efecto de vivencia personal (para el lector) las sociedades en las que esos actores están inmersos.
El nuevo premio Nobel latinoamericano tiene publicada además su autobiografía (Como pez en el agua, 1993), numerosos ensayos (principalmente sobre literatura) y varias obras de dramaturgia. Acaba de publicar además su nueva novela, El sueño del celta.
El Nobel de Literatura está dotado con diez millones de coronas (cerca de 1,5 millones de dólares) y será entregado el próximo 10 de diciembre, en el aniversario de la muerte de Alfred Nobel.
Vargas Llosa acudirá a la ceremonia de entrega del galardón el 10 de diciembre, en Estocolmo, y de acuerdo a la tradición de los galardones será el encargado de pronunciar el discurso en nombre de todos los premiados, a excepción del de la Paz, que se celebra en un acto paralelo, en Oslo.